En Uruguay nos conocemos todos y todas. Parece casi inevitable encontrar redes de amigos en común, o cruzarnos con gente conocida y detenernos para hacer una breve puesta al día. Nunca falta esa persona a la que acompañar puede demandarnos mucho tiempo porque se detiene a cada rato a saludar a alguien. ¿Cuántas amistades puede tener?

Hasta hace poco, podíamos aventurar una respuesta. Según la teoría informalmente conocida como el “número de Dunbar”, por más popular que sea una persona, nuestras capacidades cognitivas como humanos nos permiten establecer relaciones sociales estables con un máximo aproximado de 150 personas. Esta idea, que puede generar más de una ceja levantada, es frecuentemente citada tanto en la academia como en los medios y se encuentra muy extendida en distintos campos de la cultura. Hasta se ha utilizado como base para el diseño de estructuras laborales.

El número de Dunbar, además de limitar la cantidad de personas con las que los humanos podemos relacionarnos, también impone estos límites al resto de los seres vivos. Es más: dado que relaciona el desarrollo de determinadas estructuras neurales con la cantidad de conocidos con los que un ser vivo puede relacionarse, el número de Dunbar funciona también como un límite que muchas especies no pueden pasar. Tienen menos amigos porque no les da la cabeza, podría decirse. Los humanos, con sus 150, están despegados del resto de los animales.

A pesar de su gran impacto, el número de Dunbar también ha sido objeto de debate y críticas de forma casi constante, aunque no han afectado su notoriedad. Los investigadores Patrik Lindenfors, Andreas Wartel y Johan Lind, de la Universidad de Estocolmo, Suecia, buscaron cambiar esa tendencia y saldar la discusión. En su artículo “El número de Dunbar deconstruido”, publicado este año en la revista Biology Letters, los investigadores hacen una actualización de los datos y métodos estadísticos para demostrar de forma decisiva que el número de Dunbar es poco confiable y debería ser desterrado, al menos del ámbito científico. Este es un buen ejemplo del poder de una teoría pegadiza, discusión científica, y la importancia de revisar lo establecido.

Pandilla primate

A principios de 1990, el biólogo evolucionista Robin Dunbar se dedicaba a estudiar el tamaño de los grupos sociales en primates no humanos. La mayoría de los modelos sobre evolución social en primates implica un abordaje socioecológico en el cual factores como la depredación, forrajeo y selección sexual son claves en determinar el tamaño de los grupos sociales, y el momento en que un grupo grande se divide en dos más pequeños para ir en busca de lugares más seguros y con más recursos.

Dunbar, por otro lado, propuso que más allá de estos factores, debía haber un límite máximo en el tamaño de los grupos sociales, particular de cada especie, dado por sus limitaciones cognitivas. Se basó en que los primates son animales muy sociales y con un gran desarrollo de la neocorteza cerebral. La neocorteza es la adición evolutiva más reciente de nuestro cerebro, recubre los lóbulos cerebrales de mamíferos, y está implicada en las funciones cerebrales complejas, como el control espacial, la percepción sensorial, la planificación de la conducta y el lenguaje, entre otras. Dunbar razonó que el número de neuronas neocorticales de un organismo limita su capacidad de procesar información, y por lo tanto limita el número de relaciones que un individuo puede monitorear y mantener simultáneamente. Si un grupo excede ese límite, se volvería inestable y comenzaría a fragmentarse.

Para probar su idea, Dunbar utilizó un índice del tamaño relativo de la neocorteza, que se calcula dividiendo el volumen total de la neocorteza sobre el volumen del resto del cerebro. Calculó ese índice para 38 géneros de primates, y los comparó con los tamaños registrados de sus grupos sociales. El análisis mostró una correlación entre el tamaño del grupo y el tamaño relativo de la neocorteza. No sólo eso, esta correlación fue más significativa que la relación del tamaño del grupo con algunos factores ecológicos o de explotación de recursos, como el número de frutas en la dieta o el tamaño del territorio ocupado. Este trabajo fue publicado en 1992 (“El tamaño de la neocorteza como limitación del tamaño del grupo en primates”) en el Journal of Human Evolution, y replicado en varios estudios posteriores, aunque no siempre con resultados tan claros. Hasta aquí, todo tranquilo y sin grandes sobresaltos para Dunbar.

No puedo tener un millón de amigos

El revuelo se generó al año siguiente, con la publicación del artículo “Coevolución del tamaño neocortical, tamaño de grupo y lenguaje en humanos” en la revista Behavioral and Brain Science (Dunbar, 1993). Con sus resultados anteriores en mano, Dunbar se preguntó qué implicancias tendrían sus hallazgos sobre los grupos humanos.

Ya tenía la ecuación matemática que reflejaba la relación entre el volumen relativo de la neocorteza y el tamaño máximo del grupo social en primates. Podía entonces usar el volumen relativo de la neocorteza en humanos modernos (Homo sapiens sapiens) y aplicarlo a esa ecuación para extrapolar el tamaño de los grupos humanos que pueden establecerse y sostenerse con relaciones directas y cercanas de acuerdo a nuestras capacidades cognitivas. Ese ejercicio generó un valor predictivo de 147,8, redondeado a 150. Hace su aparición, ya avanzada la historia, el “número de Dunbar”.

El siguiente paso fue poner a prueba su predicción, pero ¿cómo hacerlo? ¿Qué cuenta como una condición “natural” y grupo definido en los humanos actuales? Bajo la asunción de que la evolución cultural humana va más deprisa que la anatómica, Dunbar explica que lo más fiable probablemente sea comparar el valor obtenido con comunidades cazadoras-recolectoras y sociedades agrícolas tradicionales. Analizó entonces datos antropológicos de comunidades ubicadas en diversas partes del mundo, como los !kung san de Botsuana, walbiri de Australia, kaluli de Nueva Guinea, inuit de Canadá, y varias más. De esta revisión concluye que, si se considera un nivel intermedio de grupo, en el que la población interactúa de forma regular, con vínculos fuertes basados en el relacionamiento personal, el tamaño de las comunidades para las cuales existen censos confiables varía entre 90 y 221,5 individuos, lo que da un promedio de 148,4. Justito y redondito.

Dunbar va incluso un poco más allá, y describe grupos de 150 personas en comunidades modernas, e incluso argumenta que los ejércitos más organizados en distintos períodos históricos tienen una unidad básica de alrededor de 150 soldados.

El artículo presenta además otra teoría que resulta interesante mencionar, aunque sea de forma muy resumida. Por un lado, describe el comportamiento de acicalamiento social –grooming en inglés– como el principal mecanismo por el que los primates fortalecen sus vínculos y mantienen la cohesión grupal. Utilizando los mismos métodos, observó una correlación entre el tiempo invertido en acicalamiento y el tamaño del grupo social. El próximo paso es fácil de adivinar. Utilizó esta relación para hacer una nueva extrapolación, esta vez para predecir el tiempo de acicalamiento necesario para que los humanos podamos mantener la cohesión de un grupo de 150 personas.

El resultado indicó que una persona debería dedicarle 56,6% de su día al acicalamiento social para mantener al grupo unido. Claramente, esto no es viable en la realidad, por lo que Dunbar propone que fue necesaria la aparición de un mecanismo más eficiente que facilitara la cohesión social y permitiera mantener un grupo más numeroso dedicándole menos tiempo a la sociabilidad. Este mecanismo, argumenta, fue el lenguaje.

Dunbar contra el mundo

Como se comentó al inicio, la propuesta de Dunbar dejó a más de una persona sin convencer. A continuación del artículo, la revista Behavioral and Brain Science incluyó no uno o dos sino 30 comentarios de diferentes investigadores en antropología, biología evolutiva, psicología y neurociencia. Una verdadera lluvia de críticas, reservas y suspicacias.

Algunos comentarios fueron cordiales y reconocieron el interés de las cuestiones planteadas por Dunbar y su utilidad para promover la discusión y el avance del campo hacia adelante, aunque plantearon alguna observación aquí y allá. En varios se cuestionaron los supuestos que son necesarios en su teoría, como el rol casi exclusivo del acicalamiento para la vinculación y cohesión social en primates, la información aportada por los índices elegidos, y su tratamiento estadístico.

Otros, sin dejar de reconocer lo novedoso y provocativo de su teoría, fueron más directos. David Dean, del Departamento de Biología Celular de la Universidad de Nueva York, comenta: “Varios pasajes que requirieron saltos de fe me dieron pausa. ¿Por qué debería uno asumir una relación causal entre el tamaño del grupo y el tamaño neocortical?”, uniéndose al coro de voces que le recordó a Dunbar que una correlación no siempre indica causalidad. Sobre los datos antropológicos, Terrence Deacon, de la Escuela de Medicina de Harvard, dice que sus comparaciones “dependen de una interpretación creativa de los datos sobre el tamaño de los grupos de las sociedades humanas”. Robert Foley, del Departamento de Antropología Biológica de Cambridge, resume su encuentro con el artículo de Dunbar de la siguiente manera: “Un artículo tan estimulante y desafiante como este exige dos respuestas alternativas. Una es analizar con precisión los datos y las estadísticas y así esperar desmantelar el edificio que se ha construido. El otro es adoptar una posición de credulidad creativa y explorar algunas implicaciones de las relaciones propuestas por Dunbar”; y luego elige la segunda opción. Frente a esta cantidad de análisis y cuestionamientos, el propio Dunbar, en una réplica que sigue inmediatamente después a los 30 comentarios, comienza reconociendo que “Para responder con el detalle que merecen la mayoría de los comentarios, necesitaría escribir un libro”.

La clara necesidad de discusión y el aluvión de críticas no impidieron el éxito del número de Dunbar, que rápidamente adquirió popularidad. Tuvo un gran impacto en los medios con el titular “no podemos tener más de 150 amigos”, y fue muy extendido por su revisión en el libro La clave del éxito, de Malcom Gladwell (2000). Algunas empresas, como Gore-Tex, anunciaron la organización de grupos de trabajos en fábricas de forma que no superaran las 150 personas, y es conocido el ejemplo de las oficinas de impuestos sueca, que generaron una propuesta de reestructuración para mejorar la eficiencia laboral, imponiendo un límite de 150 trabajadores en sus oficinas.

El tratamiento de los medios también influyó al propio Dunbar, que pasó de hablar de vínculos cercanos basados en la interacción regular a grupos de amistades, y definir esas relaciones en distintas entrevistas como “personas que conoces lo suficiente como para no sentirte incómodo si te las encuentras en un aeropuerto”.

Flojo de confianza

Llegamos a 2021, y tanto las críticas como el número de Dunbar se mantienen. Llegamos también al artículo de Lindenfors y sus colegas. Ellos repasan el escepticismo tomando una cita textual de otro artículo, de Ruiter y colaboradores: “El supuesto de Dunbar de que la evolución de la fisiología del cerebro humano se corresponde con un límite en nuestra capacidad de mantener vínculos ignora los mecanismos culturales, prácticas y estructuras sociales que desarrollan los humanos para contrarrestar potenciales deficiencias” (“El número de Dunbar: tamaño de grupo y fisiología cerebral en humanos reexaminada”, 2011).

Más allá de las discrepancias teóricas, lo que distingue el trabajo de estos investigadores es que se dispusieron a hacer una demostración estadística actualizada de la teoría de Dunbar. Muchas cosas pasaron desde el artículo original de 1993, incluyendo un aumento en la cantidad y calidad de las bases de datos sobre tamaño y peso de cerebros de primates no humanos y humanos, relaciones filogenéticas, y abordajes estadísticos.

Lindenfors y sus colegas realizaron varias estimaciones considerando la formulación original de Dunbar y también con métodos y bases de datos complementarios. De acuerdo a sus cálculos, el tamaño de grupo en humanos estaría entre 69 y 108, o entre 16,4 y 42, según el método estadístico elegido. Bastante menos que el número de Dunbar. Pero, pero, pero... esos son sólo promedios. El problema está en los intervalos de confianza.

El intervalo de confianza se refiere al rango de valores alrededor de la media, entre los que hay una alta probabilidad de que se encuentre el valor real del parámetro estimado. En el artículo, los intervalos de confianza asociados al análisis del tamaño del grupo humano tienen una variación considerable, siendo de 3,8 a 520, y de 2,1 a 336,3, para las dos estimaciones previas, respectivamente. Esto es lo mismo que decir que el tamaño de grupo en humanos en base al tamaño relativo de su neocorteza puede ser de 3 a 520 personas. Algo que claramente no es muy informativo.

Para ser justos con Dunbar, en su artículo él avisa que hacer una extrapolación más allá del límite máximo de los datos en los que se basa la correlación (tamaño relativo de la neocorteza de primates) acarrea el riesgo de una alta variabilidad. Aun así, su intervalo de confianza está entre 100 y 230, bastante menor al que obtuvo el equipo sueco.

Los autores concluyen que su trabajo constituye la última prueba necesaria que faltaba para descartar el número de Dunbar. Un número que queda redondo en algunas correlaciones, pero sólo si se toma en cuenta únicamente el valor promedio, con una serie grande de supuestos y un intervalo de confianza extremadamente grande, no parece sostenerse empíricamente.

Errar y errar

El gran científico y aventurero Otto Lidenbrock, geólogo de la novela Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne, 1864), encuentra que la verdadera naturaleza del núcleo terrestre es muy distinta a lo que se creía. En ese momento, su sobrino Axel le comenta que están frente a algo que la ciencia ni siquiera sospecha, a lo que Otto, siempre genial, le contesta: “La ciencia, muchacho, está formada de errores, pero de errores que conviene cometer, porque conducen poco a poco a la verdad. Errando deponitur error”.

Errando logramos identificar y depurar el error, arreglarlo y así construir mejores modelos y explicaciones. El conocimiento científico es la mejor explicación que tenemos de cómo funcionan las cosas... por ahora. Es importante no olvidarnos de su carácter transitorio. La ciencia está llena de ejemplos que nos ayudan a recordarlo. Sólo por nombrar uno, podemos pensar en el número de neuronas que tenemos. Solía estar en todos los libros que nuestro cerebro tenía 100.000 millones de neuronas. Luego, en 2009, vino Suzana Herculano-Houzel y se preguntó: “¿Quién dice?”, generó un método específico y corrigió el valor a los 86.000 millones de neuronas que tenemos hoy. Por ahora.

El artículo de Lindenfors y sus colegas es un tipo de artículo que lo que hace es decir: “Eso de allí es un error”. Nada más ni nada menos. Identificar que hay un error es algo de fundamental importancia en la construcción progresiva de una mejor ciencia, y esencial para afinar los conocimientos y respuestas que tenemos. La revisión de lo establecido probablemente sea una actividad a la que deberíamos dedicarle más atención.

Como era esperable, Dunbar respondió al artículo con una nota en varios medios digitales, defendiendo su trabajo original y acusando al grupo sueco de cometer errores estadísticos básicos. El proceso de discusiones científicas y consensos a menudo es largo y áspero. Con un poco de suerte y dedicación, revelar un error lleva a una nueva discusión y a la búsqueda de nuevas explicaciones alternativas. Por lo pronto, Lindenfors y su grupo terminan diciendo: “Es nuestra esperanza, aunque quizás fútil, que este estudio ponga un fin al uso del número de Dunbar dentro de la ciencia y los medios populares. El número de Dunbar es un concepto con una base teórica limitada y carente de apoyo empírico”.

Si lo logran está por verse, pero mientras tanto, ya no parece haber razones para limitarse. Es hora de recibir a esa persona 151 en nuestra vida.

Artículo: “Dunbar’s number’ deconstructed”
Revista: Biology Letters (2021)
Autores: Patrik Lindenfors, Andreas Wartel, Johan Lind

Artículo: “Coevolution of neocortical size, group size and language in humans”
Revista: Behavioral and Brain Sciences (1993)
Autores: Robin Dunbar.