Ya desde el título, el artículo publicado en la sección correspondencia en la edición del 23 de octubre de la revista científica Nature no se anda con rodeos: “Uruguay: recortar fondos no es forma de agradecer a los científicos por el éxito ante la covid”. Remitida por Daniel Prieto, investigador posdoctoral del Departamento de Biología del Neurodesarrollo del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), la carta refleja las tensiones y desencantos suscitados a raíz de la Ley de Presupuesto que ahora será discutida en la Cámara de Senadores. También coincide en un momento en que las publicaciones científicas, y Nature lo ha hecho explícito, han hecho énfasis en la importancia de cubrir y discutir la relación entre política y ciencia.

Expectativas defraudadas

La nota remitida por Prieto a Nature comienza señalando que “los científicos uruguayos han trabajado con éxito junto al gobierno para controlar la covid-19: con sólo 52 muertes en 2.623 casos (datos al 22 de octubre), las cifras se encuentran hasta ahora entre las mejores de América del Sur”. Al leer uno ya sabe que luego de esto vendrá un pero. Y dado lo conciso de la misiva, llega inmediatamente: “Pero los científicos todavía se enfrentan a la congelación masiva de los fondos de investigación del gobierno, propuesta antes de la pandemia. Desmantelar su frágil sistema científico podría dejar al país mal equipado para enfrentar el próximo desafío inesperado”.

Prieto sabe que su nota será leída por científicos y científicas de todas partes del planeta. Por tanto, no necesita ahondar en la importancia de la ciencia para enfrentar estos desafíos inesperados. Queda claro que el objetivo es otro: que sus colegas no bajen la guardia en la medida en que un éxito científico en la lucha del coronavirus puede no ser correspondido por los gobernantes. Y que los fantásticos titulares que recorren medios de prensa y publicaciones especializadas, como el que salió el 22 de setiembre en el British Journal of Medicine, titulado “Uruguay le está ganando a la covid-19. Así es cómo”, no deben hacer pensar al resto del planeta que nuestro país es un paraíso donde la ciencia es apreciada en su justa medida. Entonces da un poco de contexto local.

“El gobierno del presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, actuó al comienzo de la pandemia nombrando una junta asesora científica para guiar decisiones basadas en evidencia”, dice Prieto. “Los científicos y otros académicos ofrecieron su apoyo al desacreditar información engañosa, ampliar las recomendaciones del Ministerio de Salud, aportar dinero de subvenciones para pruebas de coronavirus y desarrollar test de diagnóstico más rápidos”, resume en una línea para concluir que “esta cooperación eficaz con los investigadores ha sido un ejemplo para los políticos de todo el mundo”. En efecto, Uruguay ha salido fortalecido en su imagen internacional por el manejo de la pandemia. Pero parece que, al igual que con el derrame de la riqueza, el derrame de ese fortalecimiento que tanto aporta al posicionamiento del país tampoco se materializa.

Para que los científicos del resto del globo entiendan un poco cuál es el panorama en el país donde los investigadores ayudaron a combatir con éxito a la covid-19, informa: “Uruguay destina a la ciencia sólo 0,5% de su producto interno bruto, colocando a la investigación en una seria desventaja internacional”. Por todo esto, Prieto concluye que “recortar esos fondos del gobierno podría destruir tres cuartas partes de las capacidades de investigación del país”.

La ciencia tiene quien le escriba

“La comunidad internacional era uno de los frentes que estabas faltando en la búsqueda de apoyo para nuestra ciencia”, explica Prieto desde el IIBCE sobre por qué decidió enviar su carta a Nature. “Este artículo lo escribí luego de leer la nota de Gregory Randall que salió en la diaria”, dice, en referencia a “El rey desnudo: un gobierno antiuniversidad y anticiencia”, publicada el 19 de setiembre. “Pensé que hacía falta darle visibilidad afuera a lo que allí se decía”, expresa.

Uno podría pensar que para publicar una carta en Nature alcanza con enviarla como a cualquier correo de lectores. Pero no es así: no sólo se trata de una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo, sino que justamente ese prestigio global hace que no sean pocos quienes desean que sus cartas se publiquen allí. “Los editores de Nature evalúan si aceptan publicar la carta. Por otro lado, hacen una revisión con chequeo de los datos y referencias enviadas”, explica Prieto. Los editores, además de evaluar si el contenido es pertinente, también toman en cuenta si lo que se comunica en la carta es de relevancia para la comunidad científica. “Como es una revista pensada para el público científico, toda esa dinámica de chequeos y revisiones es natural”, agrega.

Como veremos más adelante, la carta de Prieto fue oportuna: “Hay un telón de fondo dado por las elecciones en Estados Unidos, puesto que la administración actual ha tenido como uno de sus paradigmas negar el conocimiento, negar la evidencia científica. Supongo que para los editores esta carta fue interesante también por eso”, conjetura. “En definitiva, la ciencia es un vehículo de búsqueda del conocimiento. El objetivo que uno espera en esta relación con la política es que se tomen decisiones basadas en evidencia. Por supuesto que hay otros aspectos, como la aplicabilidad de la ciencia, el conocimiento por el conocimiento, o la preparación para lo inesperado, que es un aspecto que la ciencia aplicada no puede cubrir, pero sí una apuesta por el conocimiento”.

Prieto acepta la interpretación de que la carta, publicada en una revista científica de renombre, puede ser una alerta para sus colegas de otras partes de que la ciencia puede aportar en la lucha contra el coronavirus y aun así no ser tenida en cuenta a la hora de distribuir recursos. “Pero además hay un llamado de atención sobre que las consecuencias de no apostar por la ciencia pueden ser realmente serias”.

Pocas líneas pueden encerrar grandes intenciones. “Yo soy un poco soñador, pero veo que tenemos una oportunidad para construir un liderazgo regional en ciencia”, dice Prieto cuando se le pregunta qué pretende con esta misiva. No es que piense que su carta logre esto por sí sola –ojalá fuera tan sencillo–, pero considera que esta visibilidad internacional puede aportar su granito de arena. “En la nota hago referencia a un preprint que tenemos con José Paruelo, del INIA [Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria], y Miguel Sierra, del Conicyt [Consejo Nacional de Investigación en Ciencia y Tecnología], en el que aportamos datos y proyecciones sobre la ciencia en nuestro país y hacemos un análisis comparativo con Brasil y Argentina. Allí vemos que Uruguay, si bien es bastante eficiente, invierte poco en ciencia”, reflexiona. “Analizamos cuál es la mejor manera de invertir dinero en ciencia, y vimos que lo más estratégico hoy no pasa por invertir en edificios o en más institutos, sino en tener más investigadores. En la comparación con Argentina y Brasil estamos muy rezagados. De hecho, si ellos congelaran la cantidad actual de investigadores cada 100.000 habitantes, al ritmo de crecimiento que tiene Uruguay no los alcanzaríamos antes de 2070”.

“Hoy, con el éxito relativo que hemos tenido en la lucha contra el coronavirus, tenemos la oportunidad para crecer en ciencia, construir un liderazgo y dejar de ser los rezagados del Cono Sur”, sostiene Prieto, que, como también sabe que esta situación privilegiada no se generó sólo por lo realizado por científicos y médicos, destaca que gran parte de ese logro pertenece también a la ciudadanía. “Si bien la ciencia ha tenido un papel importante, el uso del tapabocas y el mantenimiento del distanciamiento por parte de la gente no se puede minimizar”, afirma.

Política y ciencia entrelazadas

“La ciencia y la política son inseparables, y Nature publicará más noticias, comentarios e investigaciones sobre política en las próximas semanas y meses”, decía el editorial de la revista del 6 de octubre. “Planeamos aumentar la cobertura política de lo que sucede alrededor del mundo y publicar más investigaciones sobre ciencia política y campos relacionados”, agregaba. La carta de Prieto parece enmarcarse en esta toma de posición.

En el editorial se preguntan por qué una revista científica debe cubrir política y, entre otras cosas, responden con contundencia: “La ciencia y la política siempre han dependido la una de la otra. Las decisiones y acciones de los políticos afectan la financiación de la investigación y las prioridades de las políticas de investigación. Al mismo tiempo, la ciencia y la investigación informan y dan forma a un espectro de políticas públicas, desde la protección ambiental hasta la ética de los datos. Las acciones de los políticos también afectan el entorno de la educación superior. Pueden garantizar que se defienda la libertad académica y comprometer a las instituciones a trabajar más duro para proteger la igualdad, la diversidad y la inclusión, y dar más espacio a las voces de comunidades anteriormente marginadas. Sin embargo, los políticos también tienen el poder de aprobar leyes que hagan lo contrario”.

Aludiendo a la pandemia, que despertó “un intenso interés mundial en cómo los líderes políticos están utilizando la ciencia para guiar sus decisiones y cómo algunos la malinterpretan, la usan mal o la reprimen”, recuerdan que la relación entre ciencia y política tiene encontronazos como los que durante tanto tiempo hubo en torno al calentamiento global: “Las grietas han sido evidentes durante años en el campo del cambio climático, y varios políticos ignoran o buscan socavar la evidencia irrefutable que muestra que los humanos son la causa”. Pero el problema no termina allí.

El editorial de Nature pone algunos ejemplos. Da cuenta de que el año pasado el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cesó al director del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del país tras un informe que señalaba que la deforestación de la Amazonia había aumentado considerablemente durante su mandato. O que el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, vetó la nominación de seis investigadores al Consejo de Ciencias nipón porque “habían criticado la política científica del gobierno”, algo que nunca había pasado desde que en 2004 los ministros empezaron a tener capacidad de aprobar las designaciones.

Obviamente en la nota no se habla directamente del incidente entre el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca y la Universidad de la República sobre lo que se conoció como “el decreto mordaza”, que impedía que los investigadores publicaran o dieran a conocer información que obtuvieran en sus investigaciones acerca de lo que sucede en mares y ríos, un altercado que aún no ha terminado de resolverse. Pero al decir que “El principio de que el Estado respetará la independencia académica es uno de los fundamentos que sustentan la investigación moderna, y su erosión conlleva graves riesgos para los estándares de calidad e integridad en la investigación y la formulación de políticas. Cuando los políticos rompen ese pacto, ponen en peligro la salud de las personas, el medio ambiente y las sociedades”, está hablando de este y de todos los casos en que se cercena la capacidad de investigar.

“Es por eso que los corresponsales de Nature redoblarán sus esfuerzos para observar e informar sobre lo que sucede en la política y la investigación en todo el mundo. Es por eso que los autores de nuestros comentarios de expertos continuarán evaluando y criticando los desarrollos”, sostiene el editorial. Para quienes piensen que la ciencia es una cuestión ascética y nada política, el editorial termina afirmando que continuarán “instando a los políticos a abrazar el espíritu del aprendizaje y la colaboración, a valorar diferentes perspectivas y a honrar su compromiso con la autonomía científica y académica”.

“Las convenciones que han guiado la relación entre ciencia y política están amenazadas, y Nature no puede quedarse en silencio”, sostiene la publicación. Nosotros, que somos unos piojos al lado de Nature, tampoco.

Artículo: “Uruguay: slashing funds is no way to thank scientists for COVID success”.
Publicación: Nature (23 de octubre de 2020).
Autor: Daniel Prieto.