Entre 35 y 40 millones de años atrás, un mamífero cuadrúpedo terrestre dio un paso evolutivo curioso: abandonó la tierra e hizo del mar su hogar, revirtiendo así el camino que sus ancestros habían tomado 350 millones años antes.
Tuvo éxito. Evolucionó en un gran grupo de criaturas diversas que conquistaron los mares, los ríos y también los corazones de otro mamífero terrestre que surgió hace prácticamente nada, pero que se convirtió muy pronto en la especie dominante de la Tierra.
Humanos y delfines viven en dos mundos radicalmente distintos en los que no pueden convivir más que brevemente, pero eso no ha impedido que los primeros sientan una fascinación especial por los segundos y estén convencidos, un poco exageradamente, de que el sentimiento es mutuo. Eso se debe quizá a que los delfines son curiosos, sociables, inteligentes y tienen una engañosa sonrisa pintada en la cara que en realidad permanece fija incluso en el más enojado de los individuos.
La historia de la simpatía de los delfines hacia los humanos y su presunta disposición a salvar nuestras vidas es muy antigua y está enraizada en los orígenes de la cultura occidental. En la mitología griega, son los delfines quienes salvan al poeta Arión luego de que una tripulación le roba su dinero y lo arroja por la borda. Los animales, aparentemente, quedaron deslumbrados por la forma en que Arión tocaba la lira y resolvieron trasladarlo sano y salvo hasta la orilla, lo que permitió al poeta llegar a Corinto y castigar más tarde a los delincuentes. Desde entonces, abundan las historias de delfines que rescatan a personas en problemas en el mar, a tal punto que no pasa un año sin que alguna llegue a los medios de comunicación.
Teniendo en cuenta que despiertan tales sentimientos de fascinación, ternura y agradecimiento, es sorprendente, o quizá no tanto, lo mal que hemos tratado a los odontocetos, como se llama al grupo de cetáceos con dientes que incluye a delfines y marsopas. A través de la acción directa o indirecta de una mezcla de actividades, como la contaminación, el denso tráfico fluvial y la captura (accidental o no), extinguimos ya al delfín baiji de China, estamos a punto de hacer lo mismo con la vaquita marina que habita el Golfo de California y arrastramos a varias especies a un grado serio de amenaza. Entre ellas, el delfín franciscana (Pontoporia blainvillei) que se originó en nuestras aguas. También las hemos usado con propósitos militares, las capturamos para que nos entretengan en los acuarios y las matamos para satisfacer paladares exóticos en algunos países de Asia, pese a que se desaconseja el consumo de su carne por la presencia habitual de toxinas.
Parte de los problemas de conservación es el desconocimiento que tenemos de los hábitos de estos animales y de los lugares en los que habitan. Muchas de las especies son difíciles de observar desde la costa o los barcos y sólo tenemos noticias de ellas cuando varan en la orilla o quedan atrapadas en las redes de pesca.
Uruguay es un buen ejemplo de ello. Pese a que hemos registrado al menos 22 odontocetos en nuestras aguas, son principalmente tres los que se ven con cierta frecuencia directamente en el agua o en los varamientos: la mencionada franciscana, la orca (Orcinus orca) y la tonina o delfín nariz de botella (Tursiops truncatus). Si pretendemos conservar en nuestra región del planeta a muchas de estas especies tan carismáticas, universalmente queridas y cuyo grado de amenaza a menudo desconocemos, necesitamos saber más sobre los lugares donde se alimentan y las presas que eligen. Eso, justamente, es lo que empieza a hacer un trabajo que es capaz de leer los huesos de los delfines.
La base está
Los delfines nunca salvaron a la bióloga Meica Valdivia de morir ahogada, pero sí le proporcionaron sustento para su vida académica y laboral. Hoy trabaja rodeada de odontocetos, aunque no estén vivos sino representados por cráneos apilados ordenadamente en los estantes del Museo Nacional de Historia Natural.
Para su tesis de maestría, utilizó justamente la información escondida en esa colección de cráneos, entre otras, para sumergirse figuradamente con delfines y marsopas y observar por dónde andan y qué comen.
“Como no se sabe mucho de estas especies en Uruguay, intentamos ver en qué lugar de la red alimenticia se ubican y dónde están comiendo, algo importante porque son depredadores tope, especies clave tanto para los ecosistemas como las comunidades de animales que viven en ellos”, cuenta Meica. Para eso, no había que ponerse a tocar la lira a bordo de un barco como Arión sino saber cómo escuchar lo que dicen sus huesos.
La principal ayuda que Meica y sus colegas tuvieron para averiguarlo fue la de los isótopos estables. Somos lo que comemos, como les gusta recordar con frecuencia a los nutricionistas y los biólogos que trabajan con estos isótopos. Justamente dos de las pistas que dejan los alimentos en el cuerpo son los isótopos estables de carbono y nitrógeno, “señales” que dan información sobre el lugar que un determinado animal ocupa en la red trófica y los hábitats en los que se alimenta.
El isótopo de nitrógeno, por ejemplo, se va incrementando a medida que la especie se encuentra más alto en la red alimenticia (delfín se come pez, que se comió a un calamar, que a su vez se comió a un pez más chico, que se alimentó de pequeños invertebrados, etcétera). El isótopo de carbono permite identificar el origen de la productividad primaria de la red alimenticia, como las macroalgas costeras o el fitoplancton oceánico, una diferencia de base que aporta información sobre la zona en la que se mueven las especies.
En este caso, los autores de la investigación optaron por medir esta “señal” directamente en los huesos, ya que de esa forma pueden analizar lo que el animal comió a lo largo de su vida y no en los últimos meses, como ocurre en el tejido que crece y se va sustituyendo.
La base estaba. Ahora había que recabar suficientes especímenes para encontrar información valiosa y analizarla, algo que requirió un trabajo colaborativo de Meica junto a investigadores e investigadoras del Centro Científico Tecnológico Tandil de Buenos Aires, el Laboratorio de Ecología Evolutiva Humana de la Universidad Nacional de Centro de la Provincia de Buenos Aires, la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República de Montevideo, el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina), la sede Rocha del Centro Universitario de la Región Este (CURE), la asociación civil Yaqu Pacha Uruguay y el Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona (España).
Hasta luego y gracias por el pescado
Meica y sus colegas analizaron muestras de ejemplares de odontocetos de las colecciones del Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo, la Facultad de Ciencias, el Museo del Mar de Punta del Este y la organización Yaqu Pacha Uruguay, correspondientes a especímenes hallados entre 1947 y 2018 en aguas oceánicas y del estuario del Río de la Plata (de Colonia a Rocha).
Se centraron en las seis especies que contaban con ejemplares suficientes como para obtener resultados interesantes: el delfín común (Delphinus delphis), el delfín de Fraser (Lagenodelphis hosei), la falsa orca (Pseudorca crassidens), la marsopa espinosa (Phocoena spinipinnis), y las ya mencionadas franciscana y tonina (en este último caso la subespecie vulnerable Tursiops truncatus gephyreus).
Antes de hablar de sus huesos, corresponde presentarlas brevemente. La tonina se hizo famosa en el mundo gracias a la serie de televisión Flipper y a que suele ser protagonista de los shows de acrobacias de los acuarios. Tiene una extensa distribución, aunque la subespecie que habita Uruguay es considerada amenazada y prioritaria para el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP).
La franciscana es bastante más pequeña y tímida que la tonina, y se la ve incluso con frecuencia desde la costa surfando olas. Es un delfín de río pero estuarino, que tolera bien las aguas salobres. Es actualmente el cetáceo más amenazado del Atlántico suroccidental debido a las cifras altísimas de capturas incidentales en redes de pesca.
El delfín común, con su particular patrón bicolor (oscuro en la parte dorsal y claro en el vientre), es probablemente el cetáceo más abundante del mundo, pero algunas de sus poblaciones enfrentan problemas de conservación en el planeta. En Uruguay, como pasa en todas las especies incluidas en este trabajo, se la considera amenazada y prioritaria para el SNAP.
La falsa orca es menos famosa que el pariente ilustre que le da nombre, pero tiene también un tamaño impresionante: puede superar los cinco metros de longitud y las dos toneladas de peso. Está “casi amenazada” a nivel global según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
El delfín de Fraser es una especie bastante elusiva que se registró por primera vez en Uruguay (al menos formalmente) en 1991, cuando apareció un ejemplar varado en José Ignacio. Ese mismo mes otros tres especímenes fueron descubiertos en playas del Río de la Plata. Tiene el dorso de color oscuro, y el vientre y la garganta color crema. Su estatus de conservación a nivel global es de “menor preocupación” pero con algunas subpoblaciones en problemas.
La marsopa espinosa es un cetáceo muy pequeño y difícil de ver, de color gris oscuro, que al igual que la franciscana sufre el problema de la captura incidental en nuestras aguas. Es endémico de la costa sudamericana y está considerado casi amenazado por la UICN.
En total, 103 ejemplares donaron para la ciencia una pequeña muestra ósea de 30 miligramos, tomada de la base de sus cráneos. Una vez analizados los isótopos estables de nitrógeno y carbono en estos fragmentos de tejido óseo, ¿qué nos contaron sobre nuestra comunidad de odontocetos, sus preferencias de hábitat y cómo reparten los recursos?
Divide y vencerás
Uno de los hallazgos más interesantes está relacionado con las falsas orcas en Uruguay. Los análisis muestran la existencia de dos grupos ecológicos diferentes en nuestras aguas, que los investigadores denominaron ecotipo 1 y ecotipo 2, con diferencias muy notorias en los valores isotópicos.
Los resultados sugieren que un grupo de estos cetáceos se alimenta cerca de la costa y de presas que se encuentran en posiciones altas de la red trófica, y el otro en un ambiente más oceánico y de especies de niveles más bajos en la red trófica.
El hallazgo de estos dos ecotipos está en concordancia con un patrón ya reportado hace más de diez años en el sur de Brasil y podría implicar una expansión en su distribución, apunta el trabajo. Teniendo en cuenta las especies registradas en Uruguay que se sabe son parte de la dieta de las falsas orcas, podría decirse que mientras el ecotipo 1, el que anda más próximo a la costa, se daría panzadas de corvinas blancas y negras, el ecotipo 2, más oceánico, se sustentaría más en festines a base de calamares y merluza de cola.
“Aunque los hábitos costeros de las falsas orcas son menos conocidos en aguas uruguayas, se han registrado avistamientos desde la costa en el departamento de Rocha. Se necesita más información de la ecología trófica de la especie en aguas uruguayas, pero la información respalda los dos comportamientos tróficos”, agrega el artículo.
¿De qué forma una misma especie pasa a tener dos comportamientos alimenticios tan distintos? Es imposible saberlo exactamente, pero “que se elijan dos estrategias diferentes puede deberse a una presión por la disminución de recursos”, dice Meica. Para sobrevivir hay que dividir recursos, por decirlo de otro modo.
Si bien Meica cree que estos resultados pueden estar relacionados con diferencias a nivel de población en la especie, insiste en que hay que recabar más información para confirmarlo. Eso es justamente lo que está haciendo ahora la estudiante Lucía Frones, que analizará la genética y morfología de las falsas orcas en Uruguay.
Eso permitiría también resolver otro enigma en puerta. “Los ecotipos oceánicos de falsa orca en nuestras aguas tienen ya un tiempo. No los hemos registrado en el presente y eso es un dato que también vamos a tener que discutir en la tesis de Lucía y explorarlo un poco”, agrega Meica. Esta ausencia reciente de uno de los grupos ¿se debe sólo a un muestreo incompleto? ¿Obedece a algún motivo ecológico? Como siempre, falta más información para responder esas preguntas y también para implementar acciones de conservación en nuestro país para esta especie, que en otras partes del mundo enfrenta amenazas serias como la contaminación por metales pesados.
Game of bones
Los huesos nos contaron otros datos interesantes sobre cómo usan estos animales nuestras aguas y sus recursos. Por ejemplo, puede verse una suerte de gradiente que va desde la costa al océano, en el que algunas especies solapan sus hábitos alimenticios y otras son más especialistas.
Los resultados sugieren que la marsopa espinosa, la tonina y la falsa orca ecotipo 1 se alimentan en la plataforma continental y de presas de alto nivel trófico. En el otro extremo se encuentran el delfín de Fraser y la falsa orca ecotipo 2, que usan el ambiente oceánico y se alimentan de presas de posiciones tróficas más bajas. Con valores isotópicos intermedios, mientras tanto, aparece el delfín común.
Si bien este estudio no analiza cambios a lo largo del tiempo, sus datos arrojaron algo interesante respecto a las toninas. Los resultados de sus valores isotópicos coinciden con un hecho que cualquiera que supere los 40 años y haya pasado parte de la infancia en la Costa de Oro habrá notado: las toninas dejaron de verse en el Río de la Plata en las últimas décadas. Los datos más recientes reflejan este alejamiento de la zona estuarina y un corrimiento hacia aguas oceánicas de la plataforma continental.
Además, los resultados de los análisis de ejemplares de franciscanas sorprendieron a los investigadores, que optan por tomarlos con pinzas. Por un lado, los valores de carbono sugieren costumbres más oceánicas de las que debería tener una especie que es tan marcadamente costera. Esa contradicción podría deberse a la presencia de materia orgánica aportada por la influencia de agua dulce cerca de la costa, con valores isotópicos de carbono más bajos.
La franciscana, igual que la marsopa espinosa, también quedó demasiado al tope en la red alimenticia para el tamaño que tiene. Como dice el refrán, los datos sugieren que muerden más de lo que pueden masticar. La explicación podría estar en los químicos que la acción humana arroja en los ambientes en los que se mueven estas especies. “Nuestra hipótesis para explicar esto es que las aguas de desecho están influyendo en los valores base de nitrógeno. Coincidentemente, las especies que tienen los niveles distorsionados son las más costeras, las que aparecen en Montevideo y Canelones, por ejemplo”, señala Meica.
Más allá de estos sesgos a los que se expone esta fantástica herramienta y de la falta de información base en un rango temporal amplio para sacar conclusiones más finas, la investigación nos da por primera vez (para la mayoría de las especies estudiadas) una idea aproximada de qué hacen y por dónde andan varios odontocetos emblemáticos que no se dejan ver con facilidad.
Gracias a este trabajo, sabemos que estas especies logran coexistir consumiendo una amplia variedad de presas pero también compitiendo, como revelan los solapamientos hallados en la investigación. Por ejemplo, la tonina comparte recursos con el delfín común y la falsa orca ecotipo 1, y, en cierto grado, también lo hace el delfín de Fraser con la falsa orca ecotipo 2.
Este viaje por el “universo isotópico”, que nos permite acompañar a los delfines pese a nuestra probada incapacidad para resistir bajo el agua, nos da también algunas pistas esenciales para conservar tanto a estas especies como a los ecosistemas en los que habitan.
Delfín hasta el fin
“Este conocimiento puede contribuir a tomar decisiones apropiadas de conservación para estas especies de predadores tope que juegan un rol importante en la estructura y dinámica de sus comunidades”, señala el trabajo en sus conclusiones. Esto es especialmente importante a la luz de los cambios ambientales provocados por la actividad humana en los últimos tiempos.
“Saber dónde se alimentan especies clave para todo el ecosistema general es importante a la hora de pensar en áreas marinas protegidas, por ejemplo, que es una de las líneas en las que trabaja actualmente el Ministerio de Ambiente”, dice Meica.
En ese contexto, también es útil para entender mejor la interacción con la pesquería tanto en la costa como en alta mar, una de las principales amenazas para muchas de las especies de cetáceos pequeños y que repercute en la salud de los ecosistemas por la influencia que tienen en el resto de la comunidad.
Considerando que sobre los cetáceos pende una espada de Damocles compuesta de varias amenazas, desde la captura a la contaminación y la pérdida o deterioro de hábitat, lo que necesitamos es saber más. Hoy en día, ni siquiera hay datos suficientes para evaluar el estado de conservación de varias de estas especies en el Libro rojo de mamíferos del Uruguay, actualmente en elaboración.
Esta investigación, entonces, abre un camino necesario para desenredar un poco el enigma que rodea a varias de estas especies en nuestras aguas, pero deja claro que es necesario realizar nuevos análisis isotópicos, trabajos de identificación de contenido estomacal y estudios de distribución y abundancia para corroborar y ampliar algunas de las conclusiones.
Estos cetáceos son excelentes indicadores, pero no sólo del ambiente en el que viven sino también de nuestro grado de responsabilidad ecológica. Si no somos capaces de hacer un esfuerzo de investigación y conservación por los delfines, animales tan histórica y universalmente adorados como para que los antiguos dioses les dieran en agradecimiento un lugar entre las constelaciones del cielo, no podemos guardar grandes esperanzas para el resto de la fauna con la que convivimos.
Artículo: Resource partitioning in a cetacean community from Uruguayan waters
Publicación: Marine Mammal Science (setiembre de 2023)
Autores: Meica Valdivia, Luciano Valenzuela, Verónica Berriel, Diego Rodríguez, Paula Laporta, Massimiliano Drago, Alessandra Cani y Leandro Bergamino.