Según el mito, inmortalizado por la novela de Bram Stoker, Drácula era un vampiro humano de origen europeo. Al igual que los vampiros reales, mamíferos alados que son hematófagos, este ser se alimentaba de la sangre de otros humanos, algunos de los que al ser mordidos también se transformaban en vampiros. La leyenda, fantástica y tan maravillosa que hasta el día de hoy alimenta ficciones, se toma una libertad importante al respecto de lo que nos dice la ciencia: los vampiros son animales que sólo han vivido en América. De hecho, las tres especies vivas de murciélagos que se alimentan de sangre hoy solamente habitan América Central y del Sur. Hoy en día en nuestro país sólo se encuentra el vampiro de la especie Desmodus rotundus, que es el más grande de todos y cuya dieta consiste de sangre de otros mamíferos.

Si en la fantasía Drácula era el vampiro original, entonces Drácula es uruguayo. O más que uruguayo, maragato: en un artículo recientemente publicado en la revista Historical Biology, los paleontólogos de la Facultad de Ciencias Martín Ubilla y Daniel Perea, en conjunto con Pablo Gaudioso, del Instituto Miguel Lillo de la Universidad de Tucumán, analizan un húmero derecho encontrado en las barrancas de Kiyú, en San José, y concluyen que se trata del fósil de vampiro más antiguo de Sudamérica. El maravilloso hallazgo implica una serie de curiosidades y sorpresas que Martín Ubilla y Daniel Perea comparten con alegría.

Un fósil de vampiro en un pajar

Al llegar al piso 13 de la Facultad de Ciencias y entrar al laboratorio del Departamento de Paleontología los tres me están esperando: hablo de los dos investigadores y un frasco pequeño que en su interior contiene un fósil de no más de cinco centímetros. Pese a su escaso tamaño, el húmero fosilizado se roba toda la atención. Luego de mirarlo con fascinación por un rato me invade la imperiosa necesidad de saber cómo hicieron para encontrar un fósil tan diminuto, más teniendo en cuenta que los restos de murciélagos son, por un lado, frágiles y delicados, y por otro, al tratarse de animales voladores, bastante difíciles de encontrar.

“Los fósiles de murciélagos tienden a preservarse en contextos muy específicos, como las cavernas, donde pueden encontrarse en los sedimentos que se depositan dentro de ellas”, comienza a explicar Ubilla. Sin embargo, este fósil que tenemos enfrente tiene varias particularidades. La primera de ellas es el lugar donde apareció: “Fue encontrado en las barrancas de Kiyú, en un contexto que claramente no era de caverna. Es lo que llamamos un sitio abierto”, agrega Perea. Su colega complementa el panorama: “En los sitios abiertos el potencial de preservación y de hallazgo de fósiles de murciélagos es muy bajo. Los murciélagos tienen un tamaño relativamente chico, por lo que en general sus restos no se preservan, o para encontrarlos hay que utilizar técnicas muy especiales, como por ejemplo el tamizado, para poder encontrar pequeños huesitos, como los dientes”. Pero Perea y Ubilla no tuvieron esas dificultades para hallar su fósil. De hecho, ni siquiera tuvieron que trasladarse de la Facultad de Ciencias: el húmero derecho estaba en la colección, esperando que algunos investigadores se adentraran en sus misterios.

“El fósil fue hallado por Jorge Da Silva, que trabajó en el Departamento de Paleontología de la facultad y que está vinculado a las geociencias desde hace muchos años”, recuerda Perea, y su compañero cuenta que el fósil del murciélago fue donado a la colección paleontológica de la facultad en 1987. “Cuando lo donó, hacía poco que yo había vuelto de Cuba y me había traído un libro sobre murciélagos, que allá abundan. Gracias a ese libro, cuando Silva nos trae el fósil pudimos determinar que se trataba de un murciélago, y pensamos que probablemente perteneciera a la familia Phyllostomidae, que es la familia que le asignamos ahora en el trabajo”, prosigue Perea. Ubilla toma la palabra porque tiene un dato que dice que es interesante: “La especie de vampiros Desmodus draculae se describió en 1988, lo que quiere decir que cuando Da Silva encontró este fósil y lo trajo a la facultad la especie a la que hoy creemos que pertenece aún no había sido descrita”.

Primer fósil de vampiro prehistórico encontrado en el territorio.

Primer fósil de vampiro prehistórico encontrado en el territorio.

Foto: Federico Gutiérrez

Azar y colaboración

El fósil que estuvo por miles y miles de años metido en el medio del barranco pasó luego más de tres décadas en la oscuridad de un armario, hasta que una serie de coincidencias y hechos azarosos lo trajeron de nuevo a la ajetreada vida de la investigación científica. “Hubo un proyecto del Fondo Clemente Estable que en parte implicó recatalogar y reclasificar materiales de unas unidades sedimentarias que estábamos estudiando en ese momento. Entre ellas estaba este material, que fue separado y colocado en otro lugar”, recuerda Ubilla, y Perea acota que si bien lo apartaron, no tenían un especialista para que lo estudiara en profundidad. Y entonces: el azar. “Hace dos años le escribí un mail a un colega argentino, Pablo Gaudioso, para pedirle un trabajo que había publicado sobre un tema que no tenía nada que ver con los murciélagos. Me envió el PDF con cierta demora, y me explicó que estaba complicado terminando su tesis de posgrado sobre postcráneos de murciélagos”, dice Ubilla. “En el momento se me prendió la lamparita y le escribí preguntándole qué quería decir por postcráneo, si las partes blandas o los huesos. Me contestó que estaba haciendo un estudio comparativo de la osteología postcraneal de los murciélagos actuales”, retoma Ubilla y los ojos se le vuelven a abrir enormes de entusiasmo, como el día en que recibió el mail.

Martín Ubilla le escribió enseguida a su colega argentino para ver si le interesaría participar en el trabajo sobre el fósil que tenían y aceptó. “Si yo hoy voy caminando por 18 de Julio y me cruzo con Pablo Gaudioso no lo podría reconocer, pero eso no fue impedimento para hacer un trabajo en colaboración extraordinario”, reflexiona Ubilla, que sostiene que esto resalta la importancia del trabajo en colaboración y de la confianza que tiene que haber entre los colegas. El trabajo de Gaudioso fue fundamental para realizar el análisis comparativo con las especies actuales de vampiros y murciélagos. “Todo esto muestra la posibilidad de trabajar con confianza, con intercambio de información. Ellos tenían gran cantidad de muestras actuales; nosotros, paleontológicas, por lo que hicimos una discusión muy rica”, resume Ubilla.

La casualidad jugó entonces su parte: el cruce de mails en el momento justo en el que su colega estaba estudiando los huesos de murciélago selló la suerte del vampiro uruguayo. “De no haber estado Gaudioso estudiando los postcráneos de murciélagos hubiéramos hecho un trabajo más sencillo, probablemente una nota sobre el primer murciélago de Uruguay con una probable asignación de familia y nada más, que es hasta donde podíamos llegar nosotros con los recursos que teníamos a mano en ese momento”, reconoce Perea. Con la participación de Pablo los investigadores pudieron determinar que ese fósil de húmero completo, que apareció en un sitio abierto en 1987 y que estaba esperando su minuto de fama en la colección paleontológica de la Facultad de Ciencias, no sólo pertenecía a un murciélago, como bien habían pensado, sino que además se trataba del húmero de un vampiro. Eso lo cambió todo.

Un vampiro antiguo

Para Ubilla saber que estaban ante el fósil de un vampiro “fue un paso trascendental, ya que es un grupo que está absolutamente subrepresentado en el registro paleontológico”. Pero además, señala una cosa más que interesante: “Los biólogos moleculares, en los últimos años, sostienen que este grupo de los desmodontinos, que reúne a los pocos vampiros que existen hoy, surgió en Sudamérica hace unos 25 o 30 millones de años. El asunto es que de ese surgimiento a los primeros registros fósiles hay un abismo temporal, ya que los hallazgos más antiguos datan de la última parte del Pleistoceno, lo que prácticamente implica 30 millones de años sin registros de vampiros”. El vampiro que Da Silva había recolectado de Kiyú se vuelve entonces aun más cautivante.

“Los registros más antiguos que hay en Sudamérica provienen de cuevas y pertenecen al Pleistoceno tardío y al Holoceno. Son fósiles que tienen una antigüedad que va de los 100.000 a los 8.000 años”, cuenta Ubilla, quien señala que de los 100.000 años para atrás había un vacío que este fósil de Kiyú vino a llenar. “Se trata de un fósil del Plioceno o a lo sumo del Pleistoceno inicial que anda en el entorno de los dos millones de años, y es la evidencia empírica de que realmente había vampiros viviendo en Sudamérica en ese tiempo”. Bien por el vampiro maragato: hasta la publicación de este artículo los biólogos moleculares, en base a las tasas de mutación de los vampiros actuales, sostenían que el origen de los vampiros era Sudamérica, pero, al no haber restos fósiles que respaldaran sus estimaciones, las puertas estaban abiertas para múltiples explicaciones, incluso la del origen de los vampiros en Norteamérica que, como buenos norteamericanos, no habrían resistido la tentación de venir luego a meter sus hocicos en nuestro continente.

“Hasta ahora el registro de vampiro más antiguo del mundo, de la especie Desmodus archaeodaptes, provenía de Florida, Estados Unidos. Pero la datación de los sedimentos que contenían al fósil norteamericano se discutieron, y hoy se acepta que pertenecieran al Pleistoceno bajo y no en el Plioceno, como se afirmó en un tiempo”, dice Perea. Esto implica que el vampiro norteamericano podría tener una antigüedad no mayor a los 2,6 millones de años. Dado que el fósil encontrado en Kiyú tendría una antigüedad no menor a los dos millones de años... ¿puede ser que nuestro vampiro maragato sea el más antiguo del mundo encontrado hasta el momento? No sería descabellado que así fuera.

Húmero fósil de vampiro encontrado en Kiyú, San José. Escala: 5 milímetros.

Húmero fósil de vampiro encontrado en Kiyú, San José. Escala: 5 milímetros.

Foto: D. Perea y M. Ubilla.

Aquí hay que aclarar que los investigadores no dataron el fósil encontrado (la popular técnica de datación por Carbono 14 no es útil para materiales con más de 50.000 años de antigüedad ), sino que dataron el hallazgo de acuerdo a la antigüedad de la formación donde fue encontrado. “La parte inferior de esa formación que emerge en los barrancos de Kiyú abarcaría partes del Plioceno y del Pleistoceno bajo”, explica Perea, y eso implica algo fantástico: “Este fósil entonces podría tener una antigüedad de tres o cuatro millones de años”. Ubilla lo secunda: “En el lugar en que apareció este fósil, Kiyú, aparece fauna que es típica del Plioceno. De allí, por ejemplo, proviene el cráneo del roedor más grande del mundo”. Los dos hablan con suma tranquilidad. Sin embargo, el pequeño húmero derecho fosilizado, con sus pequeños gigantes cinco centímetros, es el fósil de vampiro más antiguo de Sudamérica y, dado que los vampiros sólo viven en América y que la datación podría ser mayor a la pensada, podría tratarse de la evidencia de vampiro más antigua del mundo. “Tenemos que ser conservativos”, dice Ubilla, que explica que hasta no tener certeza se conforman con el título del vampiro más antiguo de Sudamérica.

“Nuestro registro viene a ayudar en parte a los biólogos moleculares, mostrando que bien podría ser que esta subfamilia de los vampiros se originara en Sudamérica, evolucionara en Sudamérica y pasara a Norteamérica cuando se dio el gran intercambio de fauna”, dice Ubilla con modestia, pero sabiendo que encontrar evidencia empírica que sustente lo predicho por las técnicas moleculares es sumamente relevante.

Un chupasangre gigante

Pero nuestro vampiro maragato no sólo es el más viejo del continente –y tal vez del mundo–, sino que además presenta otra característica que ayudará a darle buena prensa: su tamaño. Por más que parezca pequeño, el húmero de escasos cinco centímetros es gigante. “El húmero que estudiamos del vampiro de Kiyú, comparado con el del vampiro actual más grande que existe, el Desmodus rotundus, que es el que vive en nuestro país, es como dos centímetros más grande. Eso en un hueso que tiene unos cinco centímetros, proporcionalmente es un montón”, dice Perea. Tras el análisis comparativo que realizaron, los investigadores afirman que su vampiro es similar en tamaño a los de la especie Desmodus draculae, vampiros ya extintos que fueron los más grandes que aletearon sobre este planeta. “Uno tiene que manejarse con los tamaños dentro del grupo. Uno mira este húmero de cinco centímetros y le puede parecer pequeño, pero dentro del género Desmodus este es un hueso gigante”, observa Ubilla, quien además reflexiona que este estudio fue posible “gracias a comprender la variabilidad en la morfología de las formas actuales para poder estudiar y resolver un tema con los fósiles. Esa información está en las colecciones de los museos y en las instituciones que tienen colecciones bien preservadas”.

Si bien no sabemos a ciencia cierta qué animales estaban en la dieta del vampiro que vivía en Kiyú, dado que en el mismo sedimento aparece otra fauna, no sería descabellado que algunos de esos otros animales fueran parte de su dieta. Siendo además un vampiro enorme, uno puede hacer suposiciones más afinadas sobre cuáles serían sus presas. “Se especula que estos vampiros habrían tenido como fuente de alimentación a los grandes mamíferos, pero no sabemos con certeza si era así”, confiesa Ubilla, para quien a veces estas especulaciones son una forma de “sacar la guitarra”. Perea también es cauto, pero arroja un tema para la discusión: “Uno tiende a pensar que cuanto mayor es el vampiro, mayor es la presa. Teniendo esto en cuenta, es factible que se alimentara de los grandes mamíferos de la megafauna, como los perezosos gigantes, los grandes ungulados, como las litopternas o los gliptodontes”. “Actualmente sólo existen tres especies de vampiros. Desmodus rotundus, que es el más grande, se alimenta sólo de mamíferos. Las otras dos especies son un poco más chicas y tienden a alimentarse de sangre de aves”, comenta Ubilla, y entonces, sin entrar en la payada pero demostrando que si se estudia armonía se puede ejecutar el instrumento con mayor propiedad, dispara: “Capaz que se alimentaba también de los roedores gigantes, como el Josephoartigasia monesi, y de las grandes aves corredoras. Los vampiros de hoy en día se alimentan de las aves mientras duermen. Las aves del terror, que no volaban, podrían ser víctimas de los vampiros, pero esto ya es parte de la especulación; no sabemos si se alimentaban estrictamente de mamíferos o si, como otros vampiros actuales, se alimentaban sólo de aves, o si tenían una dieta mixta”.

Uno podría imaginarse a un perezoso gigante forrajeando un árbol sin perturbarse por tener en su lomo a un enorme vampiro de poco menos de un metro de ala a ala. Caminando por el cuerpo del perezoso utilizando sus alas y patas, el vampiro maragato de pronto le hinca los colmillos y se deleita con la sangre caliente y nutritiva. O podría suceder que un ave del terror agotada tras un día de caza intensa se durmiera en el refugio de una rama baja de un árbol de hace dos millones de años sin darse cuenta de que, por entre sus plumas, el vampiro maragato busca una comida rápida. Sea como sea, lo que sí es seguro es que el fósil de vampiro más antiguo de Sudamérica se encontró en Uruguay. “Este trabajo puede ser un gatillo para que se estudie en cuevas, tanto de acá como de otros países de Sudamérica, buscando fósiles de vampiros. Uno de los árbitros del artículo señaló que era un trabajo que podía tener un impacto interesante, porque muchos colegas pueden volver ahora a las colecciones a buscar materiales de quirópteros vampiros que se les hayan pasado por alto”. Como sucede muchas veces, habrá que seguir investigando.

Foto del artículo 'Paleontólogos publican trabajo sobre el fósil de vampiro más antiguo de Sudamérica –y tal vez del mundo–, encontrado en las barrancas de Kiyú, en San José'

Foto: Federico Gutiérrez

Cualquier persona que piense dedicarse a la paleontología tal vez sienta que poco hay para hacer en un país como Uruguay al lado de gigantes como Argentina, con sus dinosaurios fuera de serie. Sin embargo, en Kiyú ha aparecido el fósil del roedor más grande del mundo, y ahora el del vampiro más antiguo de Sudamérica. En otras partes del país se encontraron abundantes huevos de dinosaurios, pterosaurios, celacantos... ¿cómo es posible que un país tan chico dé tantas maravillas para los paleontólogos? “Creo que parte de la explicación pasa porque se ha potenciado la paleontología en las últimas décadas. Hay mucha más gente joven trabajando en el campo con una metodología muy buena”, afirma Daniel Perea. “Por otro lado, hay cierta cuota de suerte en la riqueza del registro paleontológico que tiene el país. Es un límite político que englobó formaciones sedimentarias con edades y ambientes diferentes y con yacimientos paleontológicos importantes”. Ese trabajo en los últimos años ha dado sus frutos, tanto que jocosamente le comento a Perea que su libro Fósiles del Uruguay, cuya última edición es de 2010, debería tener una nueva edición que incluya los fósiles de vampiro y del pterosaurio que él también publicó con otros colegas, de un coatí del Mioceno, del armadillo fósil de San José Neoglyptatelus uruguayensis, y otras tantas cosas maravillosas. Los dos ríen y asienten, al tiempo que comienzan a adelantar futuras publicaciones fascinantes que seguro serán tema de notas venideras. “Sería bueno, a diez años de la última edición, sacar de nuevo el libro con todo lo que hemos ido conociendo e investigando en esta década”. Ya tienen uno vendido.

Artículo: “First fossil record of a bat (Chiroptera, Phyllostomidae) from Uruguay (Plio-Pleistocene, South America): a giant desmodontine”

Publicación: Historical Biology (marzo de 2019)

Autores: Martín Ubilla, Pablo Gaudioso, Daniel Perea.