Uruguay es un país muy pequeño en términos de población: tiene 0,04% de los habitantes del planeta y 0,1% de los de Estados Unidos. Esto significa que la derecha unida, pero conformada por cinco partidos, deberá atender simultáneamente los problemas que se presenten en el plano interno y también las presiones internacionales, inevitables para cualquier país pequeño.

En el plano interno, la derecha, partidaria, desde luego, de la acción del mercado y no de una acción racionalizadora del Estado tendiente a disminuir las desigualdades, se encontrará con una economía que podría estimarse en 80% con reglas competitivas de mercado y en 20% con reglas jurídicas más solidarias, pero en muchos casos muy arraigadas, como ocurre con la legislación laboral o las normas jubilatorias.

En el plano internacional es más difícil prever el escenario, dado que los centros de poder internacional no siempre están suficientemente coordinados. Y dado que existen acciones de multinacionales, acciones de gobiernos poderosos y también acciones de organismos intergubernamentales que presionan a gobiernos frágiles en función de intereses económicos o políticos estratégicos, no parece simple hacer previsiones. La intensidad de estas presiones, y sobre todo su eventual coordinación (para aumentar su eficacia), depende de muchos factores, y es posible aventurar que la relativa estabilidad institucional y económica del país pueda atenuar algunas acciones externas destinadas a introducir cambios negativos. No hay combustibles fósiles ni otras materias primas esenciales, no hay un contorno conflictivo, etcétera.

Es posible, entonces, aventurar que esta “derecha multicolor”, que comparte una tradición de caudillismo y de clientelismo muy arraigada, tradición que la obligará a un “reparto” muy puntilloso de los cargos burocráticos –con la consiguiente dispersión en las tomas de decisión–, va a estar muy absorbida, durante meses, en esta tarea. Claro que, paralelamente, los centros de poder (internos y exteriores) capaces de influir comenzarán a trabajar para orientar la labor legislativa hacia una perspectiva de derecha. Y aquí van a encontrar dificultades legales y constitucionales, ya que existen diversos órganos autónomos y descentralizados en el Poder Ejecutivo (con integración de representantes de la oposición) que fueron dispersando las tomas de decisión.

Todo lo anterior constituye un marco jurídico-político, pero a ello hay que agregarle un escenario social, también relevante en sus peculiaridades. Por ejemplo, el hecho de que Uruguay tiene una larga tradición de un movimiento sindical unitario, lo que es muy poco frecuente. Por ejemplo, que también tiene una fuerte tradición cooperativista, que se destaca, entre otros, en el orden de la salud. Estos diversos actores sociales colectivos cuentan frente al escenario que estamos tratando de prever. Y cuentan, en principio, si no en oposición frontal, al menos en desacuerdo con los postulados de esta “derecha multicolor”. Claro está que cuando la estructura cruje, la superestructura puede caer. Dicho de otro modo, ya tenemos experiencia en que nuestras tradiciones políticas liberales desaparecieron con la dictadura militar y que no existe una vacuna para evitar una recaída. También tenemos conciencia de que la dictadura militar fue probablemente decidida e instalada, si no por decisión imperial, al menos por un incentivo de respaldo exterior y en un contexto internacional acorde.

En resumen: siguiendo un pensamiento positivo, el vaso está medio lleno, no está medio vacío. Y la historia, aunque a los tumbos, avanza. Y son los hombres y las mujeres, con sus ideas y sus acciones, los que pueden hacerla avanzar, o lograr, en un período, que no retroceda o que no lo haga tanto.

Roque Faraone es escritor y docente.