Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Las diferencias entre la política española y la uruguaya son muchas y grandes, pero de todos modos parece posible plantear, a partir de las elecciones realizadas ayer en España, un par de reflexiones que pueden tener cierta validez para Uruguay.
Se había instalado la percepción de que en España era irreversible el desgaste del actual gobierno encabezado por Pedro Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y de que lo sucedería como primer ministro Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular (PP), por la votación propia de esta fuerza política o, más probablemente, mediante una alianza con los ultraderechistas de Vox.
Sin embargo, el resultado echó por tierra las esperanzas de Núñez Feijóo. El PP creció y fue el partido con más votos, pero llegó sólo a cerca de 33%, y tampoco puede llegar a la mayoría necesaria para formar gobierno con apoyo de Vox, que perdió un tercio de las bancas logradas en las elecciones anteriores. En cambio, el PSOE aumentó su votación y Sánchez tiene buenas probabilidades de lograr una alianza que respalde su continuidad como primer ministro.
La política contemporánea tiene un fuerte componente de polarización, y hay quienes sostienen que los partidos que quedan “en medio” se ven forzados a alinearse con uno de los contendientes principales o volverse insignificantes, pero muchas veces una apuesta excesiva en este sentido resulta contraproducente.
Tanto en las elecciones uruguayas de 2019 como en las brasileñas del año pasado, por ejemplo, la oposición logró formar alianzas amplias que le dieron la victoria, pero en ambos casos ganó recién en segunda vuelta y por un margen no muy amplio. Cabe suponer que a Luis Lacalle Pou y Luiz Inácio Lula da Silva les habría ido mal si hubieran hecho campaña con estrategias más centradas en sus propias fuerzas.
En cambio, el propio PP fue el principal responsable de que su única posibilidad viable de formar gobierno fuera hacerlo con Vox, como ya lo ha hecho en los niveles autonómico y municipal. Tanto el PSOE como varias fuerzas políticas ubicadas a su izquierda aprovecharon esto para plantear las elecciones de ayer como una especie de plebiscito muy cargado de ideología, en el que lo central era impedir el ascenso al poder de la ultraderecha.
Así se estableció un área de coincidencias explícitas o tácitas del PSOE con otros partidos (entre ellos, los nacionalistas autonómicos, cuyas posiciones son incompatibles con las de Vox), que hoy favorece a Sánchez.
Por otra parte, antes de que terminara la jornada de ayer, el conductor de Vox, Santiago Abascal, ya estaba culpando a Núñez Feijóo por el “fracaso de la alternativa” al actual gobierno. Una vez más quedó claro que este tipo de partidos nunca se considera satisfecho con el papel de socio menor, y trabaja continuamente para desprestigiar la presunta tibieza de sus aliados, a fin de perfilarse como la única verdadera opción de cambio.
Todo indica que si el PP hubiera llegado al gobierno con apoyo de Vox, como esperaba hacerlo, Abascal habría sido un compañero de ruta poco confiable. De este tipo de costos hay ejemplos a la vista en Uruguay, que quienes leen seguramente sabrán identificar.
Hasta mañana.