Las lagunas costeras son cuerpos de agua someros que se caracterizan por conectarse con el océano por medio de un canal que se abre sobre una barra de arena. El ambiente de la barra es como una playa, un frágil y enorme médano que cumple un rol fundamental en la definición de la estructura y el funcionamiento de la laguna. La manipulación artificial de estos ambientes introduce amenazas potenciales para su conservación. Este es el caso en Laguna de Rocha, donde la apertura artificial de la barra ha acarreado varias consecuencias negativas.

Con el objetivo de su conservación natural, un grupo de investigadores de la Universidad de la República (Udelar), a instancias de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), desarrolló un protocolo que determina las condiciones en que puede procederse a la apertura de la barra y que fue publicado recientemente por la revista científica Estuarine, Coastal and Shelf Science. El protocolo se desarrolló en base a estudios técnicos, tanto naturales como sociales, y a un intercambio con las partes interesadas –pobladores, pescadores, productores y gestores del Estado– para estandarizar la ruptura artificial, explica el ecólogo Daniel Conde, quien resume el objetivo perseguido: “El protocolo trata de ordenar la apertura artificial para que sea lo más sustentable posible y que se desarrolle lo más cerca posible del momento de la apertura natural”.

En su artículo, los investigadores señalan que “el nuevo mecanismo de apertura artificial” contribuirá a recuperar “la energía hidráulica perdida” y a “mantener el período de inundación lo más cerca posible de las condiciones naturales, junto con los beneficios ecológicos y sociales”. Los lineamientos para la ruptura de la barra de arena fueron aprobados en 2016 por el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) y se incorporaron al Plan de Manejo de la Laguna de Rocha.

Ecosistemas inestables

Las lagunas costeras son cuerpos de agua que cambian constantemente a lo largo del año por el intercambio de masas de agua dulce y salada cuando se abre la barra, cuenta el biólogo. La barra se abre de forma natural bajo determinadas condiciones climáticas y presión interna por la concentración de agua dulce y crecimiento de la laguna. En ese intercambio de agua dulce y marina se generan cambios en la composición física, química e hidrográfica del cuerpo de agua. “Esos cambios afectan la salinidad del agua, así como su claridad y calidad”, dice Conde. A su vez, esos cambios influyen en los organismos que habitan en la laguna: “Toda la biota micro y macro se adapta”, apunta el investigador, y ejemplifica: “Desde algas, plantas, la comunidad de bacterias, invertebrados hasta peces, e incluso algunas especies de mamíferos y aves acompañan los cambios de salinidad”.

La apertura artificial de la barra está orientada hacia a una variedad de propósitos: “Evitar o reducir inundaciones en áreas agrícolas y poblados urbanos en la llanura de inundación, mejorar las pesquerías con la afluencia de larvas de especies de valor comercial del mar adyacente, eliminar la proliferación de algas, o recuperar la calidad del agua”, señalan los investigadores en el estudio. No obstante, la apertura artificial de la barra “a veces acarrea consecuencias negativas imprevistas e irreversibles”, añaden.

En Laguna de Rocha, esta práctica comenzó a realizarse cerca de 1950, cuenta Conde. Por aquel entonces, lo hacían los pescadores y productores con palas, según sus intereses, y no siempre respetando el mejor lugar para hacerlo, que se encuentra en el eje principal de la laguna, donde se abre en forma natural y por donde la laguna descarga más fácilmente. A partir de la década de 1980, la participación progresiva de la Intendencia Departamental de Rocha (IDR) y la Dinama en el manejo de la barra de arena redujo la participación activa de los pescadores en el proceso. De todas formas, continuó siendo una práctica “bastante informal” y “mal planificada”, dice el investigador. Es que a diferencia de los pescadores y ganaderos, que lo hacían con palas y de forma manual, la IDR lo hacía con maquinaria pesada en los lugares que esta alcanzaba, sitios que no estaban alineados con el eje principal de la laguna.

Entre las partes involucradas se cruzaban intereses: los pescadores querían favorecer la pesca; los productores, controlar la inundación de sus campos, y otros grupos defendían la apertura natural de la barra sin manipulación. En medio del conflicto entre los grupos, los efectos sobre el ecosistema de la laguna fueron haciéndose más evidentes. La barra comenzó a abrirse en lugares distintos de la zona natural de descarga modificando la “dinámica natural de apertura y cierre”, y eso fue generando “desventajas desde el punto de vista ambiental”, señala el investigador. Se produjeron “cambios en las capturas de pesca, empobrecimiento de la calidad del agua, reducción de la profundidad de los canales de descarga y disminución del período de inundación (necesario para la recarga de los acuíferos y aumento de la productividad de los campos)”, establece la investigación. De esa forma, se volvió inminente buscar una solución.

Ponerse de acuerdo

En ese marco fue que los investigadores comenzaron a delinear las bases para la apertura artificial de la laguna, a fines de 2011. En un principio, comenta Conde, se planificó trabajar durante un año, pero la realidad triplicó ese período: los estudios técnicos y sociales les demandaron tres años. Los investigadores realizaron análisis hidrodinámicos, geomorfológicos y ecológicos; a su vez, se remitieron a bases de datos e hicieron entrevistas a los pobladores locales para visualizar los procesos de transformación de la laguna y la barra de arena en las últimas décadas.

Los resultados obtenidos permitieron al grupo multidisciplinario delinear las bases del protocolo y establecer lineamientos para que los organismos responsables puedan determinar “cuándo realizar la apertura, en base a un conjunto reducido de indicadores” como “profundidad del agua, elevación de la berma de la barra de arena y pronósticos de lluvia”, dice el artículo. Además, los investigadores señalan que “los resultados geomorfológicos e hidrológicos combinados indican que la barra de arena de la laguna es una secuencia sedimentaria reciente de vulnerabilidad extrema, tanto para los cambios naturales como los impulsados por el hombre”.

El trabajo social implicó establecer un intercambio con pescadores, productores, gestores de la IDR, pobladores defensores del estado natural de la barra e incluso entre los propios investigadores, relata Conde. Con cada uno de los grupos se trabajó en “entender sus interés e inquietudes y problemas, además de tratar de ir llevándolos a través de un proceso de educación ambiental, capacitación y concientización hacia entender lo importante que era para todos los actores que se lograra un mecanismo sustentable para la apertura artificial”, añade.

“Podría haber sido un trabajo técnico de escritorio y que dijéramos a tal profundidad o tal lluvia se abre la barra, pero eso, si no era aceptado por los actores, iba a terminar no siendo aprobado por la Comisión Asesora Específica del Paisaje Protegido y no iba a ser viable”, cuenta y añade que en caso de haber sido aprobado, “no iba a ser efectivo a largo plazo, porque iban a haber muchos intereses en contra”; por eso subraya esta parte del protocolo: “El trabajo en conjunto con los actores fue el desafío principal” porque “es donde se interponen los intereses de un lado y del otro”, plantea el investigador y opina que el intercambio con los productores rurales fue el más “complicado” porque “de alguna manera, son los más poderosos”.

¿Cómo se relaciona el poder con la barra de la laguna? Conde lo explica así: “Los productores son los que tienen más llegada al poder político y eran quienes con una llamada convencían al intendente de que abriera la barra porque se les estaba inundando un campo”. De todas formas, en el proceso de intercambio los productores entendieron “la importancia de que sus campos se inundaran, porque eso genera más productividad y otra serie de cosas”, lo que permitió llegar a un protocolo consensuado. El trabajo con los pescadores “fue al revés”, dice Conde: “Aunque han presionado en algunas ocasiones para favorecer la pesca de algunas especies, tienen una mayor conciencia de la importancia del funcionamiento natural de la laguna”.

Trabajo continuo

Todo este proceso no habría sido tan rápido y exitoso sin la existencia, durante más de 15 años, de un grupo asesor participativo que discute los problemas ambientales locales, destaca el investigador. “El trabajo de los actores no empezó con el desarrollo del protocolo, empezó en los años 90. Entonces, si bien los intereses contrapuestos estaban presentes, también había 20 años de conocerse, de tener confianza y de trabajo de capacitación en temáticas ambientales. No partimos de cero. En estas cosas cuando partís de cero te lleva muchos años poner a la gente en la misma sintonía”.

Asimismo, Conde resalta que en algunos casos los actores involucrados aportaron datos para los estudios técnicos que realizaban los investigadores. “Nosotros no teníamos forma de saber muchas cosas de conocimiento tradicional que los pescadores y productores sabían sobre la apertura de la laguna en la década de los 60 o antes”. A su vez, Conde cuenta que una de las etapas del trabajo consistió en una serie de entrevistas con los pescadores que “viven allí hace más de 80 años” y proporcionaron a los investigadores la información sobre la apertura de la barra de una forma “mucho más rápida y sencilla” que obtenerla a través de estudios técnicos “costosos y que a veces no otorgan certezas”.

Una de las cláusulas del protocolo incluía el monitoreo permanente de su puesta en práctica. Desde su aprobación en 2016 se han hecho “tres o cuatro” aperturas, puntualiza Conde, por lo que, a su entender, no existen experiencias suficientes para evaluar la aplicación del protocolo. De todas formas, el investigador adelanta que se deberá ajustar la profundidad a la que se hace la apertura en base a los datos arrojados por las últimas experiencias de ruptura. Asimismo, el investigador señala que algunas de las rupturas se hicieron siguiendo “estrictamente” el protocolo, pero en otras no se aplicó por “algunas cláusulas gatillo”, por ejemplo, en caso de emergencia ante inundaciones.

“Cada apertura es distinta”, dice Conde. La apertura de la barra se realiza a “determinada profundidad por determinada cantidad de días y si no hay previsión de lluvias para los días siguientes”, y en caso de que no se estime que ocurrirá la ruptura natural de la barra. “Esos números de profundidad, de días que hay que esperar y de previsión de lluvia están en constante ajuste. Entonces el protocolo también está en ajuste, pero todavía estamos en etapa de recabar información”, explica Conde. De todas formas, la interacción entre gobiernos, academia y la sociedad civil ha dado un fruto consensuado: un protocolo de actuación que mira más allá de los intereses a corto plazo que, por más que pueda ser perfectible, es de por sí un ejemplo digno de replicarse.

Artículo: “Ecological and social basis for the development of a sand barrier breaching model in Laguna de Rocha, Uruguay”.

Publicación: Estuarine, Coastal and Shelf Science (04/2019).

Autores: Daniel Conde, Sebastián Solari, Daniel de Álava, Lorena Rodríguez-Gallego, Natalia Verrastro, Christian Chreties, Ximena Lagos, Gustavo Piñeiro, Luis Teixeira, Leonardo Seijo, Javier Vitancurt, Héctor Caymaris, Daniel Panario.