Al pensar en las consecuencias de la llegada de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus es poco probable poner en la lista de prioridades lo que sucede en el continente antártico. Y tal vez, menos aún lo que sucede con la ciencia en ese lejano punto del planeta. Sin embargo, Uruguay no sólo tiene un contingente de personas viviendo todo el año en la Base Científica Antártica Artigas (BCAA), sino que al formar parte del Tratado Antártico estamos obligados a justificar nuestra presencia haciendo ciencia relevante y no solamente manteniendo las bases operativas (Uruguay además tiene la base Estación Científica Antártica Ruperto Elichiribehety, ECARE, que funciona esporádicamente porque está ubicada en una región casi inaccesible para los recursos que el país invierte en su esfuerzo antártico).

Pues bien, el coronavirus también afecta a la Antártida. Para empezar, porque por ahora es el único continente donde el SARS-CoV-2 no ha hecho de las suyas y porque ninguno de los países que tienen base allí desea ser el responsable de haber llevado al coronavirus al último rincón del planeta libre de él (a lo que se suman las complejidades de cuarentenear, evacuar o tratar a pacientes que desarrollen cuadros agudos en un contexto ya de por sí hostil y de recursos limitados). Pero además, porque a las cuestiones sanitarias, que complican la logística normal, se imponen las presupuestales.

Ciencia antártica al freezer

Antes incluso de la llegada de la covid-19 a Uruguay, el gobierno había promulgado el Decreto 90/020 que, entre otras cosas, imponía un recorte de gasto de 15% a distintas reparticiones y organismos estatales como una herramienta para combatir el déficit fiscal. Con la llegada del coronavirus los planes de ahorro programados por el gobierno no sólo se hicieron añicos, sino que además apareció un nuevo dilema: la ciencia, que demostró su rol fundamental para combatir la pandemia, se veía seriamente afectada por este recorte indiscriminado en todas las reparticiones estatales.

Por ejemplo, el Institut Pasteur de Montevideo, uno de los pilares en el desarrollo de los kits de diagnóstico y de la secuenciación genómica del virus, informó que la rebaja de ese 15% en su presupuesto implicaría cerrar 2019 con un déficit de más de 9,7 millones de pesos, comprometiendo la viabilidad del centro. Otro tanto sucedía en otras instituciones de investigación que hicieron valiosos aportes: el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA), el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) y el Parque Científico y Tecnológico de Pando.

En este contexto, el 21 de julio el director de Coordinación Científica y Gestión Ambiental del Instituto Antártico Uruguayo (IAU), Carlos Serrentino, quien asumió ese cargo en mayo, envió una carta dirigida a los “Estimados Jefas y Jefes de Proyectos Científicos actualmente en curso en el ámbito del Instituto Antártico Uruguayo”. Argumentando que “la situación de emergencia sanitaria global, que ha impactado en todo el mundo, excepto hasta hoy en el Continente Antártico, nos coloca ante una Campaña atípica, extremadamente compleja de diseñar y en la que deben ser adoptadas medidas extraordinarias”, informaba a los investigadores que “los Proyectos Científicos deben necesariamente resignar posición ante la necesidad humanitaria de relevar Dotaciones e instalar a la que nos representará en el año 2021 en un marco de viajes sujetos a cuarentenas dispuestas por Países amigos, quienes en uso de sus legítimas facultades sanitarias han extremado los cuidados en los cruces hacia el Continente Antártico de personas, víveres y materiales en general”.

En efecto, tradicionalmente las campañas científicas en la Antártida se realizan gracias a vuelos del avión Hércules que parten desde la localidad chilena de Punta Arenas. También en Punta Arenas recala todo el personal militar, de operaciones y mantenimiento que no llega al continente blanco en barco desde Uruguay. El gobierno chileno, que está atravesando dificultades para contener la pandemia, decidió que todas las personas que lleguen a la base de Punta Arenas para cruzar a la Antártida deberán hacer una cuarentena de 15 días en un hotel determinado que tiene un costo cercano a los 250 dólares por noche, sin incluir la alimentación. A esto hay que sumarle el hecho de que cruzar volando desde Punta Arenas hasta la Antártida no es algo que se haga cuando uno tiene voluntad sino cuando las condiciones climáticas lo permiten, pudiendo un contingente quedar varado por varios días en espera de la ventana climática que haga factible el cruce.

La misiva de Serrentino a los investigadores prosigue argumentando que es necesario extremar las “medidas de seguridad sanitaria” ante la “aparición potencial de covid-19 en la BCAA, en todos los escenarios, particularmente aquellos que se nos podrían dar en los que no exista posibilidad de evacuación temprana de personas enfermas”. Por todo esto, pone en el comunicado: “Todo ello ha llevado a adoptar la posición de no desarrollar la componente científica en el verano 2020-2021”. La ciencia antártica entonces pasaba a ser contabilizada entre las víctimas fatales del coronavirus en Uruguay.

“Les ofrezco desde ya a todos los responsables de Proyectos Científicos la posibilidad de instruir al personal de la próxima dotación de la BCAA, de manera coordinada con la Dirección de Coordinación Científica y Gestión Ambiental y en la propia sede del IAU, las veces que fueran necesarias a los efectos de que se transformen en instrumentos de apoyo científico, en esta particular Campaña a los efectos de implementar medidas que posibiliten –en la medida de lo posible– que los Proyectos no permanezcan inactivos”, decía también Serrentino en la misiva enviada el 21 de julio.

Base Artigas en la Antártida, en 2019.

Base Artigas en la Antártida, en 2019.

Foto: Álvaro Salas, Presidencia

Cambios

Desde julio han cambiado algunas cosas. El Ministerio de Economía y Finanzas emitió un escueto comunicado, el 7 de agosto, en el que anunciaba que resolvía “exceptuar del ahorro propuesto en el Decreto 90/2020 a instituciones comprendidas en el Área Programática ‘Ciencia, Tecnología e Innovación’ definida dentro del Presupuesto Nacional”. El texto aclaraba que en la excepción quedaban excluidas varias instituciones, como el mencionado Institut Pasteur de Montevideo, la ANII, el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, el IIBCE, el INIA y el IAU.

El presupuesto anual del IAU ronda los 1,3 millones de dólares, de los cuales casi 50% se destina a combustible para los vuelos del Hércules (cada vuelo cuesta unos 100.000 dólares, y en años sin covid-19 suelen hacerse cuatro vuelos), de los buques (el ROU Vanguardia lleva materiales y trae, entre otras cosas, lo que nuestros compatriotas hacen en los baños antárticos, ya que según el Tratado Antártico los países con bases deben gestionar sus residuos y no dejar nada en la Antártida) y para los generadores de electricidad de la base. Un recorte de 15% en el IAU implicaría unos 195.000 dólares, lo que, medido en vuelos de Hércules, sería dos viajes menos; sumado a las restricciones sanitarias, esto comprometía seriamente el accionar de Uruguay en la Antártida. Pero el IAU quedó exceptuado por ser una institución comprendida “en el Área Programática ‘Ciencia, Tecnología e Innovación’ definida dentro del Presupuesto Nacional”.

“Recibimos la noticia de que no se van a recortar los fondos del IAU, y eso es un alivio para nosotros; sinceramente, si no hubiera sido así, en nombre de los científicos, simbólicamente veníamos a entregarles la llave de la base”, dijo el 10 de agosto ante la Comisión de Defensa del Senado Juan Cristina, destacado virólogo, ex decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar) y actual presidente del Comité Nacional del Comité Científico de Investigación Antártica (SCAR). “Ahora que el gobierno revió su posición y no aplicará el recorte, espero que podamos rever la situación y llevar aquellos grupos científicos que sean fundamentales”, reconoció en una conversación telefónica con la diaria.

Una posición similar adoptaron varios investigadores y docentes universitarios con proyectos antárticos en una carta remitida al rector de la Udelar, fechada ese mismo 10 de agosto en que el director del IAU, Manuel Burgos, el embajador Daniel Castillos, Serrentino y Cristina comparecían para informar sobre el IAU a la comisión del Senado. Según comentaron algunos investigadores, en esa carta se hacía énfasis en la necesidad de buscar alternativas que permitan no paralizar la actividad científica y de abrir un espacio de trabajo entre el IAU y los investigadores para explorar formas viables para que eso sea posible, ya que la decisión de no hacer ciencia se había tomado sin consultar a la Comisión Asesora Científica, ni al Comité Nacional del SCAR, ni a los investigadores.

¿Sale el sol entre la nieve?

El país no puede marearse en el orden de los factores. El Tratado Antártico nos obliga a estar allí para hacer ciencia y generar conocimiento. Mantener las bases funcionando, desplegar la mejor logística y apoyarse en las capacidades de las Fuerzas Armadas para sobrevivir en un continente inhóspito son cuestiones necesarias para cumplir con ese cometido. No hay una sola línea en los tratados firmados que diga que las cosas son al revés: que debamos ir hasta allá, abrir bases, mantenerlas operando, y que cuando podamos, si sobra algo, hagamos ciencia.

Al consultar a Serrentino sobre cuál es hoy el panorama respecto de la suspensión de las actividades científicas en la Antártida, puntualizó que su comunicado del 21 de julio refería “a la situación actual” de ese momento. “Operaciones del IAU me llevaba a tomar una decisión”, señaló, dado que hay “trámites para hacer, trámites para comunicar” y otra serie de requisitos.

Uno esperaba que la retirada del recorte de 15% implicara cambios en esa “situación actual” a la que hacía referencia Serrentino. Es posible que sea así, pero el director de Coordinación Científica tiene novedades que van por otro lado: “En este momento habría una posibilidad de llegar a incorporar científicos en el verano”, adelanta, y eso podría tener que ver con la posibilidad de volver a hacer vuelos directos entre Uruguay y la Antártida con el Hércules, algo que le comunicaron hace escasas 48 horas. “No estamos fuera de que haya ciencia allá abajo, hoy no te descartaría que no haya ciencia este verano”, comunica entusiasmado sobre esta posibilidad que se abre, aunque reconoce que “no será obviamente una campaña como las demás, con entre tres y cinco vuelos con científicos arriba”.

Si la posibilidad de los vuelos directos se confirma, que evitarían las medidas de cuarentena en Punta Arenas. Serrentino afirma que “lo primero que haría sería reunirme con Cristina, en tanto presidente del Comité Nacional de SCAR”, para ver qué puñado de científicos podría participar en la campaña 2020-2021. “En estas horas estoy esperando que se me confirme cuántos lugares hay”, dice. “Lo que no te puedo decir hoy es qué proyectos irían, y no sé si serán tres, cuatro o cinco científicos”, agrega. También adelanta que, de confirmarse, “habrá que conversar bien con los científicos para que sepan en qué circunstancias viajan”, ya que la nueva normalidad también corre para el continente blanco. “Creo que esta semana o la próxima va a quedar definido si hay aunque sea un mínimo de ciencia allá abajo este año tan raro, tan complejo y con tantas limitaciones”.

En la Antártida las noches duran seis meses. Dejar de hacer ciencia antártica extendería la noche al menos por un año y proyectaría una sombra que debilitaría la posición de Uruguay en el selecto grupo de países que tienen voz y voto sobre lo que sucede, como dice Serrentino, “allá abajo”. Tenemos dos bases científicas en el continente blanco. Nos comprometimos a hacer ciencia en ella. Tenemos científicos y científicas que saben cómo hacerla. Cuando la ciencia antártica se entienda como lo que es, una política de Estado, tal vez los investigadores e investigadoras dejen de ser los últimos en incorporarse a una lista de pasajeros de un vuelo a la Antártida. Pero miremos el vaso medio lleno: existe la posibilidad de que haya algunas plazas para la ciencia en la campaña 2020-2021. Estamos mejor que el 21 de julio.