El planeta enfrenta problemas originados por el ser humano que son de todos. El calentamiento global y el cambio climático son un ejemplo claro. La presencia de plásticos en las aguas, aire y tierra de cada rincón del globo, incluida la Antártida, él único continente que salvando al personal de las bases científicas no está poblado, es otro. O la pérdida de biodiversidad a escalas sólo vistas en las cinco extinciones masivas conocidas en la historia de la vida en la Tierra. Cualquiera que no tenga un balde en la cabeza o que no se apellide Trump no debería tener problema en reconocerlo.

Sin embargo, más allá de este consenso general sobre la existencia de estas problemáticas globales, a la hora de ver qué hacemos para solucionarlos, o, mejor aún, al momento de determinar quiénes deberían hacer una mayor contribución a su mitigación de acuerdo a la responsabilidad en el fenómeno en cuestión, los consensos parecen evaporarse más rápido que la intención de dormir una siesta justo cuando al vecino se le ocurre usar su bordeadora.

No cabe duda de que a todo país debería interesarle disminuir su emisión de gases de efecto invernadero. Pero es menos evidente que aquellos países responsables por la mayor cantidad de emisión de tales gases a lo largo del tiempo, en gran medida países desarrollados, no sólo debieran comprometerse más con estas metas de reducción, sino que además sería esperable que pusieran a disposición de países menos desarrollados -y menos emisores de gases de efecto invernadero- tanto recursos económicos como de otra índole.

En ese sentido, hay trabajos que tratan de medir las emisiones de los gases de efecto invernadero no sólo de acuerdo al país en el que se emiten, sino además de acuerdo a los países donde se consumen los productos que ocasionaron esas emisiones. Por ejemplo, el principal gas de efecto invernadero que emite Uruguay es el metano, que tiene como fuente mayor las emisiones producto de la digestión entérica del ganado. Ahora, la gran parte de la carne que produce el país se exporta. ¿Y entones cómo hacemos las cuentas con tales emisiones? ¿Van sólo para el que crio y vendió la vaca o algo tendría que contarse también para los que la consumen? El razonamiento es similar al que dos por tres se aplica al narcotráfico: sin la demanda de los países del hemisferio norte, ¿la producción de droga en países no desarrollados sería tan importante?

Volviendo al tema de la pérdida de biodiversidad, un reciente trabajo, publicado en la revista Science Reports del grupo Nature, realizó una evaluación y categorización global del riesgo de extinción de especies de aves, anfibios y mamíferos debido a actividades humanas en distintos países y, tras analizar las exportaciones, importaciones y mercados, determinó que hay países que son mayormente importadores de “huella de riesgo de extinción”, otros que son exportadores, y otros que ponen en riesgo la biodiversidad mayoritariamente debido al consumo doméstico de los bienes que producen. Veamos un poco de qué viene la mano.

La pérdida de biodiversidad

El artículo, titulado “Cuantificando y categorizando las huellas de riesgo de extinción nacionales”, está firmado por Amanda Irwin, de la Escuela de Física de la Universidad de Sídney, Australia, y colegas de universidades de Filipinas, Reino Unido y Brasil, y de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Allí señalan que la biodiversidad es “esencial para brindar los servicios ecosistémicos que sustentan a la humanidad” y que, no es novedad, “está amenazada”.

Tampoco es nuevo que digan que “la actividad humana es el principal impulsor de esta pérdida” de especies de todos los reinos que caracteriza al Antropoceno, la era en la que vivimos y que está marcada a fuego por las consecuencias a escala planetaria de lo que hace nuestra especie. Al respecto, señalan que “las proyecciones muestran que es probable que la pérdida de biodiversidad, específicamente los aumentos en la extinción de especies, continúe de no haber una intervención significativa”.

A continuación, proponen que “a menudo” estas amenazas a la biodiversidad “son inducidas por el consumo de productos y servicios en lugares muy distantes de las especies afectadas, creando un desplazamiento geográfico entre causa y efecto”. Aquí en Uruguay no hace falta que nos expliquen demasiado todo esto: el cambio radical que nuestro paisaje experimentó con la explosión del cultivo de soja, que pasó de ocupar 40.000 hectáreas en el año 2000 a 1.200.000 en 2015, no se debe a que uruguayas y uruguayos nos hayamos hecho fanáticos de esa legumbre, sino que hemos extendido este monocultivo en gran medida para satisfacer la demanda de granos para alimentar cerdos y otros animales en países como China. En este marco, cabría esperar que los países que se sustentan exportando productos agropecuarios o materias primas -ambos son lo que se denomina commodities-, de estar afectando su biodiversidad, padezcan un desplazamiento entre la causa de tal afectación y el lugar en el que se producen.

“El impacto del consumo en la pérdida de la biodiversidad se ha explorado utilizando una variedad de indicadores, como el uso de la tierra, las emisiones de gases de efecto invernadero y otros insumos para la producción, para conectar los impactos de las especies con la actividad económica”, reseñan en el trabajo Irwin y sus colegas. En ese sentido, reconocen que el uso de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN “para conectar la actividad económica con la pérdida de biodiversidad fue explorado por primera vez por Lenzen et al.” en 2012, encontrando “que el comercio internacional impulsa el 30% de las amenazas de especies”.

En este trabajo se proponen evaluar la huella de riesgo de extinción de 188 países viendo dónde se origina la demanda que provoca tal huella de amenaza en especies de mamíferos, aves y anfibios listada por la UICN y catalogando a los países en las categorías importadores de huella, exportadores de huella o de huella impulsada por el consumo propio del país.

Dejando huellas

Así como se calcula la huella de carbono de distintas actividades, por ejemplo la cantidad de gases equivalentes en dióxido de carbono por kilo de carne producida (haciendo un resta entre los gases de efecto invernadero emitidos y aquellos secuestrados por la actividad), aquí se habla de una huella de riesgo de extinción. En el trabajo lo explican diciendo que “conectar un impacto ambiental” con las “interacciones económicas” les permite “contabilizar dicho impacto en cada nodo de la cadena de suministro, generando lo que se conoce como huella, que se deriva de la comprensión tanto de la demanda final de un producto o servicio y todas las transacciones intermedias requeridas para entregar ese producto o servicio”.

También dicen que las “huellas de riesgo de extinción importadas, exportadas y nacionales” se “identifican considerando el papel que cada país cumple como responsable del manejo de la biodiversidad dentro de sus fronteras, representado en su huella de riesgo de extinción territorial, y como consumidor de productos cuyas cadenas de suministro se extienden más allá de sus fronteras, representado en su consumo de huella de riesgo de extinción”. Para ello usaron la base de datos de “la cadena de suministro global de insumo-producto multirregional (MRIO) de Eora” de 2013.

De esta manera definen como “huella doméstica” aquella en la que el impacto del consumo de un país se da sobre el riesgo de extinción de especies del propio país, como “huella exportada” aquella en la que el consumo de otros países impacta sobre el riesgo de extinción de especies del país, y “huella importada” cuando el consumo de un país impacta en el riesgo de extinción de especies que están fuera del país.

Una huella de inequidad

Al analizar la huella de riesgo de extinción importada, exportada y doméstica de 188 países, haciendo que la más importante fuera la que definía a cada país, en el trabajo reportan que “76 países, concentrados en Europa, América del Norte y el este de Asia, se clasifican como importadores netos de huellas de riesgo de extinción”. El consumo de los países desarrollados del hemisferio norte, y también Japón y en cierta medida China, “impulsa principalmente la huella de riesgo de extinción de especies ubicadas en otros países”. Tiene sentido.

Por otro lado, encontraron que “16 países, concentrados en África, se clasifican como exportadores netos de huellas de riesgo de extinción”. Es decir, en ellos el consumo en otros países es el “principal impulsor de la huella de riesgo de extinción”. Apena pero tiene sentido también. Como ejemplo, señalan que en Madagascar el consumo interno “genera sólo 34% de su huella de riesgo de extinción territorial”, mientras que el 76% restante se debe al “consumo fuera de sus fronteras”, siendo el principal responsable el consumo de productos en Estados Unidos (14%), Francia (11%) y Alemania (6%).

Por último, de los 188 países estudiados, en 96, es decir en la mayoría (51%), “el consumo interno es el mayor contribuyente a la huella del riesgo de extinción”. El trabajo no lo dice específicamente, pero al revisar las hojas con los datos que se adjuntan en la publicación Uruguay figura como un país con una huella de riesgo de extinción doméstica. Ya volveremos sobre ello.

El trabajo también reporta que al sumar todas las huellas exportadas “el comercio internacional genera 29,5 % de la huella de riesgo de extinción global”. Dicho de otra manera, casi un tercio de las especies de aves, anfibios y mamíferos amenazadas en el planeta tienen a los consumidores que impulsan su desaparición en países alejados de aquellos en donde podrían desaparecer. A buena parte de nosotros nos encanta tomar café, o comer chocolate. A pocos nos gustaría conocer los turbios detalles necesarios para que lleguen a nuestra mesa. Y eso sólo si hablamos de la biodiversidad. Porque queda claro que las injusticias existentes en el mundo difícilmente se solucionen vendiendo granos o materias primas sin procesar.

De todas formas, centrándonos únicamente en aquello que el artículo pretende abordar, sus autores señalan que los perfiles que obtuvieron “brindan información sobre las fuentes subyacentes de consumo que contribuyen al riesgo de extinción de especies, un aporte valioso para la formulación de intervenciones destinadas a transformar las interacciones de la humanidad con la biodiversidad”.

Por especies y por sector

El trabajo también puede aplicarse a escala de cada especie amenazada, es decir, ver dónde se origina la demanda que lleva a que estos animales estén en problemas. Por ejemplo, de la rata gigante malgache (Hypogeomys antimena), nativa de Madagascar, animal listado como en peligro de extinción por la UICN, 77% de esa huella de riesgo de extinción se debe al consumo en otra parte, o, en términos del trabajo, “es exportada”. “Un análisis más detallado revela que 11% de su huella de riesgo de extinción se origina en la demanda europea de productos alimenticios y bebidas”, agregan. Reclamarle a la gente de Madagascar que cuiden a su rata amenazada, que inviertan en ello, mientras que en Europa sólo pegan carteles de “salven a la rata”, queda expuesto como una gran hipocresía al leer el trabajo.

También ponen el ejemplo del gorila (Gorilla gorilla) de África oriental, que está en peligro crítico de extinción, según UICN, es decir, a un paso de desaparecer del planeta salvo que algo cambie. En su caso, 44% de su huella de riesgo de extinción es exportada, y es “el consumo de materias primas con base en China” el que genera 14% de la huella total.

Al analizar qué sectores económicos inciden en el riesgo de extinción de las especies, encuentran que “el sector de alimentos y bebidas es el mayor impulsor del riesgo de extinción impulsado por el consumo a nivel mundial, generando 20% de la huella global del riesgo de extinción, seguido por los sectores de la agricultura (19%) y la construcción (16%)”. Al respecto, señalan que esto no debería sorprender, porque lo que encuentran “es consistente con estudios sectoriales previos que identificaron el consumo de alimentos y las actividades agrícolas como los impulsores más significativos de la pérdida de biodiversidad” a lo largo y ancho de mundo.

En 80 de los 188 países “el consumo de productos y servicios proporcionados por el sector de alimentos y bebidas (o subsector, cuando corresponda) es el principal contribuyente a la huella del riesgo de extinción”. En 36 países “el consumo de productos y servicios relacionados con la construcción” fue el principal contribuyente, mientras que en 35 lo fue “el consumo de productos y servicios relacionados con la agricultura”.

Pensando y actuando

“Nuestros hallazgos brindan información detallada sobre la ubicación y la escala de las fuentes subyacentes de consumo que contribuyen al riesgo de extinción de especies en cada país, un aporte valioso para la formulación de políticas de intervención”, sostienen Irwin y sus colegas. “Donde existe una desconexión entre la ubicación del consumo y la pérdida de biodiversidad resultante es probable que las intervenciones locales sean menos efectivas, y la cooperación internacional puede ser un componente importante de la respuesta de políticas”, dicen y uno cruza los dedos para que alguien lea esa línea.

A continuación sostienen que “es posible que las políticas de intervenciones para los importadores netos de la huella del riesgo de extinción, como Francia, Alemania, Japón, Reino Unido y Estados Unidos, deban enfocarse internacionalmente para mejorar los impactos de su consumo, por ejemplo, brindando suficiente apoyo financiero y de capacidad para la conservación, y producción sostenible en países exportadores de riesgo de extinción”. ¡Alguien tenía que decirlo! Está bien que Jair Bolsonaro haga cosas reprochables, pero señalar a Brasil con el índice por la situación del Amazonas sin ver que hay otros cuatro dedos que apuntan hacia las bienintencionadas sociedades donde viven los conservacionistas del primer mundo es, a esta altura, insostenible.

Por otro lado, marcan que “la importancia de los sectores de alimentos y bebidas y agricultura como los principales contribuyentes a la huella global de riesgo de extinción” recalca la “importancia de abordar la pérdida y el desperdicio de alimentos, estimados en hasta 33% de toda la producción de alimentos”. Al respecto, sostienen que “el éxito en el cumplimiento de la Meta 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, que apunta a una reducción de 50% en el desperdicio de alimentos a nivel del consumidor y minorista, también podría generar una reducción en la huella del riesgo de extinción global de más de 3%”. Tal porcentaje puede parecer poco, pero con más de 40.o00 especies bajo amenaza de extinción, según la UICN, cualquier monedita sirve.

¿Y por casa cómo andamos?

Si bien el trabajo muestra un panorama global, la prudencia indica que la ciencia local y las evaluaciones regionales tienden a ser más certeras. Por ello, y también por curiosidad, uno se fija qué dice el trabajo al respecto de nuestra huella de riesgo de extinción de especies. Obviamente, sin gorilas ni tigres ni osos panda llamativos, Uruguay no aparece mencionado explícitamente en el artículo.

Sin embargo, en el mapa que se adjunta en el trabajo y que aquí reproducimos, vemos que nuestro territorio está pintado con los colores que identifican a los países que tienen una huella de riesgo de extinción de especies doméstica. En otras palabras: es el consumo de quienes vivimos acá el principal impulsor de la amenaza que sufren nuestras aves, anfibios y mamíferos. El color -y el dato- llama la atención. Así que vamos a los materiales suplementarios del artículo, que incluyen las hojas de cálculo que utilizaron y cuantiosas dosis de numeritos.

Entonces podemos ver que la huella de riesgo de extinción de Uruguay fue magnificada como de 0,22% de la huella mundial. Si bien la tabla dice que importamos 16% de la huella que consumimos y que exportamos 20%, se nos cataloga igual como de “huella doméstica”. Raro. Pero más raro aún es que se liste a la “madera y otros productos forestales” como la actividad con mayor impacto en el riesgo de extinción, cuando justamente esa producción es mayoritariamente exportada. ¡Partimos el país al medio para que un tren lleve la celulosa al puerto y ahora resulta que lo que impulsa esa actividad de alto impacto es el consumo doméstico! ¡Irwin, cuesta acompañarte en esa!

Ya perplejos por esos datos, entramos al sitio indicado en uno de los anexos, que brinda más información, donde hay un mapa interactivo de “Rastreo de productos relacionados con la biodiversidad a través de las cadenas de suministro”. Allí pinchamos en Uruguay y vemos que “el consumo en Uruguay amenaza 102 especies a nivel nacional y nueve especies en el exterior”, impactando en especies de Argentina, Brasil, China, Vanuatu y Sierra Leona. Sin embargo, allí se señala también que exportamos 55 productos, destacando como destinos a “Brasil (10), Estados Unidos (9), Canadá (5), China (4) y Argentina (3). Más allá de eso, el breve cuadro que sale al posarnos sobre Uruguay nos categoriza como “un exportador neto”, algo que tiene más sentido de acuerdo a lo que investigadoras e investigadores vienen observando como causas de la pérdida de biodiversidad en nuestro país.

Por ejemplo, en el reporte “Especies prioritarias para la conservación”, publicado por el Sistema Nacional de Áreas Protegidas en 2013, se sostiene que, en el caso de los anfibios, “la alteración y destrucción del hábitat por urbanización y ciertas prácticas agrícolas, como el uso de pesticidas y la deforestación, son los principales factores de disminución de especies”. Algo parecido se señala en el caso de las aves: “la pérdida del hábitat es el factor que afecta a la mayor cantidad de especies en Uruguay, en particular la pérdida de campos y pastizales naturales, bañados o humedales y bosques nativos”. Para los mamíferos se citan trabajos que reportan que “de las 117 especies de mamíferos nativos de Uruguay 60 se encuentran amenazadas”, y que en nuestro país “la pérdida, degradación y fragmentación de hábitats como resultado de la expansión e intensificación de las actividades ganaderas, agrícolas y forestales es la principal amenaza para el conjunto de los mamíferos continentales”.

Si Irwin y sus colegas usaron la base de datos de “la MRIO de Eora” de 2013, algo salió mal al pasar los datos de Uruguay. O algo nos estamos perdiendo. De todas maneras, estos reportes globales, si bien interesantes para sacudir la modorra y hacernos pensar, deben ser complementados con investigación y ciencia locales, con evaluaciones propias que, además de por el valor en sí que generan, nos hagan desconfiar de inmediato de una lista que nos diga que la principal actividad impulsora de nuestra huella de riesgo de extinción de especies es la forestal y maderera, y acto seguido, lo más campantes, poner que tenemos una huella impulsada mayormente por el consumo doméstico.

El cambio climático es innegable. Hay una tendencia mundial al aumento de la temperatura por causas antrópicas. Pero aquí frente a nuestras costas tenemos un punto caliente en el que la temperatura del mar aumentó más que el promedio mundial. También haciendo ciencia local determinamos que, a diferencia de lo que pasa en otras partes, aquí las temperaturas máximas no han aumentado, sino que el calentamiento es impulsado por un ascenso de las mínimas. Las consecuencias ambientales de la carne producida a pasto en un país de pastizales no se pueden comparar con aquellas producidas en países donde se deforesta para criar ganado. Las tendencias globales, sin pienso local, pueden hacernos ver un panorama que, si bien nos incluye en la generalidad, no nos refleja del todo. Para eso también es imprescindible tener investigadoras e investigadores haciendo ciencia.

Artículo: “Quantifying and categorising national extinction-risk footprints”
Publicación: Scientific Reports (abril 2022)
Autores: Amanda Irwin, Arne Geschke, Thomas Brooks, Juha Siikamaki, Louise Mair y Bernardo Strassburg.