Los estudios sobre pobreza son tan numerosos como los pobres, y en ocasiones resultan ser tan pobres como su objeto de estudio. Una rápida ojeada a la producción sobre el tema permite confirmar la primera afirmación: sobre la pobreza se escribe mucho. Una más atenta a sus contenidos muestra que, en muchos casos, o bien se dedican a la rutinaria tarea de contabilizar personas y hogares con carencias materiales, o bien buscan encontrar explicación a esas carencias en la propia situación de carencia. Lo anterior constituye un escenario de pobreza lógica, que creo conveniente discutir. Trabajé unas dos décadas en el área, de modo que lo que sigue tiene mucho de autocrítica.

¿Se puede estudiar científicamente la pobreza?

Una nota previa acerca de la posibilidad de abordar científicamente el problema. La respuesta es un contundente sí. Cualquier fenómeno físico, biológico, psicológico o social, que pueda ser delimitado por sus características observables y resulte pasible de observación intersubjetiva en su devenir, aplica como candidato de indagación científica.

Aunque para muchos lectores lo anterior resulte obvio, ciertas acusaciones respecto del carácter político de afirmaciones acerca de la pobreza parecen conducir a la preocupante hipótesis de que cualquier cosa que se diga sobre el tema debe provenir de ese espacio. Que algunas conclusiones –pretendidamente científicas o no– acerca de los pobres tengan un carácter político (se funden en aquello que nos gustaría que fuera, no en aquello que es) simplemente significa que tienen un carácter político. Pero en ningún modo, por más abundantes que sean, debieran sugerirnos que sólo desde ese espacio se puede hablar sobre el tema.

Ciertamente, como todo problema sensible en términos morales, la natural inclinación de los seres humanos a extraer conclusiones apresuradas que coincidan con la prescripción a priori que tenemos para él (“de la pobreza se sale con una actitud más positiva”, para citar una prescripción de moda sobre la cual volveremos) aumenta las chances de producir, en lugar de ciencia, justificaciones pseudocientíficas de preceptos morales. Pero deducir de allí que toda proposición acerca de la pobreza deba necesariamente tener un carácter moral elimina la posibilidad de llegar a acuerdos fundados en evidencia acerca de las características y dinámica del fenómeno.

¿Y si nuestros puntos de vista morales al respecto son muy intensos? John Gerring destaca la importancia de escoger problemas de investigación que nos motiven. Y reconoce que esta motivación es típicamente de carácter moral. En su manual e Metodología de las Ciencias Sociales sugiere escoger un asunto de investigación como respuesta a la siguiente sencilla pregunta: “¿Qué problema de la vida real, relevante para su disciplina, le preocupa?”. Sin embargo, continúa: “Si percibimos que el tema está demasiado cerca de nuestro corazón como para reflexionar sobre él desapasionadamente, entonces no es un buen candidato para que lo estudiemos”. Y finaliza proponiendo el siguiente test de autodiagnóstico: “A modo de prueba, pregúntese si está usted preparado para publicar los resultados de un estudio en el que su hipótesis principal se demuestra equivocada. Si dudara usted a la hora de responder a esta pregunta debido a compromisos normativos previos, probablemente deberá elegir otro tema”.

Este es un buen test para antes del inicio de una investigación sobre pobreza como sobre otros muchos temas. Algunas veces conviene dejar a otros la tarea de conocer lo que es, para destinar nuestras energías a impulsar el deber ser que habita en nuestros corazones respecto de ese problema. O asumir la desafiante empresa de conformar equipos de investigación con individuos que abracen posiciones morales radicalmente distintas a la nuestra respecto de un problema, pero con los cuales compartamos un genuino interés por conocer cómo funciona el mundo, así como la esperanza de llegar a acuerdos sobre cuestiones de hecho, apelando a la razón.

Asumiendo entonces que la pobreza puede investigarse como cualquier otro fenómeno, podemos considerar algunos problemas lógicos (en especial vinculados a la lógica de la explicación) que campean en la producción acerca del tema.

Podemos comenzar con David Hume. En su Tratado sobre la naturaleza humana nos cuenta de qué va la idea: “Tenemos una bola de billar sobre la mesa, y otra moviéndose hacia ella rápidamente. Se chocan; y la bola que antes estaba en reposo ahora adquiere movimiento. Esto es un perfecto ejemplo de la relación entre causa y efecto”.

La determinación de contigüidad (en palabras de Hume; hoy llamamos a eso correlación) entre la magnitud del impacto de la primera bola con la segunda y la velocidad que desarrolla la que estaba en reposo, de antecedencia temporal (primero se produce el choque, luego el movimiento de la segunda bola) y el control de explicaciones rivales (hemos descartado que otros fenómenos distintos del impacto producido por la primera bola haya puesto en movimiento a la segunda) constituyen los tres requisitos para realizar una afirmación causal. Queda finalmente probar si lo que hemos observado para un caso se reitera de un modo más o menos general. Nuevamente en palabras de Hume: “Y cuando pruebo el experimento con las mismas bolas o parecidas, en las mismas o similares circunstancias, encuentro que después del movimiento y el toque de una bola el movimiento siempre continúa hacia la otra”.

Buscar afuera

Es claro en el ejemplo, como lo es en buena parte de las relaciones causales, que la causa del movimiento de la segunda bola se encuentra en algo fuera de ella. Algo externo la golpeó, haciendo que abandonara su estado de reposo. Típicamente, sucede de ese modo. La causa de que el mercurio en un termómetro aumente su volumen al ponerlo debajo de mi brazo se encuentra en la temperatura de mi cuerpo, no en algo que sucede dentro del mercurio. Ciertamente el metal mercurio tiene propiedades especiales que determinan que reaccione como casi ninguna otra cosa a los cambios de la temperatura (¡por eso lo utilizamos para tomarnos la fiebre!), pero la temperatura es algo externo al mercurio, que lo afecta haciendo que modifique su volumen. Si pasamos de nuestra axila a nuestro vecindario cósmico, podemos confirmar lo anterior: la temperatura promedio del planeta Venus es de 464° Celsius. Mucho más que la de nuestro planeta Tierra (14° Celsius, con una varianza considerable). Y aún mucho más que la de Urano (-202° Celsius). Estas diferencias no son causadas por algo interno a los planetas, sino por sus distancias respecto de nuestra estrella, el Sol. Volveremos sobre el astro rey.

Buena parte de la investigación sobre pobreza se afana en encontrar las causas del fenómeno en el fenómeno mismo. Una vieja idea, popularizada como cultura de la pobreza, ha experimentado variaciones hasta llegar a nuestros días con la hipótesis de las actitudes que reproducen o permiten superar la condición de pobreza. Una línea similar de investigación se enfoca en aspectos sociodemográficos: existe una reproducción intergeneracional de la pobreza.

Veamos. Todas estas hipótesis pueden encontrar fundamento empírico (tendemos a reproducir culturalmente nuestra condición actual; cada generación transmite a la siguiente pautas actitudinales y de conducta que tienden a mantener las cosas como están), pero no explican sustantivamente el fenómeno.

Puedo proponer que la causa del aumento del volumen del mercurio es la velocidad con que se mueven las partículas del metal. Sí, es correcto. O postular que la causa de un cáncer de piel es la aparición de más melanomas. También es cierto. Pero mirá un poco más allá. Arriba, eso que brilla. Los rayos ultravioletas pueden tener algo que ver con esto último. Cuando pensamos en la causa de un melanoma tendemos, razonablemente, a buscar en cosas tales como rayos ultravioletas interactuando con nuestro ADN.

¿Y qué fenómeno exterior a la pobreza podría proponerse como causa? Investigadores serios propusieron una, mucho tiempo atrás: la riqueza. O la desigual distribución de los recursos en una sociedad. No parecen descabelladas estas hipótesis. Algunas personas acceden a muy pocos recursos porque otras acceden a muchos. Esta situación tiende a reproducirse en virtud de las relaciones en el mercado de trabajo que establecen unos y otros, además de en otros espacios sociales.

Suena bien. Pero, aunque no sonara, resulta sensato comenzar la indagación sobre las causas de una cosa, en algo allá afuera, sea lo que sea.

Esto no invalida que, además, puedan encontrarse causas internas. La temperatura de los planetas se explica por su distancia de la estrella que orbitan. Sin embargo, nuestro planeta Tierra (también Venus), describiendo una órbita alrededor del sol relativamente estable, ha experimentado temperaturas medias muy distintas a lo largo de su historia. Fue desde una masa de lava a un gran cubo de hielo. Las causas de estas distintas temperaturas pueden encontrarse en la actividad del núcleo terrestre (magma), en la configuración de su atmósfera (el efecto invernadero, por ejemplo) o en otros tantos fenómenos internos. Adicionalmente, pueden identificarse causas externas puntuales y distintas de la gran causa que es la distancia con el Sol. Por ejemplo, un asteroide de proporciones colisionando con nuestro planeta podría producir un interesante aumento de temperatura. Sin embargo, la distancia con nuestra estrella continúa siendo la causa principal. O al menos aparece como una causa que debiera considerarse entre todas las posibles. Del mismo modo, configuraciones internas del ser pobre probablemente afecten las chances de permanecer o de superar esa situación. Pero en términos agregados (recordemos a Hume con sus muchos experimentos con muchas bolas) la explicación del fenómeno de la pobreza requiere variables independientes del propio fenómeno.

Todo lo que sube tiende a bajar

Otra característica de las relaciones causales se encuentra implícita en el relato de Hume: la primera bola se dirige en trayectoria de colisión hacia la segunda en una dirección (por ejemplo, sureste-suroeste); la segunda bola se desplazará en una dirección determinada por la primera. Puede ser la misma o puede ser otra, según el ángulo de choque. Eso lo conocen bien los profesionales el pool. Pero lo cierto es que, tras un número importante de choques con determinado ángulo, la dirección de la segunda bola puede predecirse contando con información sobre la dirección y el ángulo de choque de la primera.

Adicionalmente, si la primera bola se desplazara en dirección contraria (suroeste-sureste, para seguir con el ejemplo), la segunda bola también lo haría en dirección contraria.

Típicamente, las relaciones causales suponen que al variar algo en una dirección se produce una variación de otra cosa en una dirección. Y al variar lo primero en dirección inversa se produce una variación de lo segundo en inversa. Por ejemplo, si mi temperatura corporal aumenta, el volumen del mercurio en mi termómetro aumenta. Si mi temperatura disminuye, disminuye el volumen del mercurio en mi termómetro (¡por eso nos volvemos a tomar la temperatura luego de tomar el analgésico, para confirmar que ha hecho efecto!).

Al igual que con las causas externas, que no son las únicas, no observamos en todos los casos relaciones lineales (si sube, sube; si baja, baja). La variedad de las relaciones entre variables observables en la naturaleza es realmente notable. Por ejemplo, el aumento en el valor de una variable puede determinar el aumento en el de otra hasta determinado umbral en que el primer aumento deja de producir efectos en el segundo. Existen relaciones de todo tipo. Pero debiéramos comenzar considerando relaciones de tipo lineal.

Las actitudes emprendedoras permiten salir de la pobreza. Bien, ¿Y las perezosas hacen que permanezcamos en aquella condición? Pareciera que sí. Muy bien. Ampliemos, con Hume, el número de bolas con las que realizar nuestro experimento. Si un individuo pobre que adopta una actitud emprendedora puede transformarse en un individuo rico (o al menos salir de la pobreza), entonces ¿un individuo rico que adopta una actitud perezosa puede transformarse en un individuo pobre (o al menos salir de la riqueza)? Bueno, a veces. Si la respuesta es a veces, no estamos frente una relación determinística. En tal caso conviene reformular la pregunta en términos probabilísticos: “¿La probabilidad de que un pobre emprendedor devenga en no pobre es similar a probabilidad de que un rico perezoso devenga en pobre?”. Interesante cuestión.

Lo importante aquí no es la respuesta sino el campo de investigación que define la pregunta. Si las probabilidades fueran distintas, debiéramos observar otras cosas (nuestros fenómenos externos, por ejemplo) que quizá expliquen esa diferencia de chances. Por ejemplo, la herencia. Una persona que usufructúa una gran herencia quizá tenga menos chances de devenir pobre, aun siendo perezoso, que una persona que no ha recibido nada, de devenir rico, por más empeño que ponga en conseguirlo.

Razonamiento sistémico

Regresemos a la mesa de billar de Hume. La bola que se pone en movimiento causa, al impactar con la que se encuentra en reposo, el movimiento de esta última (es el efecto). Pero aquí no terminan las cosas. Al entrar en movimiento la segunda bola, podrá impactar con otras que se encontraban a salvo del primer impacto. Un jugador de pool conoce bien este problema. Por eso, al decidir cómo golpear a la bola blanca no sólo considera qué bola quiere mover ni en qué dirección, sino cómo afectará ese movimiento el estado de otras bolas. Si, por ejemplo, juega con lisas y tiene al alcance una bola lisa, cercana a un hoyo, pero con una bola rayada entre ella y el hoyo, seguramente desistirá de golpear ahí: es que las chances de meter la rayada son importantes.

Un jugador de pool piensa en el sistema de bolas sobre la mesa, no en una en particular. Respecto del asunto de las actitudes y la superación de la pobreza, tan pronto como abandonamos el espacio del coaching (¡vamos, Joaquín, tú puedes!) y nos adentramos en el de la política pública, parece razonable hacer lo mismo.

Actitudes emprendedoras pueden sacar de la pobreza a muchas personas. Incluso a naciones enteras. El impulso que motivó a los navegantes de una empobrecida España a atravesar el océano para saquear y esclavizar en el nuevo mundo (saquear en el nuevo mundo y esclavizar en la vieja África) seguramente sacó a muchos de esos marineros de la pobreza. Y las riquezas provenientes del saqueo y la explotación de mano de obra esclava seguramente sacó de la pobreza a muchos coterráneos suyos, que ni siquiera mojaron sus pies en el océano. Pero, visto en términos sistémicos, es claro que la bonanza de unos produjo la desgracia de otros. No es necesario recurrir al extremo de la colonia para percibir que ciertas actitudes emprendedoras, que eventualmente permitirían superar la condición individual de pobreza, pueden profundizar relaciones (típicamente en el mercado de trabajo) que producen pobreza. En casos extremos, por ejemplo, un emprendimiento exitoso puede tornar insostenible media docena de emprendimientos de subsistencia.

Efectos

Ian Hacking propuso que la principal fuente de verificación de las hipótesis científicas no se encuentra en los laboratorios sino en sus aplicaciones tecnológicas. Cuando un descubrimiento permite desarrollar dispositivos que usamos, su funcionamiento, de acuerdo a lo previsto, confirma la veracidad de aquel descubrimiento. Incluso la tecnología ha llegado a oficiar de árbitro entre teorías científicas rivales. Hacking propone un ejemplo contundente al respecto: el efecto fotoeléctrico continúa abriendo las puertas de los supermercados.

Las intervenciones sociales (por ejemplo, las orientadas a la superación de la pobreza) constituyen también tecnologías. Parten de una hipótesis causal que dan por cierta y se orientan a modificar deliberadamente la supuesta causa, para obtener el pretendido efecto. Postulan que si varía X, variará P (la pobreza); entonces se afanan en hacer variar X en el sentido que nuestra hipótesis predice -P (menos pobreza).

Unos cuantos años atrás asistí a un evento en que se celebraban los diez años de los programas de atención a niños en situación de calle en Uruguay. Estaban presentes representantes del gobierno, de nuestra Universidad y, por supuesto, de las organizaciones sociales que venían ejecutando esos programas en la última década. Las exposiciones giraban en torno a dos ideas: a) lo exitosos que habían sido los programas de atención a niños en situación de calle y b) la importancia de continuarlos, ya que el problema seguía existiendo. En cierto momento un integrante del auditorio pidió la palabra. Sólo preguntó a los expositores cómo podía ser que, si los programas habían sido exitosos, el problema que buscaban resolver siguiera existiendo. Sobrevino un silencio poco habitual para ese tipo de eventos.

Tengo muy claro que el problema de la niñez en situación de calle es mucho más complejo que cosas como calentar agua. Pero si en un encuentro de fabricantes de calefones escuchara que a) los calefones han sido un éxito, y b) es necesario seguir invirtiendo en investigación y desarrollo para llegar a producir agua caliente, yo también reaccionaría como el participante del encuentro de programas de atención a niños en situación de calle.

¿Se han llevado adelante intervenciones orientadas a modificar los determinantes de la pobreza que la teoría corriente postula? Sí, y muchos. A la luz de los resultados de esas intervenciones, ¿cuán cierta resultó ser la teoría? O lo que es lo mismo, ¿cuánto se ha reducido la pobreza como consecuencia directa de estos programas? Tenemos aquí una vara mucho más efectiva para medir la veracidad de hipótesis, que toda la especulación sobre superación de la pobreza que se escucha en encuentros patrocinados por el Sistema de las Naciones Unidas. Durante las exposiciones y durante el catering.

Agnotología

Problemas lógicos como los mencionados, en un área tan sensible como la de la pobreza, no pueden atribuirse a un simple descuido generalizado.

Muy recientemente tuve noticia de una nueva disciplina científica que lleva el nombre de agnotología. Resultó para mí una buena noticia. Algunas sospechas que abrigaba respecto de las causas de aquellos problemas son justamente el objeto de la disciplina. Agnotología significa estudio de la ignorancia o de la duda inducida. El término fue acuñado por Iain Boal en 1992. Robert Proctor, biólogo graduado en Indiana y devenido historiador de la ciencia en Harvard, se encuentra entre los pioneros de la disciplina. Es actualmente profesor de Historia de la Ciencia en Stanford.

El origen de la disciplina se vincula a la industria tabacalera. Concretamente, a la estrategia que aquella llevó adelante para contrarrestar la evidencia que a mediados del siglo pasado comenzó a producirse respecto de los efectos cancerígenos del alquitrán. Reunidos en su momento los principales productores de cigarrillos, acordaron destinar cantidades gigantescas de dinero a financiar investigación científica sobre el cáncer de pulmón sometiendo a prueba las más variadas hipótesis distintas de la que sostiene que la causa es el alquitrán. La historia podría considerarse divertida si no hubiera tenido consecuencias tan terribles. Por divertido me refiero a lo descabelladas de algunas hipótesis que movilizaron millones de dólares. El caso se cerró de modo contundente cuando un funcionario anónimo de una tabacalera entregó a la Justicia estadounidense copia de conversaciones privadas de directivos de la industria, donde manifestaban abiertamente que se trataba de una estrategia para generar dudas, no limitando la investigación sino desviándola hacia hipótesis de cualquier tipo. El objetivo, en definitiva, era ganar tiempo, bombardeando al público con información formalmente científica, pero contradictoria.

Aunque esta estrategia fue desbaratada, se replicó en otros campos. La investigación sobre cosas distintas de los agrotóxicos como causa de la muerte de especies autóctonas, cosas distintas que el bisfefenol A como causa de desequilibrios hormonales, incluso cosas distintas que las emisiones de CO2 como causa del calentamiento global, fue desarrollada a gran escala. En todos los casos se siguió el mismo patrón que en el episodio conocido como Gran Tabaco. En algunos casos, simplemente llevando adelante investigación formalmente correcta, aunque sobre hipótesis contradictorias. En otros, recurriendo directamente a la trampa. Es el caso de estudios que seleccionaban ratones resistentes al bisfenol A, o directamente los modificaban genéticamente a tales fines, para demostrar que el compuesto era inocuo. O trampas más generalizadas que se valen de un uso irresponsable de la estadística. Como un estudio que demostró que los nacidos en marzo tenían más chances de desarrollar cáncer de pulmón.

¿Tiene todo lo anterior algo que ver con nuestro problema de la pobreza? Siempre me llamó la atención que la principal fuente de financiamiento de la investigación sobre el tema fueran los organismos de crédito internacional. No quiero decir que los buenos hombres y mujeres a cargo de la cartera de investigación sobre pobreza del Banco Mundial, por ejemplo, no tengan un sincero interés por resolver el problema de la pobreza. Pero nunca vi un estudio financiado por el Banco Mundial que postulara como supuesta causa a la riqueza. Tampoco fenómenos específicos de la riqueza como la especulación financiera. Quizá los haya, no quiero realizar un juicio apresurado. Pero definitivamente no son tendencia.

En su lugar, los estudios sobre pobreza financiados tanto por organismos de crédito internacional como de cooperación internacional (y muchos comparten ambos sombreros) buscan y vuelven a buscar las razones de la pobreza en la propia pobreza. Y continúan financiando intervenciones fundadas en esas hipótesis, sin dar cuenta del eventual aporte a la reducción o supresión global de la pobreza.

Como en el cuento El indicio circular, de Ambrose Bierce, contamos con mucha investigación que nos permite afirmar que los pobres son pobres. También disponemos de otra tanta que sugiere que los pobres son pobres porque son pobres. Y hemos perfeccionado nuestras capacidades tecnológicas para acercarnos a los pobres y sugerirles (según las administraciones) que se empoderen o que cambien de actitud para dejar de serlo. Entre tanto, en un estadio de la evolución que permite a nuestra especie acceder a recursos suficientes para colmar las necesidades básicas de todos sus integrantes, como pocas otras especies podrían hacerlo, la pobreza continúa siendo uno de nuestros sellos distintivos en el gran concierto de la vida en el planeta Tierra.