Si uno fuera un suscriptor de otro país de la revista científica Nature, tal vez hay pasado inadvertido, pero en poco menos de un año se dedicaron varias páginas a destacar el trabajo de investigadores e investigadoras de Uruguay. Que la ciencia que hacen nuestras científicas y científicos es de calidad no sorprende, o al menos eso esperamos tras varios años contándoles varias veces por semana aquí en la diaria sobre algunas de las tantas investigaciones fascinantes que se llevan adelante en nuestro medio. Ahora, que esa ciencia interesantísima sea reconocida por medios de otras partes es algo así como ver el segmento “goles de uruguayos en el exterior” de la sección deportiva de un informativo. Sabemos que juegan bien, pero nos gusta ver cómo los aplauden en países que muchas veces tienen mejores infraestructuras que el nuestro.

Que quede claro: nuestras científicas y científicos publican la gran parte de su producción científica en revistas internacionales, algo que hacen por un lado porque sus investigaciones son de interés para la comunidad científica más allá de fronteras, y por otro porque el sistema los obliga a publicar en revistas arbitradas de impacto, extranjeras casi todas, si es que quieren sobrevivir haciendo ciencia, algo que se conoce como “publish or perish”, o entre nosotros, publicar o morir.

Más allá de las varias cosas negativas de este publicar o morir que están siendo bastante cuestionadas tanto aquí como en el resto del planeta, los verdaderos “goles” de nuestros científicos en el exterior son los artículos que publican, es decir, la comunicación de los avances que obtienen en sus investigaciones. Allí no es ni más ni menos simpático que hagan su ciencia en Uruguay o en cualquier otra parte del globo. O el artículo hace aportes fundados en evidencia, y por tanto se publica, o no es gol (varios artículos científicos no son aceptados para publicar). En parte este bromance entre Nature y la ciencia de Uruguay comenzó justamente por lo llamativo del trabajo en los laboratorios de Uruguay.

Nature nos mira

En junio de 2020 la revista internacional sacó un número especial dedicado al ARN, esa molécula con información genética que por lo general es opacada por la más famosa ADN. Allí se destacaba el trabajo del equipo de Juan Pablo Tosar, de la Unidad de Bioquímica Analítica del Centro de Investigaciones Nucleares de la Facultad de Ciencias y de la Unidad de Genómica Funcional del Institut Pasteur de Montevideo. La ciencia rara vez se protagoniza por una única persona que investiga. Si bien el destaque se le daba a Tosar, había allí un gran equipo de investigación, conformado, entre otros, por Alfonso Cayota, Julio Berbejillo, Sergio Bianchi, Valentina Blanco, Mauricio Castellano, Bruno Costa, Ernesto Cuevasanta, Pablo Fagúndez, Fabiana Gámbaro, María Rosa García, Marco Li Calzi, Mariana Pereyra y Tania Possi. Todos ellos hicieron posibles hallazgos muy relevantes: fueron los primeros en postular y demostrar la existencia de ribosomas extracelulares por fuera de vesículas (los ribosomas se conocen como las fábricas de proteínas), así como en haber encontrado una forma de estudiar el ARN extracelular al inhibir la proteína que destruye el ARN, una técnica que hoy puede ser utilizada en cualquier laboratorio del mundo. El trabajo era un gol clavado en el ángulo que encima había roto la red. Nature debe haber colocado un post it en algún lado que decía “Uruguay”.

Ese 2020 estábamos también en pandemia. La ciencia del mundo se había enfocado en ella y a la hora de elegir los 10 científicos más destacados del año, Nature debe haber visto el post it. Claro que en ello ayudó que Uruguay había sido, al menos hasta noviembre de 2020, uno de los pocos países donde el nuevo coronavirus no había causado estragos. Parte de ese gran logro se debió al trabajo arduo y brillante de la comunidad científica. Y entonces Gonzalo Moratorio, virólogo del Institut Pasteur de Montevideo y de la Facultad de Ciencias, fue elegido por la revista como una de las 10 figuras más importantes del 2020 por sus aportes a la ciencia. Obviamente, allí se destacaba el trabajo que Moratorio, junto a colegas como Pilar Moreno y toda una red de colaboración y apoyo, permitió que Uruguay desarrollara en un tiempo récord test de diagnósticos propios para detectar SARS-Cov-2.

A mediados de diciembre de 2020 la revista científica había destacado a dos investigadores de Uruguay. Al espaldarazo local que le dimos a la ciencia ante la pandemia, se le sumaba entonces el reconocimiento fuera de fronteras, algo que un país con complejo de pequeño como el nuestro a veces valora hasta más que el que podamos hacer puertas adentro. Pero la cosa no quedó allí. Nature insistiría.

¿Dónde trabajan?

El 29 de abril de 2021 el bromance se confirmaba. En la sección “Dónde trabajo”, que cierra cada edición semanal de la revista Nature, se destacaba una vez más a Juan Pablo Tosar. La sección, que tiene la particularidad de estar redactada por un periodista que escribe en primera persona como si fuera el investigador o al investigador entrevistado, describe qué hace el protagonista y el lugar donde investiga. En aquella oportunidad Tosar nos decía con humildad: “No quisiera que la gente pensara que como salí dos veces en Nature soy un genio, eso no es así”, y aventuraba que podría tratarse de un eventual “efecto Mateo”.

“Lo de la nota anterior fue increíble. Pero una vez que caés en el radar, es más fácil que venga una segunda nota, y una tercera. Esas dinámicas que se retroalimentan son muy comunes en muchos ámbitos de la sociedad, y también en la ciencia” explicaba Juan Pablo mostrando que así como había visto que lo del ARN extracelular podría ser una línea prolífica, este romance entre la revista internacional y nuestra ciencia también podría prosperar. Explicó entonces este “efecto Mateo” diciendo que, por ejemplo, un laboratorio que gana un proyecto, como tiene más dinero, contrata a más estudiantes, publica entonces más artículos, lo que luego le permite ganar más proyectos. Uruguay se había destacado, por lo que aquel post it hacía que fuera más factible volver a él. “Creo que ahora estamos en la agenda de los editores de Nature, y cuando tienen que producir algún segmento para la revista, de repente acuden a nosotros”, decía Juan Pablo bajando la pelota al piso. Y así sucedió con la sección “Dónde trabajo”.

La siguiente destacada fue la química María Fernanda Cerdá de Facultad de Ciencias. La nota, que salió en papel el 12 de agosto de 2021, en la web fue titulada algo así como “Plantas de energía: haciendo electricidad a partir de flores y frutas”, relata la investigación que Cerdá y su equipo llevan adelante buscando formas de incorporar pigmentos vegetales de plantas nativas y antárticas en celdas fotovoltaicas para generar electricidad. También mostraba al mundo algunas restricciones de nuestra ciencia. “La financiación es escasa y sin ella no puedo pagar los sueldos. Por eso sigo trabajando en el laboratorio a los 54 años. Pero no me quejo: me encanta el trabajo de laboratorio” decía Cerdá en la nota.

Ya con dos publicaciones en la misma sección en menos de cuatro meses Nature parecía haber cumplido con su cuota Uruguay. Sin embargo, la primera semana de 2022 llegó con una nueva entrega de una científica uruguaya protagonizando la sección “Dónde trabajo”. En este caso destacaban el trabajo de María Eugenia Francia, investigadora que dirige el Laboratorio de biología de apicomplejos del Institut Pasteur de Montevideo.

La versión web de la nota se titulaba “Close-up with a parasite that can blind”, algo así como “Primer plano con un parásito que puede cegar”, aunque hay allí un juego de palabras entre primer plano y acercarse que se pierde en la traducción y que tiene que ver con su trabajo investigando a Toxoplasma gondii parásito que puede provocar problemas de visión en los bebés de madres infectadas, razón por la cual se aconseja que las embarazadas no anden cerca de las heces de los gatos, ya que estas mascotas pueden hospedarlo. Allí Francia también decía que dado que en Uruguay el Toxoplasma gondii “es una de las principales causas de abortos espontáneos en ovejas”, y puesto que en el país tenemos “más ovejas que personas”, el parásito que ella estudia y al que calificó de “hermoso”, es también “una gran preocupación”.

Entra Iraola con el 4

Nature y la ciencia uruguaya vuelven a encontrarse en la edición de este 24 de febrero. El protagonista de la sección “Dónde trabajo” es ahora el investigador Gregorio Iraola, quien se formó como biólogo en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, tiene una maestría en Bioinformática y un doctorado en Ciencias Biológicas por el Pedeciba, y que desde 2019 es responsable del Laboratorio de Genómica Microbiana en el Institut Pasteur de Montevideo.

La versión web de la nota, publicada el 21 de febrero, lleva por título “Gut feeling: building a picture of Latin American microbiomes”, cuya traducción sería algo así como “Intuición: armando una foto de los microbiomas latinoamericanos”. Una vez más se perdería el juego de palabras del inglés original, ya que la intuición o pálpito en ese idioma se dice “gut feeling”, algo así como “sentimiento de las tripas”. El juego de palabras una vez más tiene que ver con la nota, ya que hace foco en el trabajo de Iraola en el proyecto que busca analizar el microbioma de las personas analizando los genes de las bacterias de sus intestinos que se encuentran en las aguas residuales.

Escrita por Jack Leeming y una vez más con una fotografía del uruguayo Pablo Alvarenga protagonizando la página, allí Leeming secuestra idiomáticamente a Iraola y le hace decir “Estoy en mi laboratorio húmedo en el Laboratorio de Genómica Microbiana del Instituto Pasteur de Montevideo en Uruguay, que instalé en 2019”. Hacer foco en el laboratorio húmedo –el wet bench– tiene sentido, ya que por lo general uno identifica el trabajo de un bioinformático con horas y horas frente a una computadora. “La mayoría de los proyectos de mi grupo comienzan aquí, pero muchos pasan a la investigación bioinformática al otro lado del corredor, o a través de conexiones remotas a sistemas informáticos en otras partes del mundo” explica Leeming/Iraola a continuación.

¿Por qué estudiar el microbioma intestinal humano? “Un objetivo de investigación a largo plazo es comprender mejor el microbioma intestinal, la composición y el equilibrio de las bacterias en el intestino, y cómo varía entre las poblaciones, para ayudar a tratar muchas afecciones” responde Iraola a Nature.

Pero atención, no todas las bacterias son dañinas ni hay que mirarlas como la causa de esas afecciones que pretende tratar. La idea de estudiar el microbioma, la comunidad de microorganismos que convive con nosotros, es otra. En una nota previa, Iraola nos decía: “No sólo sabemos que 99,9% de las bacterias no son dañinas, sino que sin bacterias no podríamos vivir, porque cumplen funciones en nuestro cuerpo que ayudan a que nuestra fisiología sea normal. Un componente importante de esas bacterias está ubicado en nuestros intestinos. Hoy sabemos que lo que pasa en el intestino, que en gran medida está determinado por las bacterias, puede tener efecto en señales que viajan a través del sistema nervioso y que pueden tener efectos como promover la ansiedad o la depresión”. Si importará entonces estudiar nuestras bacterias intestinales.

Volviendo a la nota de Nature, allí Iraola/Leeming dicen que estudiar el microbioma en los países latinoamericanos es de importancia “porque las bases de datos de microbioma humano existentes provienen de países más ricos” en particular de América del Norte, Europa y China. “No se pueden tomar decisiones médicas confiables sobre la salud intestinal de una persona latinoamericana con datos europeos” dice en Nature con toda lógica.

Tras contar que forma parte de un consorcio de científicos de Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Paraguay, Perú y Guyana Francesa para estudiar el microbioma de la región, confiesa que su “sueño a largo plazo” sería poder “ayudar a otras comunidades científicas, por ejemplo de Europa del Este, o del sudeste de Asia o África, a recopilar y analizar datos de microbiomas, de modo que las intervenciones médicas tengan sentido para las poblaciones, dietas y culturas locales”. En definitiva, reforzar el valor de la ciencia local generada a partir de un trabajo en red internacional.

De esta manera, en menos de un año, entre el 29 de abril de 2021 y el 24 de febrero de 2022, Iraola es el cuarto investigador de Uruguay en salir en la mencionada sección de Nature. De los cuatro investigadores e investigadoras retratados, dos hacen ciencia en el Institut Pasteur de Montevideo, una en la Facultad de Ciencias y el restante investiga en ambas instituciones. ¿Puede haber un sesgo allí, dado que estas cifras no reflejan fielmente dónde trabaja la comunidad científica de Uruguay? Tal vez. Cualquier romance se caracteriza por cierta visión sesgada de la realidad. Y está el “efecto Mateo”. Pero lo importante es que están mirando. Y que elijan a las investigadoras e investigadores que elijan, sean del Institut Pasteur, de las distintas facultades y centros de la Universidad de la República, del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, del INIA o de donde quieran, se encontrarán con gente que hace ciencia de calidad y a pesar de todos los pesares.

No todas son buenas

En estas apariciones de la ciencia uruguaya en las páginas de la revista Nature desde mediados de 2020 no todas son para celebrar y tirar cohetes.

El 23 de octubre de 2020 se publicó un artículo en la sección correspondencia titulado “Uruguay: slashing funds is no way to thank scientists for COVID success”, algo así como “Uruguay: recortar fondos no es forma de agradecer a los científicos por el éxito ante la covid”.

La nota, remitida por el investigador Daniel Prieto, comenzaba señalando que “los científicos uruguayos han trabajado con éxito junto al gobierno para controlar la covid-19: con sólo 52 muertes en 2.623 casos (datos al 22 de octubre), las cifras se encuentran hasta ahora entre las mejores de América del Sur”. Luego vendrá un pero: “Pero los científicos todavía se enfrentan a la congelación masiva de los fondos de investigación del gobierno, propuesta antes de la pandemia. Desmantelar su frágil sistema científico podría dejar al país mal equipado para enfrentar el próximo desafío inesperado”.

Ante el anuncio de recortes y congelamientos para la ciencia incluidos en la ley de Presupuesto 2020-2024 Prieto recordaba que “Uruguay destina a la ciencia sólo 0,5% de su producto interno bruto, colocando a la investigación en una seria desventaja internacional” y aseguraba que “recortar esos fondos del gobierno podría destruir tres cuartas partes de las capacidades de investigación del país”.

Que el artículo se publicara en la sección “correspondencia” de la revista no implica que allí impriman cada carta que les llega. “Los editores de Nature evalúan si aceptan publicar la carta. Por otro lado, hacen una revisión con chequeo de los datos y referencias enviadas”, explicaba Prieto entonces a la diaria. Los editores, además de evaluar si el contenido es pertinente, también toman en cuenta si lo que se comunica en la carta es de relevancia para la comunidad científica. En ese sentido la carta de Prieto fue oportuna: “Hay un telón de fondo dado por las elecciones en Estados Unidos, puesto que la administración actual ha tenido como uno de sus paradigmas negar el conocimiento, negar la evidencia científica. Supongo que para los editores esta carta fue interesante también por eso”, conjeturaba el investigador antes de las elecciones que llevarían a Joe Biden a la presidencia.

Finalmente, el gobierno aprobó la ley de presupuesto. La ciencia postpandemia no fue reforzada presupuestalmente y sigue atravesando problemas graves. Aun así, brilla en las páginas de Nature. Y en las de la diaria, ¡qué también!