Por primera vez una empresa privada lleva seres humanos al espacio. La compañía SpaceX, propiedad del millonario Elon Musk, también es la responsable del proyecto Starlink, que está lanzando 12.000 satélites para brindar conexión a internet a escala planetaria. ¿Es sólo el inicio de una nueva era de vuelos espaciales, o deberíamos preocuparnos? Varios astrónomos nos cuentan su punto de vista.

“La empresa SpaceX, de Elon Musk, entrará a la historia cuando se convierta en la primera compañía privada en lanzar humanos al espacio”, titulaba The Telegraph el miércoles antes de que la atmósfera le jugara una mala pasada al magnate e impidiera el lanzamiento desde Florida, Estados Unidos. “El primer lanzamiento del astronautas de Elon Musk es un salto gigante para el capitalismo espacial”, reportaba con regocijo la revista Forbes sin tener en cuenta que la lluvia arruina los planes de ricos y pobres por igual. El fallido lanzamiento de la cápsula Crew Dragon propulsada por un cohete Falcon 9, propiedad de SpaceX, llevaría a dos astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional y fue pospuesto para las 17:22 de este sábado. El pequeño paso para una empresa podría significar también un gran salto, al vacío, para la humanidad.

Falcon 9 de Space X. Foto: Space X

Falcon 9 de Space X. Foto: Space X

¿Debemos alegrarnos con esta proeza tecnológica del mismo multimillonario que el año pasado lanzó un vehículo Tesla, compañía también de su propiedad, al espacio? ¿La exploración espacial protagonizada por agencias espaciales estatales dará pasó a los emprendedores cósmicos? ¿La iniciativa privada nos llevará al infinito y más allá dando lugar a una nueva etapa de la humanidad, o, en cambio, reproducirá a escala sideral las injusticias, asimetrías y excesos que cometió en nuestro planeta? De ser un acierto o un error, ¿veremos las consecuencias del emprendedurismo espacial en el futuro, o, como el cambio climático, ya nos están afectando hoy? ¿Es esta la consecuencia lógica de la necesidad de crecimiento constante del capitalismo? ¿Es el espacio las nuevas Indias Orientales, la nueva América, el nuevo Lejano Oeste, o en cambio trataremos de que sea nuestra nueva Antártida? No hay respuestas acertadas. Pero al menos recabamos las impresiones de cinco astrónomos e investigadores al respecto y buceamos por algunos textos inquietantes.

Un paso inevitable

“No es un tema en el que sea especialista, puedo opinar como cualquier persona”, dice el astrónomo Julio Fernández. Claro que, a diferencia de cualquier persona, Fernández integra la Academia de Ciencias de Estados Unidos –además de la Academia Nacional de Ciencias de Uruguay– y ha realizado importantes contribuciones al estudio de los cometas y los asteroides por las que ha sido galardonado en la comunidad científica internacional. “Estaba visto que los vuelos privados en algún momento iban a surgir, más en Estados Unidos, donde cuando se ve alguna posibilidad de algún beneficio económico, empiezan a saltar los privados”, agrega.

Tabaré Gallardo, astrónomo del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias, señala que “es bastante razonable e inevitable que pase esto, que el espacio entre dentro del circuito del negocio”. Y agrega: “Lo que se me ocurre es que lo que hay que hacer es tratar de mantener ciertas normas y tener ciertos cuidados, pero el uso del espacio y la explotación eran inevitables”. Más allá de esta necesidad de los cuidados y de las normas, Gallardo afirma que “está bien que ya no sea necesario el esfuerzo de una nación o de un grupo de naciones, sino que sean privados, que tienen los medios, los que logren desarrollar la tecnología, y ponerse en el espacio. Veo bien que lo que antes requería todo el esfuerzo de una nación, ahora lo pueda hacer una empresa”.

Andrea Sosa, astrónoma del Centro Universitario Regional Este reflexiona que “tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea (ESA) mandan a fabricar sus componentes a empresas privadas. Este es un paso más que están dando. Que ahora parte de eso quede en manos privadas me causa cierta preocupación, pero por otro lado siento que era algo inevitable, por un tema económico”. También apunta que “si la NASA no tiene forma de mandar a los humanos al espacio y es necesario enviarlos para seguir con las investigaciones que se llevan adelante en la Estación Internacional, bienvenido sea”. Al respecto, la NASA no envía astronautas al espacio desde hace más de una década. Podríamos entender entonces este vuelo de SpaceX, transportando humanos a la base orbital, como un Buquebus estelar. Una ruta de viaje, y una empresa estatal o privada que, respetando ciertas normas, provee el servicio.

Para Gonzalo Tancredi, también astrónomo del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias, y responsable junto a Julio Fernández de presentar la moción que quitó la categoría de planeta a Plutón, es “positivo para todo el desarrollo espacial el involucramiento de empresas privadas conjuntamente con la actividad de los estados o de las agencias espaciales estatales. Eso ha significado un abaratamiento de costos, y de hecho varios proyectos de envío de misiones espaciales se están planificando con empresas privadas porque sale más barato. Se ha ampliado la oferta de posibilidades, lo cual también me parece positivo”.

FAlcon 9 de SpaceX. Foto: Space X

FAlcon 9 de SpaceX. Foto: Space X

Por otro lado, el astrónomo señala que esta irrupción de Musk y sus colegas “contribuye al rejuvenecimiento de la actividad espacial. El lanzamiento de misiones y cohetes está teniendo una repercusión mediática que no tenía desde hace diez o 15 años. Y eso es porque hay una inversión privada que a su vez quiere hacer propaganda de su actividad. Si no hubiera una empresa que estuviera atrás promocionando, esto posiblemente pasaría desapercibido”. Y tiene razón: los viajes de astronautas a la Estación Internacional se realizan al menos una vez al año desde hace más de una década. “No creo que nadie recuerde ninguno, o al menos yo. Hoy todo el mundo está con este tema”, dice Tancredi.

Ismael Acosta es estudiante de Ciencias Biológicas y de Astronomía, ambas licenciaturas de la Facultad de Ciencias. Como estudiante está metido hasta las patas con una rama fascinante de la ciencia que une las dos carreras que estudia: la astrobiología. De hecho, forma parte de un proyecto de investigación que busca trazos de vida en ambientes inhóspitos, tarea que lo ha llevado a la Antártida. “Este proyecto forma parte de otro más grande, el ExoMars, que lanzará un rover en 2021 para buscar rastros de vida en la superficie marciana”. Acosta dice que el lanzamiento le genera “sentimientos ambiguos”. Y enseguida explica: “Obviamente, como estudiante de astronomía, y como nerd en general, me gustaría ver a la humanidad llegando a otros planetas y poder explorar el Sistema Solar. Pero por otro lado, como ciudadano del mundo, me genera preocupación que haya ciertos poderes, cierta mano invisible que controle toda esa exploración y que no sea por el bien de la ciencia. Porque lo que más me gustaría es que la exploración sea alimentada por el deseo del conocimiento y no por el dinero”.

Y hablando de dinero, hay otra razón fundamental para que Ismael figure en esta nota: me recomendó leer el libro Capitalismo espacial, de Peter Nelson y Walter Block. Llegó a él buscando información sobre el derecho espacial, que necesitaba para su investigación. “El derecho espacial me resulta muy llamativo, porque es como una frontera hacia donde la sociedad todavía se puede expandir”, dice Acosta. Uno no puede dejar de pensar en cierto paralelismo entre el tratado antártico y el documento de derecho espacial de la ONU. La Antártida es justamente un lugar donde los estados se pusieron de acuerdo en que la lógica del capitalismo no se iba a aplicar, se prohibieron la explotación de recursos, los reclamos territoriales, la presencia armada. “Sí hay un paralelismo entre la exploración espacial y la exploración antártica, o al menos es lo que debería ser. Según el tratado sobre el espacio exterior, el resto del universo es patrimonio de la humanidad. Entonces del mismo modo que un recurso antártico es patrimonio de la humanidad, un recurso astronómico sería de la misma índole”, afirma Acosta. Pero ahora vayamos al libro que me recomendó.

Capitalismo en el cielo

“Walter Block, famoso por su dictamen para ‘privatizar todo’, regresa con su mirada típicamente provocadora sobre la economía y la ética de la exploración espacial. Comenzando con la premisa de que los gobiernos tienen un historial terrible de amenazas de supervivencia humana, Block y su coautor Peter Nelson abogan por mantenerlos bien separados de un sistema puramente privado de viajes espaciales. La actividad humana extraterrestre, aunque tecnológicamente innovadora, no requiere nuevos sistemas de derecho, economía o ética. De hecho, Block y Nelson nos dicen que realmente no hay nada nuevo bajo el sol: los ‘precedentes terrestres’ basados en la propiedad privada y los mercados libres proporcionan la mejor manera de lidiar con bienes comunes espaciales y supuestos bienes públicos. Este libro es perfecto para esta era de florecientes viajes espaciales privados”, decía en la solapa del libro Jeff Deist, presidente del Instituto Mises. En lugar de entender la advertencia, cual burro empecinado, uno siguió leyendo.

“¡Privatizar los viajes espaciales!”, exclaman los autores, que proponen que “el viaje espacial es vital y beneficioso para el bienestar humano”, pero que “debe hacerse en privado; el Estado debe mantenerse lo más alejado posible de esta iniciativa, e idealmente, totalmente alejado”. En un pasaje se preguntan si “no sería el objetivo de la exploración espacial mejor atendido por el propio gobierno, dado su poder impositivo o, como mínimo, a través de una asociación entre el Estado y los intereses privados”, para contestar: “¡absolutamente no!”.

“Casi todo lo que toca el gobierno viene con fallas fatales. Eliminar la participación del Estado en el espacio libera a las personas en lugar de limitarlas. Además, los poderes gobernantes notoriamente mal administran todas las empresas”, dicen, y a uno esas palabras le resultan tan familiares que enseguida las pone en boca de varios parlamentarios y defensores del libre comercio. “La misma incompetencia del Estado hace que la aventura parezca mucho más cara de lo que realmente necesita ser”, dicen a continuación. Aun si el Estado lograra hacer la exploración espacial con eficiencia, dicen que “sería inapropiado que lo hiciera, ya que sus fondos son extraídos, involuntariamente, de sus legítimos propietarios, los tan sufridos contribuyentes”. Sólo le falta exclamar que bajen el costo de la exploración espacial del Estado, por favor.

En su diatriba, que haría empalidecer a hasta a un Conrado Hughes, afirma que “hemos desarrollado armas de destrucción masiva y un aparato gubernamental despreciable, venerado por muchos en todo el mundo; incluso las usó, dos veces, en 1945”. Para seguir con su metralleta antiestatal, los autores llegan a afirmar que “la exploración espacial financiada por el sector privado se autofinancia y no implica opresión. Si el Estado se mantiene alejado, muy lejos, el individuo es libre de perseguir sus sueños como mejor le parezca. Si se equivoca acerca de la eficacia del proyecto, él solo, junto con sus socios voluntarios, sufre la pérdida. Nadie recibe un disparo tampoco. Nadie está oprimido bajo el capitalismo de laissez faire, ya que necesariamente involucra actos comerciales volitivos entre adultos que consienten”.

No hace falta enumerar las consecuencias que estos actos volitivos entre adultos que consienten pueden traer al resto de la población cuando no hay regulaciones de por medio. Baste mencionar que el ejemplo de quiénes sufrieron más porque el producto de la industria tabacalera fuera cancerígeno. O de los clorofluorocarbonos en los refrigeradores y aerosoles. O dentro del derecho laboral, lo que hubo que luchar por que se respetaran las jornadas de ocho horas, los salarios mínimos y tantas otras cosas que no eran acordadas en esos actos volitivos entre adultos.

Pero el problema de las empresas en el espacio no es a futuro. Como el calentamiento global, sus efectos ya se ven hoy.

Megaconstelaciones y meganegocios

La empresa SpaceX, que este sábado lanzó a los primeros humanos al espacio en un vuelo privado, es también la que lleva a cabo el proyecto Satarlink, una mega constelación de satélites. ¿Y qué es eso?

“Las megaconstelaciones, también conocidas como constelaciones de satélites de órbita terrestre baja, son redes de satélites que orbitan la Tierra a altitudes de 2.000 km o menos. Estas redes de satélites están destinadas a ofrecer telecomunicaciones ininterrumpidas en todo el mundo, llevando servicios como internet de banda ancha a áreas remotas. Empresas como Facebook, OneWeb, Amazon, SpaceX y otras han anunciado intenciones de lanzar y probar megaconstelaciones”, dice en un artículo el portal de la International Dark-Sky Association.

¿Qué podrían tener de malo las megaconstelaciones, estas maravillosa maraña de satélites interconectados que traerán una mejor conectividad en cualquier punto del planeta Tierra? Dicen que ninguna sustancia es venenosa de por sí, sino que todo depende de la dosis. Y en el caso de las megaconstelaciones, el número vaya que importa.

Según declaró la American Astronomical Society, las megaconstelaciones harían que la cantidad de satélites acumulados en los últimos 60 años, desde que en 1957 la Unión Soviética lanzara el Sputnik, se multiplicara por cinco en los próximos 15 años. Y eso quiere decir que los 15.000 satélites y objetos que la humanidad ha puesto en órbita pasarían a ser 75.000 en el tiempo de lo que dura un gobierno en Uruguay, según datos de esa revista. Con datos de la ONU, los humanos hemos lanzado unos 9.000 objetos que orbitan el planeta, lo que en cinco años una multiplicación por cinco daría 45.000 objetos, lo que tampoco es algo tranquilizador. De hecho, sólo el proyecto Starlik de SpaceX planea tener una megaconstelación de 12.000 satélites e incluso solicitó autorización para lanzar 30.000 más. Ese futuro ya comenzó.

Foto: Space X

Foto: Space X

Starlink comenzó lanzando 60 satélites en mayo del año pasado y planea que, al finalizar 2020, al menos 1.000 de sus satélites ya hayan sido lanzados. Según la revista Scientific American, eso “aumenta a la mitad el número de satélites activos en órbita”, que venían siendo unos 2.000. Pero el asunto es que Elon Musk y su SpaceX no están solos. La empresa OneWeb, informa también Scientific American, planea lanzar otros 400 satélites en este 2020. Aquí en nuestro país hemos podido observar los trencitos de satélites de la empresa de Musk en el mes de enero. La formación de satélites alineados luego se rompe cuando son colocados en su órbita de funcionamiento.

Uno pensaría que estos lanzamientos masivos de satélites están sometidos a estrictas regulaciones. “Yo pensé que había algo que regulaba el lanzamiento de esta cantidad de satélites, pero parece que no”, dice Tabaré Gallardo. “Esto tendría que regularlo Naciones Unidas, que tiene una comisión sobre el uso pacífico del espacio exterior”, comenta Julio Fernández.

Efectivamente, el comité denominado COPUOS (por sus siglas en inglés; Committee on the Peaceful Uses Of Outer Space) comenzó a funcionar en 1959 cuando se desarrolló la era dorada de la exploración espacial bajo el influjo de la Guerra Fría y la lucha por la supremacía política e ideológica, pero también científica y tecnológica, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. De hecho, en el convenio ratificado por 31 países en enero de 1975, se estableció que los objetos lanzados por los estados al espacio deberán ser inscritos antes detallando qué función tendrían. La regulación es de 1975, cuando la idea de que una única empresa lanzaran 1.000 en un año era increíble, como que Artigas dijera que eso de andar dejando que las vacas se reprodujeran a lo loco para sacarles el cuero y hacer charque terminaría haciendo subir la temperatura del planeta por las emisiones de metano.

Hoy cada compañía que lanza satélites que orbiten el planeta debe contar con el aval de un regulador nacional. Eso, en Estados Unidos, donde opera SpaceX, cae bajo responsabilidad de la Comisión Federal de Comunicaciones, la que, entre otras cosas, pide a las empresas “tanto análisis de riesgo de colisión como propuestas para eliminar sus satélites de la órbita de forma segura”. “Me parece que estas empresas están como en un vacío legal, viven en el borde de la línea de la legalidad”, opina Ismael Acosta.

Arruinando lo que es de todos

Cuando le pregunto a Andrea Sosa si estos satélites tienen un impacto negativo en la astronomía, no duda en contestar. “El impacto de estas megaconstelaciones va a afectar tanto al ciudadano común –porque con estos miles de satélites, con brillos, que los hacen visibles a simple vista, ya no va a haber rincón de la Tierra donde uno pueda ir a mirar un cielo oscuro– como a la investigación científica”.

“Tengo entendido que en este momento hay unos 200 satélites de SpaceX y se prevé que para enero del año que viene haya unos 1.600 más. Eso es algo que nadie previó y que nadie podía imaginarse en 1975”, agrega Sosa. Y lo que, de no hacer nada, perderemos para siempre es el cielo oscuro, algo que, según la Unesco, es un derecho que tenemos los seres humanos. “En astronomía manejamos una escala de brillo de distintas magnitudes; cuanto más brillo tiene un objeto, menor es esa magnitud”, explica Sosa. “Lo más débil que se puede ver a simple vista es una estrella u objeto con magnitud 7 en un cielo perfectamente libre de contaminación lumínica, que ya casi no quedan en la faz de la tierra, y con binoculares puede llegar a ser de magnitud 10. Los satélites de SpaceX llegan a ser tan brillantes como Júpiter, que es un objeto con magnitud -2. La mayoría de los satélites de SpaceX, cuando alcanzan su órbita operativa, que anda por los 500 kilómetros, son perfectamente visibles a simple vista con magnitudes de 4 o 5”, agrega.

Le pregunto si esto podría implicar el fin de la observación astronómica, por lo menos con telescopios ópticos, desde la Tierra. “Vamos en ese camino”, responde Sosa, con tristeza. “Sin dudas esto tiene impacto en la investigación científica astronómica”, agrega. “Una de las mayores estructuras astronómicas comenzará a operar en 2022 en Chile. Es el observatorio Vera Rubin, un emprendimiento astronómico sin precedentes, porque combina por primera vez en la historia un gran telescopio, tiene ocho metros, con un campo grande que abarca 9° en el cielo. Ese telescopio tiene un detector súper sensible. Y si entrás en la página del observatorio, en la portada, como primera noticia, está el impacto que estas megaconstelaciones de satélites van a tener para su observación científica. Ellos calculan que cuando estén operativos van a dejar trazas en todas las imágenes científicas que se tomen en el crepúsculo, porque es cuando el Sol ilumina más a los satélites. También ven que se les va a complicar toda la imagen de procesamiento y análisis de imágenes. Está muy comprometido el futuro de la astronomía óptica, y supongo que también el de la radioastronomía”, se lamenta la investigadora.

Gonzalo Tancredi concuerda: “Esto afectaría a la astronomía, sobre todo porque estamos en la época de los grandes programas de monitoreo y búsqueda de objetos. Hay varios proyectos en funcionamiento, y para los próximos años, que consisten en observar todo el cielo todas las noches con telescopios de gran campo”. Luego agrega: “Está el hecho anecdótico de ver el trencito de satélites en los días posteriores al lanzamiento. Eso en sí no afecta mucho. El problema es que luego esos satélites se despliegan por todo el cielo y, si bien puede que no los veas, sí se van a ver en las imágenes telescópicas”. Julio Fernández sigue a sus colegas: “Van a causar mucha interferencia y, sin duda, una polución tremenda. En algún momento la astronomía de punta va a tener que estar fuera de la Tierra y fuera de la zona de satélites”.

Andrea Sosa cuenta que en la última reunión de la Sociedad Astronómica Americana, en enero, se citó a ingenieros de SpaceX y se les planteó tanto los problemas como una serie de recomendaciones para mitigar el impacto de las constelaciones de satélites, como que su brillo se mantenga “por debajo del umbral para la detección a simple vista” o que le informen los “cronogramas de lanzamiento y parámetros orbitales”.

“Mantener el brillo por debajo del límite de detección a simple vista. Pero eso no sirve a la ciencia, que observa fenómenos con magnitudes mayores a 23”, dice Sosa, quien se desahoga y confiesa: “Siento desazón, como que estamos dando por perdida una batalla frente a esta tecnología. Lo que piden son todas cosas muy tibias. Creo que se debería ir por el camino de ponerle freno, buscar el mayor compromiso con la preservación de la naturaleza y ver el cielo nocturno oscuro estrellado como un recurso natural a proteger. Y que busquen otras soluciones, que la tecnología de internet vaya por otro camino”.

¿Espacio capitalizado?

“Si dejamos que las empresas hagan lo que quieran, en un futuro no lejano la única forma de ver el cielo va a ser simulado y recreado a partir de una tecnología 4D o algo que inventen, pero al cielo oscuro real lo perdimos; vamos a tener que verlo en simulaciones”, dice Andrea Sosa.

“En principio no lo veo como negativo el lanzamiento; me preocupa mucho más lo de Starlink y ese otro tipo de cosas. Lo necesario es tener organismos que puedan tener control para que no ocurran excesos. Porque esta es una de las vertientes de los negocios espaciales. Luego está todo el tema de la minería, de la explotación de recursos en el espacio”, vaticina Gonzalo Tandredi.

“Puede ser que estos empresarios tengan buenos propósitos. Imaginate un Carl Sagan millonario. No sé si algo así es posible. Pero podría darse el hecho de que gente poderosa, tanto como para poder hacer esto, tenga buenas intenciones. Ojalá”, dice sin mucha esperanza Tabaré Gallardo.

Falcon 9 de SpaceX. Foto: Space X

Falcon 9 de SpaceX. Foto: Space X

“Creo que depende mucho del futuro de las naciones, hacia dónde se van encaminando en lo que respecta a la exploración espacial. No es lo mismo la exploración de recursos geológicos hoy en día que lo que era en sus inicios, como tampoco era lo mismo la exploración antártica en sus inicios, cuando se buscaban básicamente recursos naturales, que lo que es hoy, que es más un santuario para la ciencia y para la paz. Hay una línea muy delgada entre lo que puede ser la privatización del espacio y el apoyo de empresas privadas a la exploración espacial por el bien de la humanidad y por el bien de la ciencia”, dice Ismael Acosta.

“Aquí hay otros intereses, no es una cuestión científica. Creo que están apuntando a un turismo de alta gama, porque estos vuelos se cobran muy bien y son para millonarios, y también está la posibilidad de explotar minerales estratégicos en los asteroides y en la Luna”, dice Julio Fernández. Luego, en algo que haría emerger la furia libertaria de los autores del libro Capitalismo espacial, sentencia: “Se dice que son los privados los que hacen avanzar la ciencia; eso es algo relativo. Estos emprendimientos privados son posibles gracias a lo que ya han hecho los estados. El Estado fue el que puso el capital de riesgo y avanzó, y después lo que hacen estos grandes capitalistas es aprovechar el know how que se obtuvo para hacer sus propias empresas. Yo a los privados los veo como que siempre van un paso atrás esperando que se logren determinados avances científico- tecnológicos. Ellos siempre vienen atrás para dar el zarpazo”.

Huyendo de nuestros errores

“Fueron sólo los humanos completamente modernos los que empezaron con esa cosa de aventurarse en el océano en el que uno no ve tierra”, decía en el libro La sexta extinción, de Elizabeth Kolbert, el investigador Svante Pääbo al respecto de la expansión que diferenció al Homo sapiens del Homo erectus y del resto de los homínidos que, según él, “se dispersaban como cualquier otro mamífero del viejo mundo”. Además de la tecnología necesaria para construir embarcaciones, este investigador del Departamento de Genética Evolutiva del Instituto Max Plank decía que en este deseo de explorar “también hubo algo de locura”, y se preguntaba cuánta gente debe haber desaparecido en el océano Pacífico antes de encontrar la Isla de Pascua. “¿Por qué uno lo haría? ¿Por gloria? ¿Por la inmortalidad? ¿Por curiosidad? Y ahora vamos a Marte. Nunca nos detenemos”, reflexionaba Pääbo, quien logró, junto con un gran equipo, secuenciar ADN del hombre de Neandertal y que espera, comparando ese ADN con el de los humanos modernos, encontrar el o los genes que expliquen la “rara mutación que hizo posible esa locura exploratoria”. Hoy, a más de 200.000 años de surgido el Homo sapiens, no son pocos los que, ante la catástrofe ambiental de nuestra Tierra, miran seriamente el cielo y trabajan para que la humanidad se perpetúe en el espacio, libre de las limitaciones que le impone la tercera roca que gira en torno al Sol. Uno de ellos es Elon Musk, fundador de PayPal y dueño y CEO de SpaceX, la empresa que pasará a la historia por haber realizado el primer vuelo privado de humanos al espacio. Otro es su colega de millones Jeff Bezos, fundador de Amazon y propietario de la empresa espacial Blue Origin.

La llegada de estos emprendedores ha sido saludada no por pocas personas. Por ejemplo, el físico y divulgador Michio Kaku, en su libro El futuro de la humanidad. La colonización de Marte, los viajes interestelares, la inmortalidad y nuestro destino más allá de la tierra, sostiene que hoy “los audaces astronautas están siendo sustituidos por apuestos empresarios multimillonarios” que “están rompiendo las reglas del juego”. También afirma que, “dado que la NASA suele actuar de una forma angustiosamente lenta y parsimoniosa, los empresarios creen que pueden introducir con rapidez ideas y técnicas innovadoras”. Guárdense esta afirmación para más adelante, porque la puja ideológica entre el Estado ineficiente y la eficiencia de la libre empresa versus el Estado regulador y garante de los derechos de todos como freno a la voracidad capitalista estará en el corazón de todo esto.

El libro de Kaku nos regala una maravillosa declaración de Musk de esas que roban aplausos en las charlas TED: “En la NASA existe esa estúpida idea de que el error no es una opción. Si las cosas no fallan es que no estás innovando lo suficiente”. Al parecer, los Homo sapiens somos grandes innovadores: nuestra tecnología es tan maravillosa e innovadora que hemos cometido errores tan grandes que ponen en peligro nuestra existencia en el planeta y que obligan a que los multimillonarios sueñen con vivir en otros mundos. Kaku confía en que estos emprendedores, sin los impedimentos burocráticos de la NASA, nos llevarán virtuosamente a vivir en otros planetas. Pero en caso de que esos multimillonarios innovadores logren abaratar los costos de los vuelos espaciales, ¿quiénes serán los que vayan a vivir en el espacio? ¿El puñado de afortunados como ellos, que poseen 1% de la riqueza del mundo, o el 99% de los que somos una afrenta para el espíritu emprendedor porque no hemos sido lo suficientemente exitosos acumulando riquezas obscenas?

Volvamos a Florida. El sábado partió el Falcon 9 de SpaceX; lleva a dos astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional. ¿Cómo deberíamos sentirnos?