Según la leyenda del origen de los Libros sibilinos, una serie de textos proféticos de la Antigua Roma que se consultaban en momentos de crisis, una anciana se presentó una vez ante el rey romano Lucio Tarquinio el Soberbio y le ofreció nueve libros que encerraban todos los conocimientos y la sabiduría del mundo. A cambio, pidió un saco de oro.

Tarquinio hizo honor a su nombre: se negó a comprarlos y se burló del precio exorbitante pedido por la mujer. La anciana, que era en realidad una sibila disfrazada, decidió entonces quemar tres de los libros frente a sus ojos.

Al año siguiente, volvió a presentarse ante Tarquinio y le ofreció los seis libros de la sabiduría que quedaban, pero esta vez a cambio de dos sacos de oro. Al rey el negocio le pareció todavía más ridículo que en el año anterior y mandó a la anciana a volver por el mismo lugar de donde venía. La mujer así lo hizo, no sin antes quemar otros tres libros.

Luego de un invierno muy duro para Roma, la mujer regresó de visita con los tres libros restantes. Los ofreció nuevamente a Tarquinio, esta vez por el doble del oro que había pedido 12 meses atrás. Para entonces, sin embargo, los augures de Roma se habían dado cuenta de la importancia de aquellos textos y urgieron a Tarquinio a comprarlos para cambiar la suerte de la ciudad.

El precio era tremendamente caro, pero Roma hizo un esfuerzo y finalmente adquirió los tres libros que quedaban por el cuádruple del dinero de la primera vez que los había rechazado. La anciana le recordó entonces que podría haber salvado todos los libros con menos esfuerzo y se marchó con su enorme cargamento de oro en una carreta, dejando que la ciudad se las arreglara con solo un tercio de todos los conocimientos y la sabiduría del mundo.

La moraleja de esta leyenda romana se ha usado más de una vez para advertir los riesgos de no actuar a tiempo para salvar algo preciado, pero se volvió particularmente ilustrativa recién 2.500 años después, cuando comenzamos a tomar conciencia de los problemas de conservación del planeta. Y, más específicamente, resulta ahora útil para hacer un llamado de atención sobre lo que está ocurriendo con las playas del mundo, fuentes de riqueza económica, natural y espiritual para la humanidad.

Ver el mundo en un grano de arena

Cuando uno camina descalzo sobre la arena, frente a la orilla del mar, no quiere pensar en relatos sombríos de ancianas que destruyen el conocimiento del mundo ni arruinar las vacaciones con oscuras perspectivas ambientales, pero debe ser especialmente consciente de lo afortunado que es. Está pisando un ecosistema único y en grave riesgo, que en algunas partes del mundo colapsará antes de ser aprovechado por las futuras generaciones. Se estima que cerca de un cuarto de todas las playas del planeta se está erosionando rápidamente.

Con buena parte de la población mundial acumulándose en áreas costeras, las playas se han convertido en una delgada línea vulnerable, enfrentada, por un lado, a las presiones de la urbanización e industrialización, y por el otro, al incremento del nivel del mar y otros efectos del cambio climático (como modificaciones en la temperatura del agua e intensidad de vientos que inciden en el oleaje).

No hay otro ecosistema en el planeta que esté sujeto a tan alto nivel de uso recreativo por parte del ser humano, que se incrementa en forma directamente proporcional a la demanda de tiempo libre de la población.

Ser el medio del sándwich de presiones sociales y ecológicas cada vez mayores no está resultando un buen negocio para la playa. Al proceso de angostamiento que sufre se le llama “compresión costera”, un fenómeno que no sólo se explica por la urbanización y el aumento del nivel del mar. A los innumerables problemas ambientales causados por estresores humanos, como la erosión dunar, la basura, los derrames de petróleo, las descargas de contaminantes, las floraciones de algas o cianobacterias y la acción de vehículos y uso recreativo en general, entre otros, se les suma el problema creciente de la sobreexplotación de los recursos que este sistema provee.

En todo el mundo se consumen cientos de millones de toneladas de arena al año, a tal punto que en sólo 20 años se ha triplicado su demanda mundial para edificación. Este consumo excesivo y de corto plazo es inconsistente con los miles de años necesarios para crear arena en forma natural. Para expresarlo más claramente: si la playa tuviera un contador, este le habría advertido ya hace rato que el balance de su presupuesto de arena está en rojo. Es lo mismo que ocurre con cualquier economía. Si entra menos de lo que sale todos los años, no hay presupuesto que aguante. La diferencia es que cuando eso le ocurre a una playa arenosa, su futuro no es el clearing de informes sino la extinción.

Omar Defeo.

Omar Defeo.

Foto: Federico Gutiérrez

No te tires que no hay arenita

“Es una zona de interfase muy sensible, donde hay vinculación de diferentes actores por ser un sistema social ecológico”, explica el biólogo marino Omar Defeo, del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias y asesor de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara).

El interés de Defeo por el tema queda patente a simple vista en algunas de las láminas pegadas en su oficina de la Dinara, que revelan los años dedicados a este ecosistema sensible, que ocupa casi dos tercios de las costas expuestas del mundo y aporta servicios ecosistémicos y culturales fundamentales.

Sobre los segundos no es necesario ahondar demasiado. Todos los humanos los demostramos con nuestro éxodo en masa a las costas cuando llega el verano. Las playas aportan no sólo aprovisionamiento para comer sino servicios cuyo valor es más difícil de asignar en el mercado, como los estéticos o recreativos, que tienen sin embargo relevantes efectos económicos.

Sobre los primeros, Defeo no duda en destacar un componente especialmente castigado de las playas pero fundamental: las dunas. “Son importantes y claves desde un punto de vista ecológico. No sólo atenúan ruidos o reducen la contaminación por la inclusión de aguas en el acuífero (que permite que la arena no esté anegada) sino que funcionan como sistema buffer de prevención a efectos extremos. Las dunas soportan los embates de tormentas y de incremento del nivel del mar”, cuenta. Son además esenciales en la cadena trófica, gracias a la fijación de los nutrientes que dan las plantas autóctonas a las que están asociadas.

Como el propio Defeo señaló en un trabajo publicado recientemente en la revista Frontiers in Ecology and the Environment, las amenazas y presiones que sufren las playas en el mundo están minando su capacidad para responder a las múltiples demandas que deben atender, como proveer alimento, proteger a las poblaciones costeras, satisfacer sus necesidades recreativas, y mantener la biodiversidad y la calidad del agua.

Si esto prosigue, aumenta la probabilidad de que se produzcan “colapsos socioecológicos” en los que las playas no puedan sostener ya ni su rol original como ecosistema ni los servicios sociales y culturales que proveen. Nuestro largo romance con la playa tiene serios riesgos de romperse debido a que tiramos demasiado de la piola, como ocurre con cualquier relación. O, como Defeo y sus colegas dicen en el trabajo, quizá lo mate la indiferencia y la negación: “La mayor parte de la gente quiere la playa, pero pocos la reconocen como un ecosistema en riesgo”.

Para entender bien qué es lo que está ocurriendo, por suerte, tenemos unos pequeños aliados a los que no solemos dar importancia, pero que están igualmente interesados en el futuro y salud de nuestras costas. El más reciente trabajo en el que participó Defeo, con colegas de Italia, Brasil y Sudáfrica, puede darnos algunas pistas de cómo contar con ellos para leer lo que las playas nos están diciendo.

Guardianes de la bahía

Volvamos a la playa, al momento en que uno pisa la orilla y se moja los pies con agua fresca, luego de un año cansador. Cuando la ola se retira es común ver pequeños agujeritos burbujeantes que quedan en la arena. Los responsables son las pulguitas o piojitos de mar (Excirolama armata), que solemos notar sólo cuando nos pican. No son los únicos habitantes casi invisibles que aparecen en la costa. Otros viejos conocidos, de mayor tamaño, son los tatucitos (Emerita brasiliensis), crustáceos filtradores que se entierran en la arena. “La gente no tiene tanta conciencia de los habitantes de la playa, aunque sí conocemos muy bien a los berberechos, almejas o tatucitos”, aclara Defeo.

Estas especies de macroinvertebrados, al igual que muchas otras que se ven en la orilla o en la arena, son excelentes bioindicadores. Es decir, son buenos para reflejar la calidad del sistema que habitan, debido a su sensibilidad a los cambios en el ambiente, ya sea por modificaciones de la temperatura, el nivel del mar, la salinidad, el tamaño del grano de arena o la estructura de las dunas.

Por lo tanto, su desaparición o abundancia, o la constatación de cambios drásticos en su mortalidad o fecundidad, nos dan indicios de que algo está ocurriendo con el ambiente. A su modo, son el equivalente para las playas de los canarios en las minas, capaces de revelar que algo anda mal antes de que nosotros comencemos a notarlo. En algunos casos el efecto de las perturbaciones humanas es tan drástico que se producen extirpaciones locales, que pueden ser “preámbulo de una extinción a nivel biogeográfico, en todo el rango de distribución”, explica Defeo.

Para muestra, basta un tatucito. En enero de este año se produjo la aparición de estos pequeños crustáceos en la Playa Honda en Montevideo, algo muy inusual. Su presencia, según cuenta Defeo, fue un indicador de que La Niña había provocado un aumento de la salinidad del agua, que favoreció la deriva de larvas plantónicas de la especie desde las playas oceánicas donde habitan. Para otra muestra, sí basta un botón: la desembocadura del canal Andreoni, luego de que en épocas de la dictadura se lo usara para encauzar vertidos contaminantes de todo tipo hacia el mar. Defeo y sus colegas notaron una severa disminución de fecundidad, crecimiento, sobrevivencia y abundancia de tatucitos, almejas y berberechos.

Estos animales pueden parecer insignificantes pero son importantes para el ambiente y, por lo tanto, para nosotros, incluso si optamos por dejar de lado las consideraciones éticas sobre su conservación. “A nivel mundial se intenta maximizar tiempo y dinero en enfocar qué especies pueden ser buenas indicadoras de algunos tipos de perturbaciones”, cuenta Defeo.

Ocupan la “zona litoral activa” de la playa, ya sea el área intermareal (como es el caso de tatucitos, almejas, berberechos, algunos cangrejos o gusanos poliquetos) o supralitoral, la parte de las dunas (como los anfípodos, pulgas saltadoras, insectos, coleópteros e incluso arañas). Por lo tanto, son especies que nos cuentan cosas distintas según el ambiente específico en que viven y también según el tipo de playas.

Por ejemplo, las playas disipativas, llamadas así porque la energía se va disipando a través de varias rompientes, crean un clima más “relajado” para las especies (incluyendo humanos). Ejemplos de este tipo de playas, de pendiente más suave y arena más fina, son Barra del Chuy, Aguada, Achiras o la Playa de los Botes de Punta del Diablo.

Las playas reflectivas son de arena más gruesa, pendiente más pronunciada y mucha filtración de agua (y por eso también con diferencias fuertes de temperatura). Por ejemplo, Arachania, La Balconada en La Paloma, la Playa del Barco en La Pedrera o la Viuda en Punta del Diablo. Este tipo de playas, llamadas así porque “reflejan” la energía (la ola rompe en la orilla), implican un gasto metabólico mayor para las especies, que resisten en un ambiente con condiciones más hostiles. Representan un mayor gasto de energía incluso para los bañistas que intentan salir de ellas luego de un chapuzón.

Que los macroinvertebrados son buenos indicadores de las perturbaciones humanas en las playas era algo sabido. Lo novedoso del trabajo de Defeo y sus colegas fue que, por primera vez, analizaron cómo se combinan los diferentes estresores humanos con las características naturales de las playas, a fin de determinar en forma más precisa el uso de estos bioindicadores para evaluar los efectos del impacto humano.

¿Qué indica el isópodo?

Los investigadores realizaron una exhaustiva revisión de los trabajos científicos que miden las respuestas de macroinvertebrados a perturbaciones humanas. Tras obtener datos de 153 playas impactadas y 101 áreas de control, intentaron desentrañar los causantes de las distintas respuestas de estos organismos mediante un análisis de sus características, la morfodinámica de las playas, su grado de urbanización y la combinación de los múltiples factores de perturbación humana.

Para analizar el nivel de urbanización de cada playa, usaron un índice muy detallado, llamado Métrica de Modificación Humana, que combina la incidencia de varios factores como asentamientos humanos, agricultura, producción de energía y minería, transporte y redes de energía eléctrica.

Su estudio arrojó algunos patrones interesantes de respuesta de los macroinvertebrados. Con respecto al tipo de playas, se encontraron efectos más negativos en las playas reflectivas –las más “bravas”– para las especies intermareales, como los tatucitos (familia Hippidae) y las pulgas de agua o isópodos (Cirolanidae).

La urbanización extendida mostró efectos más negativos en las playas disipativas –las “relajadas”– para especies que viven cerca de las dunas, como los anfípodos saltarines (Talitridae) y los cangrejos (Ocypodidae). Eso es lógico en playas en las que el mar ingresa más rápidamente y afecta a la zona supralitoral, como está ocurriendo en Costa Azul, Aguas Dulces o incluso Piriápolis.

Además, las especies que se reproducen mediante desarrollo directo, como anfípodos saltarines e isópodos (tienen embriones que la hembra cuida y nacen en la playa directamente en estado juvenil), se ven más afectadas por la urbanización local. Las especies con desarrollo de larva plantónica, como tatucitos o berberechos (en estos últimos hay una fertilización en el agua y las larvas quedan a merced de las corrientes), tienen problemas a una escala más grande, ya que su suerte puede estar determinada por lo que ocurre en playas lejanas.

Por ejemplo, en Uruguay la playa de Barra del Chuy es un gran reservorio reproductivo que alimenta larvas que van a otras playas. “El tatucito de Barra del Chuy se conecta con el tatucito de José Ignacio”, ilustra Defeo, lo que demuestra que entre los tatucitos hay más igualdad de acceso que entre los humanos.

Al analizar por primera vez los efectos combinados del tipo de playa y los impactos humanos en estas especies, los investigadores postularon la novedosa “Hipótesis de Rigurosidad Acumulativa”, que, por ejemplo, predice una sensibilidad más alta de los macroinvertebrados en aquellos ambientes que les resultan más áridos.

Dicho en forma más simple y para resumir: a la hora de usar indicadores ambientales para monitorear nuestras playas, hay que tener en cuenta que las especies que viven cerca de las dunas (anfípodos saltarines, insectos, arañas) son más sensibles a la perturbación humana en las playas disipativas, como Barra del Chuy o la Aguada, y que las especies intermareales (tatucitos, pulgas de agua, almejas, berberechos) son más sensibles al impacto humano en las playas reflectivas como Arachania, donde el efecto conjunto de la rigurosidad de la rompiente y la urbanización actúan simultáneamente. Depende del contexto, como casi todo en la vida.

Promesas del este

En la práctica, dice Defeo, una conclusión importante del trabajo es que hay que prestar más atención a las especies en playas reflectivas, que al ser más desérticas, antes no eran casi consideradas. “A nosotros, que trabajamos más en playas disipativas como Barra del Chuy nos obliga a abrir los ojos y seguir muy de cerca cuál es el estado de situación de esas poblaciones en las reflectivas”, resalta.

Las especies ya nos están dando algunas señales de advertencia. “Por ejemplo, en Arachania hemos notado la disminución de tatucitos y de berberechos. Sabemos que allí hay extracción ilegal e indiscriminada de arena que afecta todo el sistema y que se usa para construcción. Una consecuencia práctica de este tipo de trabajos podría ser pedirle al intendente que no permita más extracción de arena porque nuestros bioindicadores nos dicen que algo está fallando ahí”, dice Defeo. El investigador admite que para concluir algo así se necesitan bases de datos largas en el tiempo que muestren variaciones y que permitan atribuirlas a efectos humanos (ya que, como bien apunta su trabajo, actúan a la vez varios factores).

Y es allí, al mencionar el rol que toca a gobiernos locales como las intendencias en este asunto, cuando Defeo demuestra estar tan perturbado por algunas acciones humanas como un tatucito en una playa reflectiva y con alto grado de urbanización. Además del ejemplo paradigmático del canal Andreoni en Rocha, Defeo menciona muchos otros casos en los que considera que “hay intereses políticos que ven a la playa como una forma de inversión a corto plazo”.

“Es lo que llamamos la trampa social. Hay micromotivos que priman en muchas intendencias, como la inversión desmedida y no planificada, la generación de empleos y la urbanización en zonas en las que no debería producirse, que alteran en el largo plazo dos conceptos clave: la equidad intergeneracional y el uso sostenido de los recursos”, dice.

Mañana es tarde

Como ejemplos, señala “la alfombra roja puesta a los que invierten millones de dólares para generar urbanizaciones que atacan zonas dunares, sin tener en cuenta los efectos negativos a corto plazo que ya afectan a las playas y que pueden empeorar a largo plazo”. O la “grosera disminución” de las dunas en varias playas de Maldonado y Rocha, que en algunos casos fue detenida por la intervención de vecinos. Este tipo de acción colectiva es, a juicio de Defeo, una forma de generar un sentido de pertenencia de la sociedad para “contrarrestar políticas nefastas que han acelerado el deterioro de los recursos naturales que son patrimonio de todos, como las playas”.

“No alcanza con la política gubernamental, más cuando hay vacíos entre la política nacional, a través del Poder Ejecutivo, y la cesión de áreas de interés a las municipalidades. Eso es peligroso, porque siempre hay excepciones en las juntas departamentales que generan graves problemas”, agrega.

Entre otros ejemplos a prestar atención mencionó las inversiones inmobiliarias “ecológicamente malas” del balneario Buenos Aires, las obras previstas en la desembocadura del arroyo El Potrero en Chihuahua, el proyecto del barrio privado Costa Garzón en José Ignacio, o distintos problemas provocados por la erosión dunar, a veces en combinación con otros factores. Por ejemplo, en Portezuelo la calidad de la playa ha disminuido por un triple efecto, que incluye las dunas deterioradas por múltiples usos, la construcción de jardines de viviendas privadas que mutilaron esas dunas y la percolación de la napa que provocó la anegación de la playa y la desaparición de almejas muy abundantes en otra época. Otro problema comienza a experimentarse en la Playa Mansa de Punta Colorada, donde se interrumpió la dinámica dunar con una carretera construida –y ahora reforzada– en un lugar “donde nunca debió haberse hecho”.

Que la mayoría de estos ejemplos correspondan a Maldonado no es casualidad. Defeo es especialmente crítico con la administración del intendente Enrique Antía, que hace pocas semanas aseguró a Canal Once de Punta del Este que su gestión logró un récord de metros cuadrados construidos y criticó a quienes se oponen a varios de estos proyectos. “La máquina de impedir no puede funcionar de esa manera. Acá hay un grupo de gente fanatizada con el tema del medioambiente, que tiene su vida arreglada y que no quiere que se toque nada y no se haga nada […] tienen un enredo en la cabeza”, dijo el jefe comunal.

“Le respondo a Antía: dediqué 40 años de mi vida al estudio de estos ecosistemas, no hablo por hablar, no tengo la vida arreglada ni soy una máquina de impedir. Lo que quiero es un desarrollo armónico, sustentable, que priorice la equidad intergeneracional. En ese contexto, el Ministerio de Ambiente necesita poner sus barbas en remojo y nuestras intendencias también”, afirma.

Defeo llama sobre todo a cuidar las dunas, que son el corazón de este ecosistema. “Eso no se recupera, decirlo no es exagerado. Todo está interconectado y, si las dunas se afectan constantemente, se notará en el corto, mediano y largo plazo. Vale la pena ser proactivos, prevenir y cuidar, de manera de no tener que reaccionar. Esto además es más barato y redituable, no sólo desde el punto de vista científico y económico, sino desde la paz espiritual por la calidad del sistema que daremos a nuestros hijos y nietos”, concluye.

Los macroinvertebrados costeros nos están ofreciendo hoy una lectura profética de nuestras playas. Está en nosotros decidir si queremos gastar un saco de oro hoy o cuatro sacos de oro para salvar lo que quede en el día de mañana.

Artículo: “Cumulative stressors impact macrofauna differentially according to sandy beach type: A meta-analysis”
Publicación: Journal of Environmental Management (febrero de 2022)
Autores: Leonardo Lopes Costa, Lucia Fanini, Ilana Rosental, Omar Defeo y Anton McLachlan.

Artículo: “Sandy beach social–ecological systems at risk: regime shifts, collapses, and governance challenges”
Publicación: Frontiers in ecology and the environment (diciembre de 2021)
Autores: Omar Defeo, Anton McLachlan, Derek Armitage, Michael Elliott y Jeremy Pittman.