Si el 7 de abril de 2022 algún vecino del balneario Salinas caminó cerca del mirador de aves y sendero de interpretación Mirasol, ubicado al final de la calle Colón, pudo ser testigo de una curiosa escena: el aparente acceso de locura de un hombre por lo general respetable y de conducta tranquila, que en esta ocasión corría desesperado entre la arena y los árboles con una cámara en las manos, como si persiguiera un fantasma. Unos metros detrás de él, dándole a todo el cuadro un toque de cine experimental, una mujer registraba la escena con su celular.

El hombre en cuestión corría con la certeza de haber visto –una vez más– una criatura blanca que no terminaba de identificar, pero en la que intuía una gran rareza. Como una suerte de capitán Ahab criollo, con cámara en mano en vez de arpón, estaba obsesionado con darle captura de una vez por todas y resolver finalmente su identidad.

A diferencia del capitán fanatizado con la blanca ballena Moby Dick no había perdido una pierna, pero corría el riesgo de que le ocurriera lo mismo si seguía trotando de ese modo temerario por un terreno irregular. Afortunadamente, la criatura dejó de emerger y hundirse aleatoriamente en la vegetación para posarse finalmente en un árbol durante un rato y aguardar allí la llegada del fotógrafo exhausto, que pudo tomar unas cuantas imágenes con comodidad.

El hombre obsesionado era el físico Ernesto Blanco y su compañera de aventuras la geóloga Lara Yorio, dos integrantes de la Facultad de Ciencias que descubrieron en épocas de pandemia su vocación de naturalistas aficionados. No porque antes la fauna les resultara extraña. Ernesto, además de ser docente de Biomecánica en la facultad y coautor de varios artículos científicos sobre los animales de nuestra prehistoria, es también un Paleodetective, uno de los protagonistas del programa infantil de divulgación paleontológica que emitiera Canal 5. Lara colaboró también en algunos de estos trabajos y está familiarizada con el estudio de los vertebrados fósiles.

En épocas de pandemia y redescubrimiento personal ampliaron su foco de atención y comenzaron a observar también la flora y fauna (viva) que los rodeaba. Fue un paso lógico, su interés por los dinosaurios derivó al universo de los únicos dinosaurios que siguen vivos: las aves. “Hasta entonces no había prestado mucha atención a las rapaces o a un montón de aves más que tenemos cerca, pero a partir de este proceso de exploración se dio como una explosión; cada día que salía me volvía con una foto de un ave nueva o con alguna identificación”, cuenta Ernesto desde Salinas, el lugar que disparó su nueva pasión.

Fue en uno de estos recorridos exploratorios por el balneario en el que él y Lara avistaron aquel animal extraño, tan curioso como para registrarlo en un artículo publicado en la revista ornitológica Achará.

Ernesto Blanco en mirador de Salinas.
Foto Lara Yorio

Ernesto Blanco en mirador de Salinas. Foto Lara Yorio

El nombre es arquetipo de la cosa

Ernesto y Lara descubrieron un tesoro oculto en el mirador de aves de Salinas, un área compuesta por bañados, arboledas, dunas con vegetación, playa, y que cambia mucho con el nivel del agua. Pudieron observar fragatas –“fue como ver pterodáctilos”, recuerda Ernesto-, garzas moras, gavilanes comunes y gavilanes alilargos en plena tarea de depredación, caranchos, cuervos de cabeza roja y muchas otras especies de nuestra avifauna, algunas abundantes y otras no tanto.

Varias veces les pareció ver un ave completamente blanca, algo que les resultó curioso porque por su tamaño no lograron asociarla con ningún animal conocido en Uruguay. Pensaron que podía tratarse de una paloma doméstica, pero no llegaron a apreciarla con claridad. La imagen, sin embargo, les quedó rondando en la cabeza.

Una mañana de abril, caminando temprano rumbo al mirador, vieron aquella misma criatura en una cuneta y al alcance de la cámara. Era un ave completamente blanca, que no mostraba mucho miedo y forrajeaba con tranquilidad en el pasto. Después de unos pocos minutos voló y desapareció, pero los dejó con un misterio a resolver.

Ernesto, haciendo honor a su apellido, se obsesionó con el ave blanca. La conexión con la historia de Moby Dick, de Herman Melville, no es casual y le vino a la mente en los avistamientos posteriores, cuando se decidió a perseguirla como loco para conseguir una buena foto. El artículo publicado de hecho comienza con un epígrafe de la novela en el que el narrador cuenta su profunda impresión al encontrarse con un ave blanquísima, un “prodigio de plumaje” que luego identificó como un albatros.

Tras regresar a casa después de aquel primer encuentro, ambos rastrearon las guías de aves de punta a punta y llegaron a la conclusión de que debía tratarse de un ejemplar albino. Se metieron entonces en otra madriguera de conejo para estudiar las aberraciones cromáticas en aves y descubrir, tras analizar sus fotografías, que no se trataba de un individuo con albinismo sino con leucismo.

El albinismo es producto de una completa falta de melanina tanto en el plumaje como en la piel, que provoca que los ejemplares tengan no sólo el plumaje completamente blanco sino también “la piel pálida, las patas y el pico rosados y los ojos rosados a rojizos”, explica el artículo de Ernesto y Lara.

El leucismo resulta de la pérdida de eumelanina (pigmentos de color pardo o negro) y feomelanina (pigmentos amarillos o rojizos) en todo o en parte del plumaje, “pero no necesariamente en otras estructuras”. “Un individuo con leucismo presentará un grado variable de plumas blancas, pero ojos y piel de color normal”, agregan. En este caso, el ave tenía un plumaje totalmente blanco pero los ojos eran oscuros y mantenía el anillo orbital amarillo.

Zorzal con leucismo parcial avistado en Salinas.
Foto Ernesto Blanco

Zorzal con leucismo parcial avistado en Salinas. Foto Ernesto Blanco

Llamadme Ernesto

Luego de su primer avistamiento y las pesquisas correspondientes, sospecharon que podía tratarse de un hornero, un sabiá o un zorzal con leucismo, pero recién pudieron corroborar su identidad en la siguiente ocasión en que vieron al ave. Por eso aquella vez Ernesto corría con desesperación, mientras el ave emergía y se sumergía en un mar de vegetación, intentando conseguir una foto lo suficientemente cercana como para analizar con más detalle aspectos morfológicos.

En ese segundo avistamiento, no sólo vieron a su Moby Dick con plumas interactuando con otros zorzales (de coloración normal) sino que lo escucharon emitir dos veces una vocalización corta típica de la especie. Se trataba sin dudas de un extrañísimo zorzal (Turdus rufiventris) con leucismo completo, que gracias a su paciente persecución se convirtió en el primero registrado formalmente en nuestro país. Ni siquiera hay demasiados registros a nivel sudamericano. Ambos bucearon en la literatura disponible y pudieron hallar tan solo dos zorzales de leucismo completo (uno en Argentina y otro en el sur de Brasil) y uno de leucismo casi completo en Buenos Aires.

Lo avistaron incluso una tercera vez y lo siguieron durante unos diez minutos, observando cómo forrajeaba en el piso y también cómo se posaba en una rama y se acicalaba con el pico. Esa fue la última vez que lo vieron, aunque la obsesión de Ernesto estaba ya razonablemente colmada. “En un momento, mientras corría atrás del animal, me sentí realmente como el capitán Ahab y pensé (ojo: spoiler alert): ‘Voy a terminar muriendo abrazado al zorzal’”, dice a las risas Ernesto.

El magnetismo de Ernesto y Lara con los zorzales con aberraciones cromáticas no terminó ahí. Cuando Lara revisó una por una todas las fotos tomadas por Ernesto en los últimos meses, descubrió entre ellas otro zorzal con leucismo parcial (tenía algunas plumas blancas en la cabeza y las alas) y otro con una aberración llamada progressive greying en inglés (algo así como “encanecimiento progresivo”), que se debe a la pérdida progresiva de pigmento con la edad. En ese caso el ejemplar presentaba decoloración en algunas plumas de la cabeza, con aspecto similar a un veterano que empieza a peinar canas (una expresión más amable que decirle a un canoso que tiene una “aberración cromática”).

“Es posible que (en el área de estudio y sus cercanías) vuelvan a aparecer ejemplares de esta especie con aberraciones cromáticas, ya sean estos mismos tres individuos o su progenie”, comentan en el trabajo.

Con imágenes ya bien claras, Ernesto y Lara pudieron identificar la especie con base en otras características, no sólo su canto típico. Como buen capitán Ahab, Ernesto se desveló más de una noche estudiando y comparando picos de aves hasta cerciorarse de que se trataba de un zorzal. Además de la forma y color del pico, lo corroboraron por el tamaño del ejemplar, el largo relativo de las plumas caudales y la presencia del anillo orbital amarillo (la zona coloreada alrededor del ojo). El pico y las patas presentaban una coloración amarillenta más clara de lo normal, lo que se corresponde con las características del leucismo.

Así como Melville decía de su albatros que “en la prodigiosa blancura corporal del pájaro se alberga el secreto de su hechizo”, ambos científicos se sintieron fascinados por la rareza que representa un individuo totalmente blanco en una especie que porta colores mucho más discretos, gracias a la selección natural.

Con los blancos no viven mejor

“Es inusual encontrar individuos adultos con aberraciones cromáticas que impliquen una extensión importante de coloraciones blancas, ya que les generan una serie de desventajas”, explican los investigadores en su artículo.

“Es posible que los padres rechacen o alimenten menos a un individuo con aberración cromática. Dado que la pigmentación de la superficie de las plumas juega un papel esencial en la termorregulación y la protección contra la radiación ultravioleta, los individuos están más expuestos al daño en la piel”, agregan.

Si el zorzal viviera en un contexto en el que el color blanco representara alguna clase de ventaja, la selección natural probablemente habría favorecido este rasgo y no el color pardo del dorso, que lo hace bastante críptico en la vegetación. Por el contrario, “al ser más conspicuos, están más expuestos a la predación y también pueden ser acosados por conespecíficos”, señalan los autores del artículo. El color blanco podría ser en este caso un motivo de bullying entre zorzales, por decirlo de otro modo, aunque Ernesto y Lara vieron a su ejemplar conviviendo pacíficamente e interactuando con otros individuos de coloración normal.

Zorzal con leucismo avistado en Salinas.
Foto Ernesto Blanco

Zorzal con leucismo avistado en Salinas. Foto Ernesto Blanco

Conseguir pareja puede ser todo un desafío para estos individuos, lo que disminuye las posibilidades de que estas características se reproduzcan. “El éxito reproductivo suele verse comprometido, porque en la mayor parte de las especies de aves el mismo tiene que ver con la coloración. En general los individuos con estas aberraciones cromáticas tienen problemas para atraer pareja dado que los conespecíficos de coloración normal suelen evitarlos”, explican en el artículo. En resumen, los problemas potenciales que enfrenta un ave como el zorzal, a causa del leucismo, se parecen a los elementos que convierten a un personaje de una película de superhéroes en un villano (o héroe) psicópata: orfandad, traumas infantiles, enfermedades, bullying y dificultad para encontrar pareja.

Como para demostrar cuán inusuales son los rasgos de este tipo en las aves, los investigadores resaltan que de los 70.000 ejemplares de aves del Museo Bernardino (Argentina) solo 42 tienen aberraciones cromáticas, pero ninguna con leucismo completo como el zorzal de marras.

Para Ernesto no fue específicamente la blancura lo que lo llevó a entusiasmarse y perseguir este ejemplar, aunque como físico tiene clara la fascinación que ejerce el blanco como unión de todos los colores (en el trabajo citan también al filósofo y matemático francés Pierre-Louis Moreau de Maupertuis, del siglo XVIII, quien afirmaba que “es muy probable que la diferencia del blanco al negro, tan sensible a nuestros ojos, sea muy poca cosa para la naturaleza”). “Era la sensación de ver algo único, que no debería estar ahí, la emoción quizá de presenciar el inicio de algo”, relata. No quedó fascinado sólo por ver el color blanco donde no debe ir sino por ser testigo de la rareza, la mutación.

“Es como esa emoción de ver por primera vez a una especie, sólo que en este caso el misterio era más grande porque no estaba en la guía de aves”, dice. Esa sensación tiene mucho que ver con el cambio que experimentaron ambos científicos en los últimos meses, al redescubrir, simplemente a través de la observación atenta y una nueva disposición de ánimo, los tesoros del mundo natural que tenemos al alcance de nuestros ojos y que a menudo ignoramos.

El mundo en un grano de arena

El contacto frecuente con la naturaleza los acercó a ese mundo que los rodeaba y también hizo de “contraste” con la “estupidez” de haber vivido de espaldas a eso por tanto tiempo. “Fue una forma de constatar la ignorancia que tenía de estar tan cerca de algo tan espectacular y no verlo, de seguir soñando con aquella África que yo veía en los documentales o en las novelas cuando niño y desconocer las maravillas que tenía acá, todo lo que se aprende de observar el comportamiento de los animales, de entenderlos y comenzar a reconocerlos”, reflexiona Ernesto.

Para Lara, empezar a fijarse en las aves fue “como levantar un velo y darse cuenta de que estás rodeado de animales todo el tiempo, algo de lo que antes no te percatabas”. “Yo también me fascinaba con todos esos animales de los documentales, pero de repente acá salís a la vuelta de tu casa y tenés también la maravilla de ver y poder seguir de cerca a la fauna”, agrega.

Ser consciente de ello también significa darse cuenta de la fragilidad del entorno y preocuparse por su conservación. En ese mismo lugar que los entusiasmó con su diversidad de aves, Ernesto y Lara han visto a personas llevando a sus perros, pese a que un cartel indica claramente que está prohibido hacerlo. Los perros son un factor importante de perturbación para las aves, que muchas veces anidan allí. También observaron gatos domésticos (una de las mayores amenazas para la conservación de las aves en entornos urbanos), basura y evidencias de fogatas nocturnas, algo que tampoco está permitido en el predio del mirador.

Para ambos es importante que ese sitio pueda ser descubierto por los amantes de la naturaleza pero también cuidado. Es además una forma de aumentar las chances de toparse con nuevos hallazgos como el suyo, incluso en lugares tan cercanos a sitios urbanizados, y de cuidar la parte por el todo.

Sus visitas al mirador de aves de Salinas fueron parte de un proyecto inspirado por el libro En un metro de bosque, en el que el biólogo David George Haskell se sienta cada día durante un año en la misma piedra del mismo bosque, y narra todo lo que ve. Al prestar cuidadosa atención a las aves, los insectos, los árboles, las flores, las plantas y las condiciones meteorológicas, Haskell descubre –como aquel poema de William Blake que observa al mundo en un grano de arena y al cielo en una flor silvestre– que en un metro cuadrado de bosque está el mundo.

Artículo: Registro de zorzal Turdus rufiventris (Vieillot, 1818) con leucismo completo en Salinas, departamento de Canelones, Uruguay
Publicación: Achará (noviembre 2022)
Autores: Ernesto Blanco y Lara Yorio.