“Yo no sabía lo que quería decir la palabra, sinceramente. No sé si la había escuchado alguna vez. Entonces, si bien siento que en algunas cosas tiene mucho que ver con la murga, en realidad nunca le dimos el peso de su significado”, confiesa Ignacio Alonso, histórico integrante de La Mojigata que ha tenido una asistencia perfecta en estos 20 años de la agrupación, en la actualidad en los roles de director responsable, letrista y redoblantist... redoblanter... miembro de la batería. En 1998, Alonso asistió a un taller de Eduardo Pitufo Lombardo, quien un día planteó un ejercicio que consistía en escribir una presentación con la melodía de “El último tren a Londres”. “El Pitufo en un momento dijo: ‘acá estaría bueno que viniera el nombre de la murga, y debería ser ‘La Ta-ta-ta-ta”, porque queda con la métrica de la canción’. Ahí tiramos varios y quedaron ‘La Palangana’ y ‘La Mojigata’, que trajo el Rafa Alonso. Por suerte no ganó ‘La Palangana’”, recuerda Alonso.

En 1999, ese grupo de menos de diez integrantes del taller reclutó gente para armar un equipo completo y así participar en el Encuentro de Murga Joven. “Ahí caí yo, porque uno de los que estaban en ese grupito era mi hermano Darío, que era el director”, dice Andrés Prieto, quien salió en La Mojigata hasta 2006. Cuando el espectáculo para presentar estaba casi terminado, la murga recibió como tallerista a Pablo Pinocho Routin, quien los escuchó conmovido mientras lágrimas de emoción rodaban por sus mejillas. Nah, mentira. Pinocho les dijo que era evidente que lo que estaban cantando no funcionaba, que se notaba que no les gustaba, que aburrían. Esas tiernas palabras les dieron el empujoncito de confianza que necesitaban para tirar todo y escribir una actuación entera en un día. “Lo que salió fue algo que nos gustaba mucho, y en el Teatro de Verano nos fue espectacular. Objetivamente había una murga de Florida que era mucho mejor cantando, pero nuestro espectáculo era muy divertido y sorprendente, era algo distinto”, agrega. En 2001 dieron por primera vez la prueba para participar en el Concurso Oficial del Carnaval y desde entonces mantuvieron la esencia de esa primera aparición en 1999: el interés por la innovación y el cambio, un profundo sentido de la autocrítica, y un coro complicado que año a año haría bajar en forma drástica el puntaje general.

El reino del encasillamiento

“Me integré en 2004, pero ya desde 2002 me llamaba la atención una forma de decir que no tenía ninguna murga, que me reflejaba o decía lo que yo quería expresar. La meten en el ángulo y te sacan una sonrisa, o te ponen tremenda crítica y te lo dicen jocosamente”, explica Martín Laucha Sacco, quien cantó, escribió y colaboró en vestuarios de la murga hasta 2012. Si bien los espectáculos suelen contar con una faceta lúdica, con juegos de palabras y movimientos escénicos, sus letras son complejas y poseen varias capas de significado. Requieren un oído atento, múltiples escuchas y una mente dispuesta a ser escurrida y revuelta, hecho que derivó en que se los acusara de ser comprensibles sólo para un público “demasiado intelectual”. Alonso opina que el uso de esa palabra se corresponde con un complejo de inferioridad que tiene el carnaval respecto de otras manifestaciones artísticas. “Es el único lugar en el que lo intelectual es un término peyorativo”, expresa, y no termina de decidir si es o no un adjetivo que los identifica. “Hay otras murgas que plantean espectáculos con temas como ‘caos’, ‘mundo’, ‘universo’, y nunca nadie les dice que son intelectuales, ni siquiera filosóficas”, argumenta Alonso, pero tal vez la intelectualidad no tenga que ver con las temáticas planteadas, que suelen ser los habituales tópicos carnavaleros, como política nacional, fútbol o uruguayez, sino con el haberse adueñado de un nuevo punto de vista. “Quizá hay una cuestión de buscarle la vuelta de tuerca. A veces saltamos algunas etapas en los chistes tratando de no caer en la obviedad, tratamos de pensarla un poquito más en algunos sentidos. También planteamos cosas un poco distintas al resto de las murgas, y el carnaval es el reino del encasillamiento: te tengo que encasillar y entonces te pongo ‘intelectual’, porque no sé bien qué estás haciendo, o directamente no me gusta, o no lo entiendo, o no quiero ni entenderte, entonces sos intelectual”, concluye enojado y a punto de romper todo.

Porque además de intelectuales, se los tilda de quilomberos. En estos 20 años se han expresado por dentro y por fuera de sus espectáculos respecto del monopolio de transmisión de Tenfield, el reglamento de Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay (DAECPU), la hipocresía del concurso y las propias contradicciones en sus roles de murguistas y seres vivos. Uno de sus primeros conflictos fue que no los dejaran utilizar la melodía del himno con otra letra en un espectáculo, ya que hay una ley que lo prohíbe. “Para varios integrantes de la murga eso fue un acto de censura, entonces parte del público también lo vio así. Habíamos generado un público que nos seguía que era muy fanático: casi se agarraban a las piñas por La Mojigata”, cuenta Prieto, quien, con la perspectiva que da el tiempo, reconoce que si bien la culpa en este caso no era de DAECPU, una asociación que simplemente se limitaba a que en su ámbito se cumpliera una ley nacional, el hecho sirvió para que la murga y la gente catalizaran su bronca en una crítica a lo establecido y los aspectos más institucionalizados del carnaval. “Creo que aquel conflicto original fue un poco infantil pero esperable: nosotros éramos muy chicos, nuestro público era muy chico, y el carnaval era muy viejo”, opina Prieto.

Encuentro de Murga Joven. Foto: Pablo Paz (archivo, año 2000).

Encuentro de Murga Joven. Foto: Pablo Paz (archivo, año 2000).

Generación Vamo’ La Moji

Una de esas jóvenes fanáticas desacatadas era Amalia Amarillo. Si bien su incorporación oficial a la murga fue en 2017, primero en las áreas de producción, diseño y esponsoreo, y actualmente también como parte del coro, su vínculo con La Mojigata es tan antiguo como cercano: su madre maquilló varios años a sus integrantes, su hermana cantó en el coro y Darío Prieto trabajaba en su liceo y les regalaba a los estudiantes pegotines para convertirlos en hinchas de la murga.

“Me agarró en la adolescencia. 2001 fue el primer año de la murga en el concurso oficial y yo estaba en primero de liceo, así que transcurrí toda la etapa de formación de mi pensamiento crítico escuchando a La Mojigata. En ese momento era una murga que rompía muchísimo con la tradición en cuanto a contenido y formato, y me gustaba eso. Creo que justo me agarró en un momento de amolde de la cabeza, de cómo pensar y cómo concebir el humor”, cuenta Amarillo, quien en 2003 celebró su cumpleaños de 15 y, en lugar de llevar a un grupo de cumbia como hacían sus compañeras, en medio de su fiesta tuvo una actuación de La Mojigata.

Andrés Prieto considera que ese público que creció con las murgas surgidas del Encuentro de Murga Joven (Cayó la Cabra, Metele que son Pasteles, Agarrate Catalina, entre otras) modificó el “sentido común” del carnaval. “Fijate que cuando salieron Los Saltimbanquis, hace dos años, para poder seguir haciendo lo que ellos hacen, chistes con doble sentido, sexistas y machistas, que fue lo que hizo siempre el carnaval en Uruguay, tuvieron que crear un personaje, el cupletero que no se había adaptado a los cambios. Encontraron un envoltorio que les permitía el anacronismo”, explica Prieto, y considera que La Mojigata contribuyó a que se corriera el eje de lo que se espera ver. “Yo hoy escucho las murgas que escuchaba cuando era chico y me muero de la risa, pero no me animo a cantarlo fuera de mi casa. Entonces creo que todos hemos cambiado: las murgas y el público. Eso es súper interesante: que en un proceso de 20 años haya habido un cambio cultural en algo tan arraigado como el carnaval”. El año que Prieto cita, el carnaval de 2018, Los Saltimbanquis, con su ficción de “sólo estamos actuando de machistas pero es un chiste”, se llevaron el primer puesto del concurso oficial. La Mojigata terminó novena.

Jugar al empate

Luego de un descanso entre 2013 y 2016, La Mojigata volvió al concurso oficial en 2017 y pasó a la liguilla (es decir, quedó entre las diez mejores) en los últimos tres carnavales, aunque en el último lo logró raspando y gracias al inesperado exceso de la guitarra de Alejandro Balbis, que derivó en una sanción a Doña Bastarda. Entrar a la liguilla es el objetivo de toda murga: evita tener que hacer la prueba de admisión al año siguiente (lo que implica empezar a ensayar mucho antes), suma actuaciones en tablados y garantiza el aporte monetario de empresas. Si bien La Mojigata no acepta el auspicio de empresas privadas (ha rechazado, por ejemplo, a Antel y Pilsen), sino que se financia por medio de una campaña de esponsoreo de la gente y el auspicio de asociaciones o sindicatos que se corresponden con su ideología, el pasaje a la liguilla contribuye a su supervivencia económica. Pero la murga, fiel a su tan necesario como insoportable impulso de autocrítica, no está del todo contenta con su propia performance. “Para estar en ese grupo selecto tenés que parecerte a las diez murgas que pasan a la liguilla. Lo diferente no puntúa, es cada vez peor; entonces, evidentemente, nos estamos pareciendo a lo que el jurado quiere. Hay discursos de lo distinto, pero en lo concreto ni el jurado ni las murgas se la juegan, estamos todos jugando al empate”, reflexiona Alonso, y explica por qué siguen compitiendo en un concurso que no los convence: “Porque todavía la Intendencia [de Montevideo] está en gran parte de este carnaval, lo organiza y es un área pública, entonces nosotros consideramos que es casi un derecho. El día que no esté la Intendencia y lo rija sólo DAECPU, volveremos a hablar, y seguramente nosotros no tengamos nada que ver”.

La Mojigata durante el Desfile Inaugural del Carnaval. Foto. Javier Calvelo (archivo, enero de 2019).

La Mojigata durante el Desfile Inaugural del Carnaval. Foto. Javier Calvelo (archivo, enero de 2019).

Cambiar para ser los mismos

“Es raro verla de abajo, porque fueron muchos años estando arriba, pero para mí los que están ahora la siguen defendiendo tal cual, me parece que tienen la misma cabeza. Sigue siendo La Mojigata en lo formal, en la estructura, en la elaboración de los textos. Creo que el hecho de que no cambie tiene que ver con desde dónde está concebida y quiénes están”, reflexiona nostalgioso Sacco. Amarillo, que antes veía a la murga “desde abajo” y ahora se sube a los tablados, opina que la insistencia en el cambio es el aspecto más estable del grupo. “La murga ha mutado su propuesta y su estructura, pero esa es la esencia de La Mojigata, entonces sigue haciendo lo que siempre planteó: cuestionarse a sí misma y cambiar. Proponerle al público una crítica desde nosotros hacia el otro, nunca esa crítica pedante de estar arriba y de creerse que uno tiene la palabra absoluta. Siempre se buscó trascender la estructura, entonces, si bien La Mojigata está en un permanente cambio, no cambia, porque sigue siendo auténtica a su propio discurso”, concluye Amarillo.

Hoy y mañana a las 21.00 en el teatro Comedia (Canelones 2150), los que estaban arriba y ahora la miran desde abajo, los ex hinchas que ahora cantan y los que fueron y serán siempre parte se unirán para celebrar estos primeros 20 añitos de inconformismo, humor y amor. Allí se podrán ver fotos viejas, retiradas de otros carnavales, murgas amigas, referentes y colaboradores; y se confirmará que, aunque pasen los años, La Mojigata sigue siendo La Mojigata, signifique o no esto “Que se escandaliza con facilidad o muestra una moralidad exagerada o afectada”, o “Que se comporta con falsa humildad o con una timidez simulada para conseguir algún fin”, definiciones que tiró el diccionario de Google, que poco entiende de murga.