Cuando uno llega a la nueva sede del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) es recibido por un saurópodo de unos tres metros de alto cuya piel rosácea puede divisarse desde la calle Miguelete. Al ingresar, en el hall nos recibe otra réplica a tamaño natural, en este caso del fósil completo de un gliptodonte. Pero el plato fuerte son las dos salas inauguradas. En ellas los visitantes podrán hacer un viaje por la fauna que habitó este territorio desde la era de los dinosaurios, hace unos 70 millones de años, hasta el presente, con sus diversos ecosistemas. Fósiles, réplicas y animales taxidermizados están acompañados de textos tan explicativos como amenos, fotos y gráficos didácticos y pantallas que muestran recreaciones. Tras tantos años de no poder tener una exhibición al público, el equipo del museo sorprende con una muestra sobria, contundente y con un hilo argumental potente.
Las dos salas proponen viajes complementarios: en una se habla de nuestro pasado y en la de al lado, del presente. Entre las dos dan cuenta de la evolución, de la biodiversidad, de los cambios permanentes que se han dado y se dan en nuestro planeta y en la belleza de las distintas soluciones que la vida ha encontrado para adaptarse a ellos.
En la sala titulada “Nuestro pasado” los visitantes podrán sumergirse en el mundo de la paleontología. El viaje propuesto comienza hace unos 70 millones de años, si bien la cartelería indica que “los primeros fósiles de nuestro territorio tienen aproximadamente 2.700 millones de años” en alusión a los estromatolitos (restos de la actividad de cianobacterias) que se encuentran en Lavalleja. Muchos de nosotros fuimos educados con la idea de que los dinosaurios habían evitado pisar nuestro territorio, pero la muestra maravilla con vértebras de titanosaurios, huevos esféricos y grandes de dinosaurios herbívoros y otros más pequeños y ovalados de carnívoros. Incluso hay un coprolito, que no es otra cosa que caca de hace millones de años. No debería haber escuela en el país que no pasara por la sala para que nuestros niños pueblen su imaginación también con dinosaurios criollos.
Más adelante llega el turno de los amonites, parientes de los calamares y pulpos que se extinguieron junto con los dinosaurios. Y ese es justamente el siguiente hito: bajo el nombre de “El fin de una era”, se nos habla del meteorito que cayó en el golfo de México y causó una extinción masiva. Sin embargo, nos cuentan que algunos seres vivos lograron sobrevivir, “entre ellos, un grupo de pequeños animales con pelo: los mamíferos”. Como los cambios son importantes para la vida, en la sala se toman su tiempo para hablar de la aparición de las praderas y también de las veces en las que el nivel del mar subió tanto que, en el interior del continente, se pueden encontrar fósiles de animales marinos. Para los niños, el diente fósil del megalodón, tiburón que medía unos 16 metros de longitud, seguro será tema de conversación.
A partir de allí desfilará ante nosotros una serie de animales extremadamente carismáticos. En la sección “Cuando reinaban las aves” se presentan fósiles de las aves del terror, carnívoros emplumados que medían hasta tres metros de altura. A su lado, podemos observar el cráneo del roedor más grande del mundo, el Josephoartigasia monesi, una de las tantas piezas valiosas que tiene el MNHN y que no pueden verse en ningún otro museo del mundo. A su lado se encuentran los “mamíferos de la era del hielo”; allí podemos posar los ojos sobre cráneos de perezosos gigantes, tigres dientes de sable y toxodontes, además de observar el fémur enorme de un mastodonte o el diente de Hippidion, el caballo que vivía en Sudamérica mucho antes de que los españoles llegaran equivocados a estas tierras.
Conectando la sala del pasado con la del presente, reposa la quijada de una ballena que se encontró debajo de la plaza Matriz: es que el mundo no es una cosa estática, y el nivel del mar no estuvo siempre donde está ahora. Del otro lado espera “Nuestro presente”, un paseo por “nuestros ecosistemas actuales” en el que se nos recuerda que “debido a la acción humana, la diversidad biológica del planeta enfrenta hoy tasas de extinción muy superiores a las naturales” y por tanto instan a conocer, cuidar y proteger.
El visitante entonces se enfrenta a distintos ecosistemas, a saber: “la costa platense y atlántica” (pueden verse cráneos de lobos marinos, caparazones de tortugas cabezonas, caracoles, pingüinos), el “mar profundo”, “los riñones del planeta” (es decir, los humedales; vemos espátulas, carpinchos, nutrias, tortugas morrocoyo, yacarés), “bosques nativos” (con sus tamanduás, coendús, ñacurutús y comadrejas coloradas grandes), “las praderas” (en las que podemos ver seriemas, mulitas, aperéas, ñacundás), “agroecosistemas” (“ecosistemas naturales modificados” en los que igual viven el sapo cururú, el hurón y aves como el churrinche y el carpintero de campo) y el “ecosistema urbano”, en el que podemos ver a animales que conviven con nosotros de forma más o menos notoria.
La muestra cautiva la imaginación, divulga y propone preguntas. Son apenas dos salas y allí radica el mérito de quienes prepararon la exhibición: uno se va con la sensación de que vio un panorama mucho más amplio. Como en la ficción le sucede a los que logran ingresar a la cabina telefónica del Dr. Who, al salir uno exclama que las dos salas “son mucho más grandes por dentro”.
Qué: Exhibición del Museo Nacional de Historia Natural. Dónde: En la entrada de su nueva sede en la ex cárcel de Miguelete. Contenido y guion museográfico: Diego Arrieta, Manuel García, Enrique González, Javier González, Washington Jones, Andrés Rinderknecht, Meica Valdivia. Cuándo: De miércoles a domingo de 11.00 a 17.00. Cuánto: La entrada es libre.