En este 2022 Peñarol se mide con Flamengo y luego se compara de igual a igual con el Liverpool inglés.

Decirlo así puede darle nostalgia al hincha carbonero, porque la última vez que Peñarol estuvo en una situación similar con su primer equipo dentro de la cancha fue hace 11 años, cuando se enfrentó al Santos de Neymar en la final de la Copa Libertadores y se ilusionó con verse cara a cara con el Barcelona en el Mundial de Clubes.

Afuera de la cancha, sin embargo, hay otras áreas donde se mantiene al nivel más alto y se sigue codeando con los grandes. Y “afuera de la cancha” no significa que los jugadores estén excluidos de estos logros. Muchos futbolistas colaboraron, incluyendo a Facundo Torres, Darwin Núñez o el Canario Agustín Álvarez Martínez, entre muchísimos otros aurinegros o exaurinegros bien conocidos en el medio local e internacional.

Desde hace unos años Peñarol es parte activa de una serie de trabajos científicos de vanguardia en sanidad deportiva, que se destacan justamente por su originalidad en las investigaciones sobre lesiones en el fútbol. Y aunque es poco probable que la hinchada cante alguna vez “Y dale alegría alegría a mi corazón, hay que analizar variables de regresión”, o “Vení, vení, cantá conmigo, que algún amigo vas a encontrar/ Que de la mano de un par de papers/ todos la vuelta vamos a dar”, lo que el club está haciendo en materia científica dará sus frutos –y probablemente ya lo hace– dentro de la cancha.

Parte de la explicación para esta incursión aurinegra en investigaciones internacionales, en conjunto con algunos de los clubes más exitosos del mundo, hay que buscarla en la inquietud científica del doctor Edgardo Rienzi, el encargado de la sanidad del club.

El paper está en las vitrinas

El sueño de Rienzi siempre fue dedicarse exclusivamente a la ciencia, a tal punto que fue tentado por alguna universidad extranjera en su juventud, al mejor estilo de las promesas deportivas. Su amor por el fútbol, las oportunidades laborales y las obligaciones familiares lo llevaron por otro camino, pero se las ingenió desde la década del 90 para combinar ambas vocaciones y satisfacer de paso su curiosidad científica.

En la Copa América de 1995, por ejemplo, resolvió dilucidar si era cierto que los jugadores europeos corrían más que los sudamericanos. Hoy en día las soluciones informáticas incorporadas a cualquier transmisión televisiva internacional responden a esta y muchísimas más interrogantes, pero 27 años atrás ese mundo estaba en una fase primitiva. Basta recordar cómo era el placar electrónico del estadio Centenario por entonces para deducir en qué fase prehistórica se encontraba la tecnología aplicada al fútbol en nuestro país.

En aquella copa, Rienzi y sus colegas filmaron a jugadores de varias selecciones durante el transcurso de los partidos y usaron un software recientemente desarrollado en Inglaterra para calcular la distancia que recorrían. “Comparamos luego los resultados con las mediciones europeas, porque estaba el supuesto mito de que allá corrían más”, recuerda Rienzi. ¿Qué indicó su trabajo? Spoiler alert: “Sí, corrían más”, dice entre risas.

En ese mismo campeonato hizo un estudio antropométrico de composición corporal a 110 futbolistas, que permitió definir el perfil del futbolista sudamericano de elite en esa época y también comparar con los datos de otras partes del mundo. Desde entonces, Rienzi colabora en investigaciones con científicos y profesionales de Europa, siempre con el foco puesto en mejorar el trabajo de sanidad que se hace en Uruguay y encontrar respuesta a algunas interrogantes que van surgiendo en su área de estudio.

La participación de jugadores de Peñarol en varios de estos trabajos científicos surge de la buena relación de Rienzi con Barry Drust, fisiólogo del club inglés Liverpool, que le ha permitido también realizar una serie de investigaciones con colegas y alumnos suyos. Por ejemplo, desde hace seis años colabora con el fisiólogo Robert Erskine, de la John Moores University de Liverpool, con el que ha ido pensando varios trabajos ya publicados o en proceso actualmente.

Los estudios de Erskine, Rienzi y sus colegas buscan sobre todo la originalidad. Mientras buena parte de la literatura científica sobre la salud física de los futbolistas se centra en las competiciones profesionales y del más alto nivel, ellos ponen el foco en otras variantes. Por ejemplo, en los juveniles. Conociendo el dinero que mueve la búsqueda de talentos deportivos y las exigencias que eso puede provocar en deportistas niños y adolescentes, se propusieron investigar qué estaba ocurriendo con las lesiones de los más jóvenes en varios clubes competitivos del mundo.

Acá, esperando pegar el estirón

¿En qué momento los juveniles son más propensos a lastimarse? ¿A medida que se entrenan y juegan con más intensidad? ¿Antes de madurar físicamente? ¿En el proceso de “pegar el estirón”? La evidencia hasta ahora no era muy concluyente. Algunos trabajos reportaban más lesiones cerca de los 14 años (aproximadamente cuando se produce una tasa más rápida de crecimiento), otros apuntaban a una mayor frecuencia de lesiones en el período posterior a la maduración física, y algunos no encontraban correlación entre el estado de maduración de los futbolistas y la cantidad de lesiones sufridas.

El problema de estos trabajos era que se centraban en un solo club o un solo país y no permitían generalizaciones, al no contrastar las diferencias de entrenamiento, estilos de juego o las metodologías para obtener los datos en distintas naciones. Ese fue el gran acierto de la reciente investigación en la que participó Rienzi y en la que usó datos de los jugadores juveniles de Peñarol: es la primera que tiene en cuenta a clubes de varios países, compara sus resultados, analiza los distintos factores de riesgo y relaciona la prevalencia de lesiones con el grado de maduración física de los futbolistas, más que con su edad cronológica.

Esto último, aunque parezca obvio, es especialmente importante. Los jugadores avanzan de categoría en el fútbol según la edad que tienen, pero no se desarrollan todos de igual forma, no poseen un reloj interno que los haga madurar al mismo tiempo para facilitar los cambios de división. El “estirón” llega a veces más temprano o más tarde que la media, como notan dolorosamente algunos adolescentes cuando en poquitos meses quedan rezagados físicamente al lado de otros. Y son los cambios en su cuerpo los que determinan algunos riesgos a los que se enfrentan, no su cédula.

El momento en que “pegan el estirón” puede tener consecuencias importantes para los jóvenes futbolistas. “El lío ahí es que el crecimiento óseo va más adelantado que el crecimiento de las partes blandas, entonces los músculos no acompañan esa velocidad en crecimiento. Tienen un largo de hueso cuyo músculo correspondiente es relativamente corto. Eso les quita coordinación y habilidad a los chicos y los expone a lesionarse con más facilidad”, explica Rienzi.

En algunas de estas lesiones de crecimiento están implicados huesos que aún tienen en funcionamiento lo que se llama “fábrica” de hueso, en la zona de inserción de los tendones de los músculos (como por ejemplo el tendón rotuliano en la rodilla). “Entonces la exigencia grande con un músculo corto es que cuando vos pateás la pelota reiteradas veces, o picás con mucha aceleración, tironeás, y así llega a producirse muchas veces el arrancamiento de esa fábrica de hueso”, aclara el especialista. Es una lesión que tiene cierta gravedad y que se produce, por ejemplo, en la tibia, el tendón de Aquiles o el hueso de la cadera donde se inserta el tendón del recto anterior del cuádriceps.

Por eso Rienzi y los demás autores del trabajo consideraban importante identificar el tipo de lesiones que se producen a esta edad y compararlas con lo que ocurre en otras fases de la maduración física de los deportistas.

A maduro se lo llevaron lesionado

Hay una forma precisa de medir el momento de maduración en los jóvenes, ese período en el que se desarrollan más rápidamente y que en general ocurre a los 13 o 14 años. La desventaja que tiene es que es muy invasiva, ya que exige sacar radiografías de mano en forma secuencial a los deportistas. Para su trabajo, Erskine, Rienzi y sus colegas se inclinaron por una vía indirecta para averiguarlo pero también muy efectiva. El momento de maduración se relaciona con el pico de crecimiento en altura (en inglés, peak high velocity, PHV). Mediante una ecuación que combina la edad cronológica, la estatura, la talla (parado y sentado) y el peso, entre otros factores, se puede hacer un seguimiento ajustado del estado madurativo de los futbolistas.

Para su estudio, los investigadores recogieron estos y otros datos de 501 futbolistas de entre nueve y 23 años pertenecientes a ocho clubes distintos de Inglaterra, España, Brasil y Uruguay (entre ellos Peñarol, Liverpool, Flamengo y Athletic de Bilbao), y también contabilizaron y categorizaron las lesiones que registraron entre 2014 y 2018. Dividieron a los futbolistas según el grado de maduración en cuatro categorías: pre PHV, circa PHV, pos PHV y adultos (considerándolos como tales cuando ya pasaban al menos cuatro años desde el pico de crecimiento en altura).

Hicieron luego un detallado análisis de las lesiones relacionadas con la actividad futbolística y las dividieron concienzudamente en categorías, indicando si se debían o no a contacto físico, el tipo de lesión y el lugar del cuerpo donde se produjeron: por ejemplo, si eran lesiones vinculadas con el crecimiento, musculares, de ligamentos, tendones; y si ocurrían en la rodilla, tobillo, muslo, etcétera. También midieron la cantidad de días de competición perdidos a causa de esas lesiones.

En total se registraron 323 lesiones que redundaron en 8.650 días de ausencia en los entrenamientos. Los tipos de lesiones más comunes fueron las de músculos (30,3%), ligamentos (24,1%) y de crecimiento (11,5%). Las lesiones sin contacto representaron 63,1% del total.

Con estos datos, pudieron identificar un índice de prevalencia de lesiones según el grado de maduración de los futbolistas y sacar varias conclusiones con consecuencias prácticas importantes.

El dolor de crecer

“Hay un runrún de que ahora se los mata a los chicos o se los exige una barbaridad y en realidad la ciencia no está mostrando eso”, dice Rienzi. Lo que la ciencia mostró es que se repite un patrón en líneas generales en todos los países: el índice de prevalencia de lesiones aumenta a medida que avanza el nivel de maduración de los futbolistas, con cifras más altas en jugadores pertenecientes a las etapas posteriores a la maduración física.

En el caso de Peñarol se da la misma lógica, con el mayor índice de prevalencia de lesiones entre jugadores considerados adultos. Si lo comparamos con otros países, el club aurinegro tiene además una prevalencia un poco menor en todas las lesiones combinadas que el promedio de los clubes ingleses, que fue usado como referencia en el trabajo. “Eso da la pauta de que los métodos de entrenamiento que se están utilizando en el club son buenos y están adecuados a las distintas etapas madurativas de los chicos. Antes se hacía en forma empírica, pero ahora vamos a tener un sustento biológico que nos va a apoyar en esto”, comenta Rienzi.

Para el médico e investigador, por eso es fundamental que el estudio haya sido multicéntrico, porque con los datos de un solo club uno puede mostrar solo lo que le interesa. “Cuando hacés un trabajo científico te tenés que liberar de todo eso y poder demostrar que los datos que recabaste son los reales”, aclara.

“Siempre hay excepciones, pero en general, y esta es una muestra bastante grande que cubre un rango amplio de edades, se puede decir que el nivel de exigencia que van teniendo los jugadores conforme avanzan en su maduración es acorde. A mayor edad, crece el número de lesiones y la proporción de su distribución es más o menos en todos los casos la misma”, reafirma Rienzi. Esto ocurre, según ensayan los investigadores, porque a medida que crecen los futbolistas se incrementa su volumen de entrenamiento y se juegan más partidos, con un estilo más rápido y más agresivo que implica comportamientos en los que se asumen más riesgos.

Que no se sobreexija a los futbolistas más jóvenes no significa que uno deba dejar de prestar atención a lo que ocurre a esa edad. De hecho, para Rienzi es exactamente lo contrario, porque la conclusión principal del trabajo surge del análisis del tipo de lesiones que se producen en las edades cercanas al “estirón”.

Mientras las lesiones más comunes para los futbolistas mayores están vinculadas a los músculos, ligamentos y tendones, se comprobó que los más jóvenes tienen una alta incidencia de lesiones de crecimiento.

“Ese grupo de lesiones de crecimiento, que configuraron aproximadamente 11% del total, puede representar cierta gravedad porque se trata de chicos que no han llegado a su etapa de maduración total cuando comienza a aumentar la exigencia de los entrenamientos y sobre todo de las competiciones. Casualmente estas son las lesiones más graves, las que pueden dejarles secuelas a los chicos y complicar su desarrollo deportivo.”, explica Rienzi.

En el trabajo los investigadores recomiendan que los clubes desarrollen estrategias de prevención de lesiones de acuerdo a los estados de maduración física de los futbolistas (y las lesiones más comunes asociadas a ellos). Por ejemplo, realizar un acondicionamiento especial o brindar un mayor tiempo de recuperación durante competiciones intensas para los jugadores que ya alcanzaron la madurez física (los que ya tienen más de 18 años, en líneas generales), o disminuir la intensidad y carga de algunos entrenamientos en aquellos que están experimentando su pico de crecimiento. Eso, exactamente, es lo que comenzará a hacer Peñarol gracias a las conclusiones de la investigación.

Esto es Peñarol

“Seguir el grado de maduración de los chicos es algo que vamos a instituir en el club de ahora en más, porque nos va a permitir ubicar en qué etapa está cada uno y no centrarnos en la divisional o en la edad”, señala Rienzi.

De este modo, se va a actuar preventivamente para no sobrecargar en el entrenamiento las zonas específicamente sensibles en la etapa del desarrollo físico, que predisponen a que ocurran este tipo de lesiones. “Me centraría sobre todo en esa edad, por las lesiones que se producen al estar aún en esa etapa de desarrollo y porque cuando llegan al pico de crecimiento en altura se suma también lo ya dicho, la falta de coordinación y el desbalance entre longitud ósea y longitud muscular”, señala el médico.

Esa es justamente la parte que más preocupa a la sanidad de Peñarol. “Más allá de secuelas que pueden incidir en el rendimiento deportivo, les influyen en la vida; es muy importante, sí, la parte deportiva, pero también estamos entrenando chicos que tienen que seguir con su vida normal”, acota Rienzi.

La emergencia sanitaria venía postergando estos cambios en el club, ya que muchas de las mediciones necesarias para realizar este seguimiento requieren contacto y uso de espacios cerrados. Ahora, con el trabajo ya editado y validado por una publicación científica, podrán poner en práctica las conclusiones.

No es el único trabajo que está realizando Rienzi con sus colegas ingleses ni el primero que surge de una inquietud. Entre 2016 y 2018 el fútbol uruguayo experimentó una racha de roturas de ligamentos cruzados que se convirtió en una pesadilla para varios clubes. “Esto se dio muy notoriamente en jugadores adultos de primera división, pero nosotros también empezamos a observarlo en formativas y nos preocupó un poco. Vimos que había estudios mundiales donde se hipotetizaba si algunas variaciones de determinados genes pueden actuar como predisponentes a la fragilidad de ligamentos y explicar estas lesiones, y decidimos investigarlo”, señala Rienzi.

El estudio, publicado a fines de 2021, fue el primero en demostrar que existe una asociación genética para la prevalencia de lesiones en jugadores profesionales. “Se sigue trabajando para tratar de determinar si hay una predisposición genética a la producción de lesiones ligamentosas, pero todavía no podemos adelantar conclusiones”, se excusa el médico.

Otro de los trabajos en marcha es sin dudas el más original, pero tiene otros (otras) protagonistas. Erskine, Rienzi y demás colegas están recolectando datos para analizar la influencia de los períodos menstruales en las lesiones en el fútbol femenino. Es decir, si los diferentes contenidos hormonales predisponen más a determinado tipo de lesiones o no.

“Siempre lo que estamos buscando es investigar algo que no haya sido estudiado antes. Quizás, como ocurre cuando se rompe el hielo en un tema, no siempre el primer trabajo es muy concluyente, pero lo que queremos es abrir el camino para que otros con más recursos se interesen y sigan avanzando”, apunta Rienzi.

A diferencia de lo que ocurre con los técnicos de los grandes, por suerte, el éxito de los científicos no se mide según los resultados que obtienen en una sola temporada. Ningún hincha va a rechiflar a Rienzi por no cambiar de alelo a tiempo en sus estudios sobre genética y lesiones. En ciencia y fútbol, sin embargo, tener un poco de paciencia, trabajar en equipo e invertir en juveniles siempre da frutos a largo plazo. Resulta menos espectacular que ganar una Libertadores sub 20, como le ocurrió al club este año, pero igual es un motivo para celebrar.

Artículo: “Injury risk is greater in physically mature versus biologically younger male soccer players from academies in different countries”
Publicación: Physical Therapy in Sport (marzo 2022)
Autores: Elliott Hall, Jon Larruskain, Susana Gil, Josean Lekue, Philipp Baumert, Edgardo Rienzi , Sacha Moreno, Marcio Tannure, Conall Murtagh, Jack Ade,Paul Squires, Patrick Orme, Liam Anderson, Craig Whitworth-Turner, James Morton, Barry Drust, Alun Williams, Robert Erskine.

Artículo: “The genetic association with injury risk in male academy soccer players depends on maturity status”
Publicación: Wiley (octubre 2021)
Autores: Elliott Hall, Philipp Baumert, Jon Larruskain, Susana Gil, Josean Lekue, Edgardo Rienzi, Sacha Moreno, Marcio Tannure, Conall Murtagh, Jack Ade, Paul Squires, Patrick Orme, Liam Anderson, Thomas Brownlee, Craig Whitworth-Turner, James Morton, Barry Drust, Alun Williams, Robert M. Erskine.