Creada hace menos de una década, la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay (Anciu) contaba hasta hace unos días con 26 miembros de número y cuatro miembros eméritos. Luego de la asamblea extraordinaria celebrada el 17 de julio, ahora la familia de científicos y científicas se agranda con la incorporación de Rodrigo Arocena, Héctor Musto y Alejandro Buschiazzo.

Según adelanta Julio Fernández, astrónomo e integrante del Consejo Directivo, en poco menos de un mes la Anciu hará, por primera vez, una ceremonia para recibir a los nuevos miembros.“Creemos que es un gesto lindo que sean presentados formalmente y que además tengan la oportunidad de dar una pequeña charla sobre su trabajo”, comenta Fernández sobre el evento, que tendrá lugar en la sede de la Academia en la Quinta de Vaz Ferreira. Mientras tanto, les presentamos a los científicos y sus primeras impresiones ante el nombramiento.

Saltando el foso con Rodrigo Arocena

Rodrigo Arocena fue rector de la Universidad de la República, pero consagró su vida a las matemáticas y a las ciencias sociales. Según informa la propia Academia, en matemática “trabajó en análisis armónico y teoría de operadores, particularmente en teoremas de levantamiento y problemas generalizados de momentos”, mientras que en ciencias sociales se dedicó a la “problemática de la innovación en el subdesarrollo, la evolución de la enseñanza superior en América Latina, la contribución de las universidades al desarrollo y las relaciones de la investigación y la innovación con la inclusión social”.

Cuando le pedimos su impresión ante la noticia, Arocena habla de dos niveles. “En lo individual, es un reconocimiento muy generoso, probablemente demasiado generoso para mi trayectoria, pero que implica un impulso para seguir trabajando; a edad avanzada, pero con más energía”. Sin embargo, es el otro nivel el que más lo llena de ilusión, y no se trata de falsa modestia, sino de la postura que tiene ante el conocimiento. “Desde un punto de vista un poco más general, es un estímulo para una apuesta académica muy extraña y que hasta ahora no había sido fácil que obtuviera reconocimiento. Soy doctor en Matemática y trabajé entre los 70 y los 90 de manera modesta, pero con cierta cuota de reconocimiento internacional. Pero soy también doctor en Ciencias Sociales, específicamente en Estudios del Desarrollo, y hace 25 años que trabajo en desarrollo, ciencia, investigación y educación superior. Mi idea nunca fue pensarlo como una cuestión esquizofrénica, sino, justamente, aprovechar esa doble formación y el hecho de trabajar en la Facultad de Ciencias para conectar todas las cuestiones de las ciencias básicas con las de la sociedad y el desarrollo”, cuenta Arocena con esa claridad sintética que lo caracteriza.

“Un gran intelectual inglés señalaba que uno de los grandes problemas de nuestra cultura es el gran foso que hay entre la cultura de las artes, las humanidades y las ciencias sociales y las culturas de las ciencias exactas, naturales y las tecnologías. Es un foso empobrecedor para ambas, y en particular para el uso social del conocimiento. Ya que tuve el privilegio de que la Universidad Central de Venezuela me permitiera formarme a nivel doctoral en ambas culturas, traté de aportar mi granito de arena para establecer un puente entre ambas”, prosigue Arocena. El asunto es que esas trayectorias interdisciplinarias no siempre son reconocidas académicamente. “El sistema de evaluación tiende a hacer que si uno es matemático siga en la matemática, si es botánico en la botánica, y por ello cuando se acerca gente joven, bioquímicos, físicos, lo que sea, y dicen que quieren meterse en cuestiones interdisciplinarias, me da un poco de miedo. En ese sentido veo esta cuota de reconocimiento que implica la incorporación a la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay con toda prudencia, como una suerte de aval a una estrategia académica de vinculación entre las distintas ramas del conocimiento”.

Háctor Musto.

Háctor Musto.

Foto: s/d de autor

Cambios asombrosos con Héctor Musto

En el Laboratorio de Organización y Evolución del Genoma de la Facultad de Ciencias uno puede encontrarse con Héctor Musto, doctor en Biología que hizo estudios posdoctorales en el Institut Jacques Monod de Francia y en la Stazione Zoologica Anton Dohrn de Italia. Según la Anciu, “en años recientes ha puesto especial énfasis en la genómica de virus”, y “su área de trabajo es la genómica evolutiva y el uso de codones sinónimos”.

“Es una alegría muy grande, porque en Uruguay, en cuanto a reconocimiento, este es el logro más grande al que uno puede llegar”, contesta emocionado Musto, que hace hincapié en que el anuncio llegó de forma inesperada. Sobre su trabajo, dice que en su grupo estudian “cómo están organizados los genomas, tanto en las bacterias, en los virus, como en los humanos. Es un trabajo esencialmente teórico que hacemos en computadoras, analizando los genomas que están disponibles en distintos bancos de datos. Generamos hipótesis y las vamos testeando. Cuando arrancamos acá, hace unos 30 años, no existían los genomas completos. Lo que había eran genes aislados, y entonces lo que hacíamos se llamaba ‘análisis de secuencias’. Con el tiempo eso se terminó llamando ‘bioinformática’ y se juntó con la genómica”.

Así como suena: Musto lleva estudiando los ácidos nucleicos, el ADN y el ARN, desde hace tres décadas. Para él, tal vez esa sea la razón por la que la Anciu lo acoge en su seno: “Creo que, más allá del aporte que pueda haber hecho como persona, en esta distinción influyó haber sido uno de los primeros en trabajar en esta línea en el país junto con algunos colegas. Hoy en día gente que se formó conmigo está desperdigada por la Facultad de Ciencias, de Veterinaria, de Medicina, el Institut Pasteur, etcétera”. Y vaya si en estos 30 años ha cambiado el panorama de lo que se sabe sobre su objeto de estudio. Musto lo resume con un chiste: “Si un premio Nobel muerto en 1970 resucitara hoy y diera un examen sobre ácidos nucleicos, perdería. Hoy es casi otro mundo”. Y da un ejemplo claro del asunto: “Cuando empecé a estudiar esto, se suponía que los seres humanos teníamos más o menos un millón de genes. En ese momento se sabía que la bacteria Escherichia coli tenía unos 4.000 genes, entonces, dada la cantidad de ADN extra y la complejidad mucho mayor que tenemos nosotros, se hacían cálculos que daban ese millón de genes para los humanos, y eso era lo que uno contestaba en los exámenes. Hoy en día conocemos todo el genoma, y como mucho tenemos 25.000. De un millón a 25.000 genes, ¡viví como la devaluación en Venezuela pero al revés!”. Lo fascinante de Musto es que estos 30 años, más que darle respuestas satisfactorias, lo llenan de entusiasmo: “Hoy sabemos muchas cosas insoñables para la década del 60, como son los intrones, que no todas las enzimas son proteínas, el mundo del ARN... el avance ha sido tal que estamos en otro planeta. Y lo que se viene es aun mucho más asombroso”, remata con contagiosa ilusión.

Alejandro Buschiazzo.

Alejandro Buschiazzo.

Foto: Sandro Pereyra

Dialogando con los patógenos junto a Alejandro Buschiazzo

Nacido en La Plata, Argentina, Alejandro Buschiazzo se doctoró en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires y se posdoctoró en el Institut Pasteur de París. Luego de contemplar varias alternativas, decidió radicarse con su familia en Uruguay , donde es responsable de la Unidad de Cristalografía de Proteínas y líder del Laboratorio de Microbiología Molecular y Estructural. Según la Anciu, “sus trabajos han contribuido a entender los mecanismos moleculares del sensado de señales ambientales en bacterias, y de las respuestas adaptativas que dicho sensado dispara. La aplicación de estos conocimientos en la comprensión de los mecanismos de patogenicidad en bacterias de interés médico es materia actual de su investigación”.

Su voz al otro lado del teléfono es la de una persona emocionada. “Siento una gran alegría, es un gran honor, y estoy sorprendido porque no lo esperaba. Es una instancia científico-académica que es una especie de reconocimiento, por lo que me pone muy contento”, dice, pero uno sabe que en su caso el nombramiento es distinto. “Sí, en lo personal es muy especial, porque este reconocimiento implica, de cierta manera, que me consideran parte del país. Para un inmigrante eso siempre es una gran alegría. Siempre hay, en todos los países, una especie de barrera, en uno y en la comunidad que lo acoge, para integrarse e incorporarse”, razona Buschiazzo, satisfecho.

Cuando le pregunto por qué cree que lo nombraron, recurre a su humor: “Creo que se confundieron”. Pero uno sabe que no es el caso, que su trabajo con bacterias patógenas y la función de las proteínas para interactuar con el hospedero es tan valioso que algo podría tener que ver en el asunto, así que insiste. “Desde que llegué a Uruguay me interesé por bacterias patógenas, como las leptospiras, y en particular en entender cómo las bacterias se dan cuenta de en dónde están y cómo cambian su comportamiento de acuerdo a eso. Las patógenas, por ejemplo, se ponen a infectar o a invadir al huésped, pero antes se dan cuenta de si es el huésped correcto o no, etcétera. Para eso tienen que informarse, tienen que saber dónde están y a dónde ir. En ese campo hemos hecho contribuciones, y algunas de ellas han tenido interés incluso a nivel internacional”.

Siendo un científico viajero, probablemente a Buschiazzo las noticias del continente lo afecten de mayor manera. Uno sabe que pudiendo haberse radicado en su país natal, prefirió venirse a Uruguay. La realidad de nuestros hermanos es dolorosa, no sólo en el ambiente científico. Buschiazzo reflexiona: “Sí, en Argentina se está pasando muy mal. Pero nuestros colegas brasileños y venezolanos tampoco la están pasando bien”, dice ante los recortes, los problemas económicos y una América Latina cuyos sueños parecen desinflarse. “Ojalá en Uruguay sigamos trabajando para que la cosa esté mejor”, sentencia, sintiéndose tan de acá como el que más haya gritado los goles de Edinson Cavani en Rusia 2018.