¿Para qué se entrega un Honoris Causa? Ciertamente para reconocer una trayectoria destacada. ¿Por qué entregaría un Honoris Causa la Facultad de Ciencias? Ciertamente para para reconocer una trayectoria destacada en el mundo de la producción científica y de la formación de investigadoras e investigadores. Pero hay más.

El 8 de agosto el Consejo de la Facultad de Ciencias resolvió otorgarle el título Doctor Honoris Causa a los investigadores Ricardo Ehrlich -destacado en la biología molecular-, Julio Fernández -destacado en la astronomía-, Rodolfo Gambini -destacado en la física teórica- y Eduardo Mizraji -destacado en la biofísica-. La decisión fue tomada luego de que la actual decana de la facultad, Mónica Marín, presentara la moción junto a la Comisión de Investigación Científica.

Marín fundamentó por escrito por qué darles tal distinción. “Son cuatro profesores de nuestra facultad, de muy destacada trayectoria académica en distintas áreas del conocimiento”, sostenía. Señalaba que los cuatro han recibido “diversas distinciones y reconocimientos de la comunidad científica y académica a nivel nacional e internacional” así como que jugaron “un rol fundamental en la creación y construcción de la Facultad de Ciencias, en el desarrollo de la Universidad de la República y en el avance científico del país”. Agregaba Marín que “estos profesores han sido esenciales en la formación de estudiantes de grado y posgrado y han enriquecido la trayectoria académica de muchos docentes y de investigadores de distintas instituciones del país y del exterior” por lo que, sostenía, “han contribuido con el fortalecimiento de la educación pública en el acceso a la educación universitaria, el desarrollo de la ciencia y su vinculación con la sociedad”. Todo eso es cierto. Pero también... demasiado racional.

Viendo la ceremonia de entrega de los títulos, mirando cómo tanto Ricardo, Julio, Rodolfo y Eduardo trataban de no lagrimear ante las palabras de los oradores y el aplauso de los asistentes, se hacía claro que hay otra dimensión que escapa al mero recuento de virtudes y logros alcanzados por cada uno. ¿Para qué se entrega un Honoris Causa, entonces? Porque una comunidad científica se construye también con emociones. Como toda actividad cultural humana, la ciencia no funciona en el vacío. La ciencia es un trabajo colectivo. La ciencia, como la literatura o cualquier otra expresión humana más o menos estandarizada, busca llegar y conmover a otros. En el salón de actos de la Facultad de Ciencias la comunidad científica se reunía entonces para conmover a quienes tanto la habían conmovido. Y vaya si se precisan esos momentos para darse apoyo en un contexto en el que la ciencia -y la Universidad- viene siendo tan golpeada.

Cuatro gigantes para catapultar a varias generaciones

Estos reconocimientos obligan a repasar en pocas líneas los méritos y logros alcanzados por cada uno. Como si una vida entrara en unos pocos renglones. Pero allá vamos.

Ricardo Erlich, nacido en 1948, le dio gran impulso a la biología molecular en nuestro país. Formado en Francia, contribuyó al despegar de la investigación en el país tras la dictadura. Fue decano de la Facultad de Ciencias entre 1998 y 2005, y tiene más de 60 artículos científicos publicados en revistas arbitradas, el primero de ellos en 1981 (titulado algo así como Análisis de la estabilidad y cooperatividad local del ADN: propuesta de un mecanismo molecular para la iniciación de la transcripción del gen A3 del bacteriófago T7 por la ARN polimerasa de E. coli) y el último en este 2022 (titulado algo así como ¿Listo para migrar? Lectura de signos celulares de migración en un modelo de transición de epitelio a mesénquima). Dirigió 12 tesis de doctorado y 15 de maestría. Pero todo eso, así como está acá escrito, apenas sirve para arañar lo que implica Ricardo para la ciencia de este país (y eso sin reseñar su pasaje por la Intendencia de Montevideo o por el Ministerio de Cultura).

Algo similar podría intentarse con Julio Fernández. Podrían citarse sus tres investigaciones medulares que cambiaron nuestro conocimiento del sistema solar: el trabajo que publicó en 1980, en que predijo la existencia de un cinturón de cometas más allá de Neptuno, otro publicado el mismo año que demuestra que los cometas de la Nube de Oort deben provenir de la región comprendida entre Urano y Neptuno, y el que junto con Wing Ip publicó en 1983, en el que describe la migración de órbitas que sufren los planetas en sus primeras etapas de formación y que explica la arquitectura observada en los sistemas planetarios. Podría decirse además que publicó otra media centena de artículos, el primero de ellos en 1976 (Comentarios críticos a algunas teorías sobre el origen de la rotación planetaria) y el más reciente en 2021 (Sobre el origen de la familia Kreutz de cometas que rozan el Sol). O que fue decano de la Facultad de Ciencias entre 2005-2010. Pero Julio Fernández es para nuestra ciencia mucho más que eso.

Podríamos poner que Rodolfo Gambini es el físico teórico más importante del continente y probablemente habría poca discrepancia. Que es un investigador reconocido a nivel mundial por formar un grupo que propone una teoría para la gravedad cuántica -la teoría de lazos- que ayudaría a unificar la teoría de la relatividad general, que describe los fenómenos de gran escala, y la teoría de la mecánica cuántica, que describe los fenómenos en la escala microscópica. Podríamos decir que su primera publicación en una revista arbitrada se remonta a 1972 (Inconsistencia dinámica y covarianza conformacional del campo tensorial sin masa) y que el más reciente de sus más de 150 artículos salió a la luz hace unos pocos meses (La solución al problema del tiempo en la gravedad cuántica también resuelve el problema del tiempo de llegada en la mecánica cuántica), con su colega de andanzas Jorge Pullin. Pero ni siquiera rascaríamos la superficie de lo que Rodolfo es para la ciencia desde estas latitudes.

Hagamos el torpe intento también con Eduardo Mizraji, encargado de expandir la biofísica en el país. Su búsqueda de la matemática en los procesos biológicos lo llevó desde las enzimas hasta las redes neuronales, campo de suma importancia en la era de la informática y la inteligencia artificial. Podríamos decir que el primer artículo en el que participó se publicó en 1971 (L-glutamina D-fructosa-6-fosfato amidotransferasa de cartílago de pollo. Evidencia de un mecanismo aleatorio) y, media centena de publicaciones más tarde, el más reciente salió en 2021 (La lógica vectorial permite la virtualización contrafactual por la raíz cuadrada de NOT). O que sus libros El segundo secreto de la vida y En busca de las leyes del pensamiento son una maravilla. Pero una vez más nos quedaríamos cortos.

Conscientes de esto, en la ceremonia distintos oradores, desde el rector Rodrigo Arim y la decana Mónica Marín hasta representantes de los órdenes estudiantil (Clara Herrera), de egresados (Adrián Márquez) y de docente (Héctor Musto) del Consejo de la facultad, así como los cuatro colegas que fueron alumnos de los galardonados (Tabaré Gallardo, Miguel Campiglia, Adriana Esteves y Juan Carlos Valle Lisboa), trataron de aportar más aristas que la mera enumeración de los logros por los que se suele medir la actividad científica de los investigadores.

Pero que quede claro: sin Eduardo, Rodolfo, Julio y Ricardo, con mayor o menor responsabilidad, según el caso y nunca en forma exclusiva, no habría en el país, al menos no como los conocemos hoy, un Programa para el Desarrollo de las Ciencias Básicas, ni una Facultad de Ciencias, ni una Agencia Nacional de Investigación e Innovación, ni un Sistema Nacional de Investigadores, ni una Academia Nacional de Ciencias del Uruguay, ni un Institut Pasteur de Montevideo, entre otras cosas.

Y aun así no lograríamos dimensionarlos a pleno. Sin estos cuatro gigantes que se pararon en los hombros de los que los precedieron, hoy seguramente no existirían las centenas de investigadores e investigadoras que ellos ayudaron a catapultar. La ciencia, como el ADN, tiene como cometido primordial pasar a la siguiente generación. Y Rodolfo, Eduardo, Julio y Ricardo velaron con esmero por ello. No sólo hicieron su ciencia: ampliaron la del resto y, así, la del país.

La tentación de aplaudir sus logros, personales y para la comunidad científica, es mucha. Pero una vez más, no agota la emoción que sobrevuela la sala. Porque aplaudirlos de pie tiene más que ver con el futuro de la ciencia que con el pasado del que fueron protagonistas. Es obvio que el pasado forja el presente. Pero algunos, como Eduardo, Rodolfo, Ricardo y Julio, se empeñaron en forjar futuros. Ahora que los cuatro se han jubilado, la Facultad de Ciencias los homenajea por ayudarnos a ir al infinito y más allá. La ciencia siempre es también mañana. Por eso bien haríamos en apoyarla hoy.