El estudio de la sexualidad animal, incluyendo a la humana, no escapa a los prejuicios y limitaciones de su tiempo. Tomemos como ejemplo lo que ocurrió durante muchos años con el comportamiento sexual entre animales del mismo sexo. Pese a que existía evidencia al respecto desde la época de Aristóteles, muchos naturalistas y científicos optaron por no reportar o directamente no reconocer esta práctica –cuando no la condenaban como una “aberración”–, lo que terminó por conformar la idea equivocada de que se trataba de actividades “antinaturales”.
Al fin y al cabo, si esta conducta no tenía fines reproductivos aparentes, ¿por qué debería darse? Esta creencia errónea alimentó un círculo vicioso: estaba impulsada por los prejuicios humanos pero a la vez ayudó a moldear o justificar falazmente muchos pensamientos conservadores de nuestras sociedades, que resultaron más difíciles de erradicar que cualquier sesgo científico.
A medida que los tabúes humanos se fueron derribando, aunque no se hayan superado totalmente, vimos y registramos lo evidente: el comportamiento sexual entre individuos del mismo sexo está ampliamente extendido en la naturaleza y puede obedecer a muchos motivos, algunos que incluso no sospechamos aún.
Algo similar ha ocurrido, en líneas generales, con el papel de las hembras en la sexualidad animal. Su rol fue subestudiado y simplificado durante mucho tiempo, en buena parte porque el campo de la zoología estuvo dominado por hombres que integraban sociedades machistas. Sería simplista o reduccionista pensar que este fue el único motivo o aplicar una tabula rasa para todos los investigadores y todas las especies, porque hay otros sesgos que juegan en el estudio de la naturaleza y que tienen que ver con la historia de vida de los animales. Por ejemplo, entre las tortugas verdes (Chelonia mydas) ocurre al revés; se conoce mucho más de la sexualidad de las hembras que de los machos, pero simplemente porque son las que salen del mar a desovar y por lo tanto son más fáciles de estudiar.
Es cierto, sin embargo, que nuevas perspectivas e investigaciones, llevadas a cabo por científicas y también científicos, nos ayudaron en los últimos tiempos a darnos cuenta de que el espectro de la sexualidad animal es muchísimo más amplio y diverso de lo que creímos durante mucho tiempo.
El llamado “principio de autoridad” también tiene algo que ver en esta visión a menudo distorsionada del rol de la hembra en el sexo. Cuando Charles Darwin publicó El origen del hombre y la selección en relación al sexo, su segunda gran obra –en la que analizaba el porqué de las diferencias físicas entre los sexos (plumaje, cuernos, tamaño etcétera)– puso generalmente al macho en el papel activo, competitivo, y a la hembra en el papel pasivo y selectivo (salvo excepciones que destacó, como buen observador que era).
Es decir, el macho adquiría estas diferencias físicas al competir por las hembras o tratar de ganar su aceptación, mientras ellas esperaban pasivamente para luego, en todo caso, invertir sus energías en las crías.
La teoría de selección sexual de Darwin fue revolucionaria, pero esta visión que proponía de los roles sexuales, que predominó como regla sagrada gracias, en buena medida, a su prestigio, se encontró luego de un tiempo con una realidad algo más compleja. En muchas especies las hembras pelean ferozmente por los machos, salen a cortejarlos, tienen una conducta poliamorosa que escandalizaría a la sociedad victoriana de Darwin o, incluso, prescinden totalmente del sexo para reproducirse (mediante la partenogénesis, proceso en el que básicamente se clonan a sí mismas).
Las arañas están entre los animales que más demostraron que existía una mayor diversidad en la sexualidad animal. Más de un lector o lectora podrá sonrojarse al leer esto, pero en el mundo arácnido tenemos hembras 100 veces más grandes que los machos (como la araña de tela de oro Nephila pilipes), muchísimas especies en las que las hembras canibalizan a los machos, tríos sexuales (como los que hace la araña lobo de tres bandas, Rabidosa punctulata) y hembras que reciben algo similar al sexo oral por parte de sus cortejantes (como la araña de corteza de Darwin, Caerostris darwini, cuyo nombre homenajea al gran naturalista pero no precisamente por esta costumbre, que quizá lo incomodaría).
Las arañas no son los únicos arácnidos que nos están ayudando a desenredar los misterios de la sexualidad animal. Hay un pequeño personaje capaz de realizar rituales complejos e incluso algunos malabarismos asombrosos –desde una perspectiva humana– a la hora de reproducirse, como muestra un reciente trabajo realizado en Uruguay. Para leerlo, igual que para investigar, conviene dejar a un lado los prejuicios humanos sobre la sexualidad.
(No) tuve tu veneno
Los opiliones son parientes cercanos de las arañas pero se diferencian sobre todo en un aspecto importante: no son venenosos. Por describirlas físicamente de algún modo (que haría avergonzar a un biólogo), son como arañas sin veneno y sin cinturón apretado, ya que no tienen el estrechamiento en la cintura (el pedicelo) que caracteriza a sus parientas más famosas.
Algunas especies son confundidas con las arañas patonas de las casas (como ocurre en Uruguay con los opiliones del suborden Eupnoi) debido a que tienen patas largas y un aspecto similar. Otras especies, como las del suborden Laniatores, se asemejan a chinches. En este último caso, la confusión se debe no sólo a su forma similar sino también a su sistema de defensa, que consiste en unas glándulas repugnatorias del dorso que emiten un olor desagradable. Para entreverar más el asunto, dos de sus ocho patas no las usan prácticamente para caminar y las mueven en el aire como si fueran antenas, una costumbre que les da más aspecto de insecto que de arácnido.
Entremos en el espacio de protección al opilión menor. Hay otras diferencias más relevantes para el tema que nos toca, y tienen que ver con su forma de copular. Las arañas macho carecen de una conexión directa entre los testículos y el órgano copulador y por lo tanto necesitan tomar el esperma con los pedipalpos (extremidades cortas ubicadas a los costados del rostro) para introducirlo en las hembras. Imaginar la escena es material de pesadilla para un aracnofóbico, pero a las arañas les va muy bien con este método.
Los opiliones son distintos en eso, pero tienen un sistema que nosotros conocemos más de cerca: poseen un pene que está conectado directamente con los testículos.
“El esperma entonces se genera y se transfiere directamente de los machos a las hembras. Eso los convierte en un modelo muy interesante para estudiar algunos procesos y testear hipótesis. Por ejemplo, cómo se da la comunicación entre ambos, cuál es la respuesta de la hembra ante el cortejo del macho o cuál la capacidad de la hembra de seleccionar internamente el mejor esperma para su descendencia, todo esto dentro de un grupo que tiene características biológicas distintas a las de las arañas”, cuenta la bióloga Estefanía Stanley, que desde hace más de diez años se dedica al voyeurismo bien entendido de estos animalitos sorprendentes.
Estefanía ya describió años atrás el comportamiento sexual de la especie de opilión Pachyloides thorellii, perteneciente al suborden que es comúnmente confundido con las chinches. Lo que descubrió al estudiarla la motivó a seguir investigando.
“A lo largo de la historia de la biología hemos asumido que es siempre el macho el que se acerca a la hembra, la corteja, y se va después de la cópula, mientras la hembra sólo acepta ese cortejo y tiene descendencia con ese macho con el que copula. Pero con el tiempo descubrimos que en esta especie el macho sigue cortejando durante la transferencia de esperma, y que la hembra copula con varios machos pero podría ‘inclinarse’ luego hacia la descendencia de un macho en particular”, explica Estefanía.
Entusiasmada por sus hallazgos, decidió ir más allá y entender el complejo diálogo sexual que se establece entre machos y hembras de esta especie durante el apareamiento. De eso trata su más reciente trabajo, que realizó junto a su orientadora Anita Aisenberg, del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), y su colega brasileño Glauco Machado, del Instituto de Biociencias de la Universidad de San Pablo (Brasil).
El resultado pintó un panorama sexual tan elaborado que haría palidecer al Kamasutra, pero para entenderlo cabalmente primero hay que bajar las luces, poner la música adecuada y dedicar unos párrafos a la literatura erótica para opiliones.
Puedes dejarte el pedipalpo
Cuando un macho y una hembra de esta especie se encuentran, ocurre generalmente lo siguiente. El macho hace un tamborileo con los primeros pares de patas en el dorso de la hembra mientras se coloca frente a ella. Una vez enfrentados, se sujetarán de los pedipalpos y los quelíceros (piezas bucales), y usando el cuarto par de patas se impulsarán hasta quedar cara a cara y con los cuerpos en un ángulo de 90 grados, como una suerte de “carpita”.
Luego ambos abrirán la tapa del opérculo genital –ubicado en el medio de su cuerpo, en la parte de abajo– y el macho desenrollará un pene casi del tamaño de su cuerpo, que introducirá dentro de tracto genital de la hembra para la transferencia de esperma.
En realidad todo lo que ocurre antes, durante y después de la cópula es más complejo y depende del “diálogo sexual” entre ambos, que es justamente lo que Estefanía y sus colegas estudiaron con detenimiento. Para ello convirtieron parte del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva del IIBCE en una casa de citas para opiliones. Usaron ejemplares criados en el lugar y les concertaron una serie de encuentros a ciegas, lo que en el caso de esta especie es casi literal, ya que ven muy mal.
En cada una de sus pruebas, colocaron un macho y una hembra en receptáculos de cristal con un pedazo de corteza como refugio opcional, a diez centímetros de distancia uno de otro. Si el macho no comenzaba el cortejo luego de 15 minutos, se lo retiraba y se hacía un nuevo intento 24 horas después. Si el macho cortejaba, se los monitoreaba por 30 minutos o hasta el fin de la cópula.
Los investigadores filmaron todas las interacciones y categorizaron cada uno de los comportamientos observados, separándolos en tres fases: precopulatoria (desde el tamborileo con las patas a la inserción del pene), copulatoria (durante toda la penetración) y poscopulatoria (desde la retracción del pene hasta la separación).
De un total de 80 pruebas obtuvieron 21 cópulas exitosas con duraciones variables, que fueron desde 1.43 minutos a poco más de 22 minutos. Describieron 27 conductas sexuales, entre ellas diez comportamientos no registrados hasta ahora.
“Algo interesante que encontramos fue que hay una serie de comportamientos que permiten que la hembra no sea catalogada como pasiva en esta especie. A lo largo de la interacción sexual –antes, durante y después– tiene una serie de instancias de control de la cópula e incluso de los comportamientos del macho”, señala Estefanía.
Por ejemplo, en esta especie no puede haber cópula forzada. La hembra, además de negarse a abrir el opérculo genital, a veces incrusta la parte frontal del cuerpo en el suelo y el macho no tiene forma de acceder a ella. Sin embargo, varias de las conductas de las hembras eran seguidas de un comportamiento de los machos que a su vez desencadenaba otras respuestas, en una suerte de “diálogo sexual”. En este caso, por ejemplo, el macho solía reiniciar el tamborileo con sus patas sobre el dorso de la hembra; es decir, intensificaba el cortejo, en función de las señales emitidas por su compañera, para lograr la aceptación.
Frágil: maneje con cuidado
Otra de las conductas nuevas reportadas en esta especie, interesante y que abre varias hipótesis, es el contacto entre la boca de la hembra y la genitalia del macho. Las investigadoras notaron que en la fase precopulatoria la hembra saca un poco la boca antes de la inserción, lo que parece ser una señal positiva que da al macho y marca también el comienzo de ese “diálogo sexual” que se desarrollará de allí en más. La boca se mantiene en esa posición durante todo el proceso y entra en contacto con la vaina del pene durante los movimientos que hace el macho.
En varias ocasiones hace algo más complejo. Toma el pene del macho con sus pedipalpos antes e incluso durante la penetración, algo que dicho así nomás suena a un espectáculo contorsionista pero que es entendible si se tiene en cuenta la biología de estos animales.
“Una de las hipótesis que manejamos es que la hembra guía con los pedipalpos el pene hacia su ovipositor para que la inseminación ocurra; de este modo lo ayuda a transferir el esperma lo mejor posible”, comenta Estefanía. “Una vez que acepta al macho en la fase precopulatoria, la hembra claramente coopera y la pareja procede a la cópula”, indica el trabajo.
De hecho, en sus observaciones notaron que en un caso de inserción fallida del pene la hembra colaboró activamente para “guiarlo” y que finalmente tuviera éxito.
“Y aparte, de este modo las hembras también tienen control sobre lo que está pasando, porque cuentan con espinas en esos pedipalpos: si bien no hemos observado que ocurra, potencialmente tienen la capacidad incluso de lastimar al macho o detener la cópula. Por eso hablamos de cooperación, porque en esa situación el macho también está vulnerable”, continúa Estefanía.
Hay otros beneficios potenciales en ese contacto bucal-genital. Que antes y durante la penetración las hembras “saquen” la boca y entren en contacto con el pene puede deberse a que están “testeando” la calidad del macho, para decidir si pasan a la siguiente fase, o a que reciben alguna secreción glandular que les resulta beneficiosa. En otras especies de opiliones se ha registrado que los machos transfieren secreciones como “regalos nupciales”, necesarios para que la cópula se produzca. De corroborarse –falta estudiar más en detalle la estructura genital del macho– sería el primer reporte de regalos nupciales a través del pene en esta clase de opiliones.
Con frecuencia, el macho responde a estas conductas de la hembra con otro comportamiento no reportado hasta ahora: la vibración del pene. Como la hembra tiene una serie de sensores en el interior del ovopositor y a su vez el pene posee cilios (estructuras que se parecen a pelos) y espinas, la función de este comportamiento podría ser estimular genitalmente a la hembra con los cilios. Además, los investigadores no descartan que las espinas se usen para remover el esperma dejado previamente por otros machos y así asegurar la paternidad de sus crías, como ocurre en especies con competencia espermática (que se caracterizan por el buen tamaño de los genitales de los machos). Si esto parece traído de los pelos –o de los cilios– hay que recordar que lo mismo se ha postulado como teoría para explicar la forma del pene humano: es una adaptación evolutiva para extirpar el esperma de “competidores” en nuestro pasado remoto.
La complejidad de estas relaciones no se termina en la cópula. Los investigadores notaron que, una vez que esta concluye, la hembra suele llevarse el ovopositor a la boca, como si lo estuviera limpiando. “Esto puede deberse a lo ya dicho, que el macho esté depositando junto al esperma otras sustancias beneficiosas, o puede ser incluso una forma de probar la calidad de ese esperma”, apunta Estefanía. También podría estar usando esta técnica para retirar esperma “no aprobado” de una reciente pareja sexual, como hace por ejemplo la araña patona Physocyclus globosus. Si es así, claramente en esta especie las hembras tienen un rol decisivo en la reproducción.
Todas esas hipótesis sugieren que hay una selección de la hembra posterior a la cópula. “La hembra tiene incluso la capacidad de guardar el esperma de distintos machos mucho tiempo y luego ver qué hace, por decirlo de algún modo. Es un tipo de control a nivel genital y fisiológico que se da posteriormente al acto sexual”, dice Estefanía.
En otras palabras, en su intento por lograr que sean sus espermatozoides los que ganen la carrera y lleguen a la fecundación, los machos necesitan de la cooperación de la hembra, lo que quizá explique por qué muchos continúan el cortejo después de finalizada la cópula. Es lo que se llama elección críptica femenina, porque ocurre dentro de su genitalia y no hay evidencias externas que permitan saber exactamente qué está haciendo la hembra para favorecer la descendencia de algunos cortejantes sobre otros. Lo que sí queda claro es que es un juego de dos, no una simple carrera de machos alfa.
Pero vos entendeme a mí
El trabajo muestra que en esta especie existe un diálogo entre macho y hembra desde el comienzo hasta el final de la interacción sexual, y aporta una pieza más para entender mejor el puzle complejo y fascinante que es la sexualidad animal. Sus resultados, al igual que los de tantas otras investigaciones recientes, no se ajustan a la visión de la hembra como criatura pasiva y dedicada principalmente al cuidado maternal, tan preponderante en tiempos victorianos y tan apartada de la realidad rica y diversa de la naturaleza (según esa concepción, la hembra de esta especie sería una “mala madre”, ya que deja que sus crías se las arreglen como puedan al nacer).
“En este caso creo que hay que salir un poco de la idea de competencia y pensar más en la cooperación entre macho y hembra. Y es que si uno mira con mayor detenimiento a casi todas las especies, ve que el asunto es más complejo de lo que pensábamos. Hacia ahí es donde vamos nosotros, a mostrar que hay más opciones y que no es uno de los dos el que dirige la situación, sino que más bien uno propone, el otro responde y en función de eso se da otra conducta y así sucesivamente”, explica Estefanía.
Las aventuras sexuales de un bichito desconocido pueden parecernos muy ajenas a nuestra realidad, pero incluso el sexo de un pariente tan lejano como este pequeño arácnido tiene cosas en común con el nuestro, como ya vimos. Parte de eso es lo que fascina a Estefanía.
“Primero, siempre es muy interesante saber qué es lo que pasa con una especie y poder analizar cómo se dan ciertas cosas en la naturaleza. Pero además, conocer la fauna que nos rodea y los procesos biológicos que se dan en ella repercute directamente en lo que nosotros luego podemos saber y estudiar de nosotros mismos”, explica.
Los opiliones recién empiezan a develar sus secretos de alcoba. Por ahora nos están invitando a despojarnos de sesgos humanos y mirar con una perspectiva amplia la sexualidad que nos rodea. Como cantaba Cole Porter, “lo hacen las abejas, lo hacen los pájaros, hasta las pulgas educadas lo hacen (…) Es la naturaleza, eso es todo”.
Artículo: “Sexual dialogue in Pachyloides thorellii (Opiliones: Gonyleptidae): a Neotropical harvestman with much to say”
Publicación: Journal of Arachnology (marzo 2023)
Autores: Estefanía Stanley, Glauco Machado, Anita Aisenberg.