Vivimos en un país en el que la producción agropecuaria es de gran importancia. En mayor o menor medida, gran parte de esa producción recurre al uso de agroquímicos, entre ellos una amplia gama de pesticidas. ¿Qué tanto? Bastante: en 2021, según datos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), más de diez millones de kilogramos de ingredientes activos para eliminar hierbas, insectos y hongos ingresaron a Uruguay.
Si bien esa cifra está dominada por los herbicidas (representando 89% de las importaciones y con el glifosato acaparando más de dos tercios de estos), no deberíamos dejarnos engañar por el magro 3% de las importaciones que representaron los insecticidas: su capacidad de afectar la salud animal, humana y del ambiente está más que probada, más aún cuando su presencia se sigue detectando en diversos entornos, aun cuando el uso de algunos de ellos, como el fatídico DDT, fue prohibido desde fines del siglo pasado. Por ejemplo, un reciente trabajo que analizó la presencia de pesticidas en la Laguna del Cisne encontró en el agua residuos de seis fungicidas, ocho herbicidas y 11 insecticidas (tres de uso prohibido hace tiempo). En ese mismo trabajo, en los músculos de los peces se encontraron residuos de ocho pesticidas, siendo dos los fungicidas y seis los insecticidas.
Que estos pesticidas afectan a los seres vivos ya no hay quien lo niegue. Sus efectos en abejas y otros polinizadores han sido abordados por numerosas investigaciones, tanto en el mundo como en nuestro país. Por ejemplo, un trabajo reciente encontró que los pesticidas propuestos como sustitutos “más saludables” del herbicida glifosato y el insecticida imidacloprid también resultan letales para las abejas. Otro trabajo también de reciente publicación mostró que el Parque Nacional Esteros de Farrapos, rodeado de cultivos con intenso uso de agroquímicos, es un “punto caliente” de anormalidades de anfibios.
Agua, peces, polinizadores... no hay chance de que los pesticidas no estén complicando la salud humana. Para colmo, no sólo se usan en la producción agropecuaria. Dos por tres, cuando un mosquito o una cucaracha osa recordarnos que las ciudades no están aisladas del resto del planeta, se los rocía con insecticidas hogareños, que por lo general están hechos con compuestos denominados piretroides. Seguramente en esta suma del uso agrícola y el urbano y cómo eso afecta la salud pensaban las investigadoras que lideraron el artículo titulado algo así como Exposición a plaguicidas piretroides y clorpirifos, habilidades intelectuales generales y funciones ejecutivas en escolares de Montevideo, Uruguay.
Publicado en la revista International Journal of Environmental Research and Public Health, el trabajo está firmado por Danelly Rodríguez, James Olson y Katarzyna Kordas, del Departamento de Epidemiología y Salud Ambiental de la Universidad de Búfalo, Estados Unidos, y por los investigadores de Uruguay Gabriel Barg y Elena Queirolo, del Departamento de Neurociencia y Aprendizaje de la Universidad Católica de Uruguay, y Nelly Mañay, de la Facultad de Química de la Universidad de la República. Vayamos a él.
Estudiando la exposición a pesticidas
El artículo arranca diciendo que “la exposición a pesticidas es un problema de salud a nivel mundial, especialmente en países de América Latina y el Caribe”, agregando además que “durante más de una década Uruguay ha tenido uno de los mayores usos de pesticidas por hectárea en América Latina, con picos en 2010-2014”. Dado que los niños y niñas “son especialmente sensibles a las consecuencias neurotóxicas de los contaminantes ambientales”, dentro de los que están obviamente los pesticidas, reportan que numerosos estudios se han realizado en Estados Unidos, así como en áreas rurales de América Latina, investigando sobre las exposiciones prenatales a insecticidas que muestran afectaciones, tanto en el coeficiente intelectual como en la orientación espacial y habilidades verbales.
También dicen que en menor cantidad se encuentran trabajos que buscaron relaciones entre la exposición a insecticidas y las funciones ejecutivas, como “la memoria de trabajo, la percepción visual, la atención selectiva y el lenguaje en niños en edad escolar”, aunque estos estudios se hicieron basándose en “medidas de la proximidad de los hogares a cultivos agrícolas, en lugar de en biomarcadores (es decir, metabolitos) de exposición”, siendo los metabolitos los compuestos que generamos al procesar distintas sustancias.
“Pocos estudios han investigado la exposición a clorpirifos y piretroides, que continúan siendo ampliamente utilizados, y aspectos de la cognición de los niños”, agregan en el trabajo. El clorpirifos, de uso agropecuario habilitado en nuestro país, es un insecticida organofosforado, y, como dicen, su uso es extendido “debido a su rentabilidad”, con una prevalencia de aplicación mundial que está “en el rango de 5% a 39%”. Al respecto de los piretroides señalan que durante la última década su uso “se ha incrementado para reemplazar otros pesticidas más tóxicos y representa el 38% del mercado mundial de insecticidas”. Las autoras del trabajo sostienen que pocos estudios que analizaron los efectos de los piretroides y el clorpirifos en la cognición en niños lo hicieron analizando metabolitos, y que aún menos analizaron lo que sucede con infantes de áreas urbanas.
“Para abordar estas brechas, examinamos la asociación transversal” de metabolitos de clorpirifos -el nombre del metabolito es 3,5,6-tricloro-2-piridinol, ya que preguntan- y de piretroides -en este caso analizaron la presencia del ácido 3-fenoxibenzoico- presentes en la orina “con la capacidad intelectual general y las funciones ejecutivas de escolares urbanos de Montevideo”, dicen en el artículo.
En el trabajo analizan entonces la presencia de estos metabolitos de los insecticidas piretroides y del clorpirifos en la orina de 241 niñas y niñas de primer año de escuela a partir del análisis posteriores de muestras obtenidas entre 2009 y 2013 “en el estudio Salud Ambiental Montevideo, originalmente diseñado para examinar la exposición a metales, incluidos arsénico, cadmio y manganeso entre niños en edad escolar”. Las muestras ahora serían miradas buscando metabolitos de estos insecticidas, tanto en su presencia medida en nanogramos por mililitro de orina o en nanogramos por miligramo de creatinina. Las muestras fueron procesadas en la Universidad de Búfalo, Estados Unidos. Los alumnos y alumnas de primer año también participaron en una serie de baterías de pruebas de habilidades cognitivas.
Pesticidas a niveles elevadísimos
En un apartado del trabajo se realiza la “comparación de concentraciones de metabolitos de pesticidas en orina entre niños uruguayos y estadounidenses”. Lo que muestra debería preocuparnos. Y mucho.
Al comparar los niveles de metabolitos de piretroides y clorpirifos de los alumnos de Montevideo, con una media de 6,6 años, con los de “niños de edad similar en EEUU en el mismo período”, el trabajo reporta que “los niveles urinarios medios geométricos de” metabolitos de ambos pesticidas “fueron aproximadamente un orden de magnitud más alto en los niños uruguayos en comparación con los niños de 6 a 11 años de EEUU”.
El cuadro que aparece en el artículo es más gráfico: la media geométrica de metabolitos de clorpirifos en los escolares uruguayos fue de 17,84 nanogramos por miligramo de creatinina, mientras que la de los niños del norte fue de 1,72 nanogramos en el período 2007-2008 y de 1,12 en el 2009-2010, ¡diez veces más!
En el caso del metabolito de los piretroides, los escolares de Montevideo tuvieron un promedio geométrico de 3,44 nanogramos por miligramo de creatinina, mientras que en Estados Unidos fue de 0,39 en 2007-2008 y de 0,55 en el 2009-2010. ¡Casi diez veces más en un caso y en el otro unas seis veces más!
Al respecto de esto, en el trabajo sostienen que “el uso de pesticidas en América Latina y el Caribe representa el 20% del consumo mundial”, pero señalan que “estas regiones carecen de regulaciones o una implementación rigurosa en comparación con Estados Unidos”. “Esta puede ser la razón de una mayor exposición en esta región y de las diferencias en las concentraciones de biomarcadores entre niños estadounidenses y uruguayos de edades similares”.
Los investigadores también afirman que “durante los últimos 20 años el uso creciente de plaguicidas en Uruguay ha estado ligado a las innovaciones tecnológicas y la expansión de la agricultura, especialmente la asociada al cultivo de soja”, y que en 2012 “el uso de pesticidas alcanzó su punto máximo en Uruguay”.
Un pesticida rural en una zona urbana
En la discusión de los resultados, Danelly Rodríguez, la primera autora, y sus colegas manifiestan cierto desconcierto por este elevado nivel de metabolitos de pesticidas en niñas y niños de una zona urbana, ya que “son comparables a los niveles informados en estudios que se realizaron en 2007 para niños que viven en regiones agrícolas, donde los niños experimentan exposiciones a largo plazo”.
“Aunque no teníamos información sobre las fuentes de exposición, los niños de nuestro estudio viven en una gran área metropolitana”, afirman, por lo que conjeturan que “es probable que las exposiciones estén relacionadas, al menos en parte, con los residuos de pesticidas en los alimentos”. A esto agregan que “el uso residencial de pesticidas en interiores es común en las poblaciones urbanas y es una posible fuente de exposición, aunque no hemos cuantificado dicho uso de pesticidas entre los participantes de nuestro estudio”.
También reportan que una “investigación emergente indica que las poblaciones urbanas pueden estar más expuestas a pesticidas que las poblaciones rurales” y que en algunos estudios “los niños hispanos/latinos que vivían en ciudades tenían una mayor prevalencia de pesticidas piretroides que los de poblados rurales (75% frente a 57,5%)”, lo que entienden “destaca la necesidad de investigar en poblaciones urbanas”.
Los insecticidas y el desempeño cognitivo
En el estudio el efecto de estos pesticidas no fue generalizado. “No hubo asociaciones estadísticamente significativas entre las puntuaciones generales de capacidad intelectual y las concentraciones de metabolitos de plaguicidas”, reportan en el artículo. Sin embargo eso no quiere decir que no hayan encontrado un efecto detrimental ni que debamos entonces despreocuparnos.
Al analizar qué pasaba con las funciones ejecutivas, para lo que aplicaron tres pruebas, hallaron que en la de “desplazamiento intradimensional/extradimensional (IED)” sí se dio que “hubo asociaciones inversas estadísticamente significativas” entre metabolitos de los piretroides “con el número total de ensayos completados en la tarea IED” y “con el número total de errores”, mientras que con el metabolito del clorpirifos la hubo con “el número total de errores de etapa extradimensional”.
De esta manera, en su trabajo afirman: “Encontramos evidencia de que la exposición infantil a clorpirifos o insecticidas piretroides está asociada con tareas específicas relacionadas con la función ejecutiva pero no con habilidades cognitivas generales en niños urbanos de cerca de 7 años”. Nada que celebrar entonces.
Mirando adelante, Rodríguez y sus colegas sostienen que el trabajo y sus hallazgos “sugieren varias direcciones para futuras investigaciones”, entra las que destacan una “evaluación longitudinal de la exposición infantil a pesticidas y su impacto en las funciones ejecutivas en la adolescencia”, así como hacer estudios y dedicar esfuerzos para “identificar las fuentes de exposición a los pesticidas en las poblaciones urbanas”. En otras palabras, los venenos que creamos para que los insectos no nos molesten o arruinen la producción están afectando a los niños y niñas. Hoy. Acá. Y no sólo en el campo.
Artículo: Pyrethroid and Chlorpyrifos Pesticide Exposure, General Intellectual Abilities, and Executive Functions of School Children from Montevideo, Uruguay
Publicación: International Journal of Environmental Research and Public Health (marzo 2023)
Autores: Danelly Rodríguez, Gabriel Barg, Elena Queirolo, James Olson, Nelly Mañay y Katarzyna Kordas.