Mientras escribo esta nota un zorzal entona su canto como si fuera el primer violín de la filarmónica. Un poco detrás, más modestos, un grupo numeroso de gorriones y chingolos aportan sus trinos, desafiados dos por tres por un cónclave de estridentes cotorras. Esporádicamente, un casal territorial de horneros mete su escándalo, unos tordos estafadores silban buscando una nueva víctima y las calandrias políglotas recitan su amplio repertorio. Un par de veces al día los gavilanes mixtos lanzan sus agudos cantos de guerra -por lo general anteceden a vuelos masivos de palomas- y, muy de tanto en tanto, las gaviotas desde lo alto se unen al concierto con sus graznidos marinos.

Claro que esta polifonía emplumada, este paisaje sonoro aviar, tiene su competencia. Los perros ladran mortificantemente -cada vez que un vecino o vecina saca a pasear al suyo, los restantes de la cuadra parecen enloquecer- mientras los distintos estados de los caños de escape emiten rugidos que dan pistas sobre la cilindrada de los motores que van quemando combustibles fósiles. Frenadas, bocinazos, pitidos de reversa salpican la jornada. El camión de reparto de garrafas insiste con Elisa y algunos gritos y conversaciones se cuelan por la ventana.

¿A cuenta de qué viene toda esta descripción del ambiente sonoro que me rodea? ¿Acaso sucumbí a la tendencia a la autorreferencia tan en boga en los programas radiales? No, es sólo que la lectura de un artículo científico me ha dejado con unas ganas enormes de abrir los oídos a lo que me rodea. Y si lo que dicen es tan así, no estaría mal que ustedes hicieran lo mismo. ¿Cómo suena el ambiente sonoro en el que viven? ¿Hay cantos de pájaros allí? ¿De varias especies? Ojalá que sí.

Titulado “El canto de los pájaros alivia la ansiedad y la paranoia en participantes sanos”, el artículo firmado por Emil Stobbe y Simone Kühn, del Grupo Lise Meitner de Neurociencia Ambiental del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, y Josefine Sundermann y Leonie Ascone, del Grupo de Trabajo de Plasticidad Neuronal del Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia del Centro Médico Universitario Hamburg-Eppendorf, ambas instituciones de Alemania, no sólo comunica los resultados de un trabajo experimental, sino que nos invita a reflexionar sobre la diversidad que nos rodea desde una perspectiva no demasiado habitual.

No se trata del primer trabajo que plantea una asociación entre la fauna, en particular las aves, y el bienestar humano, pero sí el primero que busca ver efectos en una escala de sentimientos o sensaciones relacionados con la paranoia (además de en la ansiedad, la depresión y el rendimiento cognitivo). Si bien el trabajo experimental se hizo en Europa, donde más de 200 personas escucharon cantos de alondras, currucas, abejeros o carboneros, lo que observan podría aplicarse también a los horneros, gorriones, chimangos, sabiás, gavilanes y otros pájaros y aves que nos rodean. Vayamos entonces a ver cómo es el asunto.

Las ciudades y el bienestar

El artículo, como es habitual en las publicaciones científicas, comienza dando un marco a la investigación. Reseñan entonces que, según datos de Naciones Unidas, en 2007 la humanidad atravesó un umbral significativo: por primera vez la mayoría de los seres humanos vivían en zonas urbanas. Desde entonces, esa proporción no ha hecho más que aumentar y se prevé que trepe a 68% de la población para 2050. El asunto es que esa migración hacia las urbes parece tener un costo elevado: “La urbanización coincide con un aumento de las tasas de enfermedades mentales”, reportan. Por ejemplo, citan literatura de 2012 que señala que el riesgo de padecer esquizofrenia es 2,37 más elevado para quienes viven en ambientes urbanos que para los que lo hacen en los rurales.

Las ciudades también tendrían su que ver con sentimientos de paranoia o con depresión, por lo que afirman que “en suma, hay evidencia acumulada de que vivir en áreas urbanas está relacionado con peores resultados en lo referente a la salud mental”. Por ello, algunos trabajos en el norte se han enfocado en ver cómo las áreas verdes de las ciudades inciden en el bienestar de las personas. Sin embargo, dicen, a la hora de hacer trabajos experimentales, casi todos utilizan estímulos visuales, como mostrar imágenes de paisajes naturales. Y entonces introducen el tema de la audición.

“Los paisajes sonoros (urbanos) hechos por los humanos (los llamados antrófonos) pueden constituir factores estresantes constantes que pueden afectar la función cognitiva y el bienestar”, afirman en el artículo, y uno se pregunta si en la Alemania en la que escriben también los repartidores de gas insisten con Elisa y Beethoven. “El ruido urbano contiene estímulos destacados que probablemente desencadenan un estado fisiológico y psicológico de alerta”, agregan luego, citando trabajos que encuentran relación, por ejemplo, entre el ruido del tráfico y la depresión. “Por otro lado, los paisajes sonoros naturales, que normalmente se caracterizan por el canto de los pájaros, el viento o el agua, podrían ser una fuente importante de efectos que ayudan a restaurar la atención y aliviar el estrés”, dicen, conjeturando luego que eso sería así porque “podrían estar implícitamente asociados con un entorno natural seguro y vital”. Los cantos y sonidos de las aves, así como del agua y el viento, “se perciben como agradables y tienen efectos beneficiosos sobre el estado de ánimo, los niveles de excitación y el rendimiento cognitivo”, reportan. A continuación mencionan como ejemplo una investigación de 2021 que afirma algo tan llamativo que merece una sección aparte.

Tordo.

Tordo.

Foto: Leo Lagos

¿No aumenten los salarios sino las aves?

“En un estudio realizado por Methorst et al. en 26 países, los autores establecieron una relación entre la diversidad de especies de aves dentro de una región y la satisfacción con la vida autorreportada por los residentes de esas regiones”, dicen Emil Stobbe y sus colegas. Y luego dan un dato que llama poderosamente la atención: “Sorprendentemente, encontraron que un aumento de 10% en la diversidad de especies de aves aumenta la satisfacción con la vida aproximadamente 1,53 veces más que un aumento de 10% de los ingresos” ¿Qué? ¿Cómo? ¿Debería cambiar la cantidad de aves en la zona que vivimos la edad de jubilación? Guiados por la curiosidad, veamos qué decían en aquel trabajo.

Joel Methorst, del Centro Alemán para la Investigación Integrativa de la Biodiversidad, y sus colegas efectivamente publicaron en 2021 un artículo llamado “La importancia de la diversidad de especies para el bienestar humano en Europa” en la revista Ecological Economics. Allí, relacionando datos socieconómicos de 26.000 habitantes de Europa de 26 países con información macroecológica de la diversidad y riqueza de especies de aves, mamíferos y árboles, encontraron que “la riqueza de especies de aves estaba positivamente asociada con la satisfacción con la vida en toda Europa”. Señalaban entonces que era una “relación relativamente fuerte, lo que indica que el efecto de la riqueza de especies de aves en la satisfacción con la vida puede ser de magnitud similar al de los ingresos”. Y sí, dicen que un aumento de 10% en la riqueza de aves, lo que en promedio equivale a unas 16 especies más en la zona, impacta mucho más en el autorreporte de bienestar de la gente de la zona que un aumento de 10% de los ingresos.

Pero Methorst y sus colegas no son tontos. “Sin embargo, estos resultados deben interpretarse con precaución, ya que nuestros resultados no revelan relaciones causales sino correlaciones”, dicen, atajándose como buenos científicos. Por otro lado, señalan que los “posibles mecanismos” para esta relación positiva entre riqueza de especies de aves y el bienestar “no están bien comprendidas”. Entonces tiran dos grandes posibles explicaciones, que, dicen, no son excluyentes. Por un lado, podría darse por el efecto de la experiencia de ver y oír efectivamente a las aves. Por otro, podría deberse al “efecto de experimentar paisajes con características que promuevan tanto la riqueza de especies de aves como el bienestar humano, haciendo de la riqueza de aves un indicador indirecto de los verdaderos impulsores del paisaje”. En otras palabras: tal vez las áreas menos afectadas en su biodiversidad de aves también sean las elegidas para vivir por quienes ya poseen una mayor sensación de bienestar o por aquellas que lo encuentran por estar viviendo allí. Y todo eso en una Europa donde las necesidades básicas de las personas están más cubiertas que en países como el nuestro.

Methorst no lo dice porque no está en su esquema de investigación, pero ¿las personas con inseguridad alimentaria verán más afectado su bienestar por 16 especies más de aves canturreando en la zona que por un incremento de 10% de los ingresos que perciben? Pero no podemos caerle al investigador y sus colegas por eso, ya que desde el nombre del artículo centran su trabajo en lo que vieron en Europa. De todos modos, quedémonos con algunas cosas de lo que señalan. Por ejemplo, que este efecto que observaron con las aves no se daba cuando la riqueza de especies era de árboles o de mamíferos. Es decir, más allá de lo extraterrestre que pueda sonar desde el sur que la sensación del bienestar de la población se correlacione más con el aumento de 10% de la riqueza de especies de aves que con uno similar en el ingreso, habría algo allí con las aves y nuestra relación con ellas a atender. Y eso nos devuelve al trabajo que nos trajo hasta aquí.

Si las aves y sus sonidos nos dan bienestar y causan efectos en nuestro estado de ánimo y de ansiedad, entre otros, bien valía la pena probar la idea experimentalmente. Y eso fue lo que hicieron Stobbe y sus colegas. Así que allá vamos.

Seis minutos de aves

En el trabajo experimental, los investigadores alemanes reclutaron a más de 400 personas sanas que participaron en línea en el trabajo, quedándose para el análisis con datos de 295 que sortearon todas las etapas. La mayoría fueron hombres y el nivel de ingresos de más de 40% fue bajo para los estándares europeos (menos de 1.250 euros mensuales). Los participantes hicieron cuestionarios para evaluar su estado de ánimo, con énfasis en ver sus respuestas en las escalas de ansiedad y depresión, así como de paranoia, e hicieron dos pruebas cognitivas previo a que tuvieran que escuchar seis minutos de paisajes sonoros. Los cuestionarios de ansiedad, paranoia, depresión y las dos pruebas cognitivas se realizaron nuevamente tras escuchar los paisajes sonoros. ¿Y cuáles eran esos paisajes?

Había dos grandes categorías: sonidos urbanos y sonidos de aves. En el caso de los sonidos urbanos, un cuarto de los participantes se expusieron a seis minutos de baja diversidad, compuesto por sonidos de ocho autos distintos, mientras que otro cuarto escuchó los sonidos urbanos de alta diversidad, que comprendían también sirenas, sonidos de construcción, camiones, motos, aviones y ómnibus. Algo similar sucedió con la otra mitad de los participantes, que se dividieron entre los que escucharon sonidos de aves de baja diversidad y de alta. Los de baja diversidad escucharon ocho grabaciones distintas de dos especies de aves, el mosquitero común y el mosquitero silbador, durante los seis minutos. Los de alta diversidad, en cambio, escucharon sonidos de ocho especies distintas de aves, el mosquitero de jardín, abejero, alondra, gavilán, carbonero, archibebe, grulla y pájaro carpintero negro (el trabajo no menciona los nombres científicos de las aves, por lo que tanto las traducciones al español como los nombres comunes usados en el artículo nos pueden estar jugando una mala pasada; por quejas dirigirse a Stobbe et al.).

Las hipótesis que manejaban los hacían esperar tres resultados. El primero, que los sonidos de las aves, en comparación con el del tráfico, tendrían un efecto benéfico sobre los estados de ansiedad, depresión y paranoia. Debido a un trabajo anterior en el que se basaron, esperaban también que los sonidos de aves, en comparación con los urbanos, incidieran para bien en el desempeño de los ejercicios cognitivos. Basados en parte en el mencionado trabajo sobre la riqueza de especies, también pensaron que tal vez verían que la mayor diversidad de especies de aves, en comparación con la menor diversidad, así como en los casos de los sonidos urbanos, sería un factor que incidiría en los resultados, “modulando los efectos”. ¿Qué vieron? A eso vamos.

Aves es ayuda

Comenzamos por la parte negativa. Por un lado, afirman que “los paisajes sonoros de ruido de tráfico se asociaron con un aumento significativo de la depresión”, que aclaran que tuvo un “efecto pequeño” en el caso de sonidos de baja diversidad (sólo autos) y “mediano en condiciones de alta diversidad”, es decir, cuando se sumaron sirenas, ruidos de obras, camiones, bondis y otros. Por otro lado, los sonidos de tráfico no afectaron ni negativamente ni positivamente los reportes de ansiedad o paranoia.

Hablando de la depresión, los sonidos de las aves tuvieron un efecto pequeño en su atenuación y sólo en el caso de la mayor diversidad de cantos de aves (el de las ocho especies).

Zorzal cantando. (Turdus rufiventris).

Zorzal cantando. (Turdus rufiventris).

Foto: Leo Lagos

“La ansiedad y la paranoia disminuyeron significativamente en ambas condiciones de sonidos de aves”, señalan en su trabajo, y el tamaño del efecto fue “mediano”, sin importar si eran dos u ocho las especies de aves que cantaban. En el caso de la atenuación de paranoia, reportan que “es la primera vez que se reportan efectos benéficos de tamaño mediano” de los cantos de aves.

Sobre este efecto sobre la paranoia, reportado por primera vez, dicen que “los cantos de los pájaros pueden estar implícitamente asociados con un entorno natural vital, desviar la atención de los factores estresantes (internos y externos) o indicar la ausencia de una amenaza aguda”. Por otro lado, conjeturan que los paisajes sonoros urbanos “pueden desencadenar preocupaciones socioevaluativas o dirigir involuntariamente la atención dando como resultado una pérdida percibida de control y, por lo tanto, alterando la vigilancia ante amenazas potenciales, que son procesos propuestos para provocar la paranoia”. Sin embargo, si bien las respuestas de estados de paranoia se reducían tras escuchar a las aves, no aumentaban en aquellos que escucharon el tráfico.

Pese a que el trabajo en el que se basaron, con un diseño similar, había reportado efectos en los ejercicios, aquí eso no ocurrió. “Ni los paisajes sonoros urbanos (ruido de tráfico) ni los naturales (canto de los pájaros) tuvieron ningún efecto sobre el rendimiento cognitivo, lo que, a primera vista, parece contradecir un estudio anterior, que implementó las mismas pruebas cognitivas”, reconocen en el trabajo. Sobre esto especulan que podrían haber incidido algunas condiciones distintas entre un trabajo y otro (por ejemplo, en el trabajo anterior los participantes fueron hasta el lugar de la prueba, mientras que en este respondieron online).

Con respecto a que no haya habido diferencia entre los efectos reductores de la ansiedad y la paranoia de acuerdo a la diversidad de aves, algo que esperaban encontrar, ensayan algunas explicaciones. Volviendo al caso del trabajo en el que una mayor riqueza de especies de aves importaba tanto o más que el ingreso, dicen que “en el estudio actual, podría darse el caso de que simplemente escuchar un paisaje sonoro de cantos de pájaros más diverso no transmitiera la misma experiencia multisensorial que cuando las personas experimentan la diversidad de aves en una situación de la vida real”.

También afirman, bordeando cierta zona incómoda, que “la apreciación de la diversidad puede depender de cierto conocimiento o experiencia, lo que resulta en un beneficio sólo para oyentes experimentados”. Mmmm. “Potencialmente, nuestra muestra incluyó en su mayoría a personas no especializadas en escuchar aves, lo que podría explicar parcialmente el resultado con respecto a la variable de diversidad (es decir, los paisajes sonoros no se calificaron como significativamente diferentes entre sí en términos de monotonía/diversidad)”. Bien, lo que dicen es interesante porque trae consecuencias: o es un efecto mediado culturalmente, es decir, cuenta la experiencia previa, el nivel de conocimiento de la biodiversidad, el oído entrenado, por lo cual los cantos de las aves podrían tener un efecto más relacionado con sonidos percibidos como relajantes culturalmente o con la música, y entonces el efecto biodiversidad podría desvanecerse, o bien los efectos podrían ser aún mayores en los que más identifican aves (por razones que deberían explicar y que ya no son tan inocentes como una relación innata con la naturaleza).

También hay otro punto interesante que el trabajo no aborda. ¿Qué tan expuestas estaban las personas que participaron en las pruebas a estos sonidos de aves? ¿El efecto es el mismo en reducir la ansiedad o la paranoia en alguien que vive frente a un parque escuchando aves todo el tiempo que en una persona que vive rodeada de construcciones sin verde para que anide poca cosa más que una paloma? Es decir, ¿nos habituamos a nuestros ambientes sonoros, ya sean urbanos o pajarizados? ¿El cambio de ambiente afecta? Hay varias puntas más para investigar.

Aun así, como bien dicen en el trabajo, ya que “el presente estudio proporciona evidencia de los efectos beneficiosos del canto de los pájaros sobre el estado de ánimo (depresión, ansiedad) y los síntomas paranoides”, se abren puertas. Por ejemplo, dicen que “los resultados tienen implicaciones interesantes para futuras investigaciones, como la manipulación activa de paisajes sonoros en diferentes entornos o marcos (por ejemplo, pabellones psiquiátricos) y probar su efecto en manifestaciones subclínicas o incluso clínicas de ansiedad y paranoia”.

Más allá de que los resultados no puedan extrapolarse automáticamente, y que aún quede mucho por conocer, el artículo de Stobbe y sus colegas, como otros anteriores, nos da nuevas razones para intentar que esos zorzales, horneros, chingolos y demás seres vivos anden por ahí viviendo sus vidas. Que aquí querramos aumentos salariales y más riqueza de especies no va contra ello. Al final, todo se trata de un poco más de equidad. Y en eso habría que ver en qué estamos peor, si en equidad de ingreso o en equidad en el acceso a los servicios que nos presta la naturaleza.

Artículo: “Birdsongs alleviate anxiety and paranoia in healthy participants”
Publicación: Scientific Reports (octubre de 2022)
Autores: Emil Stobbe, Josefine Sundermann, Leonie Ascone y Simone Kühn.