El pasado 23 de marzo el gobierno anunció un paquete de medidas para tratar de controlar la cantidad de contagios diarios y la creciente ocupación de camas de CTI que se venía registrando desde hacía semanas. Entre estas medidas se informó el cierre de todas las actividades presenciales de la educación. Días después, el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, declaró a la prensa que “el gran cambio que llevó a tomar esa decisión” fue la aparición “de la cepa brasileña, no sólo porque, según nos dicen los científicos, contagia mucho más, sino que además los datos sugieren que esta variante sí infecta a los niños y adolescentes”.
El día anterior, el 22 de marzo, con motivo de la conferencia de prensa donde el consorcio integrado por el Institut Pasteur de Montevideo y la Universidad de la República anunciaron que efectivamente se había detectado la variante P1 del coronavirus en nuestro país, el ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, deslizó que el escenario de creciente descontrol de la pandemia podría deberse a “algún factor biológico”, dando a entender que la detección de la variante en siete departamentos del país podría ser ese posible factor candidato para las cifras poco tranquilizadoras.
El informe del GACH, titulado “Variantes P1 y P.2 de SARS-CoV-2”, y dado a conocer el 5 de abril, no se anima a decir tanto. Tras reseñar investigaciones que se vienen llevando a cabo sobre la incidencia de la variante P1 en el estado de Amazonas, en Brasil y en su gran mayoría en la ciudad de Manaos, más otras investigaciones acerca de su efecto en los anticuerpos que genera y la eficacia posible de las distintas vacunas, su principal conclusión es que “la información disponible” hasta el momento “no permite aún conocer en profundidad las implicancias que tendrá en el rumbo de la epidemia en Uruguay”.
El informe reporta que estudios realizados en Manaos, capital del estado de Amazonas, indican que la variante P1 fue entre “1,4 y 2,8 veces más transmisible que otras variantes que cocircularon con la P1”. Ese aumento de la transmisibilidad podría explicarse “por el aumento de la carga viral en las vías respiratorias superiores y por una mayor capacidad de evasión de la inmunidad humoral”. También dan cuenta de otro informe realizado en el estado de Amazonas que indica que la variante P1 “está asociada a una mayor carga viral en las vías respiratorios de individuos de 18-59 años”. Asimismo, destacan que “hasta el momento no se ha comunicado específicamente si hubo cambios en el comportamiento o en la presentación clínica en menores de 18 años”.
Tras un meticuloso repaso de este puñado de estudios al respecto de la variante P1, el informe del GACH sostiene “que no es posible afirmar, a la fecha de elaboración del presente informe, que produzca modificaciones significativas de la patogenicidad ni de la virulencia (en ningún grupo de edad específico)” si bien reporta dos estudios recientes realizados en Manaos que podrían sugerir un aumento de la incidencia en jóvenes pero que tienen algunas observaciones metodológicas que obligan a que lo afirmado “sea monitorizado en forma continua y acoplado los datos epidemiológicos y clínicos al secuenciado molecular”.
Acerca de qué tan protegidos estamos contra la variante P1, el informe sostiene que tanto esta como la variante P2 “podrían reducir la capacidad de neutralización por anticuerpos, pero aun así la respuesta en pacientes vacunados se muestra promisoria en relación con la prevención de casos graves de covid-19”.
Por todo esto, el informe llama a “fortalecer la vigilancia epidemiológica integrada y genómica” de estas variantes de preocupación del coronavirus y recomienda “mientras tanto un criterio de mayor precaución basado en la evidencia preliminar de mayor transmisibilidad”.
Una vez más, como desde que comenzó la pandemia, asistimos en tiempo real al trabajo de la ciencia. La variante P1 del SARS-CoV-2 nos plantea más interrogantes que certezas.