Si encontrarte con un ciempiés o milpiés te da asco o miedo, una reacción tan común que existen incluso fobias específicas para ambos, el Carbonífero no es una buena opción para vos si algún día se inventa la máquina del tiempo. Entre los bosques pantanosos de hace más de 300 millones de años podías encontrarte con un ejemplar de Arthropleura, un ancestro de los milpiés y ciempiés que podía llegar a medir más de dos metros de largo, el mayor invertebrado terrestre de todos los tiempos.

Ese miedo es justamente el que explota la película Dinosaur Island (de 2014), en la que dos jovencitos se encuentran rodeados por criaturas prehistóricas en una isla. En una de las escenas, dos artropléuridos extra large los persiguen como si fueran temibles depredadores carnívoros, pero en realidad los artropléuridos eran probablemente herbívoros y, en caso de ser omnívoros, su interés estaría más centrado en insectos que en un viajero del tiempo de un metro setenta de altura. La fobia a este tipo de criaturas también está bien ejemplificada en una famosa escena de Indiana Jones y el Templo de la Perdición, aunque aquí quienes casi hacen infartar a una de las protagonistas al subir por su cuerpo son ciempiés modernos de muy buen tamaño y no los titanes que habitaban el Carbonífero.

Su tamaño descomunal en ese período, al igual que el de otros gigantescos ancestros de los pequeños artrópodos o insectos con los que convivimos hoy (escorpiones, libélulas o cucarachas, por ejemplo) se debe probablemente a la abundancia de oxígeno en el Carbonífero. Respiran a través de espiráculos ubicados a lo largo de su cuerpo, que llevan aire a sus órganos vitales mediante un sistema de tubos. Hoy, con menos oxígeno en la atmósfera, no pueden mantener un tamaño tan grande sin que el aire se agote antes de llegar a sus órganos.

Entender por qué algunos animales nos atraen y otros nos provocan aversión, como les ocurre a tantas personas con los milpiés y ciempiés, no es sencillo. Depende de muchos factores subjetivos, en los que se mezclan concepciones culturales, estéticas, morales y evolutivas. Lo que es seguro es que esa repulsión muchas veces nos impide apreciar algunas maravillas del mundo natural o reconocer su importancia.

Los milpiés, también llamados diplópodos, son un buen ejemplo. Están entre los primeros animales que se mudaron del mar a la tierra para vivir en ella y han demostrado ser extraordinariamente resistentes y exitosos. Hoy hay cerca de 15.000 especies descritas por la ciencia, desperdigadas en todo el globo (excepto la Antártida) y con adaptaciones para las más diversas clases de ambientes. Son vegetarianos con una larga trayectoria en el utilísimo negocio de la descomposición de materia orgánica, aunque algunos de sus parientes muy conocidos abandonaron esta costumbre para seguir su propio camino.

Las personas suelen estar más familiarizadas con los ciempiés (llamados quilópodos) ya que los encuentran con cierta regularidad en el baño o en la cocina, como ocurre con el ciempiés doméstico Scutigera coleoptrata. Los ciempiés son en realidad los primos más modernos dentro de la familia de los miriápodos, que integran con milpiés, sínfilos y paurópodos. Se convirtieron en depredadores carnívoros y perdieron unas cuantas patas en el camino, la otra diferencia notoria que tienen con los milpiés. El número tampoco es exacto: los quilópodos varían entre diez y más de 300 patas, y hay un milpiés recientemente descubierto en Australia, Eumillipes persephone, que ostenta el récord mundial de 1.306 patas.

Tener el aspecto que muchos asocian con una pesadilla no te vuelve el bicho más popular para las investigaciones. Si a eso se suma que toda la fauna de nuestra región, especialmente la uruguaya, está subestudiada debido a carencias económicas, descubrimos que bajo nuestros pies hay un mundo potencialmente inexplorado. Ahora, una puerta a ese universo parcialmente desconocido acaba de abrirse.

Crece desde el pie

La entomóloga Carolina Rojas tiene claro que la reputación de los milpiés no es la mejor. Fue ese justamente uno de los puntos que atrajo su atención cuando se decidió, junto a sus orientadores Miguel Simó y Petra Sierwald, a dedicar su tesis de doctorado del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) a estos animales. Eso y el detalle no menor de que no había nadie estudiando este grupo en Uruguay.

Es claro también que le gustan. Trabaja rodeada de milpiés metidos en frascos en la sección Entomología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República e incluso tiene un milpiés gigante sobre una mesa, aunque no es un ejemplar de Arthropleura sino una artesanía que recibió como regalo. Dentro de esos frascos guarda algunos tesoros naturales, como demostrará luego al extraerlos con cuidado y revelar sus características.

Es tan poco lo que se sabe de estos animales en nuestro país –sólo seis especies registra Uruguay en la base de datos internacional MilliBase– que en su tesis de doctorado debió comenzar por lo más básico, que es intentar descubrir qué especies tenemos antes de pensar en cualquier trabajo de ecología o comportamiento. Se decidió por un enfoque ecorregional y comenzó su búsqueda por los bosques ribereños, ambientes que a priori parecen ser muy propicios para este grupo.

Buscar milpiés puede ser una tarea frustrante. A veces no se encuentra ninguno en horas de búsqueda, pero de pronto, al levantar una corteza del suelo o hurgar en un árbol, aparecen un montón de ejemplares juntos, como si estuvieran celebrando una reunión. En sus salidas de campo, Rojas y sus colegas entomólogos fueron aprendiendo cómo y dónde buscar. Por ejemplo, descubrieron que no sólo hay que levantar objetos o cortezas del suelo, sino también mucha bosta de vaca.

Fue justamente debajo de bosta donde encontraron varios ejemplares de una especie de color rojizo en sus recorridas por el Valle del Lunarejo, en Rivera. Con el paso de los meses, entomólogos e investigadores que estaban al tanto de su trabajo fueron trayéndole otros ejemplares de esta y otras especies que hallaron en diversos puntos de Rivera, Tacuarembó y Salto.

Las andanzas de Rojas en búsqueda de milpiés no sólo la llevaron a recorrer bosques ribereños. También debió meterse en la Colección de Myriapoda de la Facultad de Ciencias e indagar en los frascos antiguos con especímenes guardados para analizar minuciosamente sus características morfológicas.

Si bien en sus salidas de campo no encontró una diversidad de diplópodos demasiado grande, al menos en comparación con otros artrópodos, todo el material que consiguió resultó ser nuevo para la colección de la facultad, un dato que dice mucho sobre lo subestudiados que están estos animales en el país. Para averiguar más en detalle lo que tenía entre manos, justamente, requería asistencia fuera de fronteras. Para ello juntó todos los ejemplares de milpiés recolectados de la familia Chelodesmidae (de las más diversas a nivel mundial) y viajó al Instituto Butantan de San Pablo, Brasil, donde hizo una pasantía junto a dos expertos en milpiés.

Carolina Rojas.

Carolina Rojas.

Foto: Federico Gutiérrez

La vida íntima de los milpiés

Durante dos semanas, Rojas estuvo en San Pablo revisando su material, el catálogo MilliBase y también la bibliografía existente para identificar las especies que había encontrado. Para comenzar, Rojas y su colega brasileño Rodrigo Bouzan supieron que aquel milpiés de color rojizo y tamaño modesto (cerca de cuatro centímetros) era un ejemplar del género Sandalodesmus, dentro del orden Polydesmida. Como primer dato importante, basta aclarar que se trataba del registro más austral de Sandalodesmus. Pero había otros secretos escondidos entre los segmentos anillados de aquella especie.

Antes de adentrarnos en los detalles de esta especie en sí, es necesario contar algunos otros datos curiosos de los milpiés en general y de las especies de Polydesmida en particular. Los diplópodos no sólo tienen peculiaridades notables, como la gran cantidad de patas o el hecho de que respiran por ellas (sus espiráculos se encuentran en la base de las patas).

Los milpiés se caracterizan por una notable adaptación evolutiva. Las patas que tienen los machos en el séptimo u octavo anillo corporal del tronco (séptimo en el caso del orden Polydesmida) se transformaron en órganos copuladores llamados gonópodos, una forma relativamente sencilla de identificarlos. El problema es que el esperma del macho es expulsado por los gonoporos, que se encuentran en el segundo par de patas ubicado en el tercer segmento de su tronco. Por ello, lo que deben hacer estos milpiés para efectuar la cópula es una mezcla de pornografía y contorsionismo a lo Cirque du Soleil. Primero deben enrollarse, tomar el esperma con sus patitas modificadas y luego transferirlo a los orificios genitales de la hembra, localizados en el tercer segmento del tronco.

Los gonópodos no son sólo importantes para el éxito reproductivo de los milpiés, sino también para los taxónomos. Para distinguir entre las especies del género Sandalodesmus no hay más remedio que examinar con atención la intimidad de los milpiés, porque las diferencias morfológicas se encuentran justamente allí.

Por lo tanto, Rojas se pasó observando, dibujando y fotografiando los gonópodos de los milpiés con una cámara digital montada en un estereomicroscopio de alta resolución y comparándolos con ilustraciones e imágenes de otras especies. Fue así, mediante este trabajo paciente, que descubrió junto a sus colegas que no había ninguna igual en los registros y pudo corroborar que aquel milpiés rojizo del Valle del Lunarejo era una especie nueva.

No fue la única. En la revisión de todo el material de Chelodesmidae descubrió que otros tres de los milpiés recolectados en Uruguay eran desconocidos para la ciencia: dos especies de un género conocido e incluso un género totalmente nuevo, descubrimientos igual de importantes pero que serán parte de futuros trabajos.

Enter Sandalodesmus

Luego de hacer la parte de descripción, con el análisis detallado de los órganos sexuales y su estructura (gracias a las muy detalladas fotos de los gonópodos y la vulva, tomadas por el aracnólogo Damián Hagopián) llegó la hora de bautizar a la criatura. Son pocos los investigadores que tienen la oportunidad de descubrir y nombrar una especie nueva. Al comienzo, Rojas y sus colegas quisieron homenajear a la localidad de Lunarejo, donde fue hallado el ejemplar con el que se describió la especie. Sin embargo, la aparición posterior de varios especímenes en otros departamentos demostró que es una especie relativamente común en el norte.

De hecho, algo que le llamó la atención de los milpiés de este grupo es que encontró más abundancia en ambientes urbanos que en naturales. No es claro aún si esto se debe a que aprovechan la cantidad de refugios que les proporcionan los lugares antropizados, pero incluso en bosques ribereños los encontró varias veces debajo de basura u objetos abandonados por acampantes.

Los investigadores resolvieron entonces honrar a una persona y no a una localidad o al país entero. Fue el entomólogo Miguel Simó, orientador de la tesis de doctorado de Rojas y coautor del artículo publicado, quien recordó la visita que hiciera a Uruguay en 2005 el ecólogo y entomólogo alemán Joachim Ulrich Adis. Especialista en miriápodos y arácnidos, Adis visitó la Colección de Entomología de la Facultad de Ciencias y sugirió la necesidad de investigar más en detalle la subestudiada fauna de miriápodos de Uruguay. En su honor, 15 años después de su muerte, la nueva especie fue denominada Sandalodesmus joachimadisi.

En la descripción los autores destacan que está usualmente asociada a ambientes urbanos, pero también se la encuentra en ambientes naturales, como bosques ribereños o pastizales. Por ejemplo, se han encontrado especímenes debajo de rocas, troncos podridos, bosta de vaca o caminando por el pasto. Algunos fueron hallados juntos en nidos que muy probablemente fueron construidos por los propios milpiés, otro tema a estudiar en el futuro.

Si bien Rojas y sus colegas basaron su descripción y clasificación dentro del género en base a la morfología de los gonópodos, sugieren la realización de estudios genéticos para dejar bien claras las relaciones entre las distintas especies.

Otro dato anecdótico pero obligado por el nombre común que les damos a estos animales: la nueva especie de milpiés de Uruguay tiene una cantidad de pies que no quita el aliento. 58 patas en el caso de las hembras, 56 en los machos, que sacrificaron dos patas para desarrollar sus gonópodos. Puede resultar extraño –o no, dado que los nombres comunes generan confusión y por eso se emplean nombres científicos–, pero la cantidad de patas no tiene nada que ver con si uno de estos artrópodos es un cienpiés o un milpiés. La principal diferencia es que a aquellos a los que les decimos milpiés tienen dos pares de patas por cada segmento de su cuerpo, mientras que los cienpiés tienen sólo uno.

Sandalodesmus es uno de los géneros de Chelodesmidae más extendidos entre los conocidos en el sur de Sudamérica. Teniendo en cuenta que se considera que muchas especies del género aún son desconocidas, la descripción de la nueva especie Sandalodesmus joachimadisi representa un avance para el conocimiento de la fauna de Sandalodesmus y también el registro más austral del género. Esto es especialmente cierto dado que los esfuerzos de colecta desarrollados durante varios años por Otto Schubart en el estado de San Pablo, Brasil, constituyen la base para la descripción de la mayoría de las especies del género. El presente estudio muestra que nuevas investigaciones son necesarias para mejorar el conocimiento de la taxonomía de Sandalodesmus en Sudamérica”, concluye el trabajo.

Que vivan los feos

Es poco probable que los milpiés se conviertan alguna vez en el símbolo de una organización conservacionista, pero sin dudas merecen una mayor atención. No en vano llevan más de 400 millones de años de evolución exitosa en el planeta.

Como descomponedores de materia orgánica cumplen un servicio ecosistémico importante, fundamental para los bosques, pero su estudio podría tener además otras aplicaciones. No se las habrían arreglado para sobrevivir tanto tiempo sin haber desarrollado algunos talentos especiales. Muchas especies de milpiés, por ejemplo, segregan sustancias químicas que son con frecuencia repugnatorias. De hecho, un buen método para diferenciar ciempiés de milpiés es que los primeros huyen velozmente si uno los perturba y los segundos suelen enrollarse y quedarse quietos, confiando en sus armas repelentes para disuadir a los predadores.

“Es importante estudiarlos más para conocer la biodiversidad que tenemos en el país y a nivel mundial. Conocer las especies de milpiés y de otros artrópodos en diferentes áreas de nuestro país representa una potente herramienta para la toma de decisiones dentro de los programas de conservación. Pero si eso no fuera suficiente, también porque allí hay material de estudio para campos con posibles aplicaciones. Por ejemplo, el estudio de las sustancias repugnatorias que liberan estos animales cuando se enfrentan a posibles predadores”, dice Rojas.

Los monos capuchinos (Cebus olivaceus) de Sudamérica parecen haber sido más inteligentes que nosotros en este sentido. Se ha comprobado que frotan intencionalmente en su pelaje la sustancia que segrega una especie de milpiés (Orthoporus dorsovittatus) como repelente natural contra los mosquitos.

Y si no fuera suficiente saber que ni siquiera somos los monos más avanzados en el estudio de las propiedades medicinales de los milpiés, tenemos la humillación adicional de los lémures pardos de frente roja (Eulemur rufifrons), que no sólo frotan milpiés masticados en su zona genital y perianal (igual no prueben esto en sus casas), sino que incluso los ingieren luego de machacarlos prolongadamente para tratar –aparentemente– infecciones gastrointestinales provocadas por parásitos.

El trabajo de Rojas y colaboradores ya permitió descubrir una especie nueva para el mundo y tres más en proceso de describir y nombrar, todo esto indagando solamente en una familia de milpiés. “Quedan por estudiar otras familias representadas por pila de ejemplares en Uruguay. Seguro encontraremos muchísimas más cosas, incluyendo nuevos registros para el país y especies nuevas para la ciencia”, aclara Rojas.

En 1924, el reconocido zoólogo británico Oldfield Thomas escribió una carta a un colega en la que se mostraba convencido de que no había ya en la Tierra casi áreas en blanco en el estudio de la fauna. Esto no era cierto ni siquiera para su especialidad, los mamíferos, pero los milpiés nos recuerdan que quedan mundos desconocidos incluso debajo mismo de nuestros pies.

Artículo: “Sandalodesmus joachimadisi n. sp., the first Chelodesmidae member from Uruguay” with an updated key to species of the genus (Diplopoda: Polydesmida)”
Publicación: Zootaxa (junio de 2022)
Autores: Carolina Rojas-Buffet, Rodrigo Salvador Bouzan, Petra Sierwald, Antonio Brescovit y Miguel Simó.