En otoño de 1994, cuando no era el ornitólogo y biólogo evolutivo que es hoy sino un adolescente que recién comenzaba sus estudios, Santiago Claramunt decidió visitar la estancia de su abuela en Durazno en busca de aves.

En una de sus recorridas matutinas por el campo se encontró con un pajarito de aspecto poco notable pero que le llamó la atención, prueba de que ya entonces tenía muy buen ojo para estos animales. Se dio cuenta de que no era un espinero u otra ave común, aunque su plumaje con estrías mostraba el camuflaje típico de las aves de pastizal. Lo halló en un campo de pastoreo inundado, en el que se alternaban parches de pasto corto y matas de pasto alto, un dato que revelará su importancia más adelante en esta historia.

Claramunt sospechó que tenía un hallazgo importante entre manos y así lo confirmó luego con Juan Cuello, por entonces director del Museo Zoológico Dámaso Antonio Larrañaga. Se había topado con una especie que contaba con escasísimos registros en Uruguay, al punto que el Museo Nacional de Historia Natural carecía de especímenes.

El pajarito encontrado por Claramunt era un espartillero pampeano (Asthenes hudsoni), considerado “vulnerable” por la Lista Roja de las Aves del Uruguay, un ave tan reservada y sigilosa en sus costumbres que son pocos los afortunados que han visto una en el país. Son escasas en nuestro territorio, cuentan con un buen camuflaje y son hábiles para esconderse entre pastizales, donde se alimentan de insectos.

Su nombre científico homenajea a un viejo conocido del Uruguay: el naturalista William Hudson, autor de La tierra purpúrea, que en el siglo XIX colectó un ejemplar en Buenos Aires y lo envió junto a otras 264 aves al Instituto Smithsoniano de Washington. Los ejemplares llegaron luego a Inglaterra sin que nadie advirtiera al comienzo que el espartillero pampeano era una especie desconocida para la ciencia, error subsanado recién en 1874.

El espartillero pampeano era ciertamente un misterio en Uruguay, a tal punto que la información de la que disponíamos hasta ahora sobre él estaba sujeta con pinzas: creíamos que era residente en el país pese a ser poco numeroso, que tenía una amplia distribución en las pampas y que no era una especie migratoria. Gracias a la persistente obsesión de Claramunt con este pajarito, estamos descorriendo el velo de sus secretos y comprobando que algunas cosas a veces no son lo que parecen.

Aquel que al emigrar...

Tras la experiencia de 1994, el espartillero pampeano quedó rondando en la cabeza de Claramunt y preparando el nido para un futuro trabajo. Esa sensación no lo abandonaría durante toda su carrera, que lo llevó del Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo a la Universidad de Toronto y el Museo Real de Ontario, donde hoy es curador asociado de la colección de aves.

Desde el comienzo le pareció un hallazgo importante para reportar, pero no quiso limitarse a un solo encuentro casual. Volvió a visitar la estancia de su abuela en Durazno muchas veces esperando que algún otro espartillero pampeano acudiera a la cita, pero el ave hizo honor a su fama elusiva. Tuvo que esperar ocho años para que llegara un nuevo golpe de suerte, casi una señal para confirmarle que efectivamente era hora de hacer algo con esta especie tan enigmática para el país.

En 2002, Claramunt acompañó a la expedición de colecta de aves que el Instituto Smithsoniano realizó en nuestro país en ese año y el siguiente. A comienzos de setiembre de 2002, la expedición se topó con otro ejemplar de espartillero pampeano, recolectado en la estancia Santa Emilia de Soriano. Nuevamente se lo encontraron en una zona de pastos cortos y altos, esta vez cerca de un cuerpo de agua.

Estimulado por haber sido parte activa en dos reportes tan infrecuentes, Claramunt decidió dar un nuevo empujón a la idea que venía incubándose ya durante años. Notó que todos los registros que existían en el país correspondían a meses de la temporada fría y se preguntó si realmente se trataba de una especie residente en el país, como se creía hasta ahora.

Decidió entonces invitar a otro experto local, el ornitólogo y especialista en aves de pastizal Joaquín Aldabe, con el que empezó a pelotear ideas para un artículo. “Comenzamos a indagar más para ver cómo podíamos probar que es una especie migratoria. Se nos ocurrió que había algo para descubrir y mostrar”, cuenta a la distancia, desde el tibio verano de Toronto.

La paciencia de Claramunt dio sus frutos. Demoró 28 años en dar forma final a aquella idea que nació cuando hacía sus primeras salidas de campo –tanto tiempo que emigró él mismo antes de probar esta característica en el espartillero–, pero hizo más de un hallazgo significativo sobre una especie a la que conviene prestar atención.

Espartillero pampeano en provincia de Buenos Aires.
Foto: Carlos Sánchez (iNaturalist)

Espartillero pampeano en provincia de Buenos Aires. Foto: Carlos Sánchez (iNaturalist)

Confesiones de invierno

Aldabe y Claramunt iniciaron entonces una tarea detectivesca que los obligó a seguir pistas a lo largo de muchos años, indagar en apariciones sospechosas y hasta examinar algunas fotografías de “cadáveres” (especímenes) en busca de indicios.

Revisaron y verificaron todos los registros de distribución del espartillero pampeano, tanto históricos como contemporáneos. Para ello recopilaron los registros de especímenes en museos, consultaron toda la literatura disponible, apelaron a su propio trabajo y experiencias de campo, chequearon la plataforma eBird en busca de registros que fueran verificables y realizaron una minuciosa pesquisa para rastrear algunos especímenes de interés o comprobar registros dudosos. En este proceso fueron sumando integrantes al equipo. Por ejemplo, colegas argentinos que dieron una mano con los reportes de ese país y el biólogo local Ismael Etchevers, experto en modelos de distribución geográfica.

Sus primeras averiguaciones permitieron un descubrimiento inicial importante. Al corregir varios registros erróneamente identificados (tanto institucionales como de bases de datos en línea) por fuera del ecosistema típico de pampas que parece preferir la especie, pudieron descartar algunas regiones que suelen aparecer en los mapas de distribución actuales. La eliminación de algunos reportes considerados válidos durante el siglo XX permitió, como veremos luego, reconstruir parte de la historia del espartillero pampeano en nuestra región.

Con todos estos datos debidamente revisados, generaron modelos para la potencial distribución geográfica del espartillero pampeano en el pasado, en el presente y también según estaciones, que delimitaron en dos grandes rasgos: una en primavera-verano (de cría) y otra en otoño-invierno.

“Estos modelos usan información de registros para conectarlos con características ambientales asociadas a sus coordenadas geográficas. Es decir, nos permiten relacionar la presencia de la especie con ciertas características climáticas o topográficas. El primer ejercicio fue ese, con el que pudimos extrapolar dónde se distribuiría la especie sin considerar los impactos humanos”, explica Claramunt. Antes de ver cuánto cambió la situación para el espartillero pampeano a lo largo del tiempo, es interesante revisar cómo el modelo por estaciones aportó un dato importante que modifica –y mucho– lo que creíamos de la especie para Uruguay.

Un argentino, un amigo

Tras los análisis y filtros que realizaron en todos sus datos, obtuvieron registros para 131 localidades en Sudamérica: 71 para la época de cría y 60 para la de invierno. “Cuando hicimos los modelos de distribución según período del año, corroboramos que la especie se mueve hacia el norte en los meses fríos. No abandona totalmente la pampa, pero muchos individuos migran hacia el norte en el invierno”, señala Claramunt.

El espartillero es entonces un ave migratoria, al menos parcialmente (algo consistente además con la morfología de sus alas), un dato que hasta ahora no teníamos y que conlleva implicancias para su estatus en Uruguay. Tal cual sospechaba Claramunt al inicio de su trabajo, en nuestro país los registros son todos invernales; ergo, no es una especie residente, como creíamos hasta ahora, sino visitante. Y la diferencia entre residente y visitante es significativa, como sabrá cualquiera que estudie conservación (o sea DJ).

“Por un lado, que no sea residente nos libra de cierta responsabilidad por no tener una población reproductiva en el país, pero de todos modos tenemos la responsabilidad de proteger su hábitat, aunque sólo lo use en invierno, porque puede ser muy importante para su futuro”, recuerda el ornitólogo.

Los espartilleros pampeanos son entonces visitantes de invierno en Uruguay y, como todos los turistas que se aventuran a venir al país en esta época, son escasos y pasan inadvertidos para la mayoría de la gente, que suele guardarse cuando el frío arrecia.

Espartillero pampeano en provincia de Buenos Aires.
Foto: Romi Galeota Lencina (iNaturalist)

Espartillero pampeano en provincia de Buenos Aires. Foto: Romi Galeota Lencina (iNaturalist)

Viaje al pasado

¿Cuáles son los ambientes ideales para el espartillero pampeano, según los modelos de los investigadores? Para su reproducción, básicamente, es dependiente de la zona de las pampas húmedas, en Argentina, e incluso se sugiere que está restringido a un área más precisa: las pampas inundables, una región de pastizales naturales en los que la especie tiene una combinación de pastos altos y cortos a su disposición, aparentemente su ambiente preferido.

Aunque los registros por fuera de las pampas en la época de reproducción son raros, hay algunos en Río Grande del Sur, en Brasil, que sugieren la existencia de otra población residente, probablemente pequeña y vulnerable a las perturbaciones de ambientes. Y además aislada, si tenemos en cuenta que no existe en Uruguay una población residente.

Antes de la realización de este trabajo, se creía que la especie estaba presente también en la Patagonia. Registros del siglo XIX indican que era común allí y se presumía, con base en varios reportes del siglo XX, que al menos una población pequeña permanecía en el lugar. Sin embargo, la labor detectivesca de Claramunt, Aldabe y compañía demostró –como ya adelantamos– que los registros más recientes eran erróneos, producto de una mala identificación.

“Los registros históricos en Patagonia sugieren que una población local fue extirpada allí. Probablemente ocupaba humedales en la planicie baja e inundable del río Chubut. Desde entonces, el valle del Chubut ha sido transformado para agricultura y no ha habido registros de Athenes hudsoni en el área por más de un siglo, sugiriendo que la población ha sido eliminada”, indica el trabajo.

Para comprender qué ha ocurrido en el último siglo con el espartillero pampeano, es hora de tomar la goma y comenzar a borrar algunas áreas en las que pensábamos que residía. El trabajo de Claramunt y colegas revela entonces que ya no se encuentra en la Patagonia (aunque sugieren sondeos exhaustivos para descartar complemente esta posibilidad) y que en Uruguay no hay poblaciones que aniden. “De los análisis surge que la especie tiene una distribución mucho más restringida que la que sugieren los mapas que uno ve hoy en libros y bases de datos”, dice Claramunt. Si a eso se le aplica una nueva resta geográfica, como se verá a continuación, el círculo definitivamente se estrecha para este pajarito.

El juego de la silla

Al área de distribución primaria modelada por los investigadores, basada en clima y topografía, hay que hacerle ahora un recorte no deseado pero inevitable. “Vimos qué áreas han sido modificadas por el hombre y que la especie ya no puede habitar, las restamos del modelo original y con eso obtuvimos el área potencial de la distribución actual de Asthenes hudsoni”, apunta Claramunt. Obviamente, como bien aclara el biólogo, esto es una extrapolación, ya que hay muchas variables “finas” que los modelos no toman en cuenta y que pueden afectar la presencia de la especie. Volveremos a eso más adelante, pero podemos anticipar que los resultados de esta simple operación no son buenos para el espartillero o cualquiera que se preocupe por él.

“Fijándonos en las áreas modificadas, los modelos nos ayudaron a ver que la especie está restricta a un rincón de la región pampeana. De una especie que se consideraba de amplia distribución en la región y en poco peligro de extinción, llegamos a la conclusión de que es una especie con una distribución mucho más restringida de lo que creíamos”, afirma Claramunt.

De un área histórica estimada en 137.908 km², el espartillero pampeano pasó a tener un área propicia actual de 48.835 km², lo que implica una reducción de 65% de su hábitat debido a los cambios en el uso de suelo para agricultura o urbanización.

Siendo un especialista de pastizal, la historia del espartillero no es muy original, lamentablemente. Tal cual aclaran los investigadores en su trabajo, la especie era considerada común y de amplia distribución en el siglo XIX y comienzos del XX. En el transcurso de los últimos 100 años “las áreas urbanas, la agricultura y las plantaciones de pinos se expandieron en las tierras bajas de Argentina, Brasil y Uruguay a expensas de humedales y pastizales”. Los autores recuerdan que sólo entre 2000 y 2014 cerca de 23% de los pastizales naturales del bioma Pampa (sur de Brasil, parte de Argentina y Uruguay) fueron convertidos para usarse en agricultura. Hoy, este espartillero es escaso incluso en áreas que deberían serle altamente favorables.

Actualmente la especie es considera como “casi amenazada” (NT) por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN). A pesar de la drástica reducción del hábitat que postula este nuevo trabajo, su estatus no cambiaría de acuerdo a los criterios de la organización, ya que su nueva área de distribución sería de extensión superior a los umbrales que se manejan para especies vulnerables. Pero es aquí donde las variables “finas” que mencionamos entran en juego.

“Sospechamos que el área real de ocupación de Asthenes hudsoni es más pequeña que lo que indican nuestros modelos, que no distinguen entre los pastizales altos y cortos y predicen su distribución en un montón de campos pampeanos que seguro no tienen el estrato de pasto alto que la especie precisa. De ahí que creemos que hay una sobreestimación”, dice Claramunt.

Santaigo Claramunt en Bolivia.
Foto: Samantha Stephens

Santaigo Claramunt en Bolivia. Foto: Samantha Stephens

“En particular, la mayoría de las zonas propicias identificadas en las pampas inundables de Buenos Aires están ocupadas por campos de ganado con praderas de pasto corto, mientras el ambiente más favorable para A. hudsoni se restringiría a los bordes de humedales o cuerpos de agua que preservan matas de hierba más alta”, señala el trabajo.

De ser así, el espartillero pampeano estaría muy cerca del umbral de área de ocupación para especies vulnerables. Hay que recordar que en Argentina, donde la especie reside mayoritariamente, ya es considerada vulnerable. “Se necesitan urgentemente nuevos estudios de distribución, requerimientos de hábitat y tendencias poblacionales para proponer estrategias efectivas para su conservación”, concluye el artículo.

Para Claramunt, ahí reside el principal mensaje: hay que prestar más atención a esta especie porque puede encontrarse en un peligro mayor del que se cree. Su condena, en este caso, es haber desarrollado una especialización evolutiva muy particular.

My way or the highway

El espartillero pampeano es un peculiar especialista de pastizales. En el orden de los paseriformes, cuenta Claramunt, las especies están generalmente adaptadas a ser arborícolas, pero pocas subsisten en pastizales puros, sin árboles. El espartillero pampeano, que incluso construye su nido entre los pastos, es una de ellas.

De las observaciones de los investigadores, como hemos visto a lo largo de esta historia, se deduce que la especie necesita una combinación de pastos altos y cortos. Si se eliminan los pastos altos, se elimina también su hábitat más propicio. Justamente es más abundante en las pampas húmedas, cuyas características (suelos inundados o salinos) no favorecen la agricultura, una suerte de “garantía” de preservación de su ambiente. “El tema es que la tecnología agropecuaria moderna, así como nuevas especies forrajeras resistentes a la salinidad y otras prácticas, como la quema de pajonales, intensificaron el uso de la pampa inundable; ese es el próximo gran peligro de la especie”, advierte Claramunt.

Aunque, siguiendo nuestra tendencia de ofrecer facilidades a los argentinos para que vengan a vivir a Uruguay, nos gustaría mucho que el espartillero venga a residir en nuestro país y no sólo lo visite, nuestra topografía no les brinda lo que necesitan. Parece ser más abundante en las transiciones entre bañados y pastizales, que en Uruguay son mucho más abruptas que en Buenos Aires. Tampoco hay en el país pastizales completamente planos como los que usa en Argentina. “En muchas partes de Uruguay no existen esos ambientes intermedios que precisa la especie”, afirma Claramunt.

¿Por qué el espartillero es así de exigente, al punto de necesitar un ambiente con características tan específicas como tener vista a un cuerpo de agua? Bueno, quizá no sea el equivalente a un hipster entre paseriformes. Puede que simplemente haya sido empujado a ello.

“Nos ha llamado la atención que ornitólogos del siglo XIX la describen como una especie común en las pampas, sin referencia a su asociación con bañados o lugares húmedos. Quizá era mucho más abundante y la asociación con los bañados se dio porque ahí es donde se conservan los pastizales más altos, no particularmente por el lugar en sí. Puede que el pastoreo la afecte negativamente y que originalmente pudiera vivir en pastizales pampeanos lejos del agua, pero que con el tiempo haya tenido que restringirse a las zonas más húmedas donde se mantienen pastizales más altos, aunque esto es una especulación”, cuenta el ornitólogo.

La conservación del espartillero pampeano no es irreconciliable con la producción o ni siquiera con nuestras costumbres culinarias. Obviamente el pasaje de pradera natural a otro sistema es un problema para esta ave, pero existen alternativas. “Tenemos la fortuna de que hay un sistema productivo con el que podemos criar vacas y comer asados pero preservar el hábitat de la especie. Es cuestión de usar prácticas que sean compatibles. Con una ganadería más tradicional, que cuide la conservación de los pastizales altos, el espartillero podría incluso beneficiarse”, dice Claramunt.

En Uruguay no nos podemos lavar las manos. Por el bien de este visitante en peligro (aunque no sólo por él), también tenemos que cuidar este tipo de pastizales y trabajar en modos de producir carne que los conserven.

Resumiendo, el trabajo de Claramunt y sus colegas reconstruye lo que sabíamos del espartillero pampeano y aporta tres pistas fundamentales: primero, la especie es rara por fuera de las pampas húmedas de Buenos Aires, tanto históricamente como hoy en día; segundo, es una visitante invernal al norte de las pampas argentina (exceptuando una población aislada en Brasil), lo que sugiere que es al menos parcialmente migratoria; tercero, sufrió una reducción muy importante de su hábitat debido al impacto humano.

Si esta fuera una verdadera historia de detectives sería bastante particular. Los investigadores no están buscando al autor de un crimen ya consumado ni recogen pistas para encontrar al culpable. Muy por el contrario, saben dónde está el arma y cuál es la escena del delito, pero la posible víctima todavía vive. Su trabajo es direccionar el foco sobre ella, de tal modo que nos sea imposible dejar de prestarle atención.

Artículo: “Distribution, migratory behavior, and conservation of Hudson’s Canastero Asthenes hudsoni (Furnariidae): a grassland specialist from the humid Pampas”
Publicación: Avian Conservation and Ecology (2022)
Autores: Santiago Claramunt, Joaquín Aldabe, Ismael Etchevers, Adrián Di Giacomo, Cecilia Kopuchian y Christopher Milensky.