La historia de este minino tiene un parentesco, rebuscado, con los orígenes de ciudades como, por ejemplo, la Gran Manzana. Antes del Hombre Araña y todo el tema de las torres, cuando la economía era manejada por el comercio peletero, Nueva York era un simple puerto holandés creado para ser el nexo entre las exóticas pieles americanas y el viejo mundo.

En Siberia sucedía algo parecido. Fue por el siglo XVI que comenzó una estrepitosa expansión humana por la zona, buscando básicamente lo mismo: pieles. Y parece que, en esos tours, el felino y el hombre se conocieron. Más allá de que esos animales eran en realidad gatos domésticos que se habían asilvestrado (esto es, volverse salvajes luego de haber dejado de serlo), en ese momento deambulaban por distintas geografías rusas, ya que precisamente allí espacio es lo que sobra.

Naturales de las islas Arcángel, en el norte ruso, estos gatos eran cazados, ya que su piel resultaba tanto o más rendidora que las de focas y castores. Su doble pelaje, denso, corto y grueso era ideal para confeccionar el tipo de vestimenta que mantenía a los pobladores a resguardo de los intensos fríos. Con el tiempo alguien tuvo la brillante, por no decir utilitaria idea, de volver a domesticarlos, y de esa manera evitaron tener que salir a cazar bichos que por ahí se llevaban bien con la gente. Esta suerte de invención de criaderos para pieles hizo que los zares de Rusia conocieran al gatito.

Para beneficio del gato (no tanto de la foca y los castores), pegaron onda con el entorno monárquico y lograron sobrevivir. Según se comenta, se les permitía dormir con los hijos de los zares, ya que así lograban ahuyentar a los malos espíritus que andaban en la vuelta. Un negocio redondo para el gato.

Hacia 1850 el zar Nicolás I contaba dentro de sus filas con un gato azul ruso llamado Vadka. Para 1860 la raza había comenzado a dispersarse por toda Europa, aunque ya no por motivos de indumentaria, sino como mascota. Inglaterra, España y Malta fueron los destinos más frecuentes, y en esas vueltas terminaron rebautizándolo. Gatos malteses, azul español o gato arcángel eran los nombres con los que se conocía al recién llegado.

Evidentemente el mundo de las razas caninas y felinas le debe mucho a la reina Victoria. Si a la señora le gustaba el chiche nuevo, la raza era un éxito en todos lados, y eso sucedió también con nuestra raza de hoy. Por el año 1900 Nicolás II le obsequió a su majestad una pareja de ejemplares que rápidamente fueron adoptados por su hijo Eduardo VIII, quien además fue nombrado presidente de la primera asociación británica de esta raza, que con ese padrino claramente estaba salvada. No ocurrió lo mismo con los gatos de Nicolás II, a los que tras la Revolución de Febrero vaya a saber uno qué les pasó, pero esa es otra historia.

Aunque cruzó el Atlántico alrededor del 1900, no fue hasta cuatro décadas más tarde que los expertos en felinos se empezaron a copar con el minino. De hecho, hasta entonces era conocido como gato maltés. Curiosamente fue en Estados Unidos donde se rebautizó a la raza nuevamente y volvió para quedarse su nombre oficial: azul ruso.

Azul ruso | En promedio, esta raza pesa entre tres y cinco kilos y vive aproximadamente 15 años o más. Pero aparte de su longevidad y de ser una de las razas más populares que existen en el mundo felino, no se describen enfermedades propias a resaltar. Por lo tanto, si anda con ganas de convivir un rato con un gato y no complicarse mucho, el azul ruso es una buena opción.