La historia de los venados de campo (Ozotoceros bezoarticus) en Uruguay pudo ser trágica. De hecho lo es, pero estuvo a punto de ser mucho más dramática. Desde hace 80 años estamos acostumbrados a asociar venados con historias lacrimógenas gracias a Disney (y Disney lo sabe, a juzgar por una intervención de la que hablaremos más adelante), pero en este caso estuvo en juego la suerte de toda una especie.
Vale la pena hacer una larga introducción antes de contar lo que está ocurriendo en la actualidad en Uruguay. La aventura de este venado en la Tierra comienza con las migraciones de sus ancestros. Hace unos 2,5 millones de años un grupo de cérvidos cruzó de América de Norte a América del Sur aprovechando el surgimiento del istmo de Panamá, como tantos otros animales, en lo que se llamó el Gran Intercambio Biótico Americano, y comenzó a expandirse por el continente.
Aproximadamente hace un millón de años, una población ancestral de esos cérvidos fue aislándose de las demás en los pastizales del Cono Sur y dio origen a la especie que hoy llamamos “venado de campo”, un nombre más que justificado. Prosperó en los campos abiertos de lo que hoy es Uruguay, Argentina, parte de Brasil, Paraguay y Bolivia, y pastó en ellas en números muy abundantes.
Un estudio genético liderado por la bióloga Susana González, responsable del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), calculó que en América del Sur llegó a haber aproximadamente unos nueve millones de ejemplares.
Su adaptación a nuestro ambiente los volvió especiales. De las 64 especies de cérvidos que hoy pisan la Tierra, los venados de campo son los únicos que habitan en praderas. En el Uruguay prehispánico, eran tanto o más abundantes como lo son los vacunos hoy. De hecho, eso fue exactamente lo que le llamó la atención a uno de los primeros europeos en llegar a estas tierras. “Nunca vi en Portugal tantas ovejas ni cabras como venados en esta tierra”, escribió el explorador portugués Pero Lópes de Sousa en 1531, tras trepar al cerro de Montevideo.
Era tal la cantidad de venados que 300 años después el mismísimo Charles Darwin, cuya curiosidad voraz no perdonó animal alguno en su paso por Uruguay, lo calificó de “extremadamente abundante”. No sólo dejó sus impresiones al respecto. Se arrastró por el suelo hasta alcanzar un rebaño excesivamente confianzudo, quizá intrigado por la visión de un naturalista reptante, y mató tres ejemplares para agregar a la colección del Beagle.
Menos de 150 años después; sin embargo, la especie había sido empujada al borde de la extinción, persistiendo sólo un remanente de pequeñas poblaciones aisladas. ¿Qué había ocurrido con aquella marea de venados que parecía interminable?
El inevitable hombre blanco
Los venados eran manejados por nuestros indígenas desde mucho antes de que llegaran los europeos. Fueron, de hecho, el primer ganado del país, como postuló la arqueóloga Federica Moreno. Pero la explotación que hicieron fue sustentable, algo favorecido también por la baja densidad poblacional de los nativos. O, como dice Susana González, “parece que eran más inteligentes que nosotros”.
Todo cambió con la llegada de la ganadería. Los venados pasaron a ser una competencia indeseable para los animales de producción y sufrieron un espectacular declive gracias a una combinación de varios factores, entre ellos la caza descontrolada, las enfermedades infecciosas y la pérdida de hábitat por los cambios en el uso del suelo. Sólo entre 1870 y 1880, por ejemplo, se exportaron 2.300.000 cueros de venado desde los puertos de Montevideo y Buenos Aires.
De aquellos millones que pastaban incluso en Montevideo, sólo quedó en la segunda mitad del siglo XX una pequeña población en Los Ajos, Rocha, y algunos cientos de ejemplares en Arerunguá, Salto, tan aisladas entre sí que se convirtieron en dos subespecies con algunas características diferentes.
A comienzos de los 80 el naturalista Tabaré González, fundador de la Estación de Cría de Fauna Autóctona (ECFA) de Pan de Azúcar, hizo gestiones para iniciar una pequeña población en cautiverio, con el propósito a largo plazo de liberar ejemplares en la naturaleza y revertir la suerte del venado. Entre 1981 y 1982 obtuvo permiso para llevar una veintena de ejemplares de la estancia El Tapado, de Salto, de los cuales unos pocos pioneros comenzaron a reproducirse hasta formar el contingente que aún persiste allí. Según Susana González, de no ser por la decisión de los dueños de Los Ajos y El Tapado, que optaron por proteger a los venados, más el empuje de Tabaré González, la especie hubiera ido probablemente rumbo a la extinción en Uruguay.
Pero los sustos no habían terminado para el venado en su carrera sobresaltada por escapar de la extinción. En 1985 fue declarado Monumento Natural del Uruguay, pero no porque se hubiera producido un cambio de actitud general hacia su preservación. La propuesta fue impulsada de emergencia por el naturalista Juan Villalba (que integraba el Instituto Nacional para Preservación del Medio Ambiente), como modo de salvar a la población de venados de Los Ajos de la expansión del cultivo de arroz. Y entonces se sumó un nuevo desafío.
El complejo de Bambi
En 2002 la población de Sierra de los Ajos volvió estar en peligro, luego de que se detectara en esos campos unos 3.000 vacunos con brucelosis. Los venados de campo que habitaban la zona fueron vistos como sospechosos de la transmisión y las autoridades iniciaron un plan de captura para tomarles muestras de sangre. Los venados no estaban muy de acuerdo con esta idea, aparentemente, porque demostraron ser especialmente hábiles para escapar de los funcionarios gubernamentales y sus dardos anestésicos. ¿Qué solución planteó entonces el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca? Matar ejemplares para sacar las muestras y acabar con las dudas.
Ante esta perspectiva, y la posible eliminación de todos los venados del predio si se llegaba a detectar brucelosis en algunos ejemplares, Susana González amenazó con denunciar la situación ante organismos internacionales. Como alternativa, propuso traer un especialista de Brasil para hacer las capturas y tomar las muestras, algo que las autoridades aceptaron con una condición: tenía que lograrlo en tres semanas y con financiación propia.
Entra en escena otro de los protagonistas de esta historia: Mauricio Barbanti Duarte, un investigador brasileño con más aspecto de ser un Indiana Jones del Pantanal que un científico doctorado en veterinaria y genética. Barbanti tenía “algo” de experiencia en esto de atrapar cérvidos. Para salvar una población de ciervos del pantano (Blastocerus dichotomus), a punto de perecer por la inundación provocada por la construcción de represa hidroeléctrica Porto Primavera en Brasil, no dudó en capturar y trasladar más de 250 ejemplares arrojándose desde un helicóptero sobre cada uno de ellos en zonas pantanosas. Es una eminencia mundial en el tema. O, como lo describe Susana González, “o mais grande do mundo”.
Susana logró traer a Barbanti y todo su equipamiento a tiempo gracias a aportes financieros internacionales. La Walt Disney Corporation, quizá con complejo de culpa por haber mostrado la muerte de la madre de Bambi a millones de niños y niñas, puso parte del dinero. La Wildlife Trust aportó el resto.
Barbanti y Susana González hicieron una adaptación del método de captura para venados de campo en Uruguay (ninguno se tuvo que arrojar en helicóptero, afortunadamente) y con ayuda de los peones de los establecimientos lograron hacer caer en una red a unos cuantos ejemplares, anestesiarlos y tomar las muestras de sangre. ¿Veredicto? Los venados de campo eran inocentes de la brucelosis bovina y pudieron salvar su pellejo. “Había una onda de eliminar a los venados, aunque fueran una especie en peligro, porque la sanidad bovina era lo más importante del país”, recuerda hoy Barbanti. Como ocurre tantas veces, la prioridad era la producción y no la conservación, incluso sin pruebas de que la posible transmisión de la enfermedad fuera del venado al ganado y no a la inversa.
Para asegurar el futuro del venado de campo en Uruguay, sin embargo, no bastan estos salvatajes de emergencia. En Salto han logrado extenderse a otros campos gracias a la protección de los propietarios de predios con conciencia ecológica, pero la población de la ECFA de Pan de Azúcar está comenzando a experimentar algunos problemas.
Tal cual reportaron los veterinarios Matías Loureiro y Hugo Arellano, de la ECFA, hay algunos animales que no llegan a reproducirse, que mueren en el primer año o que están teniendo defectos físicos que ponen en riesgo su supervivencia. Hay una probable explicación para ello: la endogamia. La población actual, de 138 ejemplares, se originó a partir de menos de una decena de venados. Se trata de una población empobrecida por el cruzamiento de individuos emparentados, que necesita ampliar su variabilidad genética. Y es así, luego de resumir dos millones y medio de años en poco más de una página, que llegamos al presente del venado y a un operativo inédito en América Latina que podría ser clave en su futuro.
Con una ayudita de mis venados
Lo primero que uno nota al llegar a los campos de Arerunguá y acercarse a los venados de campo es un olor potente, muy parecido al del ajo. Las culpables son las glándulas cutáneas de los machos, que emiten un olor descrito por Darwin como “fuerte, ofensivo e insoportable”, a tal punto que casi se desmayó al preparar un ejemplar para el Museo Zoológico (aunque hay que admitir que el famoso naturalista era conocido por ser un tanto flojo de estómago).
El equipo de Ciencia de la diaria que viajó a Salto no llegó a este extremo, pero percibió inmediatamente el aroma distintivo y se encontró también con un panorama inusual en medio del campo: un venado acostado y dormido en el suelo, con un antifaz, tapones en los oídos, un tanque de oxígeno y varios especialistas rodeándolo con aparatos eléctricos y valijas con adminículos médicos. Entre ellos estaban el mencionado Barbanti junto al doctor en veterinaria David Galindo, del Núcleo de Investigación y Conservación de Cérvidos (Nupecce) de San Pablo (Brasil), y las biólogas Susana González, Nadia Bou y Verónica Gutiérrez, del Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE. El panorama lo completaban el fotógrafo y naturalista Marcelo Casacuberta, también del IIBCE, y el biólogo y guardaparques Ramiro Pereira, que acompañó a la diaria y asistió en algunas de las tareas.
Aunque la escena parecía salida de una película de Woody Allen –un rumiante con antifaz al lado de un humano con un aparato sexual en la mano– era en realidad parte de un operativo indispensable para proteger al animal en el marco de un proyecto que busca mejorar la genética del núcleo poblacional de la ECFA, entre otros propósitos. Trasladar animales silvestres a la reserva para cruzarlos con las hembras no es una opción. No sólo va contra las leyes actuales, sino que implicaría un estrés que en esta especie puede provocar la muerte.
El proyecto, una idea que tuvo el mismo Mauricio Barbanti cuando dio un curso en la ECFA en 2018 y se enteró de algunos de los problemas que estaban experimentando los venados, es financiado por la Dirección Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Dinabise) y coordinado por el Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE, con la participación del Nupecce y la ECFA. Consiste en la extracción de esperma de machos silvestres y la inseminación de hembras en cautiverio, pero es en realidad mucho más ambicioso. Aprovechando la ocasión, los venados son medidos, pesados y desparasitados. Además, se extraen muestras de sangre para serología, citogenética, extracción de ADN y se realiza una biopsia que permite aislar células y mantenerlas vivas en nitrógeno líquido. Por último, se les coloca una caravana y un radio collar satelital que durante un año permitirá saber mucho más de su comportamiento en la naturaleza.
El procedimiento más complejo, sin embargo, es la extracción de semen, que se realiza con el venado anestesiado y un método llamado electroeyaculación. Para ello se coloca por vía anal un electrodo –a la vista, básicamente un vibrador– que estimula a través de pulsos eléctricos la región de la próstata y las vías nerviosas que determinan la erección del pene, la contracción de los músculos pélvicos y la eyaculación. Algunos venados, pese a estar dormidos, emiten durante este procedimiento una vocalización que a oídos de un inexperto parece una mezcla de placer y dolor.
Recoger y conservar el semen fue todo un desafío en este caso, ya que el equipo de Nupecce debió montar un laboratorio en el campo para analizar y preservar las muestras, pese a disponer sólo de electricidad a través de paneles solares. “Tuvimos que inventar algunos aparatos que sacamos de nuestras cabezas”, bromeó Barbanti.
Hacer esto no es soplar (cerbatanas) y dormir venados, como ya vimos. Para anestesiar a estos cérvidos Barbanti y Galindo usan un rifle de dardos anestésicos, pero deben acercarse a los venados en camioneta, rodeándolos en círculos con el sigilo y la cautela de un felino para evitar el estrés de la persecución. Los cérvidos son propensos a sufrir el síndrome de miopatía por captura, que puede provocarles un paro cardíaco si la persecución se sostiene durante un tiempo prolongado.
Un operativo de este tipo –extracción de semen a machos silvestres para inseminar hembras– es inédito en cérvidos en América Latina y completamente pionero en América del Sur para cualquier especie. En Uruguay sí se había realizado electroeyaculación en venados de campo en ejemplares en cautiverio de la ECFA, un proyecto multidisciplinario coordinado por el biólogo Rodolfo Ungerfeld y en el que participaron especialistas de la Facultad de Veterinaria y el Zoológico de Buenos Aires, entre otras instituciones, con el mismo objetivo a largo plazo: la extracción de semen en animales silvestres y la inseminación en hembras en cautiverio. El proyecto, cofinanciado por la Intendencia de Maldonado y la Universidad de la República (Udelar), funcionó durante las administraciones del exintendente Óscar de los Santos pero no continuó siendo apoyado luego de la asunción de Enrique Antía y quedó trunco, según aseguran hoy algunos de sus impulsores.
Amor a distancia
La primera parte del procedimiento fue muy compleja y estuvo a punto de fracasar por las lluvias y la resistencia de los venados a las dosis iniciales de anestesia, según confiesa el propio Barbanti, pero finalmente se cumplieron todos los objetivos. Sin que hubiera perjuicio alguno a los animales, se extrajo semen a cinco machos que fueron bautizados con los nombres de Núñez, Charrúa, Carlos, Marcelo y Bradley Cooper. Núñez por el capataz de la estancia El Tapado; Charrúa por su resistencia a los anestésicos; Carlos como homenaje al dueño actual del campo; Marcelo en honor al nombre de algunos parientes de Barbanti y González; y en el caso de Bradley Cooper optamos por no preguntar, teniendo en cuenta la naturaleza de los procedimientos.
En una irónica vuelta del destino, el semen del joven y atlético Bradley Cooper no resultó de tan buena calidad y quedó congelado, pero sí se usó el de Charrúa, un ejemplar que tenía ya la considerable edad de diez años (la edad aproximada se deduce de un análisis in situ de los dientes).
Mientras los venados donaban su esperma en Salto, otro operativo igualmente complicado estaba en marcha en Pan de Azúcar. Allí, la doctora brasileña Luciana Diniz (también del Nupecce) combinó esfuerzos con Loureiro, Arellano y el resto del equipo de la ECFA para sincronizar el celo de las hembras y dejarlas listas para el momento de la inseminación. Como el período de receptividad de las hembras de venado de campo es muy breve, fue necesario colocar en sus vaginas un dispositivo con una hormona que estimula la ovulación.
Cuando en Salto culminó exitosamente la extracción del semen de Marcelo (el último de los cinco venados anestesiados) hubo sólo un breve aplauso y una fugaz sensación de alivio en el equipo. Comenzaba una nueva etapa compleja: mantener el semen en buenas condiciones y trasladarlo más de 500 kilómetros hasta sus receptoras, que no es lo usual en estos procedimientos.
Pero el esperma llegó en buenas condiciones y dos días después estaba todo listo para dar inicio a la segunda etapa del plan. Los veterinarios de la ECFA durmieron a las hembras usando cerbatanas con dardos anestésicos, con la misma pericia que si estuvieran en medio de la selva amazónica, y la doctora en veterinaria Diniz fue la encargada de inseminar el esperma mediante una paciente operación que llevó más de 20 minutos con cada ejemplar.
Si todo sale bien, en siete meses la ECFA hará historia: nacerán allí crías de venados de campo, por primera vez producto de la unión por conveniencia entre venados que pastan libremente en Salto y hembras en cautiverio en Maldonado. Al tratarse de un procedimiento inédito, su eficiencia es todavía un misterio.
“Podían ocurrir muchísimos problemas pero salió todo bien”, dijo aliviado Barbanti al final de la última jornada, luego de que las nueve hembras fueran inseminadas y se comprobara que estaban en buen estado de salud.
Aunque sólo nazcan tres o cuatro crías, su aporte genético puede ser decisivo para el futuro de los ejemplares. “Lograr que nazcan es fundamental. Va a cambiar incluso la viabilidad de los animales. Va a mejorar mucho la habilidad de supervivencia de la población, su capacidad de reproducirse, la longevidad. Si queremos reintroducir animales en la naturaleza en el futuro, tenemos que tener una buena variabilidad, y la de aquí es muy baja”, agregó el especialista brasileño.
Algún lugar encontraré
Los venados necesitan toda la ayuda posible, porque la sola declaración de Monumento Natural no es suficiente para asegurar su futuro. “En Uruguay la principal protección de la especie es esa, pero no hay reglamentación ni se proporcionaron instrumentos al Estado ni a los productores para hacerlo. No hemos logrado que se incentive económicamente a quienes mantienen el venado de campo, por ejemplo”, se lamenta Susana González.
Como saben que su supervivencia depende de la buena voluntad de los propietarios de los campos, González y su equipo del IIBCE dedicaron buena parte de su tiempo a demostrar que el venado no es una fuente de enfermedades y que lo que come no perjudica a una ganadería extensiva como la de Salto. “La conservación se hace conversando y convenciendo a las personas involucradas. Los que tienen venados es porque los quieren tener, me queda superclaro. El que no los quiere ni siquiera tiene que matarlos. Carga el campo de ovinos y los venados se van”, apunta. Los estudios realizados por su equipo demuestran que venado y ganado conviven sin perjuicios para el productor. Los venados de campo usan pasturas diferentes según la época del año. “Son muy gourmet, eligen cuándo y dónde comer”, asegura González.
El venado está lejos de tener amplios espacios asegurados en todo el país, a salvo de la caza, las enfermedades o los prejuicios de algunos propietarios. Por eso es importante ser especialmente cuidadoso a la hora de reintroducirlos. Una experiencia realizada en El Potrerillo (Rocha) en 1996, que no fue sustentable a largo plazo, es una prueba de las precauciones que hay que tener.
No se precisan excusas para salvar el venado de campo. Como dice González, “una obra de arte no necesita una justificación, no necesariamente debe tener un valor o una utilidad”. Pese a ello, “el venado la tiene”. Los productos de los predios que mantienen la especie pueden entrar a nuevos mercados justamente por el manejo natural que hacen de las pasturas y de los animales, y obtienen certificaciones que les reportan beneficios económicos.
Iniciativas como este proyecto inédito o la noticia de la expansión exitosa de algunas poblaciones de venados a nuevos campos abren una luz de esperanza para la especie, aunque nunca vaya a recuperar sus épocas de esplendor y abundancia. Que tengamos éxito en ello será también un buen indicador. Si no aseguramos el futuro para una especie tan carismática como el venado de campo, que tuvo a su servicio el persistente aparato cultural de Disney y hasta su apoyo económico, ¿qué posibilidades reales quedan para las demás especies amenazadas?