La campaña Actúa ahora de la ONU, que insta a comer menos carne y argumenta que su producción emite más gases de efecto invernadero que las mayores compañías petroleras y requiere cantidades enormes de agua, se basa en conocimiento y contextos productivos que poco tienen que ver con la realidad de la producción en Uruguay. Tras la queja de la cancillería, aquí respondemos desde esa actividad tan necesaria para el desarrollo y la soberanía del país: la producción científica.
“Comer menos carne ayuda a ahorrar agua y reduce las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global”, dice un tuit publicado por la cuenta oficial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en español de enero de 2020. En la imagen que acompaña se ven unos cubiertos y una palta cortada al medio, junto a un texto que reza: “Actúa ahora. Come menos carne. Cada gesto a favor del medioambiente cuenta”. El posteo forma parte de una campaña mayor, Actúa ahora, que fue lanzada en 2018 en la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU con el objetivo de promover “acciones individuales sobre el cambio climático y la sustentabilidad”.
Comer menos carne ayuda a ahorrar agua y reduce las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global. #ActúaAhora para proteger nuestro planeta. https://t.co/sYnHn5tabP pic.twitter.com/xQlheIHP7h
— Naciones Unidas (@ONU_es) January 19, 2020
Uno podría pensar que hay que ser una persona desalmada o patológicamente egoísta para ponerse en contra de tan loable iniciativa. Pero el asunto es que al entrar al sitio de la campaña y leer lo poco que dice sobre la carne, el apetito por conocer más queda poco satisfecho. “La industria cárnica es responsable de más emisiones de gases con efecto invernadero que las compañías petroleras más grandes del mundo. La producción de carne contribuye al agotamiento de los recursos hídricos y es el principal impulsor de la deforestación”, es todo lo que puede leer cuando uno cliquea en “cuéntame más”.
Tras algunos malabares –el sitio deja que desear en cuanto a navegabilidad–, aparece otra frase breve: “Producir una sola hamburguesa de carne requiere un promedio de 1.695 litros de agua, eso es casi el doble de lo que una persona bebe en un año. Comer menos carne ayuda a ahorrar agua y a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”. No hay una sola referencia a fuentes de información. Tal vez no sea necesaria: al tratarse de una campaña para promover acciones en los niños, tal vez la ONU piense que un buen diseño y frases cortas alcancen. De hecho, la campaña se lanzó con acciones que involucraron a los personajes de Angry Birds.
El tuit de la ONU que insta a comer menos carne provocó la reacción de las autoridades uruguayas. Y no es para menos: el sector ganadero cárnico supone 6% del producto interno bruto del país. “Uruguay rechaza las manifestaciones publicadas en una de las cuentas oficiales de Twitter de la Secretaría de Naciones Unidas”, expresó el Ministerio de Relaciones Exteriores en un comunicado emitido el 4 de agosto, y agregó que “la posición de Uruguay sobre este asunto” se comunicaría a la ONU “a través de los canales oficiales”. En el texto oficial también se señaló que “las comparaciones simplistas y aisladas del impacto ambiental de las diferentes actividades sólo llevan a la confusión y parecen responder a movimientos activistas e intereses poco transparentes”, y que “este tipo de campañas, no sustentadas en todos los elementos necesarios para su análisis, refuerzan los malentendidos y desvían el enfoque de las negociaciones pertinentes en esta materia”.
Tratando de no dejarnos llevar por “movimientos activistas” ni por “intereses poco transparentes”, como también podrían serlo los intereses productivos de un sector poderoso de Uruguay que deja dinero en las arcas estatales, correspondía intentar conocer los fundamentos de la campaña, aun cuando es ya un hecho sabido que las vacas emiten cantidades importantes de metano, un gas de efecto invernadero, debido a la digestión entérica de los rumiantes. Dicho de forma sencilla, para digerir el pasto las vacas, como cualquier rumiante, recurren a bacterias y otros microorganismos que en sus estómagos producen metano, que estos animales liberan principalmente como eructos. ¿Pero acaso el metano de los eructos vacunos supera a las emisiones de las compañías petroleras? ¿Quién midió eso y con qué criterios? ¿De dónde sale ese cálculo de la cantidad de agua necesaria para producir una hamburguesa? ¿Se aplica a todas las hamburguesas producidas en cualquier parte del mundo? ¿Se aplica a la carne producida en Uruguay?
Si uno rastrea un poco encuentra una publicación de la FAO (la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) de 2006, Livestock, the long shadow (algo así como “La larga sombra de la ganadería”). Ya iremos a ella. Pero antes terminemos la introducción a esta nota.
El objetivo de este palabrerío no es otro que conocer los argumentos que están detrás de esta campaña de la ONU y contrastarlos con la producción científica de nuestro país al respecto. Porque a lo largo de estos años escribiendo para ustedes, las ideas a las que uno ha ido arribando se dan de frente con la campaña contra la carne y serían las siguientes: a) el principal ecosistema de nuestro país es el pastizal natural (y también es el que está más amenazado ante el avance de la agricultura y la forestación); b) los pastizales de nuestro país sin herbívoros pierden biodiversidad (y lamentablemente, nos quedan pocos mamíferos herbívoros autóctonos, por lo que las vacas cumplen un rol en su preservación); c) la ganadería a pasto es la actividad productiva que menos afecta la biodiversidad y tiene menos impactos ambientales de nuestro sistema productivo; d) pasar a producir más vegetales de la forma actual implicaría más afectaciones al medio ambiente y al propio suelo, de allí la necesidad de instalar la agroecología; e) la alternativa a la producción de carne a pasto, la carne de feedlot, si bien produce menos metano, ocasiona más daños ambientales y además resulta, entre otras cosas, en una carne con peores perfiles de grasas y que se echa a perder antes; y f) aumentar la superficie de cultivos agrícolas avanzando sobre los pastizales es igual de contraproducente que deforestar el Amazonas para poner ganado.
Es inevitable también señalar la importancia de invertir en ciencia e investigación local para defender nuestra soberanía. Sin investigadoras e investigadores un país queda preso de índices globales calculados en otros contextos (probablemente también con otros intereses y objetivos). La investigación puede ayudar a defender mercados y hasta precios, y sin inversión en ciencia no hay datos para apuntalar los pataleos de cancillería y de los productores. Sin ciencia local tampoco podremos saber qué podemos hacer efectivamente para mitigar el calentamiento global desde este rincón. Sin ciencia uno no tiene ni voz ni voto, y no le queda otra que recibir pasivamente las evaluaciones y tuits de los demás. Como me dijo un referente en el tema, no existe eso de que un único talle les queda bien a todos. La ciencia es uno de los caminos para encontrar –y defender– el nuestro.
Una sombra tan larga que mete a todos en la misma bolsa
“La evaluación en profundidad de los diversos impactos significativos del sector ganadero mundial en el medioambiente que se presenta en este documento se denomina deliberadamente ‘la larga sombra de la ganadería’ para ayudar a llamar la atención tanto del público técnico como del público en general sobre la contribución muy sustancial de la agricultura animal al cambio climático y la contaminación del aire, a la degradación de la tierra, el suelo y el agua, y a la reducción de la biodiversidad”, dice en el prólogo Samuel Jutzi, director en 2006 de Producción Animal y la División Salud de la FAO. También señala que eso “no se hace simplemente para culpar al sector ganadero mundial en rápido crecimiento e intensificación por dañar gravemente el medioambiente, sino para alentar medidas decisivas a nivel técnico y político para mitigar dicho daño”. Así se puso sobre el tapete, de forma contundente, el impacto de la ganadería en los problemas del planeta.
Esta “evaluación del impacto total del sector ganadero en los problemas ambientales”, decían los autores, “se basa en los datos más recientes y completos disponibles, teniendo en cuenta los impactos directos, junto con los impactos de la agricultura de cultivos forrajeros necesarios para la producción ganadera”. El reporte afirma que “el sector ganadero surge como uno de los dos o tres contribuyentes más importantes a los problemas ambientales más graves, en todas las escalas, desde la local hasta la mundial”, y dado que prevé que “la producción mundial de carne aumentará de 229 millones de toneladas en 1999 a 465 millones de toneladas en 2050”, y que otro tanto sucederá con la lechería, afirma que “el impacto ambiental por unidad de producción ganadera debe reducirse a la mitad, sólo para evitar aumentar el nivel de daño más allá de su nivel actual”. Veamos entonces qué dicen en ese documento y contrastemos las afirmaciones con lo que sucede en Uruguay.
1) ¿Ganadería dónde?
Qué dicen: “La producción ganadera está cambiando geográficamente, primero de las áreas rurales a las urbanas y periurbanas, para acercarse a los consumidores, y luego hacia las fuentes de alimentos para animales, ya sean áreas de cultivo de piensos o centros de transporte y comercio donde se importan los piensos”. También dicen que “hay un cambio de especies, con la producción de especies monogástricas (porcinos y aves de corral, en su mayoría producidas en unidades industriales) creciendo rápidamente”. Por tanto, dicen que “a través de estos cambios, el sector ganadero entra en una mayor competencia directa por la escasez de tierras, agua y otros recursos naturales”.
Qué sucede en nuestro país: La producción ganadera se desarrolla en pastizales y campos naturales (algunos sí, “mejorados” con especies exóticas). No ha habido un aumento de la superficie dedicada a ganadería, mientras que, como afirma el artículo “Expansión agrícola en pastizales del Uruguay y áreas prioritarias para la conservación de vertebrados y plantas leñosas”, de Alejandro Brazeiro y colegas, sí se ha registrado una disminución de los pastizales ante el avance de la agricultura. Esta investigación afirma que “en Uruguay, el principal sector económico que impulsa el cambio en el uso de la tierra es la agricultura (cultivos y plantaciones forestales exóticas), que es responsable de 93% de la cubierta terrestre transformada de Uruguay”. Mientras en “La larga sombra” se acusa a la ganadería de avanzar sobre otros ecosistemas, provocando por ejemplo deforestación, Brazeiro nos comentaba: “Hay algunas ecorregiones donde una gran cantidad de las praderas nativas ya se han convertido para su uso en la agricultura o en la forestación, con pérdidas de hábitats naturales que llegan hasta 45%”.
Qué dicen: “El sector ganadero es, con mucho, el mayor usuario antropogénico de la tierra. El área total ocupada por el pastoreo equivale a 26% de la superficie terrestre libre de hielo del planeta. Además, el área total dedicada a la producción de cultivos forrajeros asciende a 33% de la tierra cultivable total”.
Qué sucede en nuestro país: Las vacas criadas a pasto, aun cuando se finalicen a grano por demanda de los mercados, no consumen tanto grano como las vacas engordadas en feedlots. Decir que la ganadería en Uruguay está dejando sin espacio a otros cultivos no tiene asidero. Por otro lado, nuestros pastizales generalmente no son aptos para otros cultivos. ¿Y qué pasa cuando uno pone cultivos en ecosistemas que no corresponden? Walter Oyhantçabal, de la Unidad Agropecuaria de Sostenibilidad y Cambio Climático de la Oficina de Programación y Política Agropecuaria del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), nos dio un ejemplo: “En algunos casos pasó con el boom de la soja, que se expandió a tierras frágiles que nunca debieron haber sido incorporadas a la agricultura. Eso generó fuerte erosión, destrucción de tapices naturales y causó luego una complicada restauración de la biodiversidad original, porque una vez que rompés todo un ecosistema no es tan fácil que vuelva a su condición anterior. A veces no vuelven”.
Qué dicen: “La expansión de la producción ganadera es un factor clave en la deforestación, especialmente en América Latina, donde se está produciendo la mayor cantidad de deforestación: 70% de las tierras boscosas anteriores en la Amazonia está ocupada por pastizales, y los cultivos forrajeros cubren una gran parte del resto”.
Qué sucede en nuestro país: Lo que está bien para un ambientalista de Europa no tiene mucho que ver con lo que sucede en Uruguay: aquí la fragmentación de hábitat no se da por deforestación, sino que hay fragmentación de hábitat a causa de la forestación y la expansión de la soja. De hecho, el artículo de Germán Botto y colegas “Efectos sinérgicos de la fragmentación de pastizales y la temperatura en la emergencia de rabia bovina” afirma que la forestación en Rivera y Tacuarembó, donde surgió el brote de rabia de 2007, “aumentó más de diez veces en los últimos 17 años (de 17.967 hectáreas en 1990 a 256.874 en 2007”, pero que durante el mismo período “la producción ganadera en el área también aumentó” en cantidad de cabezas pero no en superficie: había más vacas, pero distribuidas en las pocas praderas que no fueron forestadas. Estamos generando parches de pastizales. Y los pastizales son nuestra Amazonia. ¿Queremos seguir por ese camino para comer hamburguesas de soja o fabricar papel en Finlandia?
2) Ganadería y emisiones
Qué dicen: “El sector ganadero es un actor importante, responsable de 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero medidas en CO2 equivalente. Esta es una proporción más alta que el transporte”.
Qué sucede: Las cifras dependen de cómo se midan y de quién las diga. Por ejemplo, el sitio Our World in Data, que cita como fuente a Climate Watch, afirma que el transporte emitió en 2016 7,87 billones de toneladas de gases invernadero CO2 equivalentes, mientras que toda la agricultura, ganadería y cultivos sumados, emitió 5,80 miles de millones de toneladas. En absolutamente ningún lugar pudimos corroborar la afirmación de que la ganadería emite más gases de efecto invernadero que las principales compañías petroleras (no podemos descartar que uno sea tonto y no haya encontrado el dato) ni aparece siquiera discriminado ese sector. Según datos del MGAP, comunicados en el artículo “La ambición se da contra la realidad: alcanzando los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero en el sector ganadero de América Latina”, la ganadería de carne vacuna de Uruguay emite unos 21,6 millones de toneladas de gases invernadero CO2 equivalentes.
Qué dicen: “El sector ganadero representa 9% de las emisiones antropogénicas de CO2. La mayor parte de esto se deriva de cambios en el uso de la tierra, especialmente la deforestación, causada por la expansión de pastos y tierras arables para cultivos forrajeros”.
Qué sucede en nuestro país: Asumir que la carne producida a pasto en pastizales actuales es responsable de las mismas emisiones de gases de efecto invernadero que aquellas zonas ganaderas donde se ha deforestado es poner a todos en la misma bolsa. “Hay que señalar que tenemos una ganadería que no se hace a expensas de expandir la frontera agrícola, por lo que no tiene, como la ganadería brasileña, la cruz de la deforestación”, dijo a la diaria Oyhantçabal.
3) Ganadería y consumo de agua
Qué dicen: “El sector ganadero es un actor clave en el aumento del uso del agua, y representa más de 8% del uso mundial de agua por parte de los seres humanos, principalmente para el riego de cultivos forrajeros”.
Qué sucede en nuestro país: No hay riego en pasturas para alimentar a nuestras vacas que producen carne a pasto. Por otro lado, la mayor parte del agua que bebe el ganado de carne en el país es agua verde, que está en el ciclo hidrológico. El animal utiliza parte de esa agua, otra la devuelve al medio, se evapora, y de nuevo a empezar.
Qué dicen: “Las cifras globales no están disponibles, pero en Estados Unidos el ganado es responsable de aproximadamente 55% de la erosión y los sedimentos, 37% del uso de pesticidas, 50% del uso de antibióticos y un tercio de las cargas de nitrógeno y fósforo en recursos de agua dulce”.
Qué sucede en nuestro país: Está bien usar los datos disponibles... siempre y cuando se tenga la delicadeza de no extrapolarlos al resto del planeta como si nada. En Estados Unidos se produce gran cantidad de carne en establecimientos de engorde estabulados, los famosos feedlots. Las vacas allí no comen pasto cuando quieren, sino que se alimentan de raciones. Esa alimentación produce, al parecer, menos metano –recordemos, el metano es un resultado natural de la digestión de pastos en el estómago de los rumiantes, échenle la culpa a la evolución si quieren–. Pero lo curioso es que los feedlots sí producen generalmente más eutrofización de los cursos de agua debido al hacinamiento y a los malos tratamientos de los efluentes (algo similar ocurre con la lechería, pero aquí estamos hablando de la producción de carne).
En el artículo “Estudio preliminar de ecotoxicidad y contaminación no puntual por nitrógeno y fósforo en cursos de agua superficial cercanos a feedlots”, Diana Míguez y sus colegas encontraron que aguas abajo de los dos feedlots estudiados, los niveles de fósforo, cuyo máximo permitido por la norma son 25 microgramos por litro (25 µg/l), fueron de 283 a 645 µg/l en caso del establecimiento que tenía 900 vacunos y de entre 1.080 y 4.300 µg/l en el que tenía 1.500 animales. El fósforo es uno de los principales nutrientes que provocan la eutrofizacion de los cursos de agua. Nada de eso sucede con las vacas engordadas en sistema de pastoreo extensivo, donde el estiércol queda disperso en el campo y el aporte de fósforo y nitrógeno a los cursos de agua es muy limitado.
Qué dicen: Esto no lo dice el informe de la sombra larga, sino la propia campaña de la ONU: “Producir una sola hamburguesa de carne requiere un promedio de 1.695 litros de agua, eso es casi el doble de lo que una persona bebe en un año. Comer menos carne ayuda a ahorrar agua y a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”.
Qué sucede: Estas cantidades de agua requerida se estiman calculando lo que se llama “la huella hídrica”. Al ver cómo se calcula, asumen que “la huella hídrica promedio mundial de carne de vacuno es 15.400 litros/kg, siendo el 94% de la huella procedente del agua verde (agua de lluvia almacenada en el suelo)”. Por tanto no es que nadie gastó 1.695 litros de agua para hacer una hamburguesa, sino que las vacas usaron el agua que beben en los cursos de agua, la contenida en la pastura y en los suelos para crecer. Si sacamos las vacas del campo, la misma cantidad de agua se “gastaría” en el pastizal. Si parte de esa agua no volviera al medio, si la vaca tomara 15.400 litros de agua por kilo engordaría... ¡15.400 kilos! La carne no se obtiene inflándose de agua, sino incorporando la biomasa primaria transformada por los pastos a partir de luz solar, el uso de CO2 del aire y algunos elementos que toman del suelo. Y aun así muchos de esos nutrientes vuelven al suelo, motivo por el que a la bosta también se le llama abono. También dicen que “es importante resaltar que dependiendo de si la producción es industrial, de pastoreo o mixta, la huella hídrica varía bastante, siendo muy superior si la producción es industrial”. Por tanto, para hacerte una hamburguesa de vaca de pastoreo nadie destruyó 1.500 litros de agua. Lo que se da en otras partes no tiene por qué darse aquí.
4) Ganadería y biodiversidad
Qué dicen: “El sector ganadero bien puede ser el actor principal en la reducción de la biodiversidad, ya que es el principal impulsor de la deforestación, así como uno de los principales impulsores de la degradación de la tierra, la contaminación, el cambio climático, la sobrepesca, la sedimentación de las zonas costeras y la facilitación de invasiones de especies exóticas”.
Qué sucede en nuestro país: Todos los trabajos que relacionan biodiversidad con uso productivo del suelo contradicen esa afirmación. En el trabajo de Brazeiro y otros ya citado se afirma que en nuestros pastizales viven 222 de las 351 aves del país, 55 de los 74 mamíferos, 36 de los 65 reptiles, cuatro de los 48 anfibios y 114 de las 315 plantas leñosas. A eso habría que sumarle la biodiversidad de insectos, arácnidos, plantas no leñosas, hongos y microorganismos.
Numerosos trabajos han mostrado que los pastizales sin ganado son menos diversos que aquellos que tienen un buen manejo. Así lo explicaba el mismo Brazeiro: “Una pradera con un pastoreo intermedio alcanza más diversidad de especies que una pradera en la que no hay pastoreo. Suena raro, pero es así. La pradera que nunca se pastorea tiene un pasto de 50 cm de altura. Las especies más competitivas crecen y crecen, y al final tenés unas pocas pasturas que desplazan a las menos competitivas. Con la herbivoría se mantiene un poco a raya a las pasturas que más explotan, y entonces todas pueden persistir”.
Y el pastizal es el principal ecosistema amenazado por los cambios de uso del suelo del país. En el artículo “Ensambles de aves y mamíferos en pastizales bien preservados de Uruguay con distintos manejos ganaderos”, Rafael Tosi y sus colegas escriben, por un lado, que “los pastizales del Río de la Plata son la mayor extensión de pastizales del continente sudamericano” y que allí se encuentran “más de 300 especies de 39 familias botánicas”. Afirman que “hoy en día la intensificación de la agricultura es la mayor amenaza para este ecosistema” y que “la ganadería extensiva parece ser una solución de compromiso entre conservación y producción”. También sostienen que “la transformación de estos pastizales es considerable: 7,7% se perdió entre 1990 y 2000, principalmente por la triplicación de las plantaciones de eucaliptos y pinos y un aumento de 62 veces en las plantaciones de soja”, al tiempo que recuerdan que “sólo 0,21% del pastizal uruguayo está protegido”.
Qué dicen: “Un análisis de la lista roja de especies amenazadas de la Unión Mundial para la Naturaleza muestra que la mayoría de las especies amenazadas del mundo están sufriendo la pérdida de hábitat donde el ganado es un factor”.
Qué sucede en nuestro país: Nuevamente, lo que preocupa es la pérdida de área de pastizal. En el artículo “Estructura de los ensambles de aves de los pastizales asociados con establecimientos ganaderos y de soja en la ecorregión Sabana uruguaya de Brasil y Uruguay”, la investigadora Thaiane Weinert da Silva y sus colegas encontraron que “los sitios con ganado tenían mayor riqueza de especies (75) que los sitios con soja (57)” y que “entre las especies de interés para la conservación, ya sea a nivel regional o mundial, todas tuvieron densidades más altas en sitios ganaderos, destacando la importancia de mantener estas áreas de cría”.
Las del estribo
Más allá de los trabajos citados anteriormente, que son apenas algunos de tantos que abarcan alguna arista del tema, se impone terminar esta nota abordando dos últimos aspectos.
Por un lado, el valioso artículo “Sustentabilidad de la producción de carne más allá de la huella de carbono: una síntesis de estudios de caso de sistemas pastoriles en Uruguay”, de Valentín Picasso, Pablo Modernel, Gonzalo Becoña, Lucía Gutiérrez, Lucía Salvo y Laura Astigarraga, publicado en 2014, es una lectura imprescindible. Allí, entre otras cosas, dicen que “a pesar de la gran contribución de la huella de carbono a la comprensión y mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero, la sostenibilidad de la producción de alimentos es un concepto mucho más amplio que la huella de carbono”, al tiempo que denuncian que “se reconoce poco el papel que juegan los sistemas de pastoreo de ganado en el almacenamiento de carbono, la protección de la biodiversidad y la utilización de tierras marginales que no se pueden utilizar para cultivos”.
Al analizar distintos sistemas de producción de carne de nuestro país, concluyen que “el índice de impacto ambiental, calculado como el promedio de todas las variables estandarizadas, sugirió que los sistemas tienen impactos ambientales significativamente diferentes y que los sistemas de pastizales tienen menos impacto que los sistemas de pastos sembrados, y todos estos sistemas de pastoreo tienen un impacto significativamente menor que los feedlots”.
¿Por qué es importante esto? Porque mientras que el feedlot podría bajar en parte la emisión de metano, como vimos, implicaría un daño mayor para nuestro medioambiente y en especial para nuestros ríos y nuestro campo natural. Por otro lado, visto desde el punto de vista del bienestar animal, los feedlots están mucho peor calificados que los establecimientos con pastoreo, y además requieren el uso de antibióticos debido al hacinamiento, lo que es fuente de una de las mayores preocupaciones actuales en el mudo, que es el desarrollo de resistencia antimicrobiana. Y como si fuera poco, como destaca el artículo “Estabilidad oxidativa, composición de ácidos grasos e índices de salud de lípidos del músculo Longissimus dorsi de novillos Aberdeen Angus producidos bajo diferentes sistemas de alimentación”, de Alejandra Terevinto, María Cristina Cabrera y Ali Saadoun, “los resultados obtenidos respaldan la idea de que los novillos Aberdeen Angus terminados con pasturas, incluso cuando se complementan con granos, promueven la producción de una carne más saludable para los consumidores, de acuerdo a la composición de ácidos grasos y los índices de lípidos saludables, en comparación con el sistema feedlot”. En ese sentido es maravilloso saber que hay gente que está estudiando cómo reducir las emisiones de metano manejando mejor las pasturas (por ejemplo, en el artículo “Usando pasturas altamente nutritivas para mitigar las emisiones de metano entérico del ganado de pastoreo en Sudamérica”, de Dini, Gere, Cajarville y Verónica Ciganda lograron reducciones de 14%).
Por otro lado, en el artículo ya mencionado “La ambición se da contra la realidad: alcanzando los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero en el sector ganadero de América Latina”, en el que participan autores de toda Latinoamérica y, por nuestro país lo hace Walter Oyhantçabal, de la Unidad Agropecuaria de Sostenibilidad y Cambio Climático del MGAP, se dan datos sobre las producciones de metano de varios países. Allí se informa que Uruguay tiene 11,3 millones de cabezas de ganado vacuno para carne distribuidas en 13,3 millones de hectáreas y que eso implica una emisión de 21,62 millones de toneladas de gases de efecto invernadero CO2 equivalentes. Esas emisiones conforman 62% de los gases de efecto invernadero del país, que se ha comprometido a una reducción de 34% en las emisiones por kilo de carne producida para 2025 en relación a las de 1990.
Uno podría pensar que el hecho de que la ganadería implique 62% de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero le da la razón a la campaña de la ONU. Estados Unidos también es un gran productor de carne. Pero sus números son distintos: la agricultura emite cerca de 500 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, pero el metano del ganado es responsable de apenas 3% de lo que emite el país. El asunto es más complejo: el alto porcentaje de emisiones de Uruguay debido a la ganadería está hablando también de un país con poca gente y una industria está tan devastada que los eructos y el estiércol de su ganado son la mayor parte de las emisiones que produce. Oyhantçabal concuerda: “Tenemos poca industria. Somos tres millones de habitantes. Hay poco gasto en energía del transporte. Casi 90% de la matriz eléctrica son energías renovables. Para mí, este perfil de emisiones es un mérito. El día que los países desarrollados tengan el mismo perfil de emisiones que tiene Uruguay, el problema del cambio climático estará solucionado, porque querrá decir que ya limpiaron sus matrices energéticas y al no tener emisiones de fuentes fósiles, las de la producción de alimentos, por procesos biológicos, serán la mayoría”. Pero nada de lavarse las manos. “¿Se pueden manejar las emisiones de metano?”, se pregunta Oyhantçabal. “Sí, se pueden manejar con calidad de dieta, con eficiencia, con buena estructura de rodeo; con una serie de medidas uno puede bajar mucho sus emisiones por kilo de carne producida. Esa es la apuesta principal de Uruguay hasta al momento y es la que se refleja en el compromiso del Acuerdo de París”, afirma. ¿Y cómo se logra eso? “Con tecnologías intensivas en conocimiento”, responde.
Y así todo vuelve al principio. ¿Para qué precisa ciencia un país? Para responder tuits sin sentido. Y también para atenuar el sinsentido del cambio climático. Si yo fuera el community manager de ONU estaría agregando ya mismo que una hamburguesa de carne de vaca criada a pasto en Uruguay es menos dañina para el planeta que una hamburguesa de soja. E instaría al resto de los países a pagar lo que vale una de las carnes con menos huellas ambientales del planeta, en vez de obligarnos a producir en feedlots para acceder a mercados.
Artículos usados para esta nota
Artículo: “Sustainability of meat production beyond carbon footprint: a synthesis of case studies from grazing systems in Uruguay”.
Publicación: Meat Science 98 (2014).
Autores: Valentín Picasso, Pablo Modernel, Gonzalo Becoña, Lucía Gutiérrez, Lucía Salvo, Laura Astigarraga.
Artículo: “Ambition Meets Reality: Achieving GHG Emission Reduction Targets in the Livestock Sector of Latin America”.
Publicación: Frontiers in Sustainable Food Systems (mayo de 2020).
Autores: Jacobo Arango, Alejandro Ruden, Deissy Martínez, Ana Loboguerrero, Alexandre Berndt, Mauricio Chacón, Carlos Torres, Walter Oyhantçabal, Carlos Gómez, Patricia Ricci, Juan Ku-Vera, Stefan Burkart, Jon Moorby, Ngonidzashe Chirinda.
Artículo: “Bird and mammal fauna assemblages in well-preserved natural grasslands of Uruguay with different livestock management”.
Publicación: Proceedings of the 22nd International Grassland Congress (2015).
Autores: Rafael Tosi, Álvaro Laborda, Sebastián Donate, óscar Blumetto.
Artículo: “Structure of avian assemblages in grasslands associated with cattle ranching and soybean agriculture in the Uruguayan savanna ecoregion of Brazil and Uruguay”.
Publicación: The Condor (febrero de 2015).
Autores: Thaiane Weinert da Silva, Graziela Dotta, Carla Suertegaray.
Artículo: “Using highly nutritious pastures to mitigate enteric methane emissions from cattle grazing systems in South America”.
Publicación: Animal Production Science 58 (2018).
Autores: Y Dini, J Gere, C Cajarville, Verónica Ciganda.
Informe: “Livestock, the long shadow”.
Publicación: FAO (2006).
Autores: Henning Steinfeld, Pierre Gerber, Tom Wassenaar, Vincent Castel, Mauricio Rosales, Cees de Haan.
Artículo: “Agricultural expansion in Uruguayan grasslands and priority areas for vertebrate and woody plant conservation”.
Publicación: Ecology and Society 25 (2020).
Autores: Alejandro Brazeiro, Marcel Achkar, Carolina Toranza, Lucía Bartesaghi.
Artículo: “Synergistic Effects of Grassland Fragmentation and Temperature on Bovine Rabies Emergence”.
Publicación: EcoHealth (22 de julio de 2020).
Autores: Germán Botto, Daniel Becker, Rick Lawrence, Raina Plowright.
Artículo: “Estudio preliminar de ecotoxicidad y contaminación no puntual por nitrógeno y fósforo en cursos de agua superficial cercanos a feedlots”.
Publicación: Innotec 18 (2019).
Autores: Diana Míguez, Daniel Baruch y Gonzalo Suárez.
Artículo: “Oxidative stability, fatty acid composition and health lipid indices of Longissimus dorsimuscle from Aberdeen Angus steers produced in different feeding systems”.
Publicación: Ciência Rural (enero de 2020).
Autores: Alejandra Terevinto, María Cristina Cabrera, Ali Saadoun.
.