Buenos días.
Hay varios aportes valiosos en la entrevista que publicamos este jueves con la economista Alejandra Picco, coordinadora técnica del Instituto Cuesta Duarte del PIT-CNT, pero aquí se destacará uno que señala malentendidos y obliga a pensar: la pobreza no es apenas un problema de las personas desocupadas.
Vive en hogares pobres mucha gente trabajadora con bajas remuneraciones, con empleos precarios e inestables o perjudicada por ambas causas, muy especialmente jefas de hogar jóvenes. Y no deberíamos olvidar la situación de muchas personas en edad de trabajar y de estudiar que no hacen ninguna de las dos cosas, impedidas de aportar para que sus hogares salgan de la pobreza porque recae sobre ellas una carga desigual de las tareas de cuidado, y que también son en su mayoría mujeres.
Tener presentes estos datos exige cuestionar algunas ideas equivocadas que están bastante extendidas, a veces reafirmadas desde el sistema partidario e incluso por personas con responsabilidades en el terreno de las políticas sociales.
Una de estas ideas es que la pobreza sólo castiga a quienes no quieren trabajar o carecen de “cultura emprendedora”; otra, que “combatirla” consiste básicamente en asistir de distintas maneras a las personas pobres y en crear cualquier tipo de fuente laboral; otra, que el aumento de los puestos de trabajo de mala calidad no solamente resuelve los problemas de desempleo, sino que además nos acerca a resolver los vinculados con la pobreza.
Las políticas ambientales no consisten sólo en mitigar los daños causados por prácticas dañinas, corriéndolas de atrás, sino que requiere también –y ante todo– evitar esas prácticas e impulsar las sustentables. No hay políticas sanitarias eficaces si la sociedad se limita a ofrecer tratamiento contra las patologías, sin trabajar intensamente en su prevención y en la promoción de hábitos de vida saludables que sean accesibles para toda la población. Del mismo modo, para desarrollar políticas exitosas contra la pobreza es indispensable encarar los factores estructurales que la causan.
Entre esos factores están las desigualdades y la disminución de la solidaridad; los empleos de mala calidad y las políticas salariales para los sectores público y privado; las carencias de formación y la existencia de empresas con muy baja productividad, que sobreviven porque pagan mal; además de las dificultades específicas para una inserción laboral digna que afrontan las mujeres y el conjunto de las personas jóvenes. Todo esto contribuye a la precarización de la vida y, entre muchos otros males, crea terreno fértil para el avance del crimen organizado en los territorios de la pobreza.
Cuando el movimiento sindical destaca la necesidad de que aumente la calidad del empleo, puede haber quienes vean esto como una demanda casi excesiva. Es una percepción que puede prosperar entre personas socialmente alejadas de la pobreza, o muy confundidas por una narrativa ideológica que les impide ver la realidad.
Hasta mañana.