¿Cómo eran los nativos de nuestra tierra antes de que los europeos llegaran con su fantasía de descubrir algo que ya existía? Si bien hay retratos e ilustraciones sobre los indígenas de la época de la colonia, e incluso los genes de parte de la población uruguaya aún cargan con la información de cómo éramos antes de que el religioso hombre blanco borrara del mapa a casi el 90% de la población de América, información que se plasma en pómulos, labios, cabello, complexión y piel de algunos de nosotros, esa es sólo una pequeña parte de la historia. Es que para cuando los europeos arribaron a nuestro continente en 1492, los seres humanos ya hacía más de diez veces esa cantidad de años que lo habitaban. ¿Cómo eran? ¿Si se cruzaran con nosotros por la calle hoy, nos reconoceríamos en su mirada? Parte de eso será respondido el jueves 22 cuando en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI) sea presentado el rostro, técnica de reconstrucción forense digital mediante, de una indígena que habitó en Rocha hace ya 1.600 años.

El encargado de devolverle el rostro a una calavera prehistórica es el brasileño Cícero Moraes, experto en reconstrucción facial forense que ya le ha dado cara a varios indígenas de América y hasta a víctimas de la erupción del Vesubio que arrasó las ciudades de Pompeya y Herculano hace miles de años. El proyecto, iniciativa del MAPI, fue coordinado por la licenciada Mercedes Sosa, quien trabajó en conjunto, además, con la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República. Si bien el rostro será presentado en el correr de la semana, hay detrás un trabajo antropológico relevante que estuvo a cargo del antropólogo Gonzalo Figueiro, investigador de la Universidad de la República.

El retrato de la abuela

Cuando hablo con Figueiro, enseguida aclara que el mérito de ponerle el rostro a nuestra antepasada es de Moraes y que su rol fue poco más que suministrar el material para trabajar, ya que en las colecciones del MAPI no hay restos esqueletales uruguayos. El experto brasileño les solicitó, además de fotos del cráneo con determinadas características que permitieran luego su renderización en 3D, datos como edad al morir, sexo e información que pudiera ser relevante. Con eso en mente, Figueiro eligió un cráneo en particular: el del individuo 20 del sitio CH2D01-A. Puede que así no diga mucho, pero está lejos de ser una sucesión de números y letras anodina, al menos para Figueiro, que con notorio entusiasmo dice: “Si hay algo como una 'abuela de todos los uruguayos', es ella; ese sería el anclaje simbólico que me parecía que estaba bueno rescatar en el caso de este individuo en particular”.

Acto seguido, el bioantropólogo aporta más datos para comprender por qué para él el individuo 20 del sitio CH2D01-A es tan especial. “Se trata de una mujer de mediana edad, de unos 40 y pocos años, que falleció hace 1.600 años y que fue enterrada en un cerrito de indios en el departamento de Rocha, cerca del bañado de San Miguel, donde fue recuperada en la década de los 90”. Pero hay más: “Luego se le hizo un análisis genético que arrojó que tiene el mismo linaje mitocondrial, es decir por línea materna, que encontramos al hacer el análisis genético de los restos de Vaimaca Perú, a principios de la década del 2000, y que además está presente en uruguayos vivos en la actualidad”. Por todo esto, Gonzalo afirma que “si bien seguramente no es la antepasada de ninguno de esos individuos, tiene un lazo simbólico muy fuerte con este tema de la continuidad, por lo menos biológica, del indígena en el territorio uruguayo”. Cuando le pregunto si nuestra abuela tiene nombre, me reconoce que no, pero que habría que irle buscando uno. Si los brasileños tienen a Luzia, bien podríamos nosotros bautizar a esta mujer que en breve dejará de ser sólo un cráneo y pasará también a tener un rostro.

Al respecto, Figueiro reflexiona: “Una cosa es ver el cráneo o el resto esqueletal del que se sacó el ADN de este individuo, y otra cosa es cuando uno tiene una reconstrucción. Es mucho más fácil identificarse con un rostro que con una calavera”. Sin embargo, es cauto y se ve obligado a aclarar: “Esta reconstrucción, como todas, tiene elementos especulativos, tiene tanto de arte como de ciencia”.

¿Qué dirán los nietos?

A principios de este año un trabajo de reconstrucción facial de un antepasado británico de unos 10.000 años, el Hombre de Cheddar, realizado junto al análisis de su ADN, fue presentado en un programa de televisión de la BBC y para muchos fue sorprendente: lejos de tener la tez clara que se pensaba, lo que encontraron los investigadores fue que tenía ojos claros, piel oscura y el cabello enrulado y renegrido. Nuestra abuela tiene apenas 1.600 años; es probable que su rostro no esté tan alejado a lo que nos imaginamos cuando pensamos en nuestros antepasados indígenas.

Figueiro aún no ha visto el trabajo terminado de Moraes, pero adelanta: “Se trata de un individuo que obviamente era una indígena americana, por lo tanto eso va a influir sobre determinadas características biológicas, como por ejemplo en lo que se infiera del color de piel, sobre la forma de los ojos -la mayoría de los indígenas americanos tiene lo que se llama pliegue epicántico, los ojos rasgados-, pero nada de eso aparece en el hueso, eso es algo que uno tiene que rearmar a partir de lo que se sabe de la ancestría del individuo. ¿Qué hacés con el color del pelo, con el grosor de los labios? Todo ese tipo de cosas son reconstrucciones que implican agregar elementos contextuales y un poco de imaginación”. Pensando en el reencuentro entre la abuela y sus nietos, Figueiro afirma: “a reacción ante la reconstrucción va a tener mucho que ver con lo que nosotros nos imaginamos que es un uruguayo prehistórico”.

La aparición de la abuela

“Cuando encontraron al individuo 20 del sitio CH2D01-A yo ni siquiera era estudiante, era un adolescente. Fueron de las primeras excavaciones que se hicieron en los cerritos indígenas por parte de la primera camada de profesionales que salieron de la arqueología en nuestro país. El sitio fue excavado por todos los que constituyen la primera generación: José María López Mazz, Roberto Bracco, Carmen Curbelo, Leonel Cabrera, Mónica Sans en determinadas campañas, todos los que luego serían nuestros profesores en la Facultad de Humanidades. Ninguno de ellos llevaba ni diez años de egresado cuando realizaron esas excavaciones”.

Haciendo la transición entre este trabajo y los artículos científicos publicados, cabría esperar que nuestra abuela sea bastante parecida a otros humanos del continente, al menos de regiones cercanas que compartían la construcción de cerritos, como en el sur de Brasil. “No tenemos razones para pensar que un individuo recuperado de un cerrito de indios pudiese tener una fisonomía muy distinta a la de los indígenas que se encontraban los primeros exploradores que llegaron al Río de la Plata”, especula Figueiro. Ahora, ¿será nuestra abuela parecida a Luzia, la indígena brasileña encontrada en el sitio Lagoa Santa, que fuera tristemente célebre este año a causa del incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro?

“Lagoa Santa no coincide morfológicamente en términos de cara y de cráneo, con la 'norma general', si algo así existiese, del resto de los indígenas americanos. De hecho, la reconstrucción del rostro que se hizo de Luzia no se parece mucho a los indígenas americanos”, afirma el antropólogo, que está convencido de que “ese no sería el caso de nuestro individuo”. Justamente, sobre esas diferencias de Luzia y de la forma de los cráneos de varios indígenas distintos, que hoy se agrupan bajo el concepto “paleoamericano” y que son diferentes al resto de los que se encuentran en Sudamérica, los trabajos publicados recientemente por dos grupos distintos de múltiples investigadores parecen arrojar información valiosa.

Genes y poblamiento de América

A principios de noviembre se publicó en la revista Science el artículo “Dispersiones humanas tempranas entre las Américas”, de Víctor Moreno-Mayar, del Centro de Geogenética del Museo de Historia Natural de Dinamarca, y un equipo de más de 20 investigadores que, mediante el análisis de 15 genomas de restos humanos que van desde Alaska hasta la Patagonia, seis de ellos de más de 10.000 años, encontraron una dispersión muy temprana y veloz de lo que se conoce como el componente Ancestral A desde Norteamérica al resto del continente y que, según los autores, hace el panorama del poblamiento de América más complejo. A los pocos días apareció en la revista Cell el artículo “Reconstruyendo la historia profunda del poblamiento de América Central y del Sur”, liderado por Cosimo Posth, del Departamento de Arqueogenética del instituto Max Planck, que también involucró a más de dos decenas de investigadores. En este segundo artículo analizan parte del genoma de 49 individuos de Centro y Sudamérica con una antigüedad mayor a 9.000 años, encontrando también una dispersión rápida y temprana y una fuerte relación entre el componente Ancestral A, asociado a la cultura Clovis, y los nativos sudamericanos más primitivos, y una sustitución a lo largo de todo el continente de esa primera oleada temprana por un nuevo flujo desde el norte, que comenzó hace al menos unos 9.000 años. Para el caso de Luzia y los restos de Lagoa Santa, así como para explicar de dónde venían nuestros antepasados, ambos artículos son maravillosos.

Cráneo hallado en Rocha. Foto: Mariana Fabra, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

Cráneo hallado en Rocha. Foto: Mariana Fabra, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.

“Los dos papers, uno de una forma más explícita que el otro, coinciden en que si bien Lagoa Santa presenta características de una oleada de poblamiento muy temprano en América, no sería un componente aparte, que es lo que se maneja en la teoría de la oleada paleoamericana”, comenta Figueiro. “Los indígenas de Lagoa Santa no formarían parte de una contingente poblacional que habría llegado antes de lo que hoy constituye las poblaciones americanas. Los dos trabajos coinciden en que los paleoamericanos, o sea, los de Lagoa Santa y otros, se parecen mucho a los más antiguos que se habían secuenciado hace ya unos años y que se asocian con la cultura Clovis, que están relacionados con lo que por mucho tiempo se consideraba la cultura arqueológica fundacional de las Américas y que se asocia con una punta de proyectil muy concreta, la punta Clovis. Una vez más el dato genético si bien claramente muestra un componente muy arcaico en Lagoa Santa, no avala que tenga suficientes características para considerarlo un componente aparte”, agrega.

El asunto no es nada menor y tiene profundas implicaciones para la antropología. Por mucho tiempo se había hablado sobre un aporte de población polinésica asociado a esos pobladores paleoamericanos de Lagoa Santa y otras regiones. Dada la antigüedad de esos restos, se hablaba de distintas oleadas migratorias del continente americano que no se restringían sólo a la entrada por Beringia desde Asia. “Los papers están divididos al respecto del componente australiano polinesio”, señala nuestro investigador. “El artículo de Moreno considera que la señal austronesia está presente, mientras que el de Posth no la detecta. Esta discrepancia puede deberse al tipo de dato que se manejó y a la técnica de aproximación al dato genético. El trabajo de Moreno analiza el genoma completo de 15 individuos, o sea, los 3.000 millones de pares de bases. El trabajo de Posth, en cambio, trabaja con 49 individuos, pero no hace la secuenciación del genoma total. Se concentraron en una serie muy grande de sitios variables del ADN que extrajeron. Si bien llegan a conclusiones prácticamente idénticas, parten de bases de datos diferentes y ese pequeño detalle posiblemente responda por la diferencia en la detección de esa señal austronesia en uno que no está tan clara en el otro artículo. Así que el veredicto de si tienen o no una influencia austronesia queda en el aire”, resume Figueiro.

En el futuro, más sobre el pasado

Uno podría llegar a pensar que trabajar con genes es algo que elimina toda incertidumbre, como si se tratara de un caso de CSI. Pero las diferentes conclusiones a las que arriban los dos artículos sirven para reflexionar sobre que, a pesar de que ambos trabajos son científicos y honestos, utilizan técnicas de aproximación estadística, análisis de Big Data y modelos. “Tenemos que estar preparados para decirle adiós a ese brillo de certeza que da el ADN. Eso es una ilusión que ninguno de estos investigadores tiene, pero que está en el imaginario popular. Hoy en día el problema no es tanto obtener el dato del ADN, sino cómo diablos lo analizás. Si vos analizás un genoma mitocondrial, que tiene 16.000 bases, lo podés llegar a hacer a mano”, dice, y confiesa que se puede porque lo ha hecho. “Ahora, si analizás el genoma humano completo, con sus 3.000 millones de pares de bases, no hay más alternativa que recurrir a la computadora, trátese de un individuo o de 49, como en el artículo”.

La abuela se presenta en sociedad

Los que quieran ver el rostro de nuestra abuela podrán acercarse el jueves 22 de noviembre a las 19.00 al MAPI (25 de Mayo 279), donde el brasileño Cícero Moraes dará una conferencia acompañado por Gonzalo Figueiro y el director del Museo, Facundo de Almeida. La entrada es libre y gratuita, y aquellos que no puedan acercarse ese día seguro podrán contemplar la reconstrucción facial de nuestra indígena de 1.600 años visitando el MAPI.

Figueiro piensa sobre el asunto y al hacerlo, casi como Magritte y su pipa, lo que hace es traer al frente la relación que hay entre la realidad y un modelo. “Todos los panoramas que ellos están delineando en estos dos trabajos, cada uno a su manera, son el producto de simulaciones en las que básicamente se preguntan cuántas poblaciones iniciales necesitan para obtener con cierto grado de probabilidad el panorama que encontraron. Entonces simulan condiciones y ven cuál es la más verosímil. Pero técnicamente, ya desde el inicio, lo que están haciendo es seleccionar una serie de condiciones iniciales que ellos consideran plausibles. Por lo tanto, todo esto no es juicio irrebatible o lapidario, es una opinión extremadamente informada sobre la base del resultado de simulaciones”.

Esto también tiene sus ventajas: “El hecho de trabajar con genomas tan antiguos para América está permitiendo abrir ventanas en el tiempo y te da material para seguir trabajando por mucho tiempo más. Aun si no se secuenciara un solo genoma antiguo más de América, acá hay trabajo para diez años más, porque lo que ellos están presentando no agota todos los escenarios posibles. Parten de determinados modelos que pueden ser enriquecidos o sustituidos por otros que tomen en cuenta otros factores, por lo que en dos meses podría salir otro paper basado en los mismos datos pero afirmando otras cosas”, afirma Figueiro, quien considera que los trabajos aportaron muchísimos datos de alta resolución. “Pero después vienen un montón de porqués y un montón de cómos, que son los elementos que no están en los genes. De eso va a hablar la arqueología, el registro material, y ahí es donde se hace necesario el diálogo entre arqueólogos de la línea más dura y la gente que maneja el dato genético. Para esto estamos los antropólogos biológicos, tratando de establecer un puente entre una cosa y la otra, lo que no siempre resulta fácil”. Por lo pronto, el jueves la abuela recupera su rostro. Luego, esperará ansiosa que los antropólogos sigan exprimiendo sus neuronas en este fascinante juego de preguntarse de dónde venimos.

Artículo: “Early human dispersals within the Americas”. Publicación: Science (noviembre 2018). Autores: VJ Moreno-Mayar et al

Artículo: “Reconstructing the Deep Population History of Central and South America”. Publicación: Cell (noviembre 2018). Autores: C Posth et al

Artículo: “A South American Prehistoric Mitogenome: Context, Continuity, and the Origin of Haplogroup Cld”. Publicación: PLoS ONE (octubre 2015. Autores: M Sans et al.