A finales de octubre de 2019, dos vecinos de La Coronilla que hacían su tempranero paseo por la playa notaron algo extraño en la orilla. En medio de malezas, algas y residuos entreverados por el mar, se encontraba casi un centenar de tortugas verdes (Chelonia mydas) varadas o con dificultades para nadar. Para añadirle un toque más extravagante al asunto, muchas de ellas parecían rocas vivientes: tenían los caparazones cubiertos por mejillones o una alfombra de vegetación marina.

Los integrantes de Karumbé, organización con sede en La Coronilla que se dedica a la rehabilitación de tortugas marinas, llevan ya más de 20 años atendiendo a tortugas varadas, pero este fenómeno masivo y repentino los sorprendió incluso a ellos. En 2012 habían registrado otro evento extremo en el que decenas de tortugas aparecieron en Punta del Este, pero ocurrió en julio y tuvo como causante el frío: los ejemplares de tortugas que se quedaron en nuestras aguas en invierno (en lugar de migrar a zonas más cálidas) salieron a la arena con un cuadro de hipotermia causado por la temperatura del agua, demasiado baja para los límites de tolerancia de la especie.

El evento de 2019 fue peculiar por otros motivos, además de la fecha en que se produjo. En los últimos 11 años Karumbé registró una media anual de 20 tortugas varadas con mejillones y algas en su caparazón, pero en 2019 se contabilizaron más de 120. Además, el fenómeno no se registró únicamente en Rocha; entre octubre y noviembre de ese año, 430 tortugas verdes vararon a lo largo de los 500 kilómetros de costa entre Rio Grande do Sul y Rocha, un récord en esa región. En síntesis, aparecieron en las playas más quelonios de lo habitual y con más caparazones “invadidos” por organismos marinos.

El evento disparó el desafío de comenzar a desenredar unas cuantas interrogantes que la organización Karumbé viene observando desde hace años, como el aumento sostenido de varamientos en esa época del año, el desplazamiento de su área de distribución hacia el sur (en Uruguay comenzaron a verse en mayor número en las últimas décadas), la aparición cada vez más frecuente de tortugas verdes en zonas tan frías como las nuestras durante el invierno y la constatación de un hecho curioso que la especie ha mostrado únicamente entre el sur de Rio Grande do Sul y la costa atlántica de Uruguay: la colonización masiva de su caparazón por parte de organismos marinos.

Para entender bien qué es este fenómeno, por qué se produce en nuestras aguas y cómo se relaciona con la varación masiva de 2019, conviene antes subirse al caparazón de estas antiquísimas tortugas y acompañarlas en el viaje de miles de kilómetros que hacen hasta llegar a nuestra costa. Casi como si fuéramos el pez payaso Nemo navegando junto a la relajada tortuga verde Crush.

El mundo es tu ostra

La gran mayoría de las tortugas que llegan a Uruguay nacen en la isla Ascensión, un remoto territorio en el océano Atlántico a medio camino entre Brasil y África, pero que pertenece –oh, sorpresa– a Reino Unido.

Allí, al igual que en otras zonas cálidas del Caribe, es donde anidan las hembras, que pueden poner hasta 1.000 huevos en las playas por temporada. Pasados unos 50 o 60 días de la puesta, las crías salen del nido y comienzan una aventura llena de peligros rumbo al mar, esquivando a depredadores, perros e incluso la amenaza creciente de las urbanizaciones costeras.

Las que logran sobrevivir a esta primera etapa se dirigen a zonas de recirculación oceánica que generan acumulación de partículas, algas flotantes y básicamente cualquier cosa que no tenga capacidad de natación. Durante dos o tres años crecen gracias a este festín y se acercan a las costas sudamericanas, en el tramo que va desde San Pablo en Brasil al norte de la provincia de Buenos Aires.

Una vez que arriban a nuestras costas, hacen un cambio de dieta y comienzan a alimentarse en la zona bentónica en el fondo del mar. Permanecen en estas aguas y crecen durante diez, 15 o 20 años, pero antes de alcanzar la madurez sexual vuelven a las zonas de anidación para reiniciar el ciclo. Ese es el motivo por el que en Uruguay sólo se ven ejemplares juveniles: al no anidar en nuestras playas se marchan antes de alcanzar el tamaño adulto, que puede llegar a 120 centímetros de largo de caparazón.

A nuestro país arriban durante los meses más cálidos y migran al norte cuando llega el frío, pero algunos ejemplares deciden quedarse también durante el invierno. Son esos los que cuentan con una curiosa estrategia para lidiar con las temperaturas más frías. Entran en una suerte de hibernación llamada brumación, que las lleva a permanecer en el fondo del mar casi sin comer y con breves emersiones para respirar. Se convierten en una suerte de rocas marinas, y así parecen interpretarlo también otros organismos del fondo del mar, como mejillones, hidrozoos y algas, que aprovechan su inmovilidad para hacer de ellas su hogar temporal, una curiosidad observada sólo en nuestra región. La presencia de esos “polizontes” confirma además indirectamente que estas tortugas están hibernando en nuestras aguas durante el invierno.

El motivo por el que algunas tortugas deciden permanecer en aguas tan frías y con riesgo de padecer episodios de hipotermia no es claro, pero podría estar relacionado con las anomalías positivas registradas en la temperatura superficial de nuestras aguas en las últimas décadas y la posible expansión hacia el sur de la especie. Básicamente, el cambio climático es buen candidato a tener parte en este asunto.

Ante la persistencia de algunos años con aguas más cálidas en nuestra región, quizá algunas tortugas opten por “brumar” en vez de gastar energía en migrar al norte, lo que puede convertirse en una trampa cuando se produce una disminución fuerte de la temperatura del agua, como ocurrió en 2012.

Algunas de estas interrogantes fueron encaradas por la tesis de grado de la bióloga Marina Reyes (el nombre ya indica su especialidad), estudiante de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires e integrante de Karumbé. Se encontraba justamente en medio de un análisis detallado de la brumación de tortugas verdes cuando se vio sorprendida por el varamiento masivo de octubre de 2019. Su tutora, la bióloga marina Gabriela Vélez-Rubio (de la Facultad de Ciencias y del Centro Universitario Regional del Este), lideró un trabajo publicado recientemente que describe este particular evento y que de paso busca ampliar el conocimiento sobre las amenazas que enfrentan las tortugas verdes en áreas con posible influencia del cambio climático.

Tortuga varada en 2019 con epibiontes.

Tortuga varada en 2019 con epibiontes.

Foto: Karumbé

Sin decir agua va

Vélez-Rubio y sus colegas recopilaron los datos de todos los varamientos registrados en octubre y noviembre de 2019 en Rocha y Rio Grande do Sul, gracias a los monitoreos realizados por las ONG Karumbé (en Uruguay) y NEMA (en Brasil). Analizaron la condición física de los ejemplares y también categorizaron la presencia de organismos bentónicos en los caparazones.

De las 430 tortugas que aparecieron varadas o flotando en aguas someras en esos meses, 260 fueron registradas en Uruguay y 170 en Rio Grande do Sul. En total, 223 murieron (81 en Uruguay) y 177 tenían organismos bentónicos adheridos al caparazón (127 en Uruguay).

“En Uruguay, la presencia de estos inusuales epibiontes (organismos que viven encima de otros) fue registrada por primera vez en 2001, pero el número de tortugas varadas con estas características ha aumentado significativamente en la última década. El mayor número ocurrió durante este evento”, indica el trabajo, que a continuación da una pista que nos lleva nuevamente al comienzo de nuestra historia y es clave para entender parte de lo ocurrido.

La gran cantidad de tortugas varadas en La Coronilla, que llamaron tanto la atención de los vecinos como de Karumbé, fueron registradas en sólo dos días en la salida del canal Andreoni, construcción humana realizada para desaguar varios bañados que, tras la modificación realizada durante la dictadura, causó graves problemas al ecosistema costero. Para ser precisos, fueron 98 ejemplares aparecidos el 29 y 30 de octubre, la mayoría con organismos bentónicos en el caparazón.

“A diferencia de lo sucedido en 2012, cuando se registraron temperaturas del mar de 10°C en promedio, con picos inferiores, en este caso no se trató de un varamiento por hipotermia, en el que la bajada brusca de la temperatura hace salir a la orilla a muchas tortugas que están en brumación. En esta ocasión ocurrió en una fecha en que las tortugas se están activando y salen de esta suerte de hibernación, con el agregado de tener tres o cuatro kilos de peso extra encima del caparazón. Esto no es especialmente una amenaza si están bien, porque todo eso se va desprendiendo a medida que se mueven”, aclara Vélez-Rubio. De hecho, en el trabajo destacan que las tortugas con epibiontes no presentaban malas condiciones físicas.

Sin embargo, si se dan ciertas condiciones, como que se encuentren débiles o en mal estado (por ejemplo, por ingesta de plásticos) o que haya un mar muy fuerte, pueden quedar varadas. Y algo relacionado con esto último es lo que probablemente ocurrió con el canal Andreoni en esas fechas.

Por lo general, en invierno las tortugas hacen este proceso de brumación en zonas costeras con fondos rocosos, y al activarse usan arroyos, puertos y zonas más protegidas, como por ejemplo el arroyo Valizas o el canal Andreoni en Rocha. En las semanas previas al evento de varamiento hubo una acumulación de precipitaciones que provocó una descarga inusualmente fuerte del canal.

“Probablemente esas lluvias de arrastre del canal sacaron a las tortugas que descansaban en el fondo, recién activándose al salir de la brumación y con todo el peso agregado de los epibiontes, haciéndolas varar”, conjetura Vélez-Rubio. Este episodio contribuyó al alto número de varamientos registrado, pero no es el único causante de un fenómeno tan extendido en la costa.

Should I stay or should I go?

Por otro lado, no hay una respuesta ideal y perfecta para explicar por qué están varando más tortugas con epibiontes”, apunta Vélez-Rubio, pero deja claro que esto no sólo está ocurriendo en Rocha. “En Brasil tampoco habían registrado tantas tortugas con epibiontes como ese año, fue algo sorprendente”, agrega.

Vélez-Rubio cree que en toda la franja costera del sur brasileño pudo ocurrir algo similar, como por ejemplo la acumulación de precipitaciones en la salida de cuerpos de agua dulce (como la laguna Los Patos) o la persistencia de vientos sostenidos del sureste, pero considera que es más probable que hayan actuado varios factores.

También puede ocurrir que se vean más tortugas varadas con estas características porque simplemente hay más cantidad de tortugas en nuestras aguas en invierno. “Lo que queremos ver ahora, justamente, es si las temperaturas del agua durante todo 2018 y 2019 fueron más cálidas de lo normal. Tal vez viniéramos de años con condiciones muy favorables para que las tortugas se quedaran y eso podría haber llevado a una cantidad excepcional de ejemplares en 2019”, dice Vélez-Rubio.

¿Por qué algunos individuos de la misma especie y en las mismas condiciones optan por irse a aguas más cálidas en Brasil, mientras que otros deciden quedarse en el invierno uruguayo? Si habláramos de turistas probablemente la explicación sería monetaria, pero en las tortugas inciden factores más complejos y que todavía no conocemos bien. “Es súper interesante seguir investigando para entender qué señal física o química les indica que deben ir o quedarse”, responde Vélez-Rubio.

Tortuga verde con mejillones.

Tortuga verde con mejillones.

Foto: Karumbé

Que los inviernos uruguayos estén siendo más favorables para las tortugas, supuestamente, no es necesariamente una buena noticia para ellas. O, como se pregunta la investigadora, “¿es positivo para ellas porque están ampliando hacia el sur su rango de distribución durante su etapa como juveniles o, en un escenario de calentamiento global en el que se producen también eventos fríos, nuestro invierno se puede convertir en una trampa?”.

También es cierto que hoy en día está aumentando el número de nacimientos de tortugas verdes, gracias a varias acciones de conservación en las zonas de anidación, pero Vélez-Rubio enciende una luz de precaución ante esta noticia positiva y que podría explicar la cantidad de ejemplares observados. “Nacen más tortugas, sí, pero los riesgos siguen siendo muy altos y existen las mismas presiones, sobre todo en las áreas de alimentación, que es donde hay menos estudios”, dice. Esa incongruencia queda de manifiesto en la discrepancia en los estatus de conservación de la especie a nivel global, regional y de cada país.

Pero un día se marchó

Mientras que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) rebajó recientemente el grado de amenaza de la tortuga verde a la categoría de “preocupación menor” (LC por las siglas en inglés), el Libro rojo de los anfibios y reptiles del Uruguay la considera “vulnerable” y otro tanto ocurre con las evaluaciones realizadas en Brasil.

Aunque algunas amenazas para estos quelonios ya se mencionaron en este artículo, como los varamientos masivos producidos por descensos bruscos de temperatura o el posible efecto de la contaminación (el uso que dan las tortugas al canal Andreoni, con todo su vertido de contaminantes, abre un llamado de atención), los principales factores de preocupación siguen siendo la pesca incidental y el consumo de plástico, que no han disminuido. En el trabajo se menciona expresamente que el aumento del número de varamientos vinculados a factores humanos puede tener “impactos negativos en la conservación de la especie en la región”, pese a que su estatus actual es de “menor preocupación” en el Atlántico Sur.

“Los riesgos siguen existiendo. Como se protegió la isla de Ascensión, las playas de anidación están mejor y aparecen más tortugas en la zona de alimentación, parecería que está todo bien, pero lo que intentamos decir desde el grupo de especialistas de la Red de Investigación y Conservación de Tortugas Marinas en el Atlántico Sur Occidental (Redaso) es que sigue habiendo problemas en las zonas de alimentación, sigue habiendo pesca incidental y consumo de plástico”, resalta Vélez-Rubio.

“Es sólo un llamado de atención, porque se bajó la categoría de amenaza de la especie, pero en Brasil, en dos años, hubo más de 10.000 varamientos (90,4% de las 12.571 tortugas varadas en ese país entre agosto de 2015 y agosto de 2017 eran juveniles de tortugas verdes). Nacen más, sí, pero también mueren más, y hay nuevas cosas a estudiar. Por ejemplo, esto de los epibiontes masivos que pueden convertirse en un problema si las tortugas no están en buenas condiciones o la interacción con el caracol exótico Rapana venosa, que se instala en sus caparazones y puede generarles problemas de flotabilidad. Estas cosas no están siendo consideradas por la UICN”, advierte.

Vélez-Rubio dice que lo que ocurre con la tortuga verde en nuestro país y la región va mucho más allá de lo que le pasa a la especie en sí, o la pena que puede darnos la suerte de unos cuantos ejemplares. Hay que estudiarlo en conexión con los cambios globales que se están produciendo en nuestras aguas y que se manifiestan, por ejemplo, a través de comportamientos que las tortugas no tenían antes.

Para analizar esos cambios e intentar entenderlos en un panorama más amplio, las investigadoras e investigadores destacan en su artículo el monitoreo de más de 20 años que viene realizando Karumbé en nuestras costas. Ese trabajo es esencial para “entender la ecología de una especie altamente migratoria y los potenciales efectos de las acciones humanas en los ecosistemas costeros”, aclaran. “NEMA y Karumbé son organizaciones con más de 20 años de experiencia de campo identificando las amenazas que afectan a las tortugas marinas y cómo esas amenazas están cambiando las agregaciones de tortugas en las zonas de desarrollo y alimentación en áreas templadas”, concluye.

“Lo más interesante de esto es que gracias a que es un animal carismático, a que hubo una organización que dedicó y dedica su tiempo y recursos no sólo a salvar a esta tortuga sino también a comprender todo lo que se está viviendo en la costa de Rocha, podemos empezar a entender la situación que se ha dado en estos últimos años”, cuenta Vélez-Rubio. Es un puzle en el que muchos investigadores e investigadoras están sumando piezas y conectándolas, incluso en asuntos aparentemente tan distintos como la preferencia de los mejillones por los caparazones de las tortugas, la temperatura del agua o la aparición de nuevas especies en nuestras costas.

“Relájate, hermano. 150 años y todavía joven”, le respondía la hippie tortuga verde Crush a Nemo en la película de Pixar, cuando le preguntaba por su edad. Si consideramos que la especie lleva en realidad 35 millones de existencia –desde que divergiera de su hermana, la tortuga plana Natator depressus– pero que ahora enfrenta amenazas muy concretas, la despreocupación de Crush ante el estrés de la vida está un poco desactualizada. Quizá sea hora de que Pixar piense en una secuela un poco más ajustada a la situación que vive en el Atlántico Sur.

Artículo: “Mass Stranding of Overwintering Green Turtles Chelonia mydas in Southern Brazil and Uruguay”
Publicación: Marine Turtle Newsletter (julio de 2022)
Autores: Gabriela Vélez-Rubio, Marina Reyes, Danielle Monteiro, Andrine Paiva da Silva, Sergio Estima, Fabrizio Scarabino y Alejandro Fallabrino.