En nuestras playas, cuando cae la noche y los veraneantes abandonan la arena, los habitantes de un mundo hasta entonces invisible comienzan su función. Sucede incluso en playas montevideanas, ante la indiferencia de los bañistas y guardavidas que ignoran los secretos que esconden los verdaderos dueños de la arena.

En el verano de 2016, cualquier vecino atento de Playa de los Ingleses en Montevideo, o de San José de Carrasco en Canelones, habrá notado algunas luces curiosas moviéndose sobre la arena en la noche cerrada. Aquellas luces eran las herramientas principales de algunos animales de hábitos extraños: biólogos y biólogas, más precisamente integrantes del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) y de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.

Los aspectos más relevantes para esta historia no son las costumbres nocturnas de los biólogos –sin dudas también fascinantes e ignoradas por los bañistas–, sino lo que buscaban con la ayuda de sus linternas: dos especies de arañas lobo, más precisamente Allocosa senex y Allocosa marindia.

Escondidas en sus cuevas durante el día, estas especies salen a alimentarse y reproducirse durante la noche, momento ideal para que las linternas capten los destellos de sus ojos sobre la arena. Las arañas lobo, llamadas así porque son errantes y salen a emboscar presas, en lugar de aguardarlas pacientemente en el centro de su tela como sus parientes más conocidos, ya son de por sí animales peculiares. Las protagonistas de este relato, sin embargo, son especialmente particulares. O particularmente especiales.

A diferencia de lo que es común en las arañas, el macho de estas especies tiene mayor tamaño que las hembras y es el que construye las cuevas más largas, donde espera tranquilo que lleguen visitas. La caminadora es la hembra, quien busca y corteja al macho, lo que nos enseña que esto de deconstruir los roles comúnmente asignados a los sexos no es algo que debamos aplicar únicamente a nuestra especie.

La cópula se produce dentro de las guaridas de los machos, un dato importante porque las hembras prefieren aparearse con aquellos machos con las cuevas más largas, conducta que otorga un valor especial a la construcción de estas madrigueras y de paso se presta a la antropomorfización fácil de los clichés sexuales.

Ambas especies son muy similares entre sí, con la diferencia de que las Allocosa senex tienen mayor tamaño y viven más cerca de la costa, en dunas con vegetación psamófila, mientras que las Allocosa marindia están más alejadas del agua y en ambientes con mayor vegetación, siendo incluso más tolerantes a la vegetación exótica.

Antes de que llegue la madrugada, la fiesta del cortejo y la alimentación debe terminar. Estas arañas vuelven entonces a sus cuevas y las sellan con seda para refugiarse del calor del día y protegerse de su principal depredador: la avispa Anoplius bicinctus.

Todas estas características son ya de por sí fascinantes, pero no tanto como las estrategias que ambas especies desarrollan cuando se enfrentan a fenómenos extremos, el verdadero motivo que llevó a este grupo de biólogas, biólogos y profesoras de secundaria a retozar en la arena como niños exploradores con sus linternas.

Lo que hacemos en las sombras

Los innumerables talentos de las arañas para lidiar con eventos catastróficos, como las inundaciones, dejan corto a cualquier guionista de Marvel. En estas mismas páginas repasamos con asombro la capacidad de las arañas lobo para huir volando del desastre, con ayuda de su seda, un poco de viento y el campo eléctrico de la Tierra, pero este recurso llamado ballooning –que también usan los individuos juveniles de las dos especies que nos ocupan hoy– no es por cierto el único.

Por ejemplo, algunas especies pueden usar su tela o sus propias patas como “vela” para navegar sobre la superficie del agua, y lanzar un hilo de seda para “anclarse” en algún objeto flotante o en la vegetación cuando desean detenerse; otras se mueven rápidamente sobre el agua remando con sus patas, como la araña lobo Pardosa lapidicina; y algunas entran en una suerte de “coma hipóxico” (privado de oxígeno) para sobrevivir, como la también araña lobo Arctosa fulvolineata.

Todo esto era ya sabido por los investigadores e investigadoras que buscaban estas arañas en nuestras playas. Lo que querían averiguar, justamente, era qué estrategias usan tanto los machos como hembras de estas dos especies al verse tapadas por el agua, como ocurre con frecuencia al tener sus casas tan cerca de la orilla.

Esta duda no salió de la nada. El interés por saber qué ocurre cuando el agua inunda sus guaridas surgió durante un trabajo de campo realizado en la Laguna Negra, en Rocha. “En una de las ocasiones en que íbamos a muestrear nos avisaron que la playa estaba totalmente inundada. Pensábamos conocer la densidad y movilidad de Allocosa senex, entre otras cosas, pero directamente no había playa y no fuimos en esa oportunidad. Nos surgió entonces la inquietud de saber qué ocurre con las arañas durante una inundación: ¿desaparecen?, ¿mueren? Queríamos conocer la tolerancia que tienen estos animales al agua”, cuenta la bióloga Andrea Albín, primera autora de un trabajo que buscó respuestas a estas preguntas. Los resultados de la pesquisa superaron las expectativas que tenían.

Lo que el agua no se llevó

En sus visitas a las playas, tras esperar pacientemente a que se vaciaran de gente, Albín y sus colegas Macarena González, Leticia Bidegaray, Anita Aisenberg, Miguel Simó y Elizabeth Kossyrczyk recolectaron 15 ejemplares de macho y 15 de hembra de Allocosa senex, y la misma cantidad de cada sexo de Allocosa marindia.

“Como la Allocosa senex se halla más próxima al agua, en la primera línea de dunas, y la Allocosa marindia más atrás, esperábamos encontrar estrategias o adaptaciones distintas a las inundaciones en ambas, sabiendo que son las Allocosa senex las que las sufren con más frecuencia”, explica la bióloga Macarena González, otra de las autoras del trabajo.

Para descubrirlo, armaron un terrario en una pecera de vidrio en el que colocaron primero una capa de cinco centímetros de arena, en condiciones de humedad similares a las que las arañas encontrarían en su ambiente natural. En una mitad del terrario agregaron una capa de 14 centímetros de arena seca y en la otra construyeron una pendiente de arena similar a la que se produce en la costa.

Colocaron a las arañas en la primera mitad (el lado “plano”) del terrario y esperaron 48 horas para que construyeran sus cuevas. Afortunadamente las construyen contra la pared de la pecera, lo que permite ver lo que hacen adentro. Luego, llegó la hora de simular la catástrofe. Desde la pendiente agregaron agua con la misma concentración de salinidad que se encuentra en las playas donde realizaron el muestreo, simulando una inundación por crecida. Lo hicieron lentamente hasta cubrir y superar por tres centímetros la línea superior de la arena. Luego, introdujeron una corteza de árbol para que flotara a modo de “balsa”, como posible salvavidas.

Todas las pruebas duraron 30 minutos y fueron hechas en la mañana, cuando los ejemplares se encontraban en sus cuevas. El equipo de aracnólogas –Miguel Simó está en aplastante minoría como para poner aracnólogos– filmó también cada una de las reacciones de las 60 arañas que participaron en el experimento.

¿Qué ocurrió? Primera alerta de spoiler: todas las arañas sobrevivieron a las inundaciones artificiales, como cuentan con alivio las investigadoras. “Ambas especies tienen la capacidad de sobrevivir a inundaciones, lo que hace al experimento sumamente interesante”, señala Albín. Eso de por sí es impactante, pero lo más llamativo es el abanico de recursos que demostraron para lograrlo.

Algunas se subieron efectivamente al “bote salvavidas”. Otras comenzaron a tapizar con seda las paredes y boca de sus madrigueras para evitar que se desmoronaran. Algunas nadaron sobre la superficie del agua usando tres pares de patas, como si remaran. Pero además se vieron otros comportamientos realmente sorprendentes, que demostraron que las arañas lobo tenían ases guardados bajo la manga, o más bien bajo los pedipalpos: algunos ejemplares “hicieron la plancha” en el agua, en nuestro equivalente de flotar boca arriba, exponiendo sus espiráculos respiratorios al aire. Otros, directamente, bucearon y resistieron los 30 minutos bajo el agua, como si hicieran apnea en el terrario.

“Nos llamó mucho la atención verlas ‘hacer la plancha’ y bucear”, narra la bióloga Leticia Bidegaray, también autora del trabajo. Sin embargo, como aclara, hubo diferencias en los comportamientos entre especies. “En frecuencia, las Allocosa senex fueron las que más flotaron y nadaron, y las que nadaron durante más tiempo. Pero esta estrategia para hacer frente a las inundaciones puede deberse a que viven en lugares más propensos a este tipo de eventos”, aclara. Es decir, este comportamiento tan marcado está probablemente moldeado por las presiones evolutivas y ecológicas de estar sometidas a una mayor frecuencia de estos fenómenos.

Efectivamente, en Allocosa marindia los ejemplares flotaron en muchas menos ocasiones y el buceo fue casi inexistente: sólo un macho lo puso en práctica. Como aclara el trabajo, la Allocosa senex habita zonas más cercanas a la orilla y no tiene tanta vegetación en su ambiente que le sirva de refugio ante las crecidas súbitas del agua, como sí ocurre con la Allocosa marindia. “Presenta patrones de comportamiento que sugieren adaptaciones para resistir variaciones rápidas e imprevistas en los niveles de agua (flota, nada, bucea). Las divergencias en el microhábitat y la distancia de la orilla podrían estar dando forma a estas diferencias”, remarcan los investigadores en el trabajo.

El macho se queda en casa

Hay otras diferencias interesantes entre especies pero también entre sexos. En Allocosa senex, por ejemplo, los machos demostraron una mayor tendencia a quedarse en sus cuevas que las hembras (diez machos ante cinco hembras, para ser exactos).

¿Por qué ocurre esto? El poder del sexo, por supuesto. “Está relacionado con la importancia que tiene la cueva para los machos a la hora de ser aceptados por las hembras”, apunta Albín. La pulsión por quedarse tiene sentido, porque sin la cueva el macho tiene muchas menos posibilidades de reproducirse.

Las observaciones revelaron también que las hembras de ambas especies nadaban con más frecuencia que los machos. La explicación aquí es más directa: las hembras tienen una presión más intensa para convertirse en mejores nadadoras que los machos, porque sus cuevas son muy superficiales y pequeñas, lo que las expone en forma más dramática y rápida a las corrientes de agua. Aprendieron a la fuerza, por decirlo de otro modo.

Hacer burbujas

Las arañas demostraron, entonces, una gran variedad de recursos para enfrentar una inundación: nado, salir de la cueva, flotación, tapizar de seda las paredes de la cueva, subirse a la corteza “salvavidas”, permanecer sin moverse bajo el agua. La capacidad de bucear, sin embargo, fue la más novedosa y sorpresiva. “Esperaba que flotaran o remaran, pero nos sorprendió que bucearan. No se suponía que pudieran hacerlo y lo hacen. Reportamos cosas que no se sabía sobre estas arañas”, ilustra Albín con satisfacción.

Este comportamiento deja, sin embargo, un misterio obvio por resolver. ¿Cómo resisten estos animales al menos media hora bajo el agua? (o más, ya que las pruebas del experimento tenían como límite esa duración).

La respuesta puede estar en las superficies hidrofóbicas de la araña, como las setas (estructuras pilosas) de la cutícula (la capa por encima de la epidermis), aclara González. “Las setas quizá les dan la posibilidad de tolerar más tiempo bajo el agua”, apunta. Tener el cuerpo densamente cubierto de setas podría permitirles disponer de su propio suplemento de oxígeno, como necesita todo buen buzo.

“Cuando las observás dentro de la cueva, están en una posición de quietud, con el cuerpo lleno de burbujas”, afirma Albín, que agrega que los pelos hidrófugos (que evitan el contacto con el agua) de estas especies les permitirían atrapar una fina capa de oxígeno. Quedan suficientes puertas abiertas en esta investigación como para pensar que volveremos a tener novedades de las Allocosa senex y Allocosa marindia en el futuro. Su serie pide a gritos una renovación de temporada.

El secreto de sus ojos

Saber cómo reaccionan estos animales a eventos extremos y conocer sus increíbles recursos no sólo es interesante de por sí. Es importante también para conocer sus posibilidades de supervivencia.

Tanto la Allocosa senex como la Allocosa marindia integran la lista de arácnidos prioritarios para la conservación en Uruguay. Cumplen con dos de los criterios previstos en esa lista coordinada por 14 especialistas, entre ellos varios de los autores del trabajo que aquí comentamos. Son “especies con presencia exclusiva en ambientes amenazados” y “con singularidad ecológica, evolutiva y/o comportamental”, algo que demostraron con creces en estas páginas.

Que se las encuentre en algunas playas concurridas puede dar la errónea impresión de que toleran bien la intervención humana. Sin embargo, los autores del trabajo no pudieron hallar individuos de Allocosa marindia en la Playa de los Ingleses, por ejemplo. Eso puede deberse a “la poca arena que hay allí con el ambiente característico para encontrar a la especie”, señala Bidegaray. Hay otras playas, como la Ramírez, en las que la modificación humana ha hecho prácticamente desaparecer ambas especies. ¿Las afectará el constante ajetreo de maquinaria de la Intendencia de Montevideo para limpiar la arena? Es algo que valdría la pena investigar.

El equipo de investigadores limitó el número de ejemplares usados en el experimento (más allá de que todos sobrevivieron) justamente para no remover grandes cantidades de su ambiente natural, explica González.

Incluso si no nos importara el destino de estas arañas, saber si están o no en nuestras playas es trascendente para nuestro propio interés. “Estas dos especies son consideradas muy buenas bioindicadoras del ambiente”, apunta Bidegaray. En ese sentido funcionan como los “canarios en las minas” de nuestros ecosistemas costeros: no encontrarlas indica un desajuste al que hay que prestar atención.

Si el lector se queda hasta la noche en la playa en alguna jornada tórrida de este verano, con una linterna a mano, puede que capte el destello de los ojos de alguna de nuestras arañas lobo. Será, además de una buena señal, la puerta de entrada a un mundo de secretos por descubrir.

Artículo: “Eight-legged swimmers: Behavioral responses to floods in two South American spiders”
Publicación: Ethology (setiembre 2021)
Autores: Andrea Albín, Macarena González, Miguel Simó, Elizabeth Kossyrczyk, Leticia Bidegaray-Batista, Anita Aisenberg.