A los pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus) no les basta llevar el nombre del famoso explorador portugués para honrar su memoria. Últimamente parecen compartir otra característica con el hombre que los avistó en 1519 en el sur del continente: aventurarse más allá de los límites conocidos y meterse en problemas por ello.

Cuando llega el invierno y termina el período reproductivo, los pingüinos de Magallanes abandonan durante meses la seguridad de sus refugios patagónicos y migran al norte persiguiendo a las anchoas, su comida favorita. En las últimas décadas, sin embargo, una tendencia preocupante fue observada por los científicos: estos pingüinos, que en tierra tienen la torpeza y el aspecto de un mozo despistado en una comedia de los años 60, nadan cada vez más lejos, a más de 1.000 kilómetros de su colonia más septentrional, en busca de su alimento. Muchos de ellos, sin embargo, nunca vuelven; quedan varados en las costas brasileñas, uruguayas y el norte argentino.

Las causas que impiden su regreso y los convierten en inmigrantes involuntarios en nuestras costas, como veremos, son tanto naturales como antropogénicas (es decir, causadas por su servidor, el ser humano). En este segundo caso la tendencia va en aumento: un trabajo de 2006, llevado a cabo por el biólogo argentino Pablo García Borboroglu, mostraba ya un dramático incremento en el número de pingüinos de Magallanes empetrolados y varados en esta región a partir de la década de los 80.

Pero no es el único dato inquietante notado por los estudiosos. Una curiosa desigualdad de género está afectando a esta especie en sus periplos invernales por nuestras costas: de cada cuatro pingüinos que quedan varados, tres son hembras. ¿Qué provoca que con más frecuencia sean ellas, en vez de ellos, las que terminan muertas o agotadas en estas latitudes? Eso es lo que se propuso averiguar Takashi Yamamoto, investigador japonés del Instituto de Estadísticas Matemáticas de Tokio.

Siga a ese pingüino

Yamamoto unió fuerzas con el Instituto de Biología de Organismos Marinos (Ibiomar) y la Unidad Ejecutora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, con el fin de realizar un experimento que arrojara una respuesta a su pregunta. Con la ayuda de su colega Ken Yoda y los argentinos Flavio Quintana y Gabriela Blanco, registró con monitores GPS y sensores de profundidad la actividad de 14 pingüinos de Magallanes (ocho machos y seis hembras) durante el período invernal. Su trabajo “es el primero en mostrar las diferencias sexuales en el movimiento de pingüinos de Magallanes en áreas invernales, lo que tiene relación con el varamiento mayoritariamente femenino”, dijo Yamamoto a la diaria.

Tras analizar el recorrido que hacían los 14 pingüinos, descubrieron que las hembras se movían predominantemente en el estuario del Río de la Plata (cerca, efectivamente, de los puntos más comunes de varamientos de pingüinos), pero los machos no se alejaban tanto de las colonias patagónicas. No era la única diferencia entre ambos: ellos buscaban su comida en las profundidades, mientras ellas se movían más en la superficie. Dicho de otro modo, las hembras preferían la horizontalidad y los machos la verticalidad.

Esto no se debe simplemente a una cuestión de preferencias femeninas y masculinas. Yamamoto explica que hay una razón de peso para ello. Literalmente. El tamaño del cuerpo está directamente relacionado con la capacidad de sumergirse a mayor profundidad, lo que permite a los machos –de mayor tamaño– ir más abajo en busca de sus preciadas anchoas. Pero también está la cuestión térmica, relacionada con lo anterior: las aguas más frías del sur inducen una mayor pérdida del calor corporal (más si se está casi todo el tiempo en el agua, como esta especie en la época invernal), algo que afecta más a las hembras por ser de menor tamaño y que explica que busquen preferentemente las aguas más cálidas del norte. Para completar el combo de motivos, los estudiosos agregan que al nadar más cerca de la superficie las hembras quedan más expuestas a las corrientes que las arrastran en dirección norte, lo que dificulta su retorno y provoca que deban gastar más energía, con el consiguiente deterioro físico. Una vez que se encuentran en estas latitudes, otros peligros acechan, cortesía del Homo sapiens.

Un largo regreso a casa

“Factores antropogénicos amenazan a los pingüinos de Magallanes en las costas de Uruguay, Argentina y Brasil en el invierno; estos incluyen el transporte marítimo, el desarrollo de la industria petrolera y peligros derivados de la industria pesquera, como la pesca accidental o la reducción del número de presas”, dijo Yamamoto a la diaria.

“La contaminación crónica de petróleo ha sido la razón más común para la muerte o varamiento de pingüinos desde el norte de Argentina al sur de Brasil, donde la actividad y el tráfico marítimo son más intensos. Los pingüinos son probablemente vulnerables a los derrames de petróleo y derivados porque pasan casi todo el tiempo en el mar, no vuelan y son menos capaces de detectar y evitar petróleo”, prosiguió. Agregó, que también se han encontrado restos de plásticos en los estómagos de pingüinos de Magallanes que aparecen en estas costas, aunque no está clara aún su incidencia en la mortalidad de la especie.

Flavio Quintana, otro de los autores del trabajo, lo explicó a la diaria en forma más resumida: “Al migrar más al norte, las hembras están potencialmente más expuestas a las amenazas: a las naturales –hacen un mayor esfuerzo para alcanzas las áreas de alimentación– y a las causadas por las actividades humanas, que se desarrollan sobre todo en la parte que va del Río de la Plata al sur de Brasil, donde hay tráfico de muchos buques”.

La vida no es sencilla para la hembra de Spheniscus magellanicus que busca llevarse un pez a la boca. Desplazada por las imposibilidades de competir con los machos en las aguas cercanas a sus pagos, viajan cientos de kilómetros en busca de la anchoa prometida. Pero las corrientes amplias del Río de la Plata dispersan a sus presas y afectan su eficiencia a la hora de buscar alimento, lo que las obliga a un mayor gasto de energía. Agotadas, quedan más expuestas a los peligros ya mencionados.

Mamá por siempre

Si esta tendencia fuera en aumento, es fácil deducir qué consecuencias puede tener para estos pingüinos exploradores: una población con menos hembras implica una población con menos nacimientos, lo que pondría en entredicho la viabilidad de la especie a largo plazo. Esto podría suceder incluso aunque no queden varadas, porque migrar demasiado al norte provocaría que el regreso a su hogar patagónico sea a destiempo, “generando potencialmente un efecto negativo en su éxito reproductivo, al fracasar en la búsqueda de pareja o no coincidir con el momento de mayor abundancia de presas”, señaló Yamamoto.

Que no cunda el pánico aún en el mundo pingüinesco y magallánico. El biólogo Flavio Quintana explicó que al ser las hembras las afectadas por esta situación, es cierto que puede haber consecuencias en la productividad de las colonias (si el impacto es significativo), pero ello no significa que sea un peligro inminente. “Estamos lejos de decir que es una amenaza para la conservación de la especie, porque en líneas generales no está en un estado crítico”, señaló. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el pingüino de Magallanes está en la categoría “casi amenazado” (NT, por su sigla en inglés) y cuenta entre sus problemas principales con la contaminación de vertidos, las interacciones con la pesca y el cambio climático.

Los autores creen que este trabajo es un punto de partida para comprender mejor el comportamiento de los pingüinos de Magallanes en su ciclo anual, algo importante para favorecer su conservación. Allí es donde entra a jugar también nuestro país, que puede aportar lo suyo para ayudar a este torpe caminante en tierra, ágil paladín en el mar: “El tema es que si uno advierte que hay amenazas efectivas en el mar, eso puede llevar al menos a que haya convenios internacionales de protección. Por más que estos animales se reproduzcan en la Patagonia, el uso de aguas en el invierno involucra la acción de otros países, como Uruguay y Brasil. Esto nos lleva a pensar que se necesita más trabajo sobre las áreas de uso y la variabilidad interanual, porque se sabe poco lo que ocurre durante el invierno con estos animales. Se abre un nuevo panorama de investigación que tal vez requiera acciones conjuntas de los países en materia de conservación de áreas marinas”, concluyó Quintana.

Artículo: “Female-biased stranding in Magellanic penguins”.

Publicación: Current Biology 29 (enero 2019).

Autores: Takashi Yamamoto, Ken Yoda, Gabriela Blanco, Flavio Quintana.

Diferencias de género

Alimento: la principal presa para ambos sexos es la anchoíta (Engraulis anchoita)

Peso: el peso promedio de los machos estudiados fue de 4,49 kilos, mientras que el de las hembras fue 3,07 kilos

Áreas de uso invernal: mientras las hembras se concentraron principalmente al este del estuario del Río de la plata (<36° S) los machos lo hicieron entre el norte de Golfo San Matías y Mar del Plata (38°-41° S)

Profundidad: durante el invierno los machos alcanzaron mayores profundidades (58,8 metros) que las hembras (35,3 metros)