Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Se ha discutido mucho el proyecto de reforma jubilatoria que terminó aprobando el oficialismo, y hay sin duda buenas razones para ello, entre otras cosas porque la población uruguaya tiene un alto porcentaje de trabajadores en retiro, que tiende a aumentar, con ingresos que por lo general ya son muy escasos. Pero este problema social no es el único y quizá tampoco el más grave para el futuro de nuestra sociedad.
En el otro extremo de las franjas de edad, la infancia y la adolescencia son muy especialmente castigadas por la pobreza. Esto fue destacado ayer en una actividad realizada en el Palacio Legislativo que organizó la fundación La Plaza. Gustavo de Armas, asesor en planeamiento estratégico de la oficina del coordinador residente de la Organización de las Naciones Unidas en Uruguay, señaló que, si bien nuestro país tiene “el Estado de bienestar más desarrollado de la región”, presenta al mismo tiempo un nivel “absolutamente extremo” de pobreza infantil.
Agregó que 44% de la población pobre es menor de 18 años y que, dentro de esta población, la pobreza tiene además una distribución entre varones y mujeres notoriamente perjudicial para estas, que con mucha frecuencia están a cargo de los hogares más vulnerables.
Aunque De Armas no lo haya dicho, resulta evidente que la presencia de estos indicadores hace inaceptable hablar en términos generales de “bienestar”. El informe presentado se titula, en forma inobjetable, “Abatir la pobreza en Uruguay al 2030. Compromiso ético y condición del desarrollo”.
En estos tiempos se reproduce mucho un discurso “meritocrático” que culpa a gran parte de las personas pobres por serlo, apoyado en premisas fuertemente ideológicas. Entre otras, que la desigualdad social no es mala por sí misma, ya que resulta de diferentes conductas en la vida, y que la situación de estas personas sería mejor si tuvieran una “actitud emprendedora”. Es una versión contemporánea de la vieja y reaccionaria frase “lo que pasa es que no quieren trabajar”, aderezada con un relato sobre el despilfarro populista de beneficios sociales, que presuntamente llevan a que mucha gente prefiera mantenerse pobre para recibirlos.
Sin embargo, ayer Agustín Iturralde, director ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo, enfatizó que es falsa, a la luz de toda la evidencia disponible, la afirmación de que “los pobres no trabajan”, y que el verdadero problema es que realizan trabajos de peor calidad, con remuneraciones muy bajas. O sin remuneración, como sucede por ejemplo con las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes que “no estudian ni trabajan” porque recaen sobre ellas, en forma muy desigual, las tareas de cuidados.
Iturralde añadió que unas 270.000 personas no están técnicamente en situación de pobreza, pero sus condiciones de vida las ubican muy cerca de esa situación, en la que pueden caer con gran facilidad.
Ayer la inusual noticia de un sismo con epicentro en Canelones causó una gran cantidad de comentarios. Sería terrible que el alerta sobre la situación de la infancia y la adolescencia en nuestro país, que tiene consecuencias muchísimo más devastadoras, atrajera menos atención porque no es novedad.
Hasta mañana.