Uno. “El vivo te llena de adrenalina”. Quien lo dice no es una figura de la televisión, la radio o la música, de quienes seguro ya lo escucharon un montón de veces, sino la investigadora del Institut Pasteur de Montevideo Karina Cal. Se refiere al trabajo científico en el laboratorio con modelos animales, algo que le permite ver el metabolismo funcionando en un todo y no apenas en unos tejidos u otros contextos más reducidos. La sonrisa con que acompaña sus palabras deja claro que no es una frase hecha, sino que lo disfruta como poca cosa en su vida profesional. Y al escucharlo, neuronas espejo mediante, uno disfruta aunque sea en parte esa alegría de que alguien esté haciendo lo que verdaderamente quiere hacer. Eso sólo ya es fantástico, pero no es la única cosa llamativa en esta nota.

Dos. La ciencia no es un camino lineal predecible. Guiados por preguntas, quienes se dedican a la investigación pueden saber dónde están pisando, pero ignoran dónde pondrán sus pies mañana. Este es otro ejemplo de ello: probando un compuesto que pensaron que podría ayudar a personas con problemas con los perfiles de glicemia, algo común en la diabetes, por ejemplo, un gran equipo interdisciplinario de investigadores del Pasteur y la Universidad de la República (Udelar) se topó con algo inesperado: sus ratones, pese a estar bajo una dieta rica en grasa que debería hacerlos engordar, no aumentaban de peso. Y entones, boom. A cambiar el rumbo, plantear nuevas hipótesis de trabajo, hacer preguntas, intentar entender y dejarse llevar por la ciencia.

Tres. Según datos de la OMS de 2016, aun en un mundo con hambre e inequidad en el reparto de riqueza y alimentos, 39% de los adultos tienen sobrepeso y 13% obesidad. En los menores, el sobrepeso y la obesidad rondaba el 18%, cuando en 1975 era apenas 4%. Hasta hace muy poco no había fármacos en el mercado que ayudaran, sin demasiados efectos adversos, a bajar más de 10% del peso corporal. Recientemente unas drogas desarrolladas para otro fin demostraron producir una baja de peso al imitar en el sistema nervioso la sensación de saciedad, esa que nos hace dejar de comer cuando estamos llenos. Si bien el uso con el que fueron aprobadas no fue el de que cualquier persona intente bajar de peso, con estos temas sensibles, atravesados por cuestiones que nada tienen que ver con la salud y mucho con factores psicosociales, hay quienes están recurriendo a ellas. Varias drogas que van por ese camino han sido aprobadas o están en vías de serlo. Nuestros investigadores dieron con un compuesto que podría ayudar a bajar de peso pero que no pasa por apelar a la sensación de saciedad.

Cuatro. Ese compuesto made in Uruguay se denominó SANA –acrónimo en inglés de sus componentes, Salicylic Acid Nitro Alkene o nitroalqueno de ácido salicílico– y fue patentado para su uso en el tratamiento de la obesidad y sus complicaciones metabólicas por el Institut Pasteur y la Udelar. ¡Bien por nuestras biociencias!

Cinco. El SANA fue probado con éxito en ratones que no subieron de peso pese a recibir una dieta rica en grasas o que, si ya habían engordado por recibir esa misma dieta, bajaron de peso cuando comenzó a suministrárseles. En paralelo, los investigadores Carlos Escande, Carlos Batthyány y María Pía Garat, del Pasteur, y Virginia López, de la Facultad de Química de la Udelar, crearon una empresa biotecnológica, llamada Eolo Pharma, que recibió capitales semilla para poder explorar las posibilidades de tan promisorio compuesto. El Pasteur y la Udelar le licenciaron a Eolo la patente del SANA a cambio de contrapartidas monetarias al alcanzar distintas etapas.

Seis. El SANA pasó las pruebas de seguridad y eficacia en tres modelos animales realizadas por una empresa certificada, y finalmente logró ser aprobado para pasar a la siguiente etapa: en 2023 se hará un ensayo clínico de fase 1 en el que un puñado de personas recibirán SANA –que en el ensayo pasa a denominarse MVD1– para evaluar su seguridad y si es eficaz para que bajen de peso. Se trataría de la primera vez que un compuesto desarrollado y patentado en Uruguay pasa a ensayos clínicos en humanos. ¡Bien por nuestra biotecnología!

Siete. Cuando entrevisto a Karina Cal y Carlos Escande, el paper en el que comunican sus resultados en ratones y proponen el mecanismo por el que el SANA hace lo que hace está sorteando las últimas revisiones de una prestigiosa revista. Está firmado por 43 investigadores, de los cuales 28, incluidos los primeros autores y el autor correspondiente, son de instituciones de Uruguay: Institut Pasteur de Montevideo, Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), Udelar (Facultad de Medicina, Centro Universitario Regional Este, Centro Universitario Litoral Norte, Escuela de Nutrición, Facultad de Química, Facultad de Veterinaria) y el Centro Uruguayo de Imagenología Molecular. Los restantes 15 autores son de instituciones del exterior: Universidad de Aarhus (Dinamarca), Universidad Federal de Río de Janeiro (Brasil) y las estadounidenses Clínica Mayo, Universidad de West Virginia y Universidad de Pittsburgh. Cuando hablo con Karina y Carlos, ninguno de los dos tiene nada lleno de papelitos. Al contrario. Están felices de estar haciendo la mejor ciencia que pueden. Si los ensayos salen bien, será un gran éxito. Si no dan los resultados esperados –se estima que más de 90% de los fármacos que inician ensayos clínicos nunca terminan saliendo al mercado–, igual están felices porque lo que vienen investigando les permite hacer ciencia de punta en temas relacionados con el metabolismo.

Así que con estas siete maravillas en el bolsillo, comencemos a ver un poco más a fondo esto del SANA, del éxito en ratones y el inicio de un camino que podría hacer que un fármaco concebido aquí pueda eventualmente, en unos cuantos años y con viento a favor, ayudar a las personas que intentan dejar atrás la obesidad no por una cuestión estética, sino porque compromete otros aspectos que afectan su salud. Aclaremos: no toda persona con sobrepeso tiene su salud comprometida. En biología no hay talles únicos y las cosas deben verse caso a caso.

A la suerte hay que ayudarla

Nos convoca el SANA, este compuesto en el que un nitroalqueno se une a un salicilato. Lo primero, entonces, es ver cómo llegaron a él. Y como sucede muchas veces, cuando se escriben los titulares hace mucho tiempo que el agua viene pasando por abajo del puente. O en este caso, por distintos puentes. Porque el SANA no fue pensado para tratar la obesidad, sino que buscaba atacar otro problema.

“Esa es una historia muy linda de confluencia y de la formación de un equipo de trabajo”, dice satisfecho Carlos Escande. “Yo llego al Pasteur en 2014 y Carlos Batthyány, en una parte más farmacológica aquí en el Pasteur, y Virginia López, más en la síntesis orgánica en la Facultad de Química, venían trabajando en los nitroalquenos”, agrega y especifica que el otro Carlos, Batthyány, hizo en su doctorado en Pittsburgh con las propiedades antiinflamatorias de nitroalquenos de ácidos grasos.

“Antes de mi llegada al Pasteur, Carlos y Virginia generaron la idea de tomar el grupo nitro, sacarlo de los ácidos grasos y ponerlo en otro tipo de estructuras”, prosigue Escande. “Yo, por otro lado, venía de trabajar con el salicilato, que es el precursor de la aspirina y tiene 5.000 años de uso registrado, ya que aparece en los papiros de los egipcios”, amplía y dice que como estaba empapado en ese tema, estaba al tanto de ciertas propiedades metabólicas que habían sido redescubiertas a principios de los 2000. “Entonces yo venía del metabolismo, ellos de la inflamación, y conversando un día dijimos que capaz que podíamos poner esos nitroalquenos a los salicilatos, que son una estructura muy conocida, muy usada, o sea que había muchísimo dato de uso en pacientes”, cuenta.

Colocar los nitroalquenos en un compuesto conocido tenía sus ventajas, más aún porque tenían claro hacia dónde querían ir. “Ya estábamos con la cabeza de tratar de desarrollar una molécula que eventualmente pudiese transitar un camino translacional. Y acá en Uruguay básicamente tenés un único tiro, así que el salicilato, con su probado uso, nos ofrecía ventajas”, confiesa Escande.

“La idea era que el salicilato tiene acciones metabólicas que no tenían nada que ver con la obesidad pero sí con el manejo de la glicemia, y de hecho se hicieron algunos ensayos para la diabetes. Si a esa molécula, conocida y segura, le poníamos un grupo antiinfalamatorio, capaz que generábamos algo que potenciara esa acción”, relata Escande. Entones se pusieron a probarlo. Y las cosas salieron, por suerte, mal.

“Una de las cosas por las que se caracteriza la obesidad es por estar asociada a una inflamación crónica en el tejido adiposo. La propuesta era diseñar un fármaco que pudiera trabajar sobre la inflamación crónica, por eso se recurrió a estos dos compuestos”, dice Karina Cal, la de la adrenalina del in vivo.

“Cuando comenzamos a probar la molécula en modelos in vivo de obesidad inducida por dieta, uno de los primeros resultados que obtuvimos en 2018 fue que los animales no engordaban”, dice Cal. ¡Los ratones tenían que engordar para que ellos vieran si disminuía su inflamación de los tejidos adiposos! Pese a que comían como un humano que sólo se atraca con galletitas, gaseosas y hamburguesas de cadenas multinacionales, los ratones que recibían el fármaco no aumentaban de peso. “Ahí paramos las rotativas y empezamos a medir todas las variables que se podía medir y controlar, para confirmar que efectivamente lo que estábamos viendo era una prevención de la obesidad”, comenta. “Si tenemos un resultado que es sorprendente, no previsto, el camino es descartar todo lo que puede estar mal”, apostilla Escande, quien demostró una gran imaginación para pensar errores catastróficos que pudieran estar haciendo que los ratones no engordaran.

“Midiendo todas las variables, fuimos descartando todas las posibles catástrofes que proponía Carlos”, dice riendo Cal. Arthur Conan Doyle podría haber dicho que “una vez descartado lo que tira Escande, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. Y así fue. Revisado el diseño experimental, la dieta y todo lo que pudiera estar incidiendo, se quedaron con una nueva hipótesis: algo había en esa molécula que efectivamente estaba impidiendo que sus ratones ganaran peso.

Hay quienes piensan que los científicos son personas que tienen una idea genial, en el vacío, y que un día se levantan pensando que determinada molécula impedirá que sus ratones engorden. Pero la cosa no es casi nunca así. “Hay mucha prueba y error. La elección de la molécula no fue al azar, pero nunca previmos lo que iba a pasar” reconoce Carlos. “Sí hubo una concepción de decir que esta molécula tendría efectos metabólicos. El mérito, si se quiere, fue, ante el resultado inesperado, no descartar el asunto y analizarlo, por más que en ese momento no lo podíamos explicar, y seguir metiéndole”, agrega.

SANA y patentes

El artículo, que está en el proceso de revisión, detalla los experimentos que hicieron en ratones, donde muestran que efectivamente su nitroalqueno de ácido salicílico previno la obesidad o incluso hizo bajar de peso a ratones que ya eran obesos por su dieta. Allí al compuesto se lo denomina SANA, un nombre ganchero en español pero que se origina en el acrónimo de sus componentes en inglés. Descubrimientos sorprendentes merecen nombres que sorprendan.

Sin embargo, pese a que la bautizaron SANA en 2018, la molécula compuesta por nitroalquenos y salicilatos ya tenía su historia. “Cuando nosotros hicimos la propiedad intelectual tuvimos que patentar el uso, porque la molécula ya estaba descrita como un intermediario en la síntesis de otra molécula que se usaba como fungicida”, dice Escande. Si bien esa estructura química no se había usado para nada, sino que era un paso intermedio para llegar a un veneno para hongos desarrollado en la década de 1950, ya figuraba entonces en la literatura científica. Así que lo que patentaron el Institut Pasteur y la Udelar fue el uso de esa molécula con estos fines relacionados con la obesidad.

“Cuando empezamos a recorrer este camino sabíamos que, si era posible, intentaríamos llegar a un estudio de fase clínico”, comenta Escande. Para eso la patente es un primer paso en el que también la historia de los miembros del equipo pesó. “Batthyány venía de trabajar con nitroalquenos de ácidos grasos en el exterior con quien fue su jefe, Bruce Freeman, y habían recorrido el camino de ir patentando las moléculas y también de hacer ensayos clínicos. Por otro lado, yo también me formé con un médico que también recorría el camino de patentar y de pensar siempre si era posible llevar a un ensayo clínico lo que teníamos. Entonces creo que los dos mamamos que esto de patentar y hacer ensayos era algo que teníamos que tener en la cabeza”, dice Escande.

“En algún momento hubo cierta ‘inconsciencia’, en el buen sentido. Creo que no teníamos demasiado claro lo complejo que era lo que se venía”, expresa Carlos con sinceridad. “Cuando nos hicimos el primer planteo de tratar de hacer un ensayo clínico, no nos imaginábamos que íbamos a tener que terminar montando toda esta estructura de la start-up, sólo pensábamos en patentar y en tratar de llegar a un ensayo clínico. Siempre decimos, en la interna, que si hubiésemos sabido desde el inicio lo complejo que era, capaz que no nos daba el cuero para tirarnos”, confiesa. Pero el cuero dio. Y el entorno acompañó. “Hay una visión institucional que tiene el Pasteur en ese sentido, que nos empujó y nos dio para adelante”, dice Escande.

Adrenalina en el laboratorio

Escande y Cal se conocían por haber coincidido en el IIBCE. Por eso en 2017, cuando aún pensaban que su molécula serviría como antiinflamatorio del tejido adiposo, Escande pensó en ella para llevar adelante los experimentos con ratones. “El primer día que hablamos me dijo que haría cualquier cosa menos trabajar con ratones”, comenta.

“Cuando Carlos me propone eso de trabajar con animales pensé que iba a pasar mal. Resultó que hoy día lo único que quiero hacer es trabajar en modelos in vivo, me encanta la intervención en los modelos in vivo de animales pequeños”, dice Karina. “Esto también me llevó a saber que en lo que quiero trabajar es en metabolismo energético y que me gusta ver el organismo en su totalidad en lo que sea que estés probando. Todo bien con cómo se complementa la ciencia, ir buscando las cosas en un tejido u otras aproximaciones, pero lo que me atrae a mí es ver el funcionamiento global en organismos vivos”, explica.

“Trabajar in vivo tiene una adrenalina brutal. Cuando vos intervenís en tiempo real y medís cosas en tiempo real, eso tiene algo que no te puedo explicar”, agrega Cal, que aun así lo intenta. “Cuando estábamos haciendo estos experimentos llegamos a tener muchos ensayos en paralelo para ver si siempre se cumplía esto de que la droga impedía que engordaran como si había una reversión en ratones que ya estaban obesos. Hicimos entonces un ensayo muy largo, de 40 semanas, y como allá a la semana 20 y pico, empezamos a notar las diferencias. Cada vez que iba a medirlos y a pesarlos sufría, temía que se hubiera perdido la diferencia. Entonces cada vez que iba, la adrenalina explotaba. Después de como diez semanas en las que eso no se revertía, me tranquilicé”.

En el trabajo que están por sacar reportan que el SANA no sólo previene la obesidad en ratones que están con una dieta rica en grasas, sino que en ratones que ya habían engordado y estaban obesos con esa dieta, al administrárseles la molécula bajaban de peso. “Ese fue como uno de los primeros ensayos que hicimos, tratar de probar esta molécula en ratones que ya estaban con obesidad. Hicimos algunos ensayos justamente de reversión del fenotipo, para decirlo de alguna manera, o de tratamiento de la obesidad ya instalada, y creo que lo más llamativo de esos experimentos se da cuando los comparamos con drogas que son líderes en esto”, enfatiza Cal.

Por ejemplo, en el trabajo comparan sus resultados con la metformina, que se utiliza para bajar la glicemia en diabetes, y obtienen resultados muy buenos. Pero no sólo: también lo compararon con otros fármacos que ya se están usando para combatir la obesidad y que no están en ese trabajo a publicarse.

“Hoy el medicamento con el que se va a cualquier paciente que llega a la clínica con una diabetes o con una glicemia no controlada es la metformina”, comenta Escande. “En el último tiempo salieron unos fármacos que son agonistas GLP1, que lo que hacen es actuar a nivel de sistema nervioso central promoviendo la saciedad”, agrega. “En realidad estos agonistas GLP1 fueron diseñados como fármacos para la diabetes, pero como tenían el efecto de reducir el peso, se están popularizando y de hecho un médico con el que estuvimos hablando el otro día nos decía que se están empezando a consumir de forma masiva, incluso hasta medio descontrolada. En otros países los está consumiendo gente que no los necesitaría”, dice.

Si se venden productos para adelgazar que está probado que no tienen ninguna acción, cómo pretender que no se vendan algunos fármacos que, en contextos concretos, producen resultados. Como el agente de los Archivos X, la gente quiere creer.

“El riesgo de caer en esa categoría de estar vendiendo humo, como bromeamos nosotros, es alto. Por eso para nosotros es tan importante que este trabajo salga publicado en una revista top, porque siempre hay cierto descreimiento de la solidez científica cuando uno se mete en estas áreas, porque son cosas que venden mucho y venden fácil”, dice Escande. “De hecho, a nosotros nos ha pasado. Cuando empezaron a salir noticias respecto a lo que venimos trabajando, se generaban expectativas y la gente te escribía. A mí ya me están llegando correos electrónicos de gente que me plantea a ver si ya lo puede empezar a tomar, a ver si puede ser incluida en los ensayos. Hay que tener mucho cuidado con eso”, dice.

Volvemos a la comparación con el fármaco que se vende. “Comparamos nuestros resultados obtenidos en ratones con el SANA y con la droga que ya está consumiéndose, la liraglutida”, dice Escande. “Desde el punto de vista de la potencia, la liraglutida es mucho mejor que la nuestra, la pendiente de pérdida de peso es mucho más empinada”, reconoce.

Con el SANA se requieren mayores dosis y la pérdida de peso lleva un poco más de tiempo. Pero presenta otra ventaja, además de que se administra por vía oral y no mediante inyecciones que, como a la gente no le gusta mucho pincharse, provoca que algunas personas no adhieran tan bien al tratamiento (que, por cierto, en el caso de la otra droga en humanos lleva varios meses, incluso más de un año con inyecciones semanales).

“El problema es que estos agonistas GLP1, que trabajan en el sistema nervioso, funcionan mientras los estés consumiendo. Pero pasa con los roedores, y pasa con la gente también, porque está descrito en los ensayos clínicos, que cuando se deja de administrar la persona no sólo vuelve a comer, sino que termina recuperando el peso inicial”, advierte Escande. En el SANA vieron algo que también parece promisorio: “Con nuestro compuesto vimos que cuando lo dejamos de administrar el efecto residual duraba mucho más. Eventualmente también termina rebotando”.

“Cuando uno va ganando peso, y como es una cosa que ocurre de forma crónica, se produce lo que se llama un reajuste del equilibrio energético del organismo. Si vos estás estable en 70 kilos, por ejemplo, tu organismo responde con hambre avisándote que precisás energía para mantener los 70 kilos. Ahora, si estás en 140 kilos, todos tus mecanismos compensan y tu nueva barrera es esa. Es muy difícil cambiar esa barrera, por eso es que es tan difícil que se logre mantener pérdidas de peso sólo con dieta. Vos lográs mantener la dieta un tiempo, y perdés peso y comés menos, pero tu organismo te está diciendo todo el tiempo que tiene hambre, que le falta energía. Apenas largás la chancleta, pum, volvés al peso inicial”, explica Escande.

El rodeo de Escande es interesante por lo que dice luego: “Eso de la dieta es lo que pasa con estos compuestos. Mientras se administra el mimético de saciedad, está bárbaro, te sostenés, pero cuando lo dejás, volvés al peso”. Además, hay otras razones para probar un nuevo compuesto con un nuevo mecanismo de acción (ya veremos eso). “Si bien esas drogas ya están aprobadas clínicamente, ya pasaron la fase 3 y fueron exitosas, todavía no se pasó por la vigilancia farmacológica, todavía no se ha visto cómo evoluciona esto a lo largo del tiempo”, dice. No es que Escande esté anunciando problemas, pero es mejor tener varias estrategias distintas, con principios y forma de aplicación diversos.

Una apuesta refrescante

En el trabajo por publicarse nuestros investigadores y sus colegas internacionales no sólo comunican lo que el SANA logró en ratones, sino que además explican su vía de acción, es decir, los mecanismos por los que estaría haciendo lo que hace. Y el SANA no tiene nada que ver con los productos aprobados, y otros que están en vías de estarlo, que actúan sobre los receptores de saciedad.

“Con respecto a esto de la vida de acción, creo que lo más interesante que tiene esta propuesta es que cuando no sabíamos por qué estaba pasando lo que pasaba ni cómo, se empezó a trabajar con la plataforma de proteómica del Institut Pasteur. Alejandro Leyva, con quien compartimos la primera autoría del artículo, hizo los análisis proteómicos del tejido adiposo para ver qué era lo que pasaba y encontró indicios de que podía ser una creatinkinasa lo que podría estar dando la diferencia entre los animales tratados y no tratados”, dice Cal.

“El mecanismo de acción no fue buscado, sino que fue encontrado. Cuando no sabíamos qué hacer, hicimos un abordaje no supervisado, hicimos un análisis proteómico para ver qué estaba cambiando en los ratones que bajaban de peso, y Alejandro pescó una señal, encontró una punta de la madeja al dar con esta proteína. Y ahí empezamos a tirar del hilo”, suma Escande.

Para hacer un cuentito sencillo, podríamos decir que la acción de SANA se da mediante un aumento de la actividad de las mitocondrias de los adipocitos, que son las células que forman el tejido graso. Esa actividad aumentada provoca una termogénesis, o sea, se genera calor. Ese calor requiere energía, que se obtiene quemando las grasas de los adipocitos. Si uno quiere un fármaco para la obesidad, que actúe en los adipocitos es ideal. Pero de todas maneras, una persona saludable precisa grasas. La grasa es nuestra forma de acumular energía y, haciendo un paralelismo, las grasas son las baterías que almacenan energía de los paneles solares para cuando el sol no está. Y allí también hay una buena nueva promisoria.

“En los experimentos que hemos hecho en ratones sin sobrepeso y que no están alimentados con una dieta rica en grasas, la droga no tiene afecto. El fármaco de alguna manera necesita una segunda señal para ser activada, no alcanza sólo con que se lo administres”, comenta Cal. “Necesita quizá la señal de la dieta rica en grasas, algo que ahora no sabría exactamente qué es. Lo único que se me ocurre decir es eso”, conjetura.

Podemos decir entonces que a los ratones sin sobrepeso el SANA no les consumió la grasa de sus cuerpos. No es un biodesengrasante ciego y dañino. “En ratones no obesos y en aquellos con dieta normal la droga no tiene el mismo efecto que en aquellos alimentados con dieta rica en grasa, no modifican ninguno de sus valores”, me tranquiliza Cal.

“Y una cosa que es importante es que la termogénesis es un mecanismo fisiológico. Los homeotermos tenemos esto para conservar nuestra temperatura corporal. Entonces lo que vemos es que con nuestro compuesto no estás generando algo que es ajeno a nuestra respuesta fisiológica”, comenta Escande. Con todo esto, entonces, ahora el SANA comenzará una nueva etapa.

El ensayo clínico fase 1

Los ensayos clínicos comienzan este año en Australia. Y eso es posible porque la ciencia que vienen haciendo sedujo a más gente. Mediante la creación de una start-up biotecnológica, Eolo Pharma, la idea de nuestros investigadores atrajo a otra gente y a grupos dispuestos a arriesgar capitales. El porcentaje de compuestos que entran en ensayos clínicos de fase uno que luego salen al mercado es muy pequeño, no supera el 10%. Es un gran paso, sin dudas, pero más nos vale disfrutar el camino y aprender todo lo posible. Porque en ciencia una droga que no pasa un ensayo clínico no es el final del camino.

“Ahora, al iniciar los ensayos clínicos de fase 1, se plantean varios escenarios posibles. La fase 1 tiene dos subfases. En la primera se trata de 24 pacientes y el fármaco sólo se les da a individuos sanos. Si todo anda, se pasa a la segunda subfase, en la que va a haber individuos sanos y se va a incluir individuos con sobrepeso y obesidad para ver si tenés algún indicio de eficacia. Te puede pasar que en la primera subfase ya tengas signos de toxicidad y listo, se terminó todo”, comenta Escande.

“Si la seguridad sigue dando bien en la siguiente subfase y obtenés algún signo de eficacia, eso te para muy bien para negociar algún tipo de trato que te permita a vos seguir adelante, cosa que es muy difícil porque ya los costos de pasar a una fase 2 son muy altos, o negociar con otros interesados. Te puede pasar que incluso yéndote bien a nadie le interese comercialmente”, prosigue Escande.

Bueno, si funciona el compuesto y promete ser útil para tratar la obesidad, es seguro que habrá interés. El asunto es que en este mundo los intereses de quien tiene el dinero no necesariamente apuntan siempre al bien común. Una gran empresa farmacéutica podría, por ejemplo, comprar la patente para encajonar ese producto y que no lo explore otra compañía rival. Las complicaciones pueden ser varias, aun teniendo éxito. Escande explica que, por ejemplo, las empresas farmacéuticas pueden no interesarse si las dosis necesarias para que funcione no van con sus planes de negocios, o si la vía de administración no les interesa, o si están metidos en el desarrollo de otro producto similar o para el mismo problema.

“Nosotros tenemos cierta confianza y tranquilidad de que el fase 1 lo vamos a sortear. No creemos que vaya a haber problemas de seguridad, pero hay que recorrer ese camino. Después la eficacia ya es otra historia. Es algo sabido por todo el mundo, y también por los inversores, que en las pruebas de eficacia es en las que se cae la mayoría de los desarrollos de fármacos”, reconoce Escande.

“Donde nosotros nos paramos firmes es en que estamos convencidos de que esto científicamente está bien y de que hay un hito que es el haber logrado desde un desarrollo científico in house, hecho acá en el Institut Pasteur y en la Universidad de la República, estar haciendo unas pruebas iniciales en pacientes. Eso es el hito. ¿Significa eso que esto algún día se va a terminar consumiendo por la población para tratar la obesidad? No, para nada; ninguno de nosotros lo puede decir. Hay que recorrer el camino y no hay ninguna garantía de que la fase uno termine bien ni de que la dos termine bien, ni de que la tres también y que alguien diga que le interesa”, dice Escande.

“Hay que ser cuidadoso con este tipo de cosas. Ninguno de nosotros se está plantando en que esto ya está. Donde sí nos plantamos es en que acá hay buena ciencia, hay un camino de innovación y hay un hito que nos parece que es importante reconocer, que es que desde Uruguay se está logrando este primer paso que nunca se había logrado. ¿Significa eso que se terminaron las dietas? Claro que no, para nada”, ríe Escande.

De hecho, insiste con algo que también se remarca para otros medicamentos relacionados con la obesidad. “El camino para esta patología es vida sana, es hacer deportes, es comer saludable, es evitar los ultraprocesados. El problema de la obesidad sigue creciendo, por lo que lo que hay que hacer es educar, fomentar otra forma de vida, hay que etiquetar [los alimentos], etcétera. Pero no podés dejar de reconocer que hay una población muy grande que precisa la medicación”, comenta.

En el trabajo se dice algo que es relevante: una vez que el fenotipo de obesidad queda instalado, es muy difícil revertirlo con cambios en el estilo de vida. Es cierto, hay gente que lo logra, pero a veces esos casos se muestran como al millonario que quiere hacernos creer que todos podemos no tener penurias económicas si lo deseamos de verdad. Es que en la obesidad además confluyen un montón de factores desde lo económico a lo metabólico, desde lo social y psicológico hasta lo genético. “La obesidad es multifactorial y está muy vinculada a lo comportamental de los individuos”, añade Cal.

“De todas formas, si la droga se cae en el fase 1, nosotros sabemos que en un modelo animal funciona. Entonces, nos está llevando a generar otros proyectos de estudio fisiológico, como por ejemplo uno que estudia la implicancia de la creatina en la termogénesis fisiológica y en los que este fármaco es una herramienta para ver cosas. Si esto se cae acá en los ensayos, igual va a dar frutos a nivel científico, y eso para mí ya es muy valioso”, dice Cal. ¿Queremos que el SANA funcione? Claro que sí. Pero lo que ya está más que claro es que nuestra ciencia funciona.

Artículo: A nitroalkene derivative of salicylate alleviates diet-induced obesity by activation of creatine-dependent thermogenesis
Publicación: Cell Metabolism (en revisión)
Autores: Karina Cal, Alejandro Leyva, Jorge Rodríguez, Santiago Ruiz, Lucía Colella, Mariana Ingold, Leonardo Santos, Cecilia Vilaseca, Germán Galliussi, Lucía Ziegler, Mariana Bresque, Peter Breining, Rosina Dapueto, Thais Peclat, Andrés López, Katie Thompson, Guillermo Agorrody, Evan DeVallance, Ethan Meadows, Juliana Camacho, Valeria Valez, Adrián Aicardo, Paola Contreras, Mikkel Vendelbo, Steen Jakobsen, Andrés Kamaid, Williams Porcal, Aldo Calliari, José Verdes, Jianhai Du, Yekai Wang, John Hollander, Thomas White, Rafael Radi, Guillermo Moyna, Celia Quijano, Robert O’Doherty, Eric Kelley, Rosario Durán, Eduardo Chini, Virginia López, Carlos Batthyány y Carlos Escande.

Start-up y financiación

“Hubo una decisión de tomar el camino de asociarse, de tratar de conseguir fondos, porque no era posible recorrer este camino de otra manera con las reglas de juego que hay hoy”, comenta Escande. “Una opción era publicar esto, decir qué hace esta molécula. Pero si optábamos por publicarlo antes de patentarlo, la molécula quedaba libre”, sostiene.

“Las reglas de juego son esas. Entonces nosotros vimos que si queríamos seguir con esto teníamos que conseguir fondos para tratar de recorrer este camino. Una vez sometidas las patentes, cuyos dueños son el Pasteur y la Universidad de la República, porque son quienes pagan nuestros salario, lo que hicimos fue presentarnos en 2016 a un llamado de la incubadora CITES, y la que se puso el trabajo al hombro fue una estudiante mía de biotecnología en la ORT, Pía Garat, hoy en el Pasteur, que estaba haciendo su tesina de investigación pero a la que le interesaba la parte de innovación.

Les fue bien y obtuvieron la financiación. “Esa financiación lo que permite es, por un lado, generar el asesoramiento comercial o de ver cómo se hace para desarrollar ese camino. El objetivo de crear la empresa no es un fin en sí mismo, sino poder desarrollar todas estas fases. Eso empieza a generar un ingreso de capital también para los laboratorios, que es lo que permitió, por ejemplo, contratar a tiempo completo a Karina, empezar a pagar algunos complementos salariales y empezar a generar una estructura en la que nos podamos empezar a mover más rápido”, agrega Escande.

“Creo que hay que decirlo: este camino de obtener ingresos por patentes o privados no implica suplantar la inversión necesaria que se hace en las instituciones de investigación. El ingreso por patentes nunca puede venir a suplantar los fondos del Estado en las instituciones de investigación y enseñanza, sino que es algo que se suma a lo que hay que invertir”, aclara Escande, por las dudas. Recordémoslo: la participación de privados fue posterior a que el grupo de investigadores, con sus salarios del Pasteur y la Udelar, comenzaran y decidieran probar esta molécula en entornos de glicemia no controlada. Una vez que había algo promisorio entre manos, los capitales de riesgo se suman. O no.

“Claro. Antes hubo financiamiento de la CSIC [Comisión Sectorial de Investigación Científica, de la Udelar] y de la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación] con sus fondos concursables: las patentes se financiaron originalmente con fondos de la ANII, nuestros salarios –el mío, el de Carlos, el de Virginia– son costeados con fondos públicos. Yo pude hacer esto porque el Institut Pasteur financia mi salario, y los salarios vienen de fondos públicos, más allá de que es una institución privada. Hay una inversión enorme, enorme, enorme, y que sigue al día de hoy, porque en realidad nuestros salarios siguen siendo pagados por nuestras respectivas instituciones. Entonces es una mentira decir que esto suplanta la inversión pública en ciencia. Y quienes dicen que en otros países pasa también están faltando a la verdad. Silicon Valley está montada en miles de millones de dólares del gobierno de Estados Unidos”, comenta Escande.