Hace unos 20.000 años un intrépido grupo de humanos se animó a dar un salto que cambiaría el mundo. Tras haber dejado África varias decenas de miles de años atrás, estos Homo sapiens habían llegado a Europa, Asia y Oceanía. En el camino se encontraron con otros humanos de otras especies, como neandertales y denisovanos, entre otros, que ya habían mostrado que estas dos esmirriadas patitas sobre las que nos erguimos eran bastante buenas para vivir la vida del trotamundos. Sin embargo, había toda una región del planeta a la que ninguna especie de humano se había aventurado. Así las cosas, América fue el último continente en ser poblado por aquel primate de poco pelo.

El nivel del mar de Bering había bajado bastante debido a las glaciaciones. Cruzar desde Siberia a Alaska por el puente de Beringia que se había formado parecía pan comido hace unos 20.000 años, así que nuestros antepasados se pusieron en marcha. No vinieron solos: trajeron también a sus perros. A diferencia de lo que sucede en la actualidad con los migrantes, en aquel entonces Norteamérica los recibió con los brazos abiertos.

Pero el Pleistoceno, tal era la época en que esto sucedió, no era changa en el hemisferio norte. Las glaciaciones que se dieron varias veces en ese período implicaban la formación de grandes masas de hielo, que llegaban a cubrir casi toda la extensión de lo que hoy es Canadá. Como si el hielo fuera la mano que aprieta un tubo de pasta de dientes, viajar al sur se hacía apetecible. Y al sur viajaron.

Tras cruzar América Central, los humanos pusieron sus pies por primera vez en América del Sur hace unos 16.000 años. Por las dudas, vale aclarar que todas estas fechas están agarradas con palillos, científicos, pero palillos al fin, y pueden variar a la luz de nueva evidencia, más aún si partimos de la base de que el estudio serio del poblamiento de Sudamérica va varios cuerpos detrás del estudio del poblamiento de otros continentes.

La idea más firme hasta este momento sostenía que, tras pasar por donde hoy es Panamá, los exploradores y pobladores de Sudamérica habrían bordeado el Pacífico en su camino al sur. Recién tiempo después, hace unos 9.000 años, habrían vadeado los Andes y llegado a la Amazonia oeste. Si bien los registros arqueológicos permitían pensarlo de esa manera, la escasez de sitios antiguos, así como distintas interpretaciones de sus contextos y fechados, hacía que hubiera quienes planteaban otras posibles rutas de poblamiento. Entre ellos estaba la arqueóloga argentina Laura Miotti.

En 2006 Miotti presentó un trabajo con un título más que sugerente: “La fachada atlántica como puerta de ingreso alternativa de la colonización humana de América del Sur durante la transición Pleistoceno/Holoceno”. El Holoceno es la época que sucedió al Pleistoceno y comenzó hace 11.700 años, y allí, en ese cambio de épocas, es que se dio el poblamiento de Sudamérica. Si bien Miotti no negaba un poblamiento por la costa pacífica, planteaba que en paralelo debe de haberse dado otro por la faja Atlántica, y calificaba ambas costas como “portales independientes de ingreso”. El tema estaba planteado y, como ella misma decía, los arqueólogos, tras décadas de dominio del “fuerte peso teórico y empírico” ejercido por “el poblamiento circumpacífico”, deberían “prestar atención a esta nueva alternativa”. En ciencia, prestar atención implica recabar evidencia, tanto para apuntalar una idea como para hacerla caer.

Quién hubiera dicho que esa evidencia la aportarían una mujer de 1.450 años y un jovenzuelo de apenas 668. O, mejor dicho, el ADN de ambos que un grupo de científicos de Estados Unidos y Uruguay logró secuenciar. El nombre del artículo que comunica esto no nos da una cabal idea de la bomba que contiene: “La prehistoria genómica de los pueblos indígenas de Uruguay”.

Sin embargo, el trabajo firmado por John Lindo y Rosseirys de la Rosa, del Departamento de Antropología de la Universidad Emory, Andre Santos y Michael DeGiorgio, del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Ciencia Computacional de la Universidad Atlántica de Florida, y por nuestros Mónica Sans y Gonzalo Figueiro, del Departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, lo dice con claridad ya en su resumen: los resultados obtenidos tras comparar los genomas de estos dos individuos enterrados en un cerrito de indios de Rocha con ADN de otros individuos antiguos y de indígenas modernos les hacen decir que pueden “ser indicativos de una ruta de migración hacia América del Sur que pudo haber ocurrido a lo largo de la costa atlántica”. Booom.

¿Hace unos 16.000 años un grupo de humanos habría jugado al piedra, papel y tijera para ver cuál enfilaba al sur por el Pacífico y cuál por el Atlántico? ¿Fueron grupos distintos que se dejaron seducir por océanos distintos? ¿Qué nos dice esto de la llegada de los primeros pobladores de este territorio? Las preguntas se disparan, así que, antes de que llenen todas las páginas del diario, salimos a conversar con el bioantropólogo Gonzalo Figueiro, el último autor del artículo.

Contactándose

¿Cómo es que termina dándose este trabajo en conjunto entre investigadores de Uruguay y Estados Unidos? Como sucede muchas veces, por el valor que tiene que nuestros investigadores e investigadoras salgan a formarse por el mundo. “A John Lindo lo conocí en 2014, cuando fui a hacer una estadía para perfeccionarme en algunas técnicas de secuenciación masiva en la universidad de Illinois. Él estaba haciendo ahí su doctorado”, recuerda Figueiro.

“Un par de años después me contacta porque estaba armando un laboratorio nuevo y estaba muy interesado en hacer algún proyecto que involucrara genomas de restos antiguos sudamericanos”, dice, apelando a su buena memoria. “El gran desafío era que obtener ADN antiguo de restos sudamericanos es bastante difícil, pero él estaba dispuesto a enfrentar el desafío”, adelanta. Y vaya que eso traería problemas.

De todas formas, Figueiro tomó las muestras y se las envió para que las procesaran. “Le mandé muestras de cuatro individuos. Estos dos que finalmente terminan protagonizando el artículo, que provienen de los cerritos de San Miguel, me interesaban porque estaban relacionados con otros individuos de los que ya habíamos analizado el ADN mitocondrial”, cuenta. El ADN mitocondrial no está en el núcleo de nuestras células sino en las mitocondrias y, a diferencia del ADN nuclear, del que heredamos parte de nuestra madre y parte de nuestro padre, se hereda sólo por vía materna.

Las muestras de los individuos de Rocha no viajaron solas hacia Estados Unidos: “Envié también dos muestras de individuos del litoral oeste, de un sitio sobre la desembocadura del río Negro”, cuenta Figueiro. Pero en ese caso el ADN no se pudo recuperar. Y es que, como había adelantado, trabajar con ADN antiguo tiene sus desafíos. Y en este caso, además, se proponían secuenciar el genoma completo, es decir, los más de seis millones de letritas que tiene el ADN humano. O, al menos, todo lo que pudieran de esos seis millones.

¿Completos?

Si bien buscaban secuenciar todo lo que pudieran, cada resto antiguo esconde sus secretos de distinta manera. Al leer el trabajo queda claro que obtuvieron fragmentos de los genomas completos: 34,4% para el caso de la mujer de 1.450 años y sólo 13,7% para el hombre de 668 años de antigüedad.

“Estamos en un clima subtropical. Y, si te fijás, la mayor parte de los genomas completos son de climas más fríos”, explica Figueiro. “Los primeros genomas completos antiguos que salieron fueron de neandertales, de latitudes muy boreales, donde tenés una temperatura promedio de 10 °C”. El calor y la conservación del ADN no van de la mano. “Esa relación es un verdadero horror”, dice, y agrega otro problema de nuestro país: la humedad. “Cuanto más seco y cuanto más frío, mejor para poder extraer ADN. Uruguay seco no es y frío tampoco: tenemos una temperatura promedio de 15 °C y eso es bastante para el ADN”, lamenta.

Llamativamente, en este trabajo lograron recuperar más ADN de la muestra más antigua que del enterramiento más moderno. “Ambos individuos están en el mismo cerrito con una diferencia de unos 800 años, y sin embargo es mucho mejor la conservación que se consiguió del individuo más antiguo. ¿Qué está influyendo en eso? Claramente no sólo la antigüedad”, dice Figueiro con cierta perplejidad. “Quizás, por estar en una posición estratigráficamente superior, los restos del individuo más moderno pueden haber estado más expuestos a los elementos, les llegaban más la humedad, los cambios de temperatura, mientras que los más antiguos, al estar más abajo, tal vez estaban más protegidos”, ensaya a modo de explicación.

Pero no haber podido acceder a los genomas completos no sólo significa contar con menos información, sino que también trae otras consecuencias. “Pensé que íbamos a obtener genomas completos, pero claramente no lo son. Eso trae toda una serie de otros desafíos técnicos. Uno de ellos es que, si tenés pedazos de genomas completos, tenés que compararlos con genomas completos, ya sean antiguos o modernos”, explica Figueiro.

El asunto es que hay pocos genomas completos secuenciados, tanto de indígenas antiguos como de actuales o sus descendientes, lo que reduce la cantidad de comparaciones que pueden hacerse. De hecho, anunciar que secuenciaron genomas completos es valioso porque, justamente, no hay muchos. Pero aún hay más.

“Ahí viene otro tema relacionado, por decirlo de alguna manera, con los manejos del capitalismo de la ciencia. Muchos datos de cobertura genómica completa no están hechos a partir de la secuenciación del genoma completo. Muchos de los mayores trabajos que se han hecho con ADN antiguo en América, específicamente por el equipo de Harvard, están hechos sobre chip, es decir que en vez de secuenciar todo el genoma, lo que tienen es una especie de panel con millones de sitios variables”, afirma. Eso se conoce como microarray: dentro del genoma completo, se fijan únicamente en un cierto número de puntos de interés a lo largo de todo el genoma. Hacer este tipo de análisis ahorra tiempo y dinero, pero tiene la contraindicación de que luego uno se queda con algunos sectores, que, por más que sean muchos, no son todo el genoma.

Seleccionar puntos de interés del genoma, según Figueiro, implica que “si hay variabilidad en otro lado del genoma, se pierda”, algo importante si uno quiere ver las relaciones entre grupos de humanos antiguos. Pero hay otro problema: al obtener partes de los genomas de los cerritos de indios, hay que tener la suerte de que tus fragmentos coincidan con esos puntos de interés que están en las bases. Y, como eso es medio mamarracho, en el trabajo optaron por comparar estos fragmentos de genomas completos obtenidos con otros genomas completos. Si bien hay mucha más información con secuencias de microarrays, decidieron no utilizarla para evitar errores en los análisis de este trabajo.

Pero quedémonos con el vaso medio lleno: pese al calor y la humedad, obtuvieron fragmentos del genoma completo de los dos individuos de los cerritos de indios. Y entonces salió el trabajo. “Nunca en la vida pensé que John había decidido hacer un artículo sobre los genomas uruguayos”, confiesa Figueiro. En su cabeza imaginó, lógicamente, que Lindo haría un trabajo con genomas antiguos de Sudamérica en los que estarían incluidos los de Uruguay. “Estos megaproyectos colectan de decenas a centenares de muestras, las procesan y después hacen análisis grandes. Pero no, publicaron el trabajo con estos dos genomas de Uruguay”.

Eso, en parte, también tiene que ver con lo que revelaron los dos genomas de Uruguay. “Estos resultados sugieren una migración por la fachada atlántica durante el poblamiento de Sudamérica, algo que a nivel de arqueología se había discutido bastante y que algunos datos genéticos en poblaciones modernas habían sugerido. Ahora empiezan a acumularse algunos datos antiguos al respecto”, dice, feliz, Figueiro. Así que vayamos a eso.

Claves de esta investigación

  • Esta es la primera vez que se intenta secuenciar genomas completos de ADN antiguo de pobladores de nuestro territorio.
  • Se tomaron muestras de dos individuos del cerrito de indios CH2D01-A, que se encuentra en los bañados de San Miguel, en Rocha. La más antigua es una mujer, denominada CH19B, que tiene una antigüedad de 1450 ± 70 AP (años antes del presente). El individuo masculino, CH13, data de 668 ± 22 AP.
  • En zonas cálidas y húmedas la preservación del ADN antiguo no es muy buena. Sólo se pudo recuperar 13,7% del genoma del hombre y 34,4% del genoma de la mujer.
  • Este ADN fue comparado con los escasos genomas completos de individuos antiguos de Brasil y de otras partes de América, así como con ADN de pobladores actuales.
  • No se encontró una relación fuerte con los habitantes modernos del Amazonas, pero sí con los de Panamá.
  • También se encontró un vínculo fuerte con ADN antiguo de un individuo de unos 10.000 años de Lagoa Santa, en Brasil, que puede ser indicativa de “una relación entre las muestras que puede deberse a una ruta migratoria común o ascendencia compartida, que podría ser distinta de las migraciones/ancestrías que condujeron a las poblaciones amazónicas modernas, los Surui y los Karitiana”.
  • Al comparar el ADN antiguo de nuestros dos rochenses con el de pobladores modernos de Sudamérica, obtienen que la ancestría de los individuos de los cerritos “deriva de dos fuentes: una profunda ancestral y otra que lleva a los Karitiana y Surui de Brasil”.
  • Por todo esto, concluyen que “la población ancestral de los individuos antiguos de Uruguay pudo derivar de una migración que se originó más cerca de la costa atlántica”.

Poblando por la costa

Como vimos en la introducción de esta nota, el principal aporte del trabajo es que nos permite pensar en cómo se pobló el continente. En él hay evidencia que indica que no habría habido una única oleada migratoria por la costa del Pacífico que, luego, habría cruzado los Andes para llegar a la Amazonia. El poblamiento de Sudamérica no habría sido un proceso gradual llevado adelante por un único grupo de humanos. “Así es, aparentemente no fue como el llenado de un balde”, ríe Figueiro. “El canon por ahora venía siendo, un poco a falta de más datos, que habían bajado por la costa pacífica y que luego habrían ido hacia el este”.

Pero el trabajo se separa de ese canon. “Esto estaría indicando que por lo menos habría habido una subdivisión de gente en Centroamérica. Tras cruzar el istmo de Panamá, no siguieron todos para el lado del Pacífico y en aquel momento se habría decidido bordear las dos costas”, afirma Figueiro, quien al ver los primeros resultados enseguida recordó el trabajo de Laura Miotti, que, con justicia, aparece citado en el artículo. “Esto del poblamiento por la fachada atlántica lo leí por primera vez hace como diez años. Varios arqueólogos decían que era casi inconcebible pensar que no hubiese habido un poblamiento por la vía costera también por el Atlántico”, recuerda.

El asunto es que ese poblamiento por la faja atlántica tiene un problemita: tendemos a pensar que el mundo siempre fue como lo vemos, pero no podríamos estar más equivocados. “El problema del Atlántico en particular es que de ese lado Sudamérica tiene una plataforma continental enorme. Y gran parte del registro arqueológico de lo que habría sido costa durante el Pleistoceno final está tapado por agua. Entonces, tenemos menos registro arqueológico costero del este del continente de lo que hay del lado del Pacífico”, cuenta Figueiro.

Estos genes de los cerritos de indios de Rocha son, entonces, como ánforas de la Atlántida: vestigios que nos hablan de una tierra sumergida. Figueiro ríe y levanta el guante: “Los genes de los cerritos de indios nos dan datos de esos miles de kilómetros cuadrados de continente sumergido”.

Maíces y personas

Le señalo a Figueiro la similitud de las conclusiones a las que llegan con el trabajo sobre la dispersión y la domesticación del maíz en Sudamérica. En una nota al respecto poníamos: “Uruguay habría sido una zona de alta diversidad de maíces. Los movimientos migratorios muestran un flujo de distintas variedades de maíz desde nuestra región hacia Brasil y viceversa, a través de la ruta atlántica”. Al comparar el mapa que publican Lindo, Figueiro y sus colegas (que aquí reproducimos) con el mapa de la ruta de variedades del maíz –en Uruguay hay rastros de maíz en cerritos de indios con unos 4.000 años de antigüedad–, la ruta atlántica gana peso.

“De las manos de los pueblos que estaban interconectados, estas variedades propias de la región viajaron de y hacia el norte siguiendo la ruta atlántica. Los tipos de maíz que iban y venían eran el harinoso, el pisingallo y el duro, llevados y traídos por los movimientos de los habitantes”, decía aquella nota del maíz. Y los paralelismos no quedan ahí. En la nota con Rafael Vidal y Flaviane Costa ambos afirmaban que Uruguay parecía ser un hub de distribución de maíz. En la nota anterior con Figueiro, sobre una investigación que mostraba a través de los mitogenomas cómo los pobladores de esta región estaban en permanente contacto con otros grupos de la región, mencionábamos que Uruguay era “una especie de hub genético de las américas”.

Cuando le comento esta ida y venida de maíces a través de la costa atlántica, independiente de los maíces amazónicos, y el paralelismo con su trabajo, se entusiasma. “Ahí volvemos otra vez a lo mismo. La gente se mueve. Y si se mueven bienes, si se mueven conocimientos, si se mueven maíces, como dice ese trabajo, ¿cómo no se van a mover genes? La gente que intercambia bienes y conocimientos tarde o temprano termina teniendo familia con la gente con la que hace esos intercambios. Eso es un hecho y es fantástico”, comenta.

¿Se pobló Uruguay entonces por el Atlántico?

Sé que lo que le voy a preguntar a Figueiro no está en el artículo ni era uno de sus objetivos. Pero leer sobre ciencia no es sólo el placer de estar ante conocimiento nuevo, sino también de pensar qué otras cosas dispara ese conocimiento. Si tenemos una señal de que hubo un poblamiento de esta parte de Sudamérica, de “las tierras bajas del sur”, como decía el trabajo del maíz, a través de la faja atlántica, ¿eso podría indicarnos que el poblamiento de lo que hoy es Uruguay comenzó por Rocha, el departamento más al norte de nuestra fachada atlántica? “¡Uo!”, exclama Figueiro.

Si los humanos se dispersaron pegados a la costa, no se me ocurre un departamento mejor que Rocha para los primeros establecimientos humanos en este territorio. “A mí tampoco”, me sigue la corriente. De todas formas... nuestro territorio no está demasiado alejado de la costa atlántica como para encontrar señales inequívocas. La costa atlántica brasileña incluye una serie de lagunas que se prolongan en nuestro país en la laguna Merín. Cerro Largo y Treinta y Tres también dan a ella. La mata atlántica trata de adentrarse en Rivera. Tal vez no debamos ser tan literales pensando en una entrada por Rocha seguida de un avance por Maldonado y desde allí al resto del territorio.

“No olvidemos que tenemos el tamaño de la provincia de Buenos Aires. El problema para pensar un poblamiento por departamentos aquí es que la resolución en el tiempo de ese poblamiento sería arqueológicamente invisible, sería muy difícil de obtener mediante una sucesión de dataciones radiocarbónicas, por ejemplo”, complejiza Figueiro.

“No hay que olvidar que una datación radiocarbónica tiene un margen de error estándar de más menos 20 o 30 años. Pero para tener el margen de error completo tenés que multiplicar eso por dos. Entonces, cualquier datación radiocarbónica que tengas implica como mínimo una banda de unos 100 años y no me imagino que le tome un siglo entero a ninguna población llegar desde la costa del Cabo Polonio hasta la desembocadura del río Negro”, razona Figueiro.

“Por ejemplo, el individuo CH13 de este trabajo tiene una datación de 668 años antes del presente más menos 22 años. Eso implica que en realidad tenés que sumarle más menos 44, o sea que se iría del 620 hasta el 710. Es una banda de un siglo, lo que es mucho para poder hacer un rastreo cronológico detallado si sos estadísticamente riguroso”, explica. “Entonces, si bien lo que decís es razonable, no creo que por lo menos mientras yo siga activo en la academia sea posible contrastar esos datos arqueológicos, va a ser muy difícil poder ver esa resolución y ver quiénes llegaron primero al actual territorio de Uruguay y por dónde”, dice.

Pero además está aquel otro problema del que ya hablamos. “Tenemos una superficie equivalente a Uruguay de plataforma continental. Y ahí tenemos el registro arqueológico del Pleistoceno final, que es donde están los pingos con respecto al poblamiento. Entonces, trabajos como este nos van dando algún detalle extra, pero investigar eso también es todo un desafío. ¿Qué tipo de emprendimiento de arqueología subacuática hacemos a esas profundidades y, para colmo, en la desembocadura de un estuario turbio, en el que no se ve nada? Antonio Lezama, cuando hablaba de hacer arqueología subacuática en las costas del Río de la Plata, decía que se hacía arqueología braille”.

Aun así, avanzamos. “Cuando vi que se hablaba de poblamiento por la vía de la costa atlántica, pensé: ‘Mirá, esto que leí hace una década de gente que se había puesto a pensar en el problema parece apuntalarse’. Aportar un granito de arena a eso me parece fantástico”, confiesa Figueiro.

A la hora de pensar de dónde venimos, como pasa con cualquier monedita, todo granito de arena sirve. Este, encima, es uno de esos granitos que pueden inclinar una balanza. La visión imperante del poblamiento circumpacífico, como decía Miotti, tiene en esta investigación un serio contendiente.

Artículo: “The genomic prehistory of the Indigenous peoples of Uruguay”
Publicación: PNAS Nexus (abril de 2022)
Autores: John Lindo, Rosseirys de la Rosa, Andre Santos, Mónica Sans, Michael DeGiorgio y Gonzalo Figueiro.

Nubarrones en el horizonte

Puede parecer un intento de vender esta nota (o el paper que hicieron), pero esta es la primera vez que se encuentra una señal en los genomas para respaldar la hipótesis arqueológica de una oleada de poblamiento a través de la fachada atlántica. Pero hay más.

Entre que entrevisté a Figueiro y la redacción de esta nota, Lindo publicó otro trabajo –por ahora en preprint, es decir, una versión preliminar que aún no ha sido revisada por pares– que aparenta aportar más datos sobre este poblamiento por el Atlántico. Titulado “Evidencia genómica de antiguas rutas de migración a lo largo de la costa atlántica de América del Sur”, allí John Lindo, junto con algunos de los coautores del trabajo de los genomas de cerritos de indios pero sin nuestros bioantropólogos, analiza genomas antiguos del noreste de Brasil.

Sin embargo, tras leer esta primera versión del trabajo, parece que Lindo propone un poblamiento de Sudamérica que es igual al del viejo canon. Si bien dice que encontraron “una relación distinta entre los genomas antiguos del noreste de Brasil, Lagoa Santa, Uruguay y Panamá, lo que representa evidencia de rutas de migración antiguas a lo largo de la costa atlántica de América del Sur”, más adelante señala lo siguiente: tras bajar por el Pacífico hubo una “separación” que, hipotetizan, se dio “alrededor de los Andes” hace al menos 10.000 años, que produjo “los primeros grupos que colonizaron la costa atlántica”. En otras palabras, el viejo cuento de que vinieron por el Pacífico, en algún momento cruzaron los Andes y llegaron al Atlántico, tras lo que se dispersaron hacia el norte y el sur.

“En el trabajo propone que sí habría un poblamiento por la faja atlántica, pero que en realidad tendría un origen en el Pacífico”, comenta Figueiro, tan contrariado como uno al leer el preprint. “Al agregar dos genomas antiguos del noreste de Brasil, de Pernambuco, les alteró un poco el panorama general”. Figueiro confiesa algo y advierte que lo que dice tal vez luego pueda ser usado en su contra: “Me parece que están estirando el análisis un poco más allá de lo que sería aconsejable”.

Lo que es claro es que cuantos más genomas antiguos se secuencien, mejor resolución podrá tener el panorama del poblamiento del continente. “Por ahora diría que el jurado aún está deliberando”, ríe Figueiro. “Mientras en el artículo que publicamos juntos se plantea que habría habido una bifurcación al pie del norte de los Andes, tomando luego dos direcciones por cada uno de los océanos, aquí dice que, si bien las poblaciones del lado atlántico tienen características propias, son producto de una evolución posterior al poblamiento y con origen en el lado pacífico”. Es un cambio importante. “Sí, en realidad se contradice con el trabajo que publicamos. Me da la impresión de que si agregamos dos muestras más de ADN antiguo, vuelve a cambiar el panorama. Eso, por cierto, no está mal. La idea es que a medida que se tengan más muestras se pueda refinar más el modelo”.

Por otro lado, Gonzalo, que junto a colegas han trabajado mucho en base a ADN mitocondrial, dice que de haberse originado las poblaciones del Atlántico a partir de las del Pacífico, eso tendría que verse también en el ADN mitocondrial. “Esa señal no la hemos encontrado”, confiesa. Por lo pronto, todo indica que vendrán más novedades al respecto de este tema. Por otro lado, recordemos que este partido no lo juegan sólo los genes. El registro arqueológico también ayudará a colocar todas las piezas del puzzle de manera que el panorama general sea coherente, robusto y resista los dardos de duda que le arrojemos.

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