Fósiles de dinosaurios. ¡Fantástico! Fósiles de una especie nunca antes conocida. ¡Increíble! Fósiles que nos muestran que un animal o planta que vivió en donde hoy es nuestro territorio era el más en algo –largo, pesado, fuerte, reciente, etcétera– en todo el mundo. ¡Asombroso! Fósiles de un animal o planta que, si bien es conocido, aún no se había reportado en nuestro país. ¡Interesante!

Pues bien, el reporte de fósiles de animales que no son dinosaurios y que aún siguen viviendo en nuestro territorio, que son conocidos por la ciencia, que no destacan en nada por su anatomía y que están comprendidos dentro de lo que se espera de la especie, puede ser igual de fascinante. Es que la paleontología es una ventana que nos permite asomarnos al pasado de la vida en este planeta. En esos más de 3.800 millones de años, los seres vivos han ido modificando a la Tierra (por ejemplo, el oxígeno que hoy abunda en la atmósfera es responsabilidad de las cianobacterias que crearon la fotosíntesis y de las plantas que les robaron el truco), al tiempo que los cambios en la Tierra han ido modificando a los seres vivos (como atestiguan varias de las extinciones masivas que fueron cambiando las reglas y favoreciendo a determinados organismos y perjudicando a otros tantos). No todo lo que vemos fue siempre así. Ni todos los que vemos siempre estuvieron aquí.

Por ejemplo, fósiles de moluscos y otros animales marinos encontrados en montañas y parajes lejanos al mar nos ayudaron, hace ya bastante tiempo, a entender que los mares y la distribución de las masas de tierra cambiaron reiteradas veces. Fósiles de distintos organismos, entre ellos de los mesosaurios, reptiles encontrados en el norte de nuestro país con una antigüedad de entre 285 y 300 millones de años, permitieron formular la teoría de las placas tectónicas y la deriva de los continentes (su presencia en zonas hoy muy distantes, como Uruguay y África, son evidencia de que antes ambos continentes estaban juntos formando otro supercontinente llamado Gondwana).

El trabajo recientemente publicado por los investigadores Aldo Manzuetti, Martín Ubilla, Felipe Montenegro y Daniel Perea, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, junto a Washington Jones del Museo Nacional de Historia Natural (donde también está Felipe Montenegro), titulado algo así como “La nutria Lontra Gray, 1843 (Mustelidae, Lutrinae) en el Pleistoceno tardío-Holoceno temprano del Uruguay”, es una buena muestra de ello. Reportando para la ciencia cuatro fósiles de lobito de río (Lontra longicaudis) de diversos departamentos de nuestro país, no sólo hace un aporte en saber que estos mustélidos estaban aquí hace entre 60.000 y 10.000 años –no son animales cuyos fósiles abunden en Sudamérica– sino que además nos ayuda a recalcular cómo era el ambiente en esa época, especialmente en el sur del país. Así que veamos un poco todo este asunto.

Fanático de los carnívoros

El primer autor del trabajo, Aldo Manzuetti, había trabajado previamente para su tesis de maestría revisando los fósiles de mamíferos carnívoros de nuestro territorio. Aquí ya reportamos por ejemplo algunos trabajos que publicó con varios de los coautores de este artículo acerca de tigres dientes de sable, pumas y ocelotes. Con este trabajo va un poco más allá en esa misma línea.

“Este artículo involucraría tres tesis en realidad, porque hay un material que estudió Martín Ubilla para su tesis de doctorado, allá por el año 1996, después hay dos fósiles que fueron parte de mi tesis de maestría de 2017, y después hay uno que sería parte de mi tesis de doctorado”, dice Aldo feliz de volver a hablar con nosotros de sus carnívoros del pasado. Unen esfuerzo entonces en este artículo tres tesis que abarcaron casi 30 años de estudio.

Si bien los paleontólogos de nuestro país habían reportado la presencia de estos lobitos de río del género Lontra, como es el caso del fósil que figura en la tesis de Martín Ubilla, la descripción de los materiales y su estudio pormenorizado aún no se habían publicado en revistas científicas. “Más allá de ese registro que Martín ya tenía en su tesis de doctorado de 1996, el animal aparecía en listados de fauna paleontológicos, pero nunca se habían descrito los materiales. Entonces era como que el lobito de río estaba en estos listados, pero no había un material publicado que respaldara eso”, dice Aldo. El artículo entonces reporta y analiza los materiales fósiles de lobito de río del Uruguay.

Comparando y analizando

Lo que hacen en el trabajo es el procedimiento usual: describir los materiales y la información respectiva, tomarles todas las medidas posibles, y compararlos con otros fósiles y huesos actuales para determinar a ciencia cierta a qué especie de mustélido pertenecen. En Sudamérica los sospechosos podrían ser cuatro, aunque del género Lontra el número se reduce a tres.

En nuestro continente existen tres especies que habitan en ríos: Lontra provocax, que hoy se encuentra en el extremo sur de América del Sur y a la que se conoce como lobito patagónico o huillín; el lobito de río Lontra longicaudis, que aún vive en nuestro país y desde México hasta un poco más al sur de la provincia de Buenos Aires, en Argentina; y la nutria gigante, que si bien es de otro género Pteronura brasiliensis, y se la considera extinta en nuestro territorio desde hace tiempo, no podría dejarse afuera a la hora de hacer comparaciones. Hay una cuarta especie de mustélido, el gato de agua Lontra felina, que a diferencia de las otras tres vive en ámbitos marinos del oeste del continente.

Como dice el trabajo, el lobito de río pesa entre cinco y 15 kilos, aunque hay ejemplares que han alcanzado los 24 kilos. La nutria gigante se gana bien su nombre, ya que oscila entre los 22 y los 45 kilos. Por su parte, el lobito patagónico es el más chico de los mustélidos actuales de Sudamérica, con una masa de entre 3,2 y 5,8 kilos. A pesar de su vasta distribución actual, los fósiles de lobitos de río son escasos en nuestro continente, en particular los del género Lontra.

“Son animales que viven en ese ambiente medio acuático y medio terrestre circundante, no es que se alejen muchos kilómetros de los ríos. Entonces cuando el curso de agua crece, si el animal por algún motivo fallece en la orilla, los materiales son acarreados por el agua. Eso hace que sea difícil que se encuentre ese tipo de materiales”, explica Aldo.

“Un punto importante que tiene el trabajo es dar a conocer materiales que son muy escasos en Sudamérica”, agrega. “Más allá de que no sea una especie muy rimbombante, que no sea un tigre dientes de sable o un dinosaurio, o una cosa que te llame la atención, dejar registro de esto es parte del valor que tiene publicar estos materiales. Cada aporte, por pequeño que parezca, permite una especie de cadena de conocimiento y de información que luego lleva a otras cosas”, enfatiza Aldo. Y a otras cosas llevaron, pero no nos adelantemos. Teniendo los sospechosos, había uno que corría con ventaja.

“Las distintas especies de lobito de río tienen una distribución, por lo menos en la actualidad, bastante diferenciada una de otra, entonces ya había una cierta tendencia previa a pensar que los fósiles de Uruguay podían ser de Lontra longicaudis. Las otras especies tienen una distribución mucho más hacia el oeste de Sudamérica, y la otra más austral”, señala Aldo. Aun así, en ciencia, si bien no hay que despreciar la intuición, lo que cuenta es la evidencia. “Hay que comparar bien y hacer los análisis necesarios, porque uno sabe la distribución actual de las especies pero no la distribución pasada. Es posible que esas especies que hoy están más restringidas en su distribución hayan ocupado más espacio en otras épocas”, dice Aldo.

Los materiales con los que trabajaron, como bien muestra el trabajo publicado, fueron cuatro. Un cráneo casi completo que está en el Museo de Geociencias de Tacuarembó y que fuera encontrado en el arroyo Malo, en la Formación Sopas que aflora en el departamento de Tacuarembó (sedimento de esa unidad geológica rondan entre los 60.000 y los 25.000 años de antigüedad); dos fragmentos de mandíbula, uno que está en la colección del Museo Paleontológico Alejandro Berro de Mercedes y que fuera encontrado en el arroyo Gutiérrez Grande de Río Negro, y otro de la colección del Museo Arqueológico Taddei que fuera encontrado en la cuenca del Santa Lucía, entre Paso Pache y Paso Cuello, en Canelones, ambos en sedimentos de la Formación Dolores con una antigüedad que va entre los 30.000 y los 11.000 años; y finalmente un húmero que está en la colección Paleontológica de la Facultad de Ciencias proveniente también del arroyo Malo, de la Formación Sopas de Tacuarembó.

“Por los estudios que hicimos, ya sea por morfología, por tamaño o los análisis estadísticos, todo estaría indicando una mayor afinidad de estos fósiles con Lontra longicaudis, que es el lobito de río más común en esta zona en la actualidad”, resume Aldo lo que en el trabajo lleva gran cantidad de párrafos de descripciones detalladas y análisis de componentes.

Cambiando la idea del territorio

Aldo decía que no tenemos por qué pensar que los animales siempre habitaron el planeta de acuerdo a la distribución actual. No por encontrar un cráneo que parece de un lobito de río, como hoy la única especie que vive aquí es Lontra longicaudis tenemos que pensar automáticamente que se trata de ese animal. Pero también sucede lo mismo en otro sentido: tampoco tenemos que pensar que la homogeneidad del territorio que podemos ver hoy se daba necesariamente miles de años atrás.

Al respecto, en el trabajo señalan que estos fósiles de lobito de río del sur del país, en sedimentos de la Formación Dolores, los llevan a replantearse algunas cosas. “Para la Formación Dolores, el paleoambiente inferido sugiere áreas abiertas en condiciones áridas y semiáridas en un contexto de clima frío”, dice el artículo, y agrega que “el predominio de este clima frío puede explicar la ausencia de mamíferos tropicales y subtropicales en el conjunto fósil de esta unidad geológica”. Bien, pero entonces irrumpió el lobito de río.

“La presencia de Lontra cf. Lontra longicaudis aquí reportada, sumado a la existencia de otros taxones usualmente vinculados a condiciones de más templadas a tropicales, de zonas húmedas y con vegetación, también descritos para esta unidad (por ejemplo el extinto perezoso Catonyx cuvieri, el pecarí de labios blancos Tayassu pecari, el zorro de monte Cerdocyon thous, y en menor medida el jaguar Panthera onca), estaría sugiriendo la posibilidad de una mayor diversidad de hábitats de lo que se pensaba anteriormente”, dice entonces el trabajo publicado. La confirmación de la presencia del lobito de río les hace pensar que esta zona no era tan árida o que al menos había una diversidad ambiental mayor a lo que podrían haber llegado a pensar en algún momento.

“Esto es algo bueno que tiene este tipo de animales”, comenta Aldo. “Al vivir en un ambiente tan restringido, con condiciones tan acotadas de los ambientes que pueden habitar, son un indicador ambiental”, señala. “Eso sucede aun en la actualidad, siempre los lobitos de río, más allá de que su nombre coloquial lo indica, están asociados a un curso de agua cercano porque lo necesita, es un animal de ese ambiente acuático-terrestre. Se reproduce y tiene sus madrigueras en tierra, pero cerca siempre de cursos de agua, donde cazan y demás”, dice.

“Siempre se pensó que la Formación Sopas era como una especie de, entre comillas, edén, con un montón de ambientes y de animales, mientras que la Formación Dolores era más árida, seca y demás, porque había un montón de roedores que así lo indicaban”, sostiene Aldo. “Aquí reportamos dos fósiles de lobitos de río de la Formación Dolores y dos de la Formación Sopas. Eso nos da a entender que capaz que la Formación Dolores no era tan árida, más allá de que tiene un registro de roedores que estarían indicando eso. Capaz que en algún momento, porque esa formación abarca un rango bastante amplio, sí hubo la posibilidad de que hubiese ambientes más vegetados, con cursos de agua con vegetación tipo riparia, matorrales, ese tipo de ambientes”, sostiene.

En el trabajo señalan que “no se puede descartar la presencia de áreas boscosas o densa vegetación ribereña con fácil acceso a fuentes de agua, distribuidas en parches en algunos puntos de la extensión geográfica de la Formación Dolores durante el Pleistoceno tardío, condiciones ambientales más similares a las inferidas para la Formación Sopas del norte de Uruguay”.

Aldo comenta: “Eso a su vez se puede ver reforzado con otros materiales que se han encontrado en esa formación, que tal vez por sí solos no son tan indicativos, como por ejemplo el zorro de monte, que como es un animal más plástico, también puede estar en ambientes abiertos. Lo mismo podía pasar con el jaguar. Hoy uno piensa en un jaguar y piensa en una zona tropical, boscosa, vegetada y demás, pero es un animal bastante más plástico y podía estar en algún ambiente más árido o no tan óptimo para su desarrollo. Por sí solo el zorro de monte o el jaguar no te dicen mucho, pero al estar ahora los lobitos de río en ese ambiente, te refuerzan la idea de que podría haber habido ese ambiente más vegetado y que la Formación Dolores no era tan árida. Ese es el otro aporte importante que tiene esta investigación, el puzle como que cierra un poco más”.

Ya con el viento en la camiseta –no el de esta nota, sino el de lo que encontraron– Aldo señala que tal vez haya “que empezar a romper, entre comillas, con el paradigma de la Formación Dolores árida, o capaz que no y tal vez en algún momento, como decimos, tuvo lugares puntualmente con parches de vegetación y de mayor diversidad, como pasa con Sopas”, señala. “Entonces Uruguay sería un gran lugar con ambientes áridos y ambientes más vegetados, donde lo árido no está siempre al sur y los boscoso-tropical al norte. Puede ser un gradiente con algunas partes que tal vez no coincidan con lo que uno pensaba”, reflexiona. “Esa idea se verá reforzada o no por la aparición de otros ejemplares, ya sean de lobitos de río o de otras especies que también estén indicando ambientes más vegetados”, augura Aldo.

Le advierto a Aldo que haré una maniobra de esas de la prensa que no necesariamente son muy científicas. Antes se pensaba que en el Jurásico de Tacuarembó, hace unos 150 millones de años, había un gran desierto con algunos ríos efímeros. Pero la presencia de fósiles de los celacantos (Mawsonia gigas), peces que alcanzan fácilmente el metro y medio de tamaño, echaba por tierra esa concepción: semejantes peces necesitaban cursos de agua permanentes. Hoy ya no pensamos en el Tacuarembó Jurásico como hace unas décadas (y no sólo por los celacantos). Le pregunto entonces a Aldo si el lobito de río es el celacanto de la Formación Dolores. “Bueno… eh… sí, se puede hacer ese paralelismo, eso es lo que está indicando este tipo de animal en ese lugar”, consiente.

Entonces fósiles de animales corrientes en nuestros días abren puertas a pensar cosas nada corrientes o evidentes. Para eso, claro está, precisamos a los paleontólogos y paleontólogas haciéndose las preguntas que los restos de seres vivos de otros tiempos les formulan, a veces desde un barranco o un sedimento, a veces desde una colección científica de un museo o facultad. “Con paleontología grande no hay fósil pequeño”, diría Clemente Estable de haber incurrido también en esa rama de la ciencia.

Artículo: The otter Lontra Gray, 1843 (Mustelidae, Lutrinae) in the late Pleistocene – early Holocene of Uruguay
Publicación: Annales de Paléontologie (octubre 2023)
Autores: Aldo Manzuetti, Martín Ubilla, Washington Jones, Felipe Montenegro y Daniel Perea.