Integrantes del Grupo Uruguayo Interdisciplinario de Análisis de Datos de Covid-19, de la Universidad de la República, hacen aportes para entender por qué Uruguay viene lidiando tan bien con la pandemia. Pero también señalan cuál es el cuello de botella que podría hacer que pasáramos de la actual situación de control a un crecimiento similar al de otros países y regiones.

Miramos a Argentina. Miramos a Brasil. Miramos a Chile. Salimos del barrio y vemos lo que pasa en Estados Unidos y en muchos países de Europa. Todo nos da motivos para estar contentos: mientras la pandemia del coronavirus ha golpeado con fuerza en distintas partes, Uruguay parece tenerla bajo control.

Como tendemos a no confiar en nosotros mismos, al principio pensábamos que tal vez tuviera que ver con factores externos que nos diferenciaban de otros países. Que aquí la vacunación contra la BCG es obligatoria, que tomamos mucho mate, que la humedad, que el clima. Poco a poco fuimos viendo que eso tenía poco que ver, aunque, como en muchas cosas de este taimado nuevo virus, hay factores que se siguen estudiando ‒y no, no es el caso del mate, nada tiene que ver el jengibre ni, por ahora, ningún otro yuyo‒.

Entonces no nos quedó más remedio que mirarnos a nosotros mismos. Y por mucho que nos cueste, reconocer que hicimos algunas cosas bien, tanto antes del arribo de la pandemia, oficialmente detectada el 13 de marzo, como antes. Y entonces hubo que hablar de la fortaleza del sistema de salud y del personal que trabaja allí; del valor de nuestra comunidad académica y científica, que no sólo permitió desarrollar kits de diagnóstico, insumos para los hisopados, ventiladores y modelados para comprender el avance de la enfermedad, tal vez lo más visible, sino que también aportó conocimiento y acciones en áreas sociales, económicas, psicológicas y urbanísticas, entre otras. Hubo que hablar de lo oportuno de tomar medidas de forma inmediata cuando se registraron los primeros casos, como la suspensión de clases, el cierre de oficinas y de centros comerciales, la suspensión de espectáculos públicos ‒y otros lugares donde se producen aglomeraciones‒, el pedido de que la gente se quedara en su casa salvo para lo imprescindible, la exhortación a que quienes pudieran se pasaran a la modalidad de teletrabajo e insistir con medidas higiénicas como el lavado de manos. Es decir, antes se habían hecho unas cuantas cosas bien, que nos permitieron enfrentar la situación desde un mejor punto de partida que en otras partes, y al mismo tiempo se tomaron medidas oportunas que, vale decirlo, fueron aplicadas por la gente, ya fuera porque somos buenos ciudadanos, por solidaridad, por miedo o por una combinación de factores.

Luego, a medida que la comunidad internacional y local aportaba conocimiento, fuimos incorporando los tapabocas, la idea de distanciamiento físico no menor al metro y medio, creamos un Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) y, siguiendo el camino iniciado por otros países donde la enfermedad había estallado antes, comenzamos a retomar progresivamente algunas actividades. Salvo esporádicos brotes, aislados y relativamente controlados, la cantidad de casos por día nunca fue inmanejable y llegamos a tener días con cero test positivo.

Sin quererlo, todos nos hicimos duchos en graficar el avance de enfermedades y entendimos bastante bien el concepto de “aplanar la curva”. La idea era sencilla: si seguíamos con las medidas adoptadas, si bien el coronavirus avanzaría, lo haría a un ritmo enlentecido que dibujaría una curva chata, horizontal, lo que nos permitiría no saturar nuestras camas de CTI, que eran el cuello de botella ante la pandemia. Ya que el contagio era inevitable, dada la falta de vacunas y fármacos, la cuestión aquí y en todas partes era irse enfermando de a poco. Pero algo salió mal. O, en realidad, bien: en Uruguay lo de aplanar la curva no se dio. Por alguna razón, aquí la bajamos de un hondazo. Mustia, pequeña, decreciente, la curva nos dejó con gran cantidad de camas de CTI vacías, con respiradores nuevos sin usar y con un viento en la camiseta que puede jugarnos en contra ante la llegada del invierno.

Por eso Rafael Radi, coordinador del GACH y, según dicen, hábil jugador de las inferiores de Liverpool, lanzó su metáfora futbolera: terminamos empatando 0-0 el primer tiempo de un partido jugado en la altura de La Paz. Pero ahora viene el segundo tiempo, el invierno, y donde nos descuidemos el coronavirus nos llena la canasta.

Pero todo esto que pensábamos de aplanar la curva parece que no era tan así. O al menos no siempre. Entonces nuestra excepcionalidad parece estar comprendida dentro de un concepto más general, que si bien no anula nuestras particularidades, sí nos ayuda a entender dónde estamos parados. Ese cambio de paradigma en la forma de ver el avance de la covid-19 es producto de investigadores de la comunidad científica internacional y también local. Paola Bermolen, Maine Fariello, Matías Arim, Daniel Herrera, Álvaro Cabana y Héctor Romero, integrantes del Grupo Uruguayo Interdisciplinario de Análisis de Datos de Covid-19, conocido por su sigla GUIAD e integrado por investigadores e investigadoras de distintas facultades de la Universidad de la República, preparan un informe al respecto.

De aplanar la curva a frenar la epidemia

“El gran cambio que ha habido es que cuando arrancó la pandemia, la conceptualización del problema era que podías aspirar a achatar la curva”, dice Arim, miembro del GUIAD e investigador del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario de la Región Este. “En muchos países se logró achatar la curva, y la evidencia sugiere que eso salvó millones de vidas. Pero en otros países, en algunos por períodos de tiempo relativamente largos, se logró frenar la enfermedad. Eso no era un escenario muy plausible en marzo”, agrega.

Arim, que entre otras cosas trabaja en el modelado de ecología de poblaciones, afirma entonces que hay un cambio en la conceptualización del problema que sugiere que hay una ventana en la que la enfermedad puede contenerse. “El tamaño de esa ventana lo determina una combinación de cosas en magnitudes que no sabemos, pero que sí sabemos cuáles son: el sistema de salud; la velocidad con la que se responde a los brotes con medidas, es decir, aplicarlas antes de que el brote crezca; la capacidad de trazado de contactos, de establecer cuáles son los casos riesgosos para poner en cuarentena, los lockdowns; y la implementación de medidas sanitarias”, se explaya. “Todo eso determina el tamaño de la terraza donde estás parado al borde del precipicio. La cantidad de infectados es cuánto te acercás al borde. En Uruguay lo que pasó es que ha quedado sin caerse del precipicio”, agrega. Uno quisiera decir “we are fantastic”, pero tiene miedo porque sabe lo que pasó la última vez que alguien dijo algo así por estos lados.

Llegar a este cambio de paradigma, a esto de que la enfermedad podía llegar a frenarse y no simplemente resignarnos a aplanar la curva de su propagación, fue consecuencia de la obsesión científica por observar lo que sucede, y a partir de allí tratar de extraer patrones. “Se dio un poco analizando por qué el avance de la enfermedad era tan distinto en distintas partes”, dice Bermolen, del Instituto de Matemática y Estadística de la Facultad de Ingeniería e integrante del GUIAD que está trabajando en el tema. “Si bien las medidas eran similares en todos lados ‒aislamiento social, cierre de escuelas, etcétera‒, sí había diferencias en el momento en que se tomaban”, agrega, y sostiene que quienes vinieron a echar luz sobre el tema fueron Arim y Romero. “Ellos, desde el lado de la biología, encontraron esta posible explicación de que la tasa de crecimiento puede depender de la cantidad de infectados”, agrega. Sigamos adelante entonces para entender y entendernos.

“Analizando las dinámicas en el mundo se observa que hay países y zonas, como Costa Rica o condados de Estados Unidos, en los cuales en pocos días se pasa de un período de baja velocidad de avance, en el que la epidemia está relativamente controlada y se dan pocos casos por día, a una velocidad de avance muy rápida”, retoma Arim. Lo que dice a continuación debería ser leído con mucha atención: “Después de que se da ese avance rápido, es muy difícil de contener, porque los contagios empiezan a crecer casi que exponencialmente y para poder frenar la enfermedad estas medidas tendrían que aumentar también con la misma tasa. Una vez que se dispara la epidemia, perdés la capacidad de frenarla con las medidas que venías aplicando”.

Ya que estamos, esta observación sirve también para entender qué pasa en países cercanos. “Eso explicaría por qué países que tienen medidas súper fuertes logran achatar la epidemia pero no frenarla, y otros países que tienen medidas no tan fuertes sí logran frenarla”, dice Arim, y uno piensa en Argentina con su cuarentena obligatoria. “O Costa Rica y Uruguay para hablar de cosas más comparables. O Chile en su momento, que venía a un ritmo lento, de repente la epidemia se dispara, adopta medidas muy fuertes, pero no logra achicarla”, señala.

El avance del coronavirus, entonces, se puede contener. Lo sabemos porque seguimos el conteo de casos a diario. Pero hay más conocimiento detrás. “La literatura internacional está sustentando esta visión. Hay varios artículos ya publicados que van en esta línea de que hay una capacidad de contención”, señala Arim, pero antes de que uno se alegre por completo, hace otro comentario: “Pero también se observa que después de que se supera esa capacidad de contención, se vuelve difícil frenarla”.

No sólo la comunidad científica internacional ha notado esto, Arim y sus colegas lo están observando en sus investigaciones. “Hicimos un par de modelos en esa línea y logramos explícitamente relacionar las medidas de contención con la existencia de un umbral de epidemia”, adelanta sobre el trabajo que darán a conocer en estos días. “También logramos mostrar, con un modelo dinámico, que la existencia de ese umbral de epidemia es una de las explicaciones plausibles para que se observen esos quiebres, regiones con períodos de baja velocidad donde se da una transición relativamente rápida a períodos de alta velocidad. Y que una vez que se da esa alta velocidad, la siguiente parada es una epidemia grande”.

Uruguay hoy está controlando al SARS-CoV-2. Los casos son pocos, no hemos aplanado la curva, sino que nunca la dejamos crecer demasiado. Pero como dice Arim, ya hay ejemplos de países que tienen la situación controlada y que pasan, en un tiempo breve, a un crecimiento veloz.

¿Qué es lo que determina ese umbral más allá del cual todo se sale de control? “Lo que determina el umbral de epidemia son las medidas de contención que se aplican”, responde Arim. “La más fuerte es la capacidad del rastreo de contactos. Después está el efecto del uso de tapabocas, del distanciamiento social y de evitar el contacto de grupos lejanos. El umbral de epidemia, de alguna forma, está en función de estas cosas. Cuánto pesa cada una en cada país ya es más difícil de decir. Pero en congruencia con la literatura internacional, nuestro modelo muestra que estas cosas te alejan de ese umbral”, complementa.

El asunto es claro: pasado ese umbral uno deja atrás el escenario de la contención, que vendría a ser el de nuestro país, y pasa al del aplanar la curva, o sea, a tratar de minimizar el contagio. “Pasás de un escenario en el que la enfermedad se está frenando a un escenario de crecimiento. Hay un cambio de las concepciones. En el discurso original, en el que siempre había epidemia, las medidas tienen una relación proporcional con la epidemia. Es decir, se aflojan un poco las medidas y, si la enfermedad crece, se aprietan un poco de vuelta. Pero lo que estamos viendo es que cuando el coronavirus crece supera el umbral de epidemia, y ya no se puede frenar. Al apretar de vuelta, la misma medida que antes te permitía contener la epidemia ahora ya no te permite hacerlo”, explica Arim.

Entonces volvemos al principio. ¿Por qué aquí las cosas son tan distintas? Obviamente, por características propias y decisiones acertadas, antes de la pandemia y una vez instalada. Pero también porque el paradigma de aplanar la curva no lo explicaba todo. Sin embargo, el cambio no nos deja del todo tranquilos. No es que seamos unos cracks ni que tengamos algo distinto. Lo venimos haciendo bien, pero el nuevo paradigma nos dice que ante un descuido, si se superan determinados umbrales, podemos perder el control que una vez tuvimos.

Salen los CTI, entran los rastreos de contactos

El GUIAD realiza informes periódicos sobre distintos aspectos de la covid-19. El último de ellos analiza el efecto de la movilidad en la tasa de contagio en nuestro país. “Cuando esto arrancó, nosotros pensamos que el efecto ‘quedate en casa’ era el principal para explicar la baja tasa de contagio”, dice Nicolás Wschebor, del Instituto de Física de la Facultad de Ingeniería y miembro del GUIAD. “Pero vimos que eso no es así, y luego fuimos entendiendo cuáles son las cosas que realmente determinan la baja tasa de contagio observada en Uruguay y también en otros países”, agrega.

¿Por qué nos fue bien entonces controlando al coronavirus? “Lo primero es que las medidas no farmacológicas, de tipo higiénicas, son muy importantes. Lavarse las manos, mantener cierta distancia entre las personas, evitar aglomeraciones. Un segundo factor, también importante, es que cuando el número de casos es pequeño, como en Uruguay, se logra hacer un seguimiento personalizado, caso por caso, de los contactos. Eso termina reduciendo enormemente la proliferación de la enfermedad”, explica Wschebor.

“Esa medida de seguimientos de casos, que es extremadamente importante y es una de las razones del éxito de Uruguay, tiene, por otro lado, un umbral de funcionamiento muy bajo: con un aumento de pocos casos, ya no se puede controlar la situación”, advierte. Por eso afirma que “el seguimiento de casos individualizados y de sus contactos es, en nuestro país, el talón de Aquiles”.

El seguimiento de contactos, entonces, es uno de los pilares de nuestro éxito, pero también a donde debemos apostar para seguir cantando victoria. “Si bien no tenemos determinado con precisión cuál sería el umbral de casos en el que ese sistema de seguimiento se saturaría, está claro que está muy por debajo del de la cantidad de camas de CTI. Mucho antes de que las camas de CTI estén saturadas vamos a tener superación de este efecto de control por seguimiento de casos”, dice Wshecbor.

Así que ese sería, en este nuevo paradigma del que hablábamos, nuestro cuello de botella. Se insistió en aplanar la curva, pero en nuestro caso el techo de esa curva no estaría dado hoy por las camas de CTI, sino por esta capacidad de hacer el seguimiento de los contactos de cada enfermo de covid-19. “Si la capacidad de seguimiento se supera, la epidemia entra en una dinámica completamente diferente”, sostiene Wschebor, y ya vimos que en otros países, pasado ese umbral, hay un punto de no retorno.

Wschebor no se anda con vueltas. Y no puede hacerlo: dado lo observado, se impone actuar en consecuencia. “A pesar de que nuestra capacidad de testeo es muy buena y de que en el ámbito internacional tengamos un buen número de test por millón de habitantes, en Uruguay la capacidad de seguimiento de casos es bastante baja. De hecho, hemos alertado al gobierno sobre la necesidad de aumentar esa capacidad de seguimiento de contactos por medio del GACH pero, por ahora, la situación no ha cambiado sustancialmente”.

Hoy la tarea de hacer el seguimiento de casos y de sus contactos recae en personal del Ministerio de Salud Pública. Se trata de un equipo pequeño que, en caso de darse algunas decenas de casos en simultáneo, se podría ver fácilmente desbordado. Otros países, como Chile, Estados Unidos, Reino Unido han recurrido a contratar varios call center. “Nuestros modelos lo dicen, la literatura lo respalda, y además es lo que se está haciendo en todas partes. Tiene que haber una escalada, un aumento en la capacidad de rastreo de contactos y de puesta en cuarentena. Hoy la pelota se está jugando ahí”, dice Arim.

Hasta ahora Montevideo está controlado y se han suscitado brotes en distintos lugares cercanos a zonas fronterizas, como Rivera y Treinta y Tres. ¿Estamos preparados como país para que, por ejemplo, el brote de Rivera y el de Treinta y Tres se dieran al mismo tiempo? “Efectivamente, no podríamos tener muchos brotes al mismo tiempo, primero porque el número total de casos que se pueden seguir no es alto y segundo porque a medida que pasa el tiempo, la movilidad aumenta, y eso repercute también en la dificultad para hacer ese seguimiento. A medida que la gente se mueva más, también el umbral de seguimiento de casos baja si no aumentamos el número de personas dedicadas a esa tarea”, advierte Wschebor.

El físico teórico también trae otro tema a la discusión, y no es menor: “Hoy hay un proceso de relajamiento de las medidas en toda la población. Es normal, estamos todos agotados, este es un proceso muy desgastante que lleva mucho tiempo y tenemos que aplaudir a la población uruguaya por la responsabilidad con que ha manejado este asunto. Y tenemos que insistir sobre que hay que mantener el esfuerzo, no podemos bajar los brazos”, señala.

Radi había dicho que venimos bien, que estamos empatando 0-0 en el primer tiempo en la altura en Bolivia. Que nos queda todo el segundo tiempo y que si nos descuidamos, se puede complicar el partido. Wschebor piensa un poquito distinto y propone una metáfora futbolera alternativa. “Estamos en la altura de Bolivia, pero nosotros primereamos, metimos un gol en los primeros cinco minutos. Ese gol es que arrancamos muy temprano con la adopción de medidas. Si algo bueno tiene el hecho de que la corrimos todo el primer tiempo es que llegamos ganando al segundo tiempo. Pero estamos jugando en La Paz, y si estuviste corriendo todo el primer tiempo, cuando llegás al segundo estás pidiendo la hora. Eso es lo que nos está pasando en este momento: llega el invierno y estamos todos agotados, y eso hace que bajemos la guardia. El problema es cómo aguantar el resultado en La Paz cuando no te llega el oxígeno a los pulmones y venís cansado de un primer tiempo en el que te corriste todo”.

Siguiendo con la metáfora de Radi, le pregunto entonces a Wschebor qué hacer. ¿Nos metemos todos abajo del arco? ¿Para mantener este resultado a un bajo costo, ustedes proponen salir a aumentar la capacidad de seguimiento de contactos? “Tenemos que aguantar el resultado. ¿Cómo? Con el seguimiento de todos los casos. Y obviamente sin aflojar en las medidas higiénicas y de distanciamiento”, afirma Wschebor, que luego remata y la mete en el ángulo: “No quiero alarmar a la población, porque no hay razón de alarma. Estamos con la situación controlada. El asunto es evitar salir de la situación de control”.