Todos los seres vivos tienen la posibilidad de maravillarnos si se los mira desde la perspectiva adecuada. Algunos nos enternecen, otros nos atraen por sus formas, colores o comportamientos, mientras que no pocos nos sorprenden con cosas impensables para nosotros, como caminar por las paredes, levantar vuelo, orientarse por radar o vivir a temperaturas extremas. Esto se aplica a los dos grandes protagonistas de esta nota: los peces celacantos y el paleontólogo Pablo Toriño, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Comencemos por los peces.
Peces increíbles
Los celacantos no ganaron su fama por colores llamativos ni por un sabor que los convierta en el sueño húmedo de chefs y sibaritas. Lo suyo es sorprendernos de una manera bastante más insólita. A diferencia de lo que sucede con la mayoría de los seres vivos que nos rodean, los celacantos se conocieron primero como fósiles. En 1839 el suizo Louis Agassiz describió al primero a partir de un fósil encontrado en Inglaterra. Los restos de estos animales, que se originaron hace 400 millones de años, comenzaron a aparecer en Europa, América del Norte, Brasil y partes de África. En todas partes los celacantos seguían la misma regla: sus fósiles se hallaban hasta hace unos 65 millones de años, cuando termina el Cretácico, momento en el que se extinguieron los dinosaurios. Por mucho tiempo se asumió entonces que estos peces se habían extinguido.
Sin embargo, en 1938, es decir hace menos de 100 años, una nada en tiempos de la vida en la Tierra, unos pescadores capturaron un celacanto en aguas de Sudáfrica. Y por pescar no es que hayan enredado un fósil en sus anzuelos o redes, sino que capturaron un ejemplar vivo. ¡Había celacantos vivitos y coleando hasta nuestros días! Hoy se conocen dos especies de estos animales, ambas del género Latimeria, que viven a grandes profundidades cerca de las costas africanas y de Indonesia sobre el océano Índico. Son animales que han cambiado tan poco desde su separación del resto de los peces, que se los considera “fósiles vivientes” (otros seres considerados así son el ginkgo y los cocodrilos).
Por todo esto, el celacanto no es un pez más. Para colmo, están rodeados de muchos otros misterios, como la ausencia de fósiles que de cuenta de todo ese tiempo transcurrido entre hace 65 millones de años y el presente.
El armador de paleopuzles
Pablo Toriño, del Instituto de Ciencias Geológicas de la Facultad de Ciencias, también es un fuera de serie. En una nota anterior, con motivo de la publicación de una investigación que lo llevó a describir los fósiles más completos de celacantos encontrados en Uruguay, lo bautizábamos “el armador de paleopuzles”.
Es que gracias a su paciencia y trabajo metódico, pudo reconstruirse uno de los fósiles del cráneo de un celacanto de la especie Mawsonia gigas más completos del mundo, que fue extraído de los sedimentos de una cantera ubicada en la capital de Tacuarembó en varias campañas llevadas adelante entre 2013 y 2016 por los paleontólogos Matías Soto, Daniel Perea y el propio Toriño. Uno dice “el cráneo completo” y parece algo sencillo. Pero si vieran la cantidad de fragmentos que Toriño tuvo que limpiar, unir y hasta pegar para conforman la mayoría de los huesos del cráneo de este ejemplar de celacanto no dudarían en afirmar también que se trata de un campeón mundial del armado de puzles. ¡Hay fragmentos que son tan pequeños que él los denomina miguitas! Y cada miguita fue colocada en su lugar.
“Este no es el fósil de Mawsonia más completo del mundo. Pero sí es el que da más información”, decía Pablo entonces. Y eso es cierto: la mayoría de los fósiles de estos peces aparecen en moldes y contramoldes de rocas. Los huesos de 150 millones de años del Jurásico de Tacuarembó se pueden armar, girar y ver qué hay por delante y por detrás. Gracias a esa información detallada por tener un cráneo completo y además por otros fósiles de celacanto que encontraron, Toriño y sus colegas propusieron que Mawsonia gigas es la única especie de celacanto que vivió en América del Sur.
Al preguntarle por la importancia de su trabajo, Toriño nos decía que le gustaba pensar que el artículo que publicó con sus colegas en diciembre de 2020 era una especie de “atlas” para reconocer la anatomía de estos peces, una referencia que pudiera ayudar a otros investigadores a reconocer qué tienen en sus colecciones y yacimientos. Por otro lado, este género de celacantos hasta ahora se habían encontrado únicamente en América del Sur y África. Y entonces desembocamos en el artículo recientemente publicado sobre celacantos del género Mawsonia reportados en América del Norte y del que Toriño fue parte relevante.
Fósiles que desafían lo conocido hasta ahora
El trabajo que salió ahora en la prestigiosa revista Plos One no deja lugar a dudas de su importancia ya en el título: “El primer celacanto mawsónido cretácico tardío de América del Norte: evidencia de un linaje de fósiles vivientes extinto”. Lleva la firma de Lionel Cavin, Pablo Toriño, Nathan van Vranken, Bradley Carter, Michael Polcyn, Dale Winkler. Un momento. ¿Qué hace Pablo Toriño hablando de celacantos de América del Norte? Ya Iremos a eso más adelante. Primero veamos lo que reportan en el artículo.
Los mawsónidos son un grupo de celacantos, los más modernos del registro fósil, si es que se puede hablar de moderno para animales que no volvieron a verse desde hace 65 millones de años. Las especies del género Mawsonia, como dijimos, sólo se habían reportado para África y América del Sur, continentes que estuvieron unidos en el Jurásico formando lo que se llama Gondwana. América del Norte en ese entonces formaba parte del otro bando de tierras, Laurasia. Encontrar un género de peces gondwánico en un lugar de abolengo laurásico es intrigante.
En el artículo definen con detalle que los fósiles encontrados en Texas efectivamente pertenecen a celacantos del género Mawsonia. Y entonces el artículo afirma: “El descubrimiento de Texas expande drásticamente el rango geográfico de Mawsonia”. También sostienen que es “un representante gondwánico inesperado en este ensamblaje de los Apalaches con afinidades predominantemente laurasiáticas (europeas y asiáticas)”.
El trabajo luego intenta responder cómo es que este pez, que se encontró en otro continente –Gondwana– aparece allí. Entonces proponen: “Dado que Mawsonia era un pez de agua dulce y salobre con, probablemente, una baja capacidad para cruzar grandes barreras marinas y debido a que la mayoría de los componentes continentales del conjunto de vertebrados de Woodbine [Texas] exhiben afinidades laurasiáticas, se propone que es más probable que la ocurrencia de Mawsonia en América del Norte se deba al resultado de un evento vicariante vinculado a la desintegración de Pangea más que al resultado de una dispersión desde Gondwana”.
Y entonces aclaremos: Pangea define el momento en que todas las masas continentales estaban unidas. Un evento vicariante refiere a que dos especies se comienzan a diferenciar tras quedar divididas sus poblaciones por eventos geológicos. En este caso, la propuesta da a entender que los celacantos del género Mawsonia se habrían originado en Pangea, que al separarse habría dejado poblaciones separadas, unas en Laurasia (que luego darían lugar a los Mawsonia de Texas) y otras en Gondwana (que darían lugar a nuestros celacantos de Tacuarembó, a los de América del Sur y África).
El artículo científico además intenta ver si comprendiendo más del pasado podemos decir algo del presente, en este caso de los celacantos actuales del género Latimeria, que también aparecen separados por una gran distancia. Dicen entonces que la aparición de Mawsonia en Estados Unidos “es una prueba más de que existe un vínculo entre la distribución geográfica y la supervivencia. Esta es una pista de que la situación probablemente fue similar para el linaje Latimeria”. O como dicen en otra parte, “el vínculo entre una amplia distribución geográfica y la resistencia a la extinción demostrado aquí para Mawsonia es una pista de que existía una situación similar para Latimeria, que permitió que este género viviera durante decenas de millones de años”.
El artículo, fantástico por lo que reporta y propone, cierra a lo alto con la siguiente frase: “Sería una pérdida inestimable si esta fuerza de supervivencia de este representante único de un linaje de 420 millones de años fuera aniquilada a través de las actividades humanas”.
El aporte de la paleontología nacional
“Uruguay dice presente acompañando a paleontólogos de Estados Unidos y Suiza, en este nuevo artículo publicado en la revista científica Plos One”, decía Pablo Toriño en su Facebook, al tiempo que posteaba que “no alcanzan las palabras de agradecimiento a los colegas texanos Nathan van Vranken y Bradley Carter por la invitación a participar en esta investigación, junto a una eminencia en el tema como lo es Lionel Cavin, y los colegas Dale Winkler y Michael J Polcyn, conjugados con el talento de Zubin Erik Dutta, quien con su paleoarte ilustra a nuestro ‘pez estrella’”. La participación de nuestro paleoarmador de puzles, obviamente, no fue casual.
“Con uno de los coautores, Nathan van Vranken, veníamos en contacto desde hace tiempo. Tenemos grupos en redes en los que intercambiamos información y bibliografía, y de esa forma digamos que lo conocí virtualmente”, sostiene Pablo. “Él me dijo que estaba trabajando con celacantos mawsónidos, que era en lo que yo también estaba trabajando, y quedamos en que cuando yo publicara mi trabajo sobre celacantos, que salió en diciembre de 2020, se lo mandara”, agrega. El trabajo salió y se lo envió. “Ese mismo diciembre comenzó a compartirme información de los fósiles de celacanto que tenían en Texas”.
“Los mawsónidos son una familia muy grande, y en Estados Unidos ya se habían reportado mawsónidos para el Triásico, es decir, más primitivos que los Mawsonia de Tacuarembó sobre los que nosotros publicamos el artículo. Pero nunca me imaginé que estaba trabajando con mawsónidos del Cretácico de Estados Unidos, y menos de que era un posible Mawsonia”, dice aún sorprendido.
“Nathan y Bradley Carter, otro de los coautores, me enviaron fotos de los fósiles de Texas. Ellos habían podido identificar uno de los huesos de la mandíbula como pertenecientes a Mawsonia, y les resultaba parecido a una especie africana. De los otros tres huesos no tenían certeza de qué podían ser, aunque sospechaban que podían ser de Mawsonia”, declara Pablo. Le pregunto entonces si su “atlas” para identificar celacantos de este género les fue de utilidad a sus colegas del norte. “Les llevó muchísimo tiempo identificar ese primer hueso de Mawsonia que fue el detonante de este artículo. Nuestro trabajo de diciembre del año pasado los ayudó a ello, porque los pudieron comparar con las fotos de nuestro ejemplar”, sostiene. “El atlas aportó su pequeño granito de arena, sirvió como disparador para que otros investigadores vean lo que tienen. Surgió entonces un trabajo más grande de lo que me hubiera imaginado”, agrega satisfecho.
Cuando Toriño recibe las fotos de los fósiles, no dudó en corroborar que el hueso de la mandíbula, sin lugar a dudas, era del género Mawsonia. “Los otros huesos eran más fragmentarios, por lo que eran más difíciles de identificar”. Pero en ciencia, ‘difícil’ muchas veces no significa más que tener que redoblar esfuerzos. “En ese ínterin contactaron también a un investigador suizo, Lionel Cavin, que es una autoridad mundial en celacantos en particular y en peces y vertebrados fósiles en general. Lentamente se comenzó a formar un equipo, sobre todo cuando vimos que las implicancias de que hubiera Mawsonia en el Cretácico de Estados Unidos eran muy grandes, por lo que había que trabajarlo muy bien, documentarlo y justificarlo”, dice nuestro paleontólogo.
Para tratar de determinar a qué pez pertenecían los otros tres fósiles, fueron necesarias varias fotos de cada pieza tomadas desde distintos ángulos y con cambios en la iluminación. “Entonces se fue cuadrando la identificación de los otros, que era compleja. Todo se fue confirmando y se fue cerrando. Lo último que les pedimos fueron microfotografías con lupa binocular de los dientes, que son milimétricos. Poder documentar los dientes era la frutilla de la torta y ellos lo lograron. No sólo son lindas fotos y aparecen en el paper, sino que ayudan a ilustrar de que se trata sin duda de un mawsónido y con toda la pinta de ser Mawsonia. El angular de la mandíbula es el hueso clave para determinarlo; los demás acompañan ese diagnóstico”, dice nuestro armador de paleopuzles.
Pablo comenta que en el trabajo proponen que el género Mawsonia podría haberse originado en Pangea, y que lo que “se ve después” en el registro fósil “es una población relictual”. “El registro más antiguo de Mawsonia lo seguimos teniendo nosotros en América del Sur, para el Jurásico Tardío de Tacuarembó y de Brasil. Ya que este celacanto de Texas es del Cretácico, los registros más antiguos de Mawsonia siguen siendo los del sur. Entonces la otra posibilidad es que fuera un animal originado en Gondwana y que de alguna manera que no sabemos, migró a lo que hoy es América del Norte. Pero eso implica atravesar el Atlántico Norte, que ya estaba bastante formado a fines del Cretácico”. Esa hipótesis no los convence demasiado. “En el trabajo ponemos que es poco probable que fuera capaz de hacerlo, ya que es un pez considerado de agua dulce, aunque reconocemos que se viene encontrando en ambientes lacustres y estuarinos, que es el caso de los sitios de Texas. Por más que sea un pez resistente, lo de atravesar el océano Atlántico, por ahora, nos parece difícil como explicación”.
Con ciencia grande no hay país pequeño, dice la máxima de Clemente Estable. ¿Por qué en un país como el nuestro deberíamos dedicar tiempo y energía al estudio de formas de vida de hace millones de años? Entre otras cosas, para trabajar de igual a igual con potencias mundiales buscando entender la historia de la vida en este planeta. Es cierto que hay diferencias e inequidades, pero para el conocimiento, cosas como este artículo demuestran que la Tierra es una sola. Como la Pangea que probablemente haya visto nacer a los Mawsonia.
Artículo: “The first late cretaceous mawsoniid coelacanth (Sarcopterygii: Actinistia) from North America: Evidence of a lineage of extinct ‘living fossils’”
Publicación: Plos One (11 de noviembre, 2021)
Autores: Lionel Cavin, Pablo Toriño, Nathan van Vranken, Bradley Carter, Michael
Polcyn, Dale Winkler.