El mundo se incendiaba. Es el cambio climático. Sólo se veían imágenes de bomberos en las praderas inmensas de Australia o de llamas devorando la floresta interminable de la Amazonia. Hoy vemos sólo imágenes de personas con tapabocas. Hay más de un millón de contagios en Estados Unidos y ya van casi 70.000 muertos.

“¿Cómo puedes dormir, cómo puedes mentir?”, canta Barbra Streisand a Donald Trump, otro psicótico de la indiferencia hacia los demás y la realidad. Jair Bolsonaro, piadoso, tras conocerse las cifras escalofriantes que matan a Brasil, que ya superó en números oficiales los 6.000 muertos, sólo escupe: “¿Y eso qué importa?”.

Cuán injusta es la distribución de los diagnósticos y las medidas de salud mental en el mundo. Trump, Bolsonaro y el odio a la ciencia son apenas emergentes de la locura perversa del mundo. ¿Será posible otra clase opuesta de locura alegre, soñadora, transformadora, que ame la vida y la cura?

La crisis de covid-19 nos volvió a ubicar a todos los humanos ante la globalización desnuda y sus problemas evidentes. Recientemente, la economista Mariana Mazzucato recordaba que la pandemia evidencia tres crisis profundas: una ambiental, una sanitaria y una económica, cuya profundidad dependerá de la duración y la extensión de la pandemia en el mundo. “Esta triple crisis ha revelado varios problemas con la forma en que hacemos el capitalismo, todos los cuales deben resolverse al mismo tiempo que abordamos la emergencia de salud inmediata. De lo contrario, simplemente resolveremos problemas en un lugar y crearemos otros nuevos en otro lugar”.1

En este momento hay dos certezas globales, cuando desconocemos duración, profundidad e impacto de la pandemia. La primera es que en muchos países el Estado vuelve. Pero en la economía y la ayuda social puede regresar, al decir de Mazzucato, como héroe o como idiota: “Debemos evitar los errores de la era posterior a 2008, cuando los rescates permitieron a las corporaciones obtener ganancias aún mayores una vez que terminó la crisis, pero no pudieron sentar las bases para una recuperación sólida e inclusiva”. “Esta vez, las medidas de rescate deben venir con condiciones adjuntas. Ahora que el Estado ha vuelto a jugar un papel protagónico, debe ser elegido como el héroe en lugar de ser un idiota ingenuo [...] diseñando soluciones que sirvan al interés público para el largo plazo”, además de soluciones inmediatas para los trabajadores independientes o las empresas mediante contrapartidas, por ejemplo, en inversión ambiental, agrega.

En Uruguay la segunda certeza es una muy buena noticia para asegurar un repunte rápido de la economía. Dice el ruralista ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Carlos María Uriarte, junto con el subsecretario, Juan Ignacio Buffa, que hay un marcado optimismo entre los ganaderos. Uriarte repasó la actividad del sector y la realidad respecto a los mercados. La industria frigorífica “se va recuperando lentamente”, sobre todo con relación al mercado chino, el más relevante, por el volumen de carne que ya demandó en estos últimos años. Las exportaciones de carne cayeron “28% del volumen comparado con igual período de 2019, pero está aumentando la actividad [...] y hoy existe un marcado optimismo en los productores ganaderos del país”, por “cómo visualizan el futuro”. Uriarte informó que la cosecha de arroz finaliza con buenos rendimientos y perspectivas auspiciosas en el mercado internacional y espera un fin de año con balances positivos. En cuanto a la soja, señaló que ya se concretó 40% de la cosecha, aunque con rendimientos por debajo de lo esperado. “El núcleo agrícola ha estado bien en cuanto al agua y no sufrió la sequía”.

¿Cómo no va a haber optimismo para los productores y para el país?, porque la recuperación de las exportaciones tradicionales es crucial. Uruguay empujará fuerte un crecimiento en 2021 – siempre que la epidemia de covid-19 no dure demasiado ni se profundice–, pues, dejando de lado la corrección cambiaria al alza, que mejora la competitividad de los productores, entre todos los escenarios que abrirá la crisis sanitaria hay uno invariable: China se fortalecerá. Y China es el cliente principal de la exportación tradicional de Uruguay, de nuestro producto tradicional (la carne y el ganado) y de la formidable diversificación agrícola (en los últimos 15 años pasamos de una superficie agrícola granelera de medio millón a tres millones y medio de toneladas). Es una promesa de rápida recuperación del país después de la epidemia.

Urgentes son la vida y la salud, urgentes son las personas, urgente es salvar el ambiente de nuestro planeta con medidas firmes en nuestro país y en acuerdos regionales como el Mercosur, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Organización de los Estados Americanos. Luis Lacalle Pou pide votar una mega ley de urgencia, pero ha cuestionado reformas elementales del capitalismo agrario uruguayo, como las ocho horas para el trabajo rural. Esa reforma siempre fue urgente, una urgencia humana y una urgencia histórica: viene del siglo XVI y las primeras vaquerías, cuando los changadores que hacían los trabajos más duros (muchas veces eran esclavos africanos) se convertían en gauchos para vivir en libertad en épocas de fronteras inciertas y derechos de la propiedad basados en la legalización de la ocupación ilegal de la tierra fiscal distribuida entre los amigos de nuestros señores de la guerra del siglo XIX. En el Código Rural de 1875, reformado en 1878, se consagró la apropiación privada (dicho con elegancia) de 30% de toda la tierra fiscal, que pertenecía a todo el pueblo uruguayo, como propiedad de grandes propietarios que se acostumbraron a no pagar impuestos y, en muchos casos, a no reconocer derechos de trabajadores y trabajadoras de sol a sol que dejaron sus vidas en el campo. Ellas y ellos viven.

A mediano plazo acentuaremos nuestra dependencia de un solo cliente vendiendo materias primas. El desafío de Uruguay, como pequeño país que busca la mejora de un sistema de bienestar social cada vez más digno y una economía circular y ambiental de calidad, no se puede resolver ni sostener dentro del esquema del capitalismo agrario sin una audaz diversificación productiva.

Eso no sucederá, precisamente porque Uriarte es un símbolo de la coalición social que formó la base del actual gobierno. El Ejecutivo uruguayo no adoptó medidas como las que incluso acaban de aprobarse en Chile, de subsidios de trabajadores independientes, aunque sí tomó otras que aseguraban la liquidez y la no interrupción de la cadena de pagos, y aumentó algo los montos de la Tarjeta Uruguay Social y más los de Asignaciones Familiares. Para la reconstrucción dispone de 3.000 millones de dólares de préstamos contingentes que no son parte de la deuda con acreedores privados y en algunos casos son préstamos no reembolsables. No tiene por qué afectar a su propia base social de poder.

El hecho fuerte seguro ante la crisis generada por la enfermedad covid-19 es una noticia buena en el corto plazo para Uruguay, porque lo que sabemos que hoy exporta seguirá siendo demandado, pero puede no ser buena para las futuras generaciones, porque confirma la dependencia eterna de las commodities y con tendencia a un solo cliente principal. En el siglo XIX fue Inglaterra y al menos en una parte del siglo XXI sería China, cuyos valores y estilo como imperialismo podrían ser aún más problemáticos que los que mantuvo Estados Unidos. O tal vez no. En todo caso, el problema para un pequeño país como Uruguay es que un sistema de bienestar social digno no es sostenible con la sola base de nuestro capitalismo agrario. La dependencia de China acentuará el problema. Mi generación ya no lo verá.

Por supuesto, diversificar es lo mejor: producir otros bienes y servicios con salarios más altos, o productos de la cadena más baratos o diferenciados. Pero, como dice Martín Buxedas: “¿Quién le pone el cascabel al gato en un país de esta dimensión, para mejor. Habría que meter cuantiosos recursos de riesgo sacándolos de todos lados, incluso de los salarios de los sectores no promovidos y de investigadores no prioritarios, entre ellos, los historiadores. Después de 15 años del Frente Amplio, cortando grueso, 80% de las exportaciones tienen base agraria; no le fue fácil diversificar. No olvidemos que lo que hay de nuevo en servicios en general no paga ningún impuesto”.

Eso es lo que no sabemos acá, en Uruguay, ni en el mundo. Justamente porque el sistema de indicadores de medición de intercambio de bienes y servicios del Banco Central del Uruguay, basado en el sistema de medición de la Organización Mundial del Comercio, no incluye gran parte de las transacciones comerciales por internet. Los indicadores son limitados y ofrecidos por las cámaras. Por ejemplo, la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información (CUTI) te dice que pasamos de exportar de 200 a 300 millones de dólares anuales de software en 2003 a exportar 1.900 millones de dólares en 2019, y sabemos que no es casual la demanda en varias empresas de ingenieros informáticos o tecnólogos provenientes del extranjero porque acá no alcanzan. Estas son estimaciones privadas basadas en informes de socios, y yo conozco unos cuantos productores informales que no están en la CUTI. Algo importante: no estamos midiendo nada bien en el mundo atados a los modelos tecnoproductivos anteriores.

Desde luego, si una de las salidas de la crisis desatada por el coronavirus es más Estado, pero no más “Estado idiota” (como dijo Mazzucato de la salida de la crisis global de Lehman Brothers en 2008, cuando los estados transfirieron enormes sumas a, por ejemplo, bancos y empresas que terminaron comprando acciones y especulando nuevamente), no hay dudas de que todos los pequeños, medianos y grandes jugadores de la nueva economía intangible sentirán una presión nueva de los estados. La epidemia de covid-19 mata o frena la globalización de tangibles, bienes y servicios como el turismo y el traslado en cruceros o aviones, y favorece la protección industrial para salvar empleos, pero a la vez acelera la globalización de intangibles y los estados se preparan, porque habrá que financiar sus nuevos papeles económico-sociales si esto ocurre.

Pero los estados se preparan para dos cosas diferentes: más coacción y control de toda la vida de las personas, el Estado autoritario, y más impuestos a la nueva economía global intangible de servicios y bienes intangibles, el Estado social. La combinación de ambas es el fascismo o una variante del totalitarismo. Lo primero es el autoritarismo solo. Lo segundo puede ser el socialismo democrático de nuevo tipo, siempre que incluya la promoción de las nuevas libertades y garantías en un orden global más democrático. Mientras tanto, aquí estamos, con circulares de la televisión abierta pública porque todavía la gente mayor ve tevé abierta y mucha gente de todas las edades ve los noticieros centrales.

Slavoj Žižek ya le pidió a la Organización Mundial de la Salud que apronte aportes para un gobierno mundial. Sinceramente, veo lo contrario. Veo un regreso al Estado nación con tutti, y con internet y las nuevas tecnologías como nuevos escenarios de afirmación de las capacidades estatales tanto para la coerción y el control como para la concentración de capital.

Pero también se abre la brecha democrática para combinar justicia redistributiva con globalización intangible aumentando las capacidades públicas tributarias y la redistribución de la riqueza.


  1. “La triple crisis del capitalismo”, 30 de marzo de 2020, Mariana Mazzucato en Project Syndicate. Boletines Informativos Revista