Hace poco más de 70 años, una comitiva de cuatro famosos ornitólogos de Chile e Inglaterra realizó una serie de expediciones antárticas con el objetivo de relevar las aves de los rincones más australes de Chile. Quedaron especialmente cautivados por el chorlito magallánico (Pluvianellus socialis), un ave extraña y escasa.

“Desde la época de nuestro primer viaje a Tierra del Fuego en enero de 1946, cuando tuvimos a este precioso, muy localizado y poco conocido chorlo delante de nuestros ojos por primera vez, tomamos la resolución de volver algún día al comienzo de la estación de verano y abocarnos de lleno a la búsqueda de sus nidos y al estudio de sus costumbres hasta entonces ignoradas por la ciencia”, escribieron los especialistas Philippi, Johnson, Goodall y Behn en el recuento de sus viajes. Seis años después, cumplieron su promesa de volver, pero se encontraron con una tarea más ardua de la que esperaban.

Este chorlito había sido descrito para la ciencia sólo un siglo antes, luego de que el capitán y explorador inglés Philip King obtuviera un ejemplar durante la expedición sudamericana del HMS Adventure entre 1826 y 1830 (lo acompañaba el Beagle, barco que regresaría dos años después con Charles Darwin a bordo).

Aunque la descripción formal llegaría en 1846, los naturalistas franceses Jacques Bernard Hombron y Honoré Jacquinot también se hicieron con un ejemplar durante la exploración antártica de los barcos Astrolabe y Zélée, entre 1837 y 1840, y aludieron a la especie en sus crónicas con un escueto “va en bandadas numerosas”.

O este chorlo no iba en realidad en bandadas tan numerosas o algo había ocurrido en menos de un siglo, porque la expedición chilena de 1952 encontró sólo unos pocos ejemplares y pasó varios días en la búsqueda infructuosa de sus nidos (el éxito llegó cuando los ornitólogos se daban ya por vencidos). “La población total debe ser bien reducida”, escribieron. Unas décadas antes, en 1907, el naturalista y capitán británico Richard Crawshay advertía ya en su libro The birds of Tierra del Fuego que no era un ave común y que se trataba de un chorlito “exquisitamente bello”, al que la mera descripción no le hacía justicia.

Pese a los intentos de estos especialistas y pioneros por dedicarse de lleno al estudio de la especie, 70 años después del primer hallazgo de sus nidos, las costumbres del chorlo magallánico siguen relativamente en la sombra para la ciencia. Ni siquiera sabemos aproximadamente cuántos hay. Aunque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lo considera “casi amenazado” globalmente, estimándose una exigua población total de entre 1.500 y 7.000 individuos, según BirdLife International, los últimos conteos sugieren que su realidad es bastante más crítica y que probablemente deba cambiar de estatus muy pronto. Tanto Argentina como Chile lo consideran “en peligro”.

Un reciente y minucioso conteo binacional realizado entre especialistas chilenos y argentinos a lo largo de las costas pedregosas que bordean las lagunas y lagos que hay en la estepa patagónica contabilizó 264 individuos, muy por debajo de la estimación actual de la población. El equipo está recopilando datos más precisos, pero si esta tendencia se confirma, el chorlo magallánico pasaría a ser una de las especies de aves playeras más raras del mundo, necesitada de acciones urgentes de conservación, según la Red Hemisférica de Reservas para Aves Playeras.

Por eso causó tanta extrañeza –y alegría– la inédita aparición de un par de ejemplares de esta especie en Uruguay, cientos de kilómetros al norte de los registros más septentrionales conocidos hasta ahora.

Cabeza de chorlito

El 7 de mayo de 2022, Diego Castelli y Lucrecia Milán recorrían el Paisaje Protegido Laguna de Rocha cuando observaron un grupo de playeritos y chorlitos cerca de la barra de arena. “Notamos un ave que era distinta, que no coincidía con nada que hubiéramos visto antes. Lo primero que hice fue sacar fotos para asegurarme el registro y luego, al hacer zoom en la imagen, rápidamente me di cuenta de que era una rareza y que la había visto sólo en guías. No recordaba el nombre común ni el científico, pero sabía que era un chorlo que venía del sur de la Patagonia”, cuenta Castelli.

Poco después pudieron corroborar que se trataba de un chorlito magallánico, especie jamás registrada hasta entonces en Uruguay. Castelli, que está a punto de recibirse de biólogo en la Facultad de Ciencias, parece haber desarrollado alguna clase de magnetismo para los registros de nuevas especies en Uruguay, ya que hace poco publicó un trabajo con los primeros reportes de tersinas (Tersina viridis) y participa también en otro trabajo en proceso con los primeros registros documentados en Uruguay del paiño cara blanca (Pelagodroma marina).

En los días siguientes al avistamiento del chorlito magallánico, recorrió nuevamente la zona y pudo ver y fotografiar dos ejemplares, siempre juntos y un poco alejados de los demás grupos de aves.

“Nos dimos cuenta de que eran individuos juveniles. Son animales chicos, de un gris bastante uniforme en el dorso y el vientre blanco. Los adultos tienen los ojos rojos y las patas bien rojas, pero en los inmaduros las patas son más amarillentas y la base del pico muestra también una coloración amarilla”, explica Castelli. Estos colores les permiten mimetizarse bastante bien en las playas de arena y piedras, que revuelven en busca de pequeños invertebrados.

Chorlito ceniciento registrado en Uruguay.
Foto: Diego Castelli

Chorlito ceniciento registrado en Uruguay. Foto: Diego Castelli

Lo curioso, aclara, es que a pesar de llamarse chorlito ceniciento o magallánico no pertenece a la familia de los chorlos. “Se le llama así por semejanza, pero en realidad está más emparentado con la paloma antártica. Es algo interesante taxonómicamente, porque es el único representante de su familia. O sea, no sólo tenemos un primer registro para el país, sino la primera cita de esa familia taxonómica”, agrega.

Este raro chorlito guarda otras curiosidades. Es la única especie conocida de ave playera que alimenta a sus crías regurgitando activamente la comida. Durante la temporada reproductiva habita principalmente lagunas interiores de la provincia chilena de Magallanes y la provincia de Tierra del Fuego en Argentina, pero en invierno se desplaza al norte por la costa hasta llegar a la provincia de Buenos Aires. Aunque, como comprueban estos últimos registros, pueden alcanzar puntos bastante más al norte de lo que se creía, una capacidad muy útil para la realidad que vive la especie.

Según la Unión Internacional de Conservación para la Naturaleza (UICN), el chorlito magallánico es sensible a la perturbación humana y enfrenta varias amenazas. Por ejemplo, la desecación de las lagunas alcalinas que usan para reproducirse, la depredación que producen gatos y perros, el potencial pisoteo de nidos y polluelos por parte de animales de pastoreo (y también de los animales que manejan vehículos todo terreno en las orillas de las lagunas), el uso de su hábitat reproductivo para la explotación ganadera ovina y de los cuerpos de agua como abrevaderos. Su escasez, cuyas causas no son claras, lo hace muy vulnerable a cualquiera de estas amenazas. Un estudio de la bióloga canadiense Carmen Lishman, realizado en 2008, proyectó incluso un escenario cercano a la extinción en menos de 30 años.

Esta situación hace que la aparición del chorlito magallánico en Uruguay se vuelva especialmente interesante. Cuando Castelli le contó los detalles del avistamiento a su tutor, el ornitólogo Joaquín Aldabe del Centro Universitario Regional del Este (CURE), este resolvió apoyarlo en la redacción de un artículo científico que abre una puertita de esperanza a una especie con futuro incierto.

Chorlo, vos, tu vieja y tu papá

“A mí me llamó mucho la atención la aparición de este chorlito, porque está a 320 kilómetros del registro anterior más septentrional, lo que sugiere que se puede mover más de lo que pensábamos, algo muy importante para una especie que está con problemas de conservación y tan amenazada. Al menos algunos individuos tuvieron la capacidad de visitar sitios que están muy lejos de su área tradicional de distribución y eso nos hace pensar que la especie tiene aún oportunidades ecológicas para poder sobrevivir y persistir en el tiempo”, cuenta Aldabe, que se especializa en aves de pastizal y aves playeras.

Para él, esta es además una novedad interesante para estudiar, porque es mucho más común que lleguen a nuestro país aves playeras del norte de Norteamérica, que vienen en primavera o en verano tras hacer una larga migración, que las aves que están bien al sur de nuestro continente.

Es claro que es muy temprano para hablar de una ampliación de distribución, porque sólo hay registros de dos ejemplares, “pero es interesante saber que la especie tiene el potencial de utilizar más territorios; en términos de conservación es auspicioso, porque si se genera un cambio ambiental fuerte en sus áreas centrales de mayor concentración, por lo menos esto sugiere que podría moverse y ocupar otros lugares”, agrega.

Aunque Uruguay está lejos de ser un paraíso prístino para toda la avifauna nativa, los ambientes que podría usar el chorlito magallánico en nuestro país están en un estado de conservación bastante bueno, apunta Aldabe. “Sobre todo, las lagunas costeras albergan muchos miles de aves playeras de diversas especies; en ese sentido, creo que no hay mucha perturbación en general, las lagunas tienen muchos rincones y lugares tranquilos, y con el ambiente muy bien conservado”, dice.

Joaquín Aldabe.

Joaquín Aldabe.

Foto: Mara Quintero

Estos chorlitos tuvieron, además, el buen tino de llegar a un paisaje protegido, lo que remarca la importancia de la laguna de Rocha como sitio de alto valor de conservación para especies de Uruguay y de la región, y la necesidad de tener más espacios de este tipo.

“Es un área en la que se hace conservación, que trata de regular las perturbaciones y actividades del lugar para conservar a las aves playeras en particular y a la naturaleza en general; entonces lo mejor que podemos hacer por el chorlito magallánico y por otras muchas especies es tener una buena red de sitios en buen estado de conservación a través de diferentes herramientas. La creación de áreas protegidas es una, pero también el trabajo con la gente que vive en el lugar, para que trate de respetarlas y convivir con ellas”, opina Aldabe.

Para Castelli, la laguna de Rocha “es un santuario para las aves, en el que en una sola mañana podés ver más de 100 especies y miles de individuos; es un lugar importantísimo en el que siguen apareciendo tanto aves residentes como migratorias”. En el trabajo, resaltan su importancia como refugio y sugieren profundizar en la exploración de la laguna y de otros sitios similares en la costa uruguaya en busca de más registros de chorlito magallánico. Si su presencia se vuelve más común y si los problemas de degradación de hábitat persisten en las regiones argentinas y chilenas donde pasa el invierno, Uruguay puede cumplir un papel importante en su conservación, aunque enfrente también sus propios desafíos de deterioro del hábitat para algunas aves (especialmente en pastizales y humedales).

El norte también existe

“Es tan importante conservar las aves como conservar los insectos, los mamíferos o la vegetación natural, porque además están interrelacionados y hay grandes dependencias entre grupos”, explica Aldabe, que luego hace un alegato especial en defensa específica de su objeto de estudio.

“Me parece que las aves son un grupo interesante para trabajar y conservar, porque con ellas es fácil llegar a diferentes audiencias. Son percibidas como animales agradables, lindos, son vistosas, inspiran libertad, la gente las aprecia y no las ve como generadoras de conflictos”, prosigue.

Detectarlas es además muy fácil. “Eso ayuda bastante, porque podés integrar a personas que no están muy interesadas en la naturaleza, que al experimentar algo más vivencial con las aves descubren una puerta de entrada al mundo natural”, agrega. Eso fue exactamente lo que le ocurrió a él hace ya más de 20 años, en la Facultad de Ciencias, cuando integró un grupo que salió a estudiar los Bañados del Este y se introdujo en el camino sin retorno de la ornitología.

“En términos más ecológicos, al ser un grupo muy abundante y diverso, las aves tienen bastante incidencia en muchos procesos ecológicos, entre ellos, la regulación de otras poblaciones, por ejemplo, de insectos. Algunas aves, como las carroñeras, cumplen una función importante en el reciclado de nutrientes; otras colaboran en la polinización y en la dispersión de semillas. Y ni que hablar del disfrute estético, de su valor educativo –son ideales para explicar conceptos evolutivos y ecológicos– y su importancia cultural”, concluye Aldabe. El chorlito magallánico es un buen ejemplo. Viene cautivando a varias generaciones de especialistas y es útil para hablar de convergencia evolutiva (gracias a su gran parecido con la familia de los chorlos pese a no estar relacionado), movimientos poblacionales de especies, etología y conservación.

Además, las aves nos siguen sorprendiendo. Tenemos ya más de 500 especies registradas para explorar e investigar en nuestro territorio, pero todos los años la lista se agranda. A veces, con coloridas aves que llegan desde bosques tropicales, como la tersina. En otras, con visitantes del helado fin del mundo, como este intrigante chorlito magallánico que fascinó a tantos viajeros y que guarda aún algunos secretos bajo las plumas.

Artículo: First record of the scarce Magellanic plover Pluvianellus socialis for Uruguay, the northernmost record ever reported
Publicación: Ornithology Research (noviembre de 2022)
Autores: Diego Castelli, Joaquín Aldabe y Lucrecia Milán.