Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Donald Trump busca que su segundo período presidencial en Estados Unidos logre, desde el comienzo, avances más rápidos que el primero, cuando muchas de las iniciativas que impulsó fracasaron por resistencias políticas, incluso dentro de su Partido Republicano (PR), por la falta de experiencia y capacidad en el equipo de gobierno o simplemente porque eran insensatas.

En esta ocasión, el mandatario estadounidense pisa el acelerador desde el primer día, con un control mucho más eficaz sobre el PR y el aparato estatal, pero esto no significa que todos sus proyectos sean ahora viables.

Una de las áreas en las que Trump se está moviendo con rapidez es la del comercio exterior, con aumentos de aranceles a las importaciones provenientes de Canadá, México y China. Aumenta el proteccionismo para revertir la globalización de la economía, apoyado en planteamientos que reitera desde su primera campaña electoral, pero cuyo acierto no ha logrado demostrar.

La promesa de “hacer a Estados Unidos grande de nuevo” se apoya en el relato de que gran parte de los problemas económicos y sociales se deben a que muchas actividades, sobre todo industriales, se han trasladado a otros países, causando un debilitamiento de la capacidad productiva y la pérdida masiva de puestos de trabajo bien remunerados. Trump alega que la suba de aranceles forzará a las empresas a reinstalarse en territorio estadounidense, sanará las heridas y le abrirá paso a la “era dorada” que anunció al asumir la presidencia el 20 de enero. El problema es que la realidad del mundo actual se resiste a ese plan.

El debate entre la doctrina proteccionista y la del libre comercio es antiguo. Los argumentos de cada parte son bien conocidos, aunque entre quienes los defienden se hayan producido cambios notorios de posición. Es un hecho que Estados Unidos y varias otras potencias se apoyaron en medidas proteccionistas para alcanzar su desarrollo industrial, mientras le recomendaban o imponían la desprotección al resto del mundo y, en especial, a los productores de materias primas. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX los acuerdos internacionales acompañaron el avance de la globalización con una fuerte prédica sobre los beneficios del libre comercio, presentado como el camino ideal para que cada país se especializara en las áreas para las que contara con ventajas comparativas y todos prosperasen.

El desarrollo tecnológico facilitó mucho que las grandes empresas transnacionales localizaran sus actividades donde les resultaban más lucrativas, y este factor, combinado con la “economía del conocimiento”, determinó la extinción de las grandes fábricas con trabajadores de alto poder adquisitivo que aún son añoradas en gran parte de Estados Unidos.

Por otra parte, el pago de aranceles no recae sobre los países de origen, las empresas instaladas en ellos ni los importadores, sino que se traslada a los precios en el mercado de destino, además de contraer el comercio, frenar inversiones y causar represalias. Como ya ocurrió en la primera presidencia de Trump, la guerra comercial tiene consecuencias negativas para la calidad de vida de las mayorías, y la restauración que él pregona es una quimera.

Hasta mañana.