Así como las protagonistas de Derry Girls (Lisa McGee, 2018) vivían su adolescencia en medio del conflicto armado en Irlanda del Norte, los jovencitos que vivían en Bogotá durante los 90 también convivían con la violencia. Por suerte, también tenían a la música para unirlos y ayudarlos a cumplir sus sueños.

Al menos eso es lo que sucede con Simón y Valentina, los protagonistas de Ruido capital, serie original de Movistar Play que se estrenó hace pocos días en esa plataforma. De los orígenes, la música y el equilibrio entre la dura realidad y la necesidad de seguir viviendo conversamos con el colombiano Mauricio Leiva, creador y showrunner (ya veremos qué es eso), y el uruguayo Pablo Stoll, uno de sus directores.

La serie tiene un fuerte ímpetu musical y parece notarse el cariño de alguien que lo experimentó de primera mano.

Mauricio Leiva (ML): Completamente. De esa época tengo el primer casete de Aterciopelados, de 1280 Almas, de La Derecha, y el Casa Babylon [1994] de Mano Negra. Es la música con la que crecí y con la que crecieron mis amigos cercanos.

¿Qué significó Aterciopelados para Colombia?

ML: Sigue siendo una referencia para el rock colombiano. Héctor [Buitrago] y Andrea [Echeverri] crecieron en entornos sociales muy distintos y Aterciopelados representó el sonido del norte y del centro de Bogotá, chocándose para crear este sonido muy bogotano. También fue muy importante esa voz femenina, que hubiera una banda colombiana que tuviera una voz femenina roquera, que no se había visto tanto. Y además lograron cruzar esa frontera entre lo underground y lo comercial. Fue una influencia para todos los que crecimos en ese momento.

En la serie está presente la violencia relacionada con el narcotráfico. ¿Cómo encontraste el equilibrio de cuánto querías mostrar en la historia?

ML: Fue un balance complejo de encontrar, porque aunque Bogotá sufría las consecuencias de esa guerra contra el narcotráfico, en ese momento no tuvo una historia tan violenta como la de Medellín o Cali. Hubo eventos terribles, como la bomba en el Centro 93, pero la clase media vivía en una pequeña burbuja y veía las consecuencias en las noticias. Yo tendría diez años cuando explotó esa bomba y mi mamá no fue víctima, pero vivía en ese mismo entorno. De modo que, en la serie, la idea era mostrar cómo un grupo de jóvenes crece en un entorno violento, en el que también existen estas cosas como el fútbol, que opera como una medicina medio falsa, una vacuna contra el dolor que sólo tapa muy levemente la realidad que se está viviendo. Por eso la serie asigna a la música un valor mucho más valioso, al menos para estos jóvenes en particular, ya que por medio de la música ellos encuentran su manera de expresarse en este entorno violento, y por eso de una expresión de rabia se va transformando en una expresión cultural alegre. Fuimos encontrando ese balance entre lo oscuro y la luz.

¿Qué implica ser el showrunner?

ML: Es una figura que en Latinoamérica todavía no se conoce, pero que en Estados Unidos se desempeña como la figura central, que tiene que acompañar todo el proceso, desde que se escribe la primera palabra hasta que se manda el manuscrito al canal. Todos los guiones y todos los episodios editados pasaron por mí. En las discusiones con [los directores] Pablo y Ana [Katz], les daba a ellos la batuta de manejar la dirección de los episodios, pero en términos de decisiones musicales, de cortes, de qué escenas salían, tuve bastante control hasta el final. Siempre acompañado por Pablo, Ana, Joanna Lombardi y el equipo de Movistar en Lima. Fue un proceso bastante extenso, pero que disfruté mucho.

Hablando de Pablo, ¿cómo llegaste al proyecto?

Pablo Stoll (PS): Mi primer contacto fue una llamada telefónica de Juan Diego Villegas, de Fidelio Films, que es la productora que armó este proyecto. Y aunque pensé que nunca iba a suceder, contra todo pronóstico se terminó realizando. La verdad que me desafiaba mucho ir a filmar a otro lugar, con actores que no iban a ser ni siquiera rioplatenses. Sabía que era sobre unos jóvenes de Bogotá durante los 90, y también me gustaba mucho la idea de filmar una cosa de época, sobre todo de un momento que recuerdo mucho y en el que empecé a ir a recitales de bandas, a comprar discos y a imbuirme de ese mundo roquero. Cuando recibí los guiones vi que estaba eso que decía Mauricio, sobre el equilibrio del punto de vista. En nuestra cabeza de latinoamericanos la Colombia de esa época se asocia a la violencia, pero desde el punto de vista del personaje, por más que estaba inmerso ahí, él seguía su vida. Seguía yendo al secundario y seguía teniendo temas con chicas. La idea fue hacer una comedia sobre un fondo oscuro, en una época que yo viví y que me interesa. Mi cuelgue vino por ese lado.

Foto del artículo 'Con Mauricio Leiva y Pablo Stoll, de la serie colombiana Ruido capital'

¿Cómo fue la movida de establecerse allá?

PS: El desembarco fue muy lindo. Los primeros días me costó bastante por la altura, pero después tuve un equipo increíble, con gente alucinante para trabajar. Y para mí la idea era tratar de defender ese equilibrio en la cancha. El trabajo de director, en una serie con showrunner, es ese: el director protege su visión y trata de usar el lenguaje para contar esa sensación que Mauricio quería transmitir. Y me parece que nos quedó bastante bien. Por supuesto, hay un trabajo muy impresionante de casting: los niños son increíbles. No eran músicos, pero fueron aprendiendo a tocar y terminaron tocando. No tocan bien, tocan como una banda mala, como una banda de pibes de 13 años que empiezan a tocar. Eso iba sucediendo frente a nosotros, y estuvo buenísimo que pasara.

Pese a ser un producto de proyección internacional, los actores hablan “en colombiano”.

ML: Para nosotros era muy importante mantener esa idiosincrasia del lenguaje colombiano dentro de la serie, para que no se sintiera que estábamos haciendo algo genérico para Latinoamérica. Mantener lo específico, y que fuera por medio de la mirada de Pablo y Ana que se volviera más universal. Queríamos mostrar cómo en nuestra Latinoamérica hay una diversidad de jergas, de slangs, y aunque sean distintos, todos podemos compartir ese tipo de transformación del lenguaje.

PS: Yo tuve que aprender los términos preguntando mucho, sobre todo a los actores. También, desde los 90 hasta ahora el lenguaje cambió, entonces hay palabras que no se usan más y hubo que retomar, y a veces hasta a los actores les costaba decirlas, porque son cosas que les escuchaban decir a sus padres o sus hermanos mayores.

¿Cambió la forma de trabajo sabiendo que hay nuevos hábitos de consumo y que quizás muchos miren la serie en sus celulares?

PS: Supongo que debería cambiar, pero yo soy muy antiguo. Es frustrante cuando a veces estás haciendo algo que te gusta mucho, con un valor visual impresionante, y te das cuenta de que lo van a terminar viendo en una pantallita. Cuando estábamos en la sala de montaje y lo veíamos mucho más grande, pensábamos: “Nadie más lo verá así. Nadie lo verá en un proyector”. Lo cual es gratificante y al mismo tiempo desesperante.

ML: Pero en la Berlinale [festival de cine] lo vimos en una pantalla grande y se veía muy bien. Hice el experimento de ver el episodio uno en el celular, algo que nunca había hecho, y de todos modos el lenguaje cinematográfico está ahí. Creo que la serie tiene ese buen punto medio entre el lenguaje cinematográfico y la capacidad de que en el celular no salga todo muy diminuto.

¿Cómo recomiendan ver la serie? ¿Es maratoneable?

PS: Es suficientemente corta como para verla todo junta. Son seis episodios y ahí están todos los puntos de giro. El ejercicio de verla toda entera está bueno. Los episodios tienen un ritmo interno interesante. Trabajamos con la base de que eran 30 minutos, y al final fueron algunos de 30 y otros de un poco menos. Eso en el visionado, en el binge watching, se nota, te deja con ganas de ver más.

Hablando de ganas de ver más, ¿hay idea de continuarla?

ML: Como la serie se planteó en un principio, sí. Nosotros queríamos cubrir desde 1993 hasta el año 2000, justo antes de que entrara Álvaro Uribe al gobierno. Ese momento del país en el que hubo movimientos muy dramáticos, y que fueron acompañados de cambios musicales muy fuertes. En los 90 están el grunge y el rock, después hay una explosión del pop y luego empieza a llegar la música electrónica. La idea era ver cómo estos jóvenes van navegando por todos estos universos musicales. La serie se proponía ese análisis: cómo era crecer en ese entorno tan complejo y cómo la música se volvía una vía de liberación o de escape. Ojalá las audiencias reaccionen y la vean y podamos hacer una segunda temporada.

Por último, ¿ya les tocó ser el veterano que no entiende lo que escuchan los jóvenes?

ML: ¡Sí! Con el movimiento del reguetón, que en Colombia es masivo. Aunque uno tiene que abrirse; como los actores se abrieron a nuestro sonido, creo que uno tiene la responsabilidad de abrirse a lo que está sonando.

PS: A mí me pasa hace años. Soy más grande que Mauricio; soy un viejo de mierda hace muchos más años. Hay una cosa linda de lo que él decía, que es cómo estos niños que venían de una música completamente distinta se pusieron a escuchar Los Fabulosos Cadillacs y Mano Negra, y llegaron a entender las cabezas de esta gente más grande que les quería contar una cosa que estaba bastante lejos de su realidad. Fue muy lindo ver eso en ellos. Preguntarnos qué es lo que podemos compartir y cómo podemos llegar a entendernos desde ahí. Tiene que ver con la serie en eso de cómo la música junta a gente que, desde otro lugar, no tendría mucho que ver.