En la página del Centro de Investigación Básica en Psicología (Cibpsi) me topé con un anuncio que me atrajo como un anillo brillante a un ñandú intrépido. “¿Cambia nuestra forma de procesar el significado de las palabras cuando uno de sus significados es metafórico?”, decía, y a continuación agregaba: “¡Ayúdanos a entender mejor cómo procesamos las palabras! Realizar el experimento te llevará unos 20-30 minutos. Estamos buscando personas mayores de 18 años con visión normal o corregida, nativos de español uruguayo”. Cuando me quise acordar ya había enviado un mail a [email protected] y concretado un día y hora.

Uno se imaginaba casquetes con sensores para la cabeza o algún aparato tecnológico ajeno a la vida cotidiana. Pero no: en el laboratorio de Facultad de Psicología de la Udelar me esperaban María Noel Macedo, licenciada en Psicología e investigadora de la línea de procesamiento del lenguaje, y una computadora común y corriente. El asunto era bastante sencillo: me irían tirando series de varios párrafos de unas ocho líneas de extensión, y luego me mostrarían algunas frases pidiéndome que pulsara una tecla si estaban en los textos leídos y otra si no lo estaban.

Pese a que la tarea no requería gran esfuerzo ni ganaba ni perdía nada por los aciertos o errores (que de hecho no se me informaban), la mente humana es compleja: uno sabía que la computadora estaba registrando cuánto demoraba en dar cada respuesta –lo que se conoce como tiempo de reacción– y no podía dejar de sentirse presionado, como cuando participa en un examen o prueba.

A los 15 minutos la tarea había concluido y me entregaron un obsequio por ofrecerme como voluntario (cosa que los lectores pueden hacer escribiendo al mail antes mencionado). Sin embargo, el premio que yo buscaba era otro, y esperaba en la habitación contigua.

Dime de dónde vienes...

En un despacho bastante reducido me esperaban Roberto Aguirre, licenciado en Comunicación con una maestría en Lingüística y un doctorado en Psicología en los procesos cognitivos implicados en el procesamiento del tiempo, y Mauricio Castillo, licenciado en Psicología y maestrando en Ciencias Cognitivas. Aguirre, que viene de México, dirige en el Cibpsi el proyecto de estudios experimentales de la metáfora cognitiva en español y lenguas de señas uruguaya con la colaboración de Castillo y Macedo. Entre los tres accedieron a contarme qué, cómo y para qué se estudian experimentalmente las metáforas, dándome así el premio que yo había ido a buscar.

“El hecho es que usamos metáforas y las usamos consistentemente, tanto por vía verbal como no verbal, por ejemplo mediante esquemas o dibujos. La pregunta que nos hacemos es por qué eso es un hecho persistente que se mantiene entre culturas, entre lenguas y entre generaciones”, arranca diciendo Aguirre, que agrega: “Más allá de cuál sea la respuesta a por qué usamos las metáforas, partimos de la base clásica de que, si su uso se mantiene, es porque sirve”.

Los estudios que llevan a cabo en el Cibpsi, entonces, buscan arrojar luz sobre la utilidad de las metáforas: qué nos permiten hacer como estrategias de representación que no podríamos hacer si no las tuviéramos. “La teoría estándar te diría que no todas nuestras experiencias ni todos los conceptos que tenemos son producto de la experiencia perceptiva y motora que nos dan los sentidos. Hay un montón de experiencias, de entidades mentales y objetos de conocimiento en nuestra vida cotidiana y en nuestra cultura que son abstractos, en el sentido de que no tenemos acceso físico a ellos”, añade, y da ejemplos como “democracia”, “justicia”, el concepto de Dios, de felicidad, la alegría, la tristeza o el tiempo.

“Las metáforas nos permiten crear conceptos que, por razones pragmáticas del discurso, pero también de mera organización conceptual, nos conviene tener”, afirma Aguirre. “Por ejemplo, tenemos muchas expresiones cotidianas en las que ponemos la felicidad arriba y la tristeza abajo, o las cosas buenas arriba y las malas abajo; utilizamos así organizaciones espaciales para procesar conceptos abstractos y experiencias que no son necesariamente sensibles”.

Las metáforas, entonces, “nos dan la capacidad de crear más conceptos en aquellos casos en que los sentidos no nos permiten tener más información directa”, dice Aguirre, y añade: “En los enfoques que manejamos, la metáfora, más que un fenómeno lingüístico, es un fenómeno de la estructura de la conceptualización”.

Es que la metáfora se ha abordado desde distintas disciplinas. Así lo explica el investigador: “Se ve como un fenómeno discursivo, incluso literario, y desde la literatura siempre se la ha trabajado. Nosotros venimos desde una perspectiva teórica que nace de la tradición lingüística, que empezó en los años 80, que sostiene que usamos la metáfora para producir conceptos y luego eso aparece en la superficie lingüística y también en la expresión no verbal”.

Aguirre explica que una metáfora conceptual puede tener realizaciones lingüísticas distintas en distintas lenguas, pero en el fondo ser conceptualmente lo mismo, y pone un ejemplo: “En español usamos ‘estar en la cueva del lobo’ para hablar de una situación de riesgo, y el equivalente en alemán es una expresión que vendría a ser ‘estar en la cueva del león’. Aunque la superficie lingüística es distinta, la estructura conceptual en el fondo es la misma. La metáfora tiene una flexibilidad que la hace atractiva como recurso, y por eso nos interesa”.

... y luego dime a dónde vas

Habiendo terminado hacía escasos minutos de ser material de observación, quise saber qué es lo que buscan mediante ese experimento en concreto. “El estudio en el que participaste de alguna manera busca ver la comprensión de metáforas dentro de textos más amplios y no sólo a nivel de una palabra o una oración”, me explican, y agregan que muchos estudios se centran exclusivamente en el uso de palabras, como “ayer” o “mañana”, o a lo sumo en oraciones. “Hay muchos menos trabajos a nivel de párrafos”, acota Aguirre. Cuenta que en este caso adaptaron al español –y a un marco teórico más actual, ya que en ese entonces no se hablaba de la metáfora cognitiva– un trabajo en inglés de hace unos años.

Macedo explica: “Los textos están diseñados de manera que la conclusión de algunos de ellos se puede resolver adecuadamente con una interpretación metafórica y otros con una interpretación literal”, y recuerdo que en uno de los casos una persona decía que estaba brillante porque se sentía espléndida y en otro lo decía porque se había untado demasiada pantalla solar. “La pregunta que trata de responder este estudio es si explicar algo con metáforas es más eficiente que hacerlo literalmente”, añade Aguirre, y ahora entiendo para qué medían el tiempo de reacción y la cantidad de respuestas correctas.

La hipótesis de la que parten es que las metáforas facilitan la comprensión o que uno recuerde si la frase estaba presente en el texto. O, como lo dicen ellos, “la metáfora es un mecanismo que para representar algo abstracto te conecta con algo a lo que sí tenés acceso sensoriomotor. En parte eso justifica su funcionalidad y su utilidad”.

En el experimento que adaptaron, que veía a la metáfora más desde la superficie lingüística y no como una estructura conceptual, Aguirre cuenta que los investigadores sajones encontraron que “las expresiones metafóricas para describir o explicar algo eran mejor recordadas que las literales. Nosotros esperamos que, con nuestra adaptación al español, los resultados sean más o menos los mismos”. Obviamente, nuestros investigadores no se darán por satisfechos con la mera obtención de resultados similares, sino que, como parten de un marco teórico distinto, esperan poder explicar otros aspectos de la metáfora.

Metáforas silenciosas

De hecho, el proyecto que llevan adelante, además de pruebas como las ya relatadas, también estudia qué pasa con las metáforas en personas que utilizan la lengua de señas uruguaya.

“Las investigaciones de corte psicológico del uso de las metáforas empiezan por el año 2000, luego de que en los años 80 la lingüística propusiera la idea de las metáforas cognitivas”, relata Aguire, y afirma que “desde entonces han aparecido un montón de variables que tienen peso en cuándo, cómo y por qué se activan las metáforas. Son variables como la memoria de trabajo, variables atencionales, de dirección de la escritura o hasta la propia estructura corporal. En un momento hubo una discusión para determinar si la causa de esas metáforas es la estructura corpórea determinada que tenemos, si es la cultura o si es el código lingüístico. Es en ese último punto cuando se vuelve relevante comparar lenguas orales con lenguas señadas, ya que en las señadas el código lingüístico cambia”.

En ese sentido, las metáforas del tiempo les resultan atractivas como objeto de estudio: “En la lengua oral, por más que tenemos una metáfora que ubica el pasado a la izquierda y el futuro a la derecha, nunca utilizamos explícitamente la palabra izquierda como sustituto de pasado ni derecha como sustituto de futuro. En cambio, en lengua de señas sí se utiliza la izquierda y la derecha para referir a períodos temporales. El código lingüístico permite utilizar ese espacio físico o motor para representar”, introduce Aguirre, para luego ir a la pregunta que les surge: “Si pudiéramos determinar que las lenguas de señas son más potentes para utilizar ciertas metáforas basadas en el espacio, lo que obtendríamos es que el código tiene un enorme papel en la activación de las metáforas”, y esa es la razón por la que estudian la lengua de señas.

El equipo ya ha terminado su estudio de lengua de señas y ahora está relevando y trabajando con los datos. “De todas formas el resultado general que encontramos, que es consistente con la literatura científica que conocemos, es que en realidad los señantes de señas uruguayas y los hablantes de español utilizamos por igual un eje sagital y un eje lateral para representar el tiempo. Eso pasa en igual medida con los señantes que con los hablantes” adelanta Aguirre.

Por tanto, los investigadores piensan que el código no parece ser una variable que module la fuerza con la que se usan estas asociaciones. “En este caso parece haber un marco cultural compartido, por ejemplo cuando en la escuela te enseñan que hay una línea de tiempo y te colocan las pirámides de Egipto a la izquierda y el Apollo 11 a la derecha con el hombre llegando a la Luna –y esto delata qué tan antiguo soy–. Ese es un marco cultural que basta para que surjan esas asignaciones metafóricas con la misma flexibilidad y la misma estructura en señantes y en hablantes”, reflexiona el investigador.

Uso extendido

Aguirre sostiene que pese a que la investigación que llevan a cabo es “descriptiva y básica”, en su equipo “empieza a haber una inquietud por salir del ámbito de lo básico y asomarse a unas cuestiones un tanto aplicadas en la educación y la salud”. Al hablar dirige, sin metáfora alguna, su mirada a Castillo y Macedo.

El primero toma la palabra y declara: “Hace poco vino un docente que trabaja en la Universidad de Granada a presentar algunos estudios prácticos de la aplicación de la metáfora. Una de las cosas que más me llamó la atención fue su aplicación en algunos pacientes que, por determinados tipos de demencia, tenían dificultades para llevar a cabo actividades básicas como prepararse el desayuno”.

Castillo relata que su colega aplicó entonces esta idea de la metáfora temporal, en la que las cosas se ordenan de izquierda a derecha y de pasado a futuro, y le colocó al paciente todos los elementos para preparar el desayuno ordenados de izquierda a derecha: la taza, el café, la leche, la cuchara, el azúcar. “La persona seguía una secuencia de izquierda a derecha que ya tiene incorporada y no requiere el conocimiento de cómo hacer el café con leche. Luego hicieron lo mismo con la mermelada y el pan y otros elementos y lograron una independencia de personas con este tipo de características”.

Macedo piensa en la educación, y relata el caso en el que utilizan la metáfora para explicar algo que no es evidente. “Por ejemplo, para explicar la electricidad armaron un circuito físico con cuerdas de manera de que los niños experimentaran conceptos como la tensión”. Castillo añade que “la metáfora parte de un dominio concreto hacia algo más abstracto. Entonces se podría apelar a ella en la educación para hablar de conceptos abstractos o facilitar la comprensión de conceptos”, como en el ejemplo de Macedo.

Aguirre aclara que no se trata de que la metáfora suplante al pensamiento abstracto, sino de que “en determinados momentos, esta puede ser útil para un primer acceso a un tema complejo, o para explicarle a determinado público, por ejemplo, según la edad”. Los tres están convencidos de que “fomentar el pensamiento metafórico como una especie de escalera para poder subirte a lo abstracto tiene mucho poder para ayudar a comprender determinados temas”. Los cuatro nos miramos. La metáfora como una escalera hacia lo abstracto. La evidencia de que la metáfora y la analogía están fuertemente arraigadas en nuestra forma de pensar y asir el mundo ha quedado, por la vía del ejemplo, más que demostrada. Roberto, María Noel y Mauricio seguirán investigando al respecto.