Irse de vacaciones para dedicarse exactamente a lo que uno hace en el trabajo no parece el mejor plan para descansar, pero es lo que ocurre a veces con los apasionados por los animales. Al menos es lo que sucedió con la bióloga Anita Aisenberg, que durante unas vacaciones en Boca del Cufré (San José), se colocó una linternita de minero en la cabeza y salió de noche a la playa junto a su familia en busca de su principal objeto de estudio: las arañas.

No lo pensó para hacer trabajar a su familia sino para divertirse junto a ella, pero como buena científica inquieta se había llevado al campamento la libretita de apuntes donde suele anotar sus ideas. La aventura nocturna no hubiera pasado de ser una anécdota más de vacaciones si no fuera porque algo le llamó la atención. No los animales en sí, que fueron exactamente los que esperaba: arañas blancas de la arena (Allocosa senex), presentes en los ecosistemas arenosos de nuestras costas.

Las arañas que observó aquella noche, sin embargo, le resultaron muy particulares. En primer lugar, no huían cuando ella se acercaba, que es la conducta usual en estos casos. En segundo lugar, había ejemplares muy grandes para lo que suele verse en esta especie, pero también machos muy pequeños, señal aparente de que ambos prosperaban en ese entorno.

Como su mente científica no se desenchufa estando de vacaciones, Aisenberg se quedó pensando durante un buen tiempo en las arañas de Boca del Cufré. Cuando regresó al trabajo, se contactó con un colega de Córdoba, Alfredo Peretti, para comentarle sus inquietudes. “Pensamos que quizá hubiera algo relacionado a cómo el tamaño puede afectar diversos comportamientos de las arañas. Y entonces nos pareció que era un buen lugar para volver y hacer un estudio”, cuenta hoy Aisenberg. Para ello, sólo se necesitaba alguien entusiasta y con tiempo suficiente para realizar el trabajo.

Entra en escena Elsa Mardiné, una estudiante francesa de la Universidad de Rennes, que durante su segundo año de maestría buscaba hacer prácticas en América Latina. En sus pesquisas de artículos interesantes sobre selección sexual y comportamiento de algunas especies (su principal interés), se topó con los trabajos de Anita Aisenberg con arañas blancas de la arena, elaborados junto a colegas del Instituto de investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE).

No dudó un instante de que allí estaba su futura práctica de maestría. Le envió un correo a Aisenberg manifestándole su interés por hacer algo con estas arañas, y a la aracnóloga se le encendió la linternita (de minero). Recordó los ejemplares de Boca del Cufré, esa localidad de grandes arenales en la que nunca habían trabajado, y le propuso hacer un estudio allí. El inusual trayecto Rennes-Boca del Cufré había quedado marcado.

Juegos de rol

Antes de introducirnos en las aventuras de una científica francesa en San José, es necesario recordar algunas peculiaridades de la araña blanca de la arena, que la han convertido en un fascinante objeto de estudio.

En casi todas las especies de arañas, son los machos los que compiten entre sí para reproducirse. Como hemos visto con mucha frecuencia en documentales sobre la naturaleza, ellos hacen el trabajo arduo de salir a buscar a las hembras, por lo general de mayor tamaño, arriesgando su vida en el intento. Para resumirlo a grandes rasgos, porque también hay otras variables que complejizan el asunto, ellas eligen a los machos cortejantes de acuerdo a distintos criterios y, en ocasiones, terminan canibalizándolos.

En las arañas de la especie Allocosa senex, sin embargo, se da una inversión de roles muy peculiar. Para entender cuán peculiar es, hay que recordar que en el mundo hasta ahora se ha registrado sólo en unas poquitas especies de la subfamilia arácnida Allocosinae.

En este caso, los machos tienen mayor tamaño que las hembras. Y en lugar de salir a buscarlas, esperan las visitas de ellas en la comodidad de sus cuevas. Las caminadoras en esta especie son las hembras, que buscan y cortejan a los machos en sus hogares. Y corren a su vez el riesgo de ser canibalizadas por ellos, algo muy pero muy inusual en arañas. “Es una elección mutua. Los machos eligen algunos criterios en las hembras y viceversa”, cuenta Mardiné. Por ejemplo, trabajos previos revelaron que las hembras prefieren a los machos con las cuevas más largas, mientras que los machos prefieren a hembras vírgenes y en buena condición corporal, dos informaciones que jamás deben proporcionarse a un biólogo que haga stand up.

Durante el cortejo, las hembras siguen a los machos a la base de la cueva, donde probablemente miden su tamaño, como quien analiza el hogar de una primera cita. Si tienen suerte, llegan al apareamiento. Consumado el acto, el macho deja la cueva a la hembra a modo de presente nupcial. Al retirarse, ayuda a cerrar la boca de la cueva. La hembra permanecerá dentro durante un mes hasta salir con un montón de arañitas a cuestas, fruto de la maravilla del sexo.

Esta breve descripción de la unión sexual deja claro por qué la cueva juega un rol importante a la hora de la elección de las hembras. “La cueva es todo para estos animales. Allí se refugian durante el día, allí ocurre el cortejo, el apareamiento y se pone la bolsa de huevos. Es el nido para las crías y además ayuda a resistir las condiciones duras del entorno. Sabemos que mientras más largas son, mejor amortiguan la temperatura y mantienen la humedad. Es el recurso más valioso para esta especie, porque además los protege de los depredadores diurnos”, resume Aisenberg.

Registrando la construcción de la cueva en el laboratorio.

Registrando la construcción de la cueva en el laboratorio.

Foto: Elsa Mardiné

En cuanto a las preferencias de los machos por hembras vírgenes, se debe a una cuestión de fertilidad. Las hembras pueden poner hasta cuatro bolsas de huevos, y la primera es la más exitosa. “Aparearse con una hembra virgen le va a dar a ese macho una paternidad mayor”, agrega Aisenberg. ¿Cómo hace el macho para distinguir entre una araña que es virgen y una que ya se ha apareado? Buena pregunta. Tan buena que los científicos aún no saben la respuesta.

“No sabemos si las hembras apareadas tienen señales químicas distintas, o si los machos se dan cuenta al tocarlas durante el cortejo, ya que las crías pueden dejar restos de seda o incluso pelarles un poco el lomo al colgarse de los pelitos. O si detectan el olor de un macho anterior”, agrega la aracnóloga, aunque luego usa la palabra “perfume” para que el asunto quede un poco más delicado.

Las hembras no sólo tienen en cuenta la longitud de la cueva a la hora de preferir a un macho. La señal más evidente es el tamaño del propio animal, un rasgo muy importante. Que el macho sea grande puede reflejar su habilidad para alimentarse, para dejar descendencia, para prevalecer en la competencia sexual con otros machos o para realizar regalos nupciales. Todo esto es lo que indicaban los trabajos previos hechos con esta especie, pero las arañas de Boca del Cufré tenían unas cuantas sorpresas guardadas bajo los quelíceros.

Entre tejidos y perfumes

Una de las preguntas que se hacía Elsa Mardiné era por qué, si la selección natural favorece a los machos más grandes y con cuevas más largas, se veían tantos machos pequeños. Con esa idea en mente, Mardiné, Aisenberg y sus colegas diseñaron un experimento para investigar si el tamaño del macho influía en las dimensiones de las cuevas y la elección de las hembras.

Con el conocimiento que ya tenían de la especie, predijeron que los machos más grandes construirían cuevas más largas y desplegarían mayor intensidad en el cortejo, y que, como respuesta a eso, las hembras tendrían una mayor preferencia por ellos antes que por los más pequeños. La hipótesis tenía su lógica: hacer cuevas largas es tan costoso energéticamente (se ha comprobado que algunas arañas bajan de peso tras este esfuerzo) que parece una actividad menos ardua para los ejemplares grandes.

Para testear su hipótesis, recolectaron en Boca del Cufré varios ejemplares de arañas (hembras y machos) y las trasladaron al laboratorio, donde las pesaron y midieron cuidadosamente. Recogieron arena de las orillas del arroyo Cufré y la colocaron en recipientes de plástico (húmeda en los cinco centímetros del fondo y seca por arriba), emulando lo mejor posible las condiciones naturales de su ambiente.

Los machos fueron colocados individualmente en los recipientes para que pudieran construir sus cuevas. Una vez cumplido este paso, comenzó una suerte de Juego de las citas arácnido, una prueba de compatibilidad con las hembras de una duración de 30 minutos. La diferencia es que la falta de entendimiento de los participantes, en este caso, podía culminar con la canibalización de uno de ellos, una idea que pese a su potencial rating no es aplicada todavía en los programas televisivos de parejas.

Las investigadoras midieron el largo y ancho de las cuevas y también registraron en video los encuentros, analizando tanto la duración y modalidad del cortejo como la frecuencia de episodios de canibalismo.

El cortejo comienza cuando la hembra se asoma a la boca de la cueva y sacude sus patas delanteras (“como diciendo ‘hola, aquí estoy’”, ilustra Aisenberg). El macho responde con una serie de sacudidas vibratorias en el fondo de su cueva, una práctica que tiene su costo energético pero puede verse recompensada con el apareamiento. Como dijimos, son los machos los que canibalizan a las hembras en algunas ocasiones, cuando el cortejo no es exitoso.

Luego de completadas las pruebas (interrumpidas siempre antes de que se produjera el apareamiento), el equipo de científicos analizó a las hembras para comprobar cuáles eran vírgenes y realizó un estudio estadístico que incluyó todas las variables en juego (como tamaño de las cuevas, tamaño de los ejemplares, canibalismo, etcétera).

¿Qué tendrá el petiso?

Los resultados del trabajo demostraron, una vez más, que Charles Darwin tenía razón: en la evolución no siempre más grande y más fuerte significa mejor o más apto.“Nos quedamos sorprendidas pero contentas con los resultados. Porque lo que encontramos fue contrario a lo que pensábamos, pero ese es el motivo por el que hacemos ciencia”, resume Mardiné.

¿Qué fue lo sorprendente que descubrieron? Que los machos más pequeños construyeron las cuevas más largas, pese al esfuerzo y costo que eso implica. Es la primera vez que se registra esta conducta. Los machos más grandes, mientras tanto, expresaron un mayor comportamiento de cortejo, básicamente más despliegue en la respuesta vibratoria.

“Es como una reivindicación de los machos más pequeños, porque invierten en otra cosa y no en señales directas, como podría ser el tamaño. Es una forma de decir ‘miren lo que puedo construir’. Hacer esas cuevas lleva varios días, pero los individuos pequeños pueden ir administrando su energía en vez de hacer un cortejo muy intenso”, apunta Aisenberg. ¿Les resulta esta táctica, se ve recompensada por el éxito? Buena pregunta. Tan buena que los científicos piensan ponerla a prueba en futuros trabajos. “Como tenemos machos grandes y pequeños en el campo, podemos imaginar que los dos se reproducen. Pero no sabemos si con el mismo éxito”, aclara Mardiné.

“Es muy emocionante descubrir que los animales que estudiamos son capaces de mucho más de lo que pensamos, y en especial las arañas, porque mucha gente subestima lo increíbles que son. Hay muchos a quienes no les gustan, lo que es una pena y un trabajo cotidiano que tenemos que hacer para que se animen a descubrirlas”, agrega Mardiné.

El estudio revela, entonces, que estas arañas de Boca del Cufré tienen una gran plasticidad de comportamiento, que les permite modificar su estrategia de cortejo según su tamaño y su entorno. Que los machos más chicos sean esforzados constructores, que alardean del mejor hogar posible ante las hembras para compensar su falta de “pinta” como reproductores, no es sin embargo el único resultado distinto al que las investigadoras esperaban.

Playa de Boca del Cufré.

Playa de Boca del Cufré.

Foto: Marcelo Casacuberta

Los machos, ya fueran grandes o pequeños, también prefirieron más frecuentemente a las hembras apareadas que a las vírgenes, contrariamente a los que mostraban trabajos anteriores. La hipótesis de las investigadoras es que las hembras que no son vírgenes, al no contar con esa ventaja inicial, también modifican su comportamiento e invierten más en el cortejo para atraer a los machos. Para decirlo de otro modo, podría pensarse que se esfuerzan más en llamar su atención para tener éxito reproductivo.

En cuanto al canibalismo, también hubo algunas peculiaridades. En 24% de los casos los machos canibalizaron a las hembras, pero lo curioso fue que esto no ocurrió luego del cortejo y dentro de la cueva, como es común en esta especie. “En estos casos, la hembra se asomaba apenas y el macho ya la atacaba, algo diferente a lo que veníamos encontrando”, dice Aisenberg.

¿Qué tendrá el Cufré?

Estos resultados son aún más sorprendentes si uno tiene en cuenta que difieren de otros trabajos hechos con la misma especie pero en localidades distintas. “Eso nos da a pensar que el ambiente en el cual se encuentran estos animales quizá esté influyendo en la aparición de determinados comportamientos”, agrega Aisenberg.

Lo dicen expresamente en el trabajo. Las diferencias en los resultados “podrían estar vinculadas a características particulares de la nueva locación”, ya que el sitio de estudio “es una playa fluvial con marcadas diferencias con las costas marinas, hecho que merece futuros análisis”.

La propia Aisenberg montó una suerte de laboratorio casero en el fondo de su casa para hacer unas pruebas con algunos ejemplares que trajo de las vacaciones, aunque vistas desde afuera podrían confundirse con ensayos de teatro experimental para niños.

Con ayuda de una titiritera, construyó maniquíes del sapo Rhinella arenarum, que suele verse en la costa y es considerado uno de los posibles depredadores de estas arañas. Luego, los enfrentó a las arañas valientes del Cufré y midió el tiempo que estas demoraban en escapar. ¿Descubrió o no alguna pista sobre la aparente peculiaridad de las arañas de ese entorno? No hay necesidad de ningún spoiler alert (o más bien spider alert); es algo que se sabrá en futuros trabajos, ya que hay también otros experimentos pensados para testear otras hipótesis. “Por suerte, en esta y en todas las especies, una no deja de asombrarse; surgen mil cosas para hacer”, se entusiasma la aracnóloga.

Los ambientes costeros, al ser entornos duros, ya han demostrado su capacidad para influir en el comportamiento animal. La inversión de roles sexuales en arañas, tan infrecuente, se constató justamente en este tipo de ambientes, que “son extremos, tienen variaciones de temperatura entre el día y la noche, sufren fuertes vientos, cambios en la marea, escasez de refugios”, dice Aisenberg. “Los otros casos de inversión de roles en el reino animal están asociados a ambientes en los que es difícil reproducirse y tener disponibilidad de presas, por lo que creemos que quizá influya en estas arañas”, agrega.

Tanto Mardiné como Aisenberg, sin embargo, creen que conductas que consideramos “extrañas”, como la inversión de roles sexuales o la canibalización de hembras por parte de machos, quizá no lo sean tanto. A los ya conocidos tabúes sobre la sexualidad, las investigadoras suman otro aspecto. “En la medida en que hay más investigadoras mujeres, se presta atención a nuevas cosas y otras se redescubren con mirada diferente”, señalan. Por ejemplo, constatar que ser más grande no necesariamente es mejor.

Artículo: “Size matters: Antagonistic effects of body size on courtship and digging in a wolf spider with non-traditional sex roles”
Publicación: Behavioural Processes (noviembre 2021)
Autores: Elsa Mardiné, Alfredo Peretti, Andrea Albín, Mariela Oviedo-Diego, Anita Aisenberg.