Si bien por fin en el siglo XXI parecemos ser conscientes de que la forma en que producimos impacta en el ambiente y el ambiente impactado nos afecta, en tu libro queda claro que la humanidad viene desafiando los límites ambientales desde hace tiempo y que esos límites ambientales son los que determinan de cierta manera la expansión de las sociedades así como su colapso. Nuestras sociedades proliferan en la medida que extraen energía del ambiente.
Hay un filósofo italiano, Emanuel Coccia, que dice que todos los organismos, menos las plantas, vivimos de reencarnarnos en otros organismos. La vida necesita otras vidas, necesitamos matar otras vidas para mantener la nuestra. Uno tiene que comerse algo de alguien vivo, sea una lechuga, una legumbre o un churrasco. Uno está comiendo vida, está comiendo cuerpos, huesos, carne, tejidos. No hay otra forma de vivir. De hecho, si uno lo piensa un poquito más profundamente, el auge de nuestra civilización industrial y posindustrial, yo diría sobre todo después de la mitad del siglo XX, se da cuando ocurre lo que se conoce como “la gran aceleración”. Allí se producen la aceleración demográfica, económica, tecnológica, de consumo de energía y de degradación y de depredación ambiental. Todo eso ocurre en los últimos 70 u 80 años, y eso es básicamente la consecuencia de comernos a otros, con la salvedad de que esos otros son cuerpos que vivieron y murieron hace millones de años y que quedaron enterrados bajo la tierra. Esos cuerpos son el petróleo. Los combustibles fósiles no son más que enlaces de carbono de vidas que quedaron sin descomponerse por debajo de la corteza terrestre. Al acceder al petróleo accedimos a un pozo gigantesco de vidas, de carroña acumulada durante millones y millones de años.
Es el mismo proceso que hicimos antes con la agricultura, pero a una escala enorme y con un nivel de ganancia en kilocalorías por unidad de tiempo como nunca antes tuvimos en la historia. Todos los organismos vivimos de los flujos de energía que fijan las plantas, las cianobacterias y las algas, que son los autótrofos, los verdaderos hechiceros que hacen posible la magia de la vida. Los autótrofos agarran la luz solar, que viene desde millones de kilómetros luz, y la convierten en tejido, en carne, en hueso, en vida. Todos los demás seres vivos dependemos de eso. A mí me gusta entender la biomasa vegetal de la Tierra como una especie de batería que acumula energía en forma de tejido vivo. Cuando uno cultiva, lo que hace es cortar toda esa acumulación de energía para transformarla en nuevas personas o nuevas tecnologías. El petróleo es básicamente lo mismo. Sólo que con el petróleo accedés a algo que no tenés que esperar que crezca. Ahora tenemos la energía de millones de años metida debajo de la tierra, y eso creo que es lo que explica el mundo en que vivimos. No es nuestra creatividad, no es la fuerza del trabajo, no es el capital. Es el petróleo que hemos quemado y hemos convertido en más personas, en más tecnología, en más aparatos, y también en más arte, en más ciencia, en más cultura. Pero si sacás el petróleo no hay forma de sostener nada de eso.
Hace 2.000 años los humanos éramos 200 millones, hoy somos 8.000 millones. ¿Está el petróleo tras este crecimiento extraordinario?
Si uno va al 1800, éramos entre 800 y 900 millones. En 200 años nos multiplicamos por diez. Es un salto enorme en sólo diez generaciones. También aumentamos disparatadamente el consumo de energía per cápita, que en ese mismo período aumentó unas 20 veces. Obviamente, hay un rango de variabilidad tremenda entre alguien que vive en Nueva Guinea o en Zambia y alguien que vive en Estados Unidos. Pero en promedio, cuando uno ve la población mundial, vivimos como si cada ser humano fuera un King Kong, un primate de 5.000 kilos. El peso que le estamos poniendo a la biósfera o al sistema terrestre en términos de extracción de energía es el de si fuéramos uno de los 8.000 millones de King Kong de 5.000 kilos.
¿Para hacer esos cálculos integrás todo, el consumo de alimentos y de energía?
La dieta no cambia demasiado, aunque hoy en grandes partes del planeta hay un acceso a montones de comida y está el problema de la obesidad. El metabolismo basal para mantener vivo a un ser humano de unos 60 kilos requiere unas 1.200 o 1.300 kilocalorías. Si esa persona camina, va al trabajo, si hace ejercicio, requiere el doble o el triple de kilocalorías, pero estamos hablando de 3.000 o 4.000 kilocalorías, no más que eso. En promedio, los humamos del planeta gastamos unas 50.000 kilocalorías; son diez veces más. Y eso porque prendemos la luz, porque usamos el auto, porque tenemos una aspiradora, porque hacemos un montón de cosas asistidos energéticamente, lo que es como si tuviéramos diez humanos más alrededor nuestro haciéndonos el trabajo. Y eso sólo es posible por el petróleo, que rompió con la lógica del flujo de energía.
En el libro decís que la energía del petróleo llevo millones de años en acumularse pero la consumimos en poco más de 100 años.
Frederick Soddy, premio Nobel de Química de 1921, tenía una visión biofísica de la economía y al hablar del período extravagante de riqueza que estaba experimentando la humanidad a principios del siglo XX, decía que era un período efímero basado en que estábamos consumiendo carbón. Soddy decía que ese crecimiento sería efímero porque en el fondo implicaba pensar que podemos desconectarnos de los flujos de energía y vivir de un stock de energía. Al tener un stock de energía, se tiene ilusión de que uno puede abrir la llave, como sucede ahora con el agua, y sale el chorro de petróleo, sale el chorro de energía. Después vino el petróleo. Y eso es lo que nos está pasando como especie, como sociedad: somos adictos a esa adrenalina que nos da el acceso a la energía. Y eso tiene una raíz biológica, porque para cualquier organismo acceder a la comida, a la energía, es fundamental.
Se supone que tendemos a consumir grasa y azúcares porque esos alimentos no abundaban y estábamos preparados para darnos atracones cuando los conseguíamos.
Sí, eran alimentos que estaban en baja disponibilidad, eran recursos limitantes y de alto contenido energético que no sabías cuándo los podías encontrar. Cuando los veías, los metías para adentro, porque además si no los consumías vos lo iba a consumir otro, y después no iba a estar disponible. Esa cosa que está tan metida y que tienen todos los organismos se llama ‘principio de máxima potencia’ y consiste en maximizar el flujo de energía para tener la mayor capacidad de hacer un trabajo, ya sea moverse, escapar a un depredador o cazar. Es un principio biológico que está y que cuando comienzan a darse feedbacks positivos, es difícil de parar. ¿Cómo se le dice a la gente no consuma, que no compre más ropa, que no cambie el auto? Tras esos comportamientos está la misma base de esa adicción a meter más energía. Pero eso tiene un límite. En un mundo finito siempre llegamos al momento en el cual la torta se acaba o ya no puede crecer.
Llega un momento en que la población crece tanto que conseguir lo mismo para cada una de las personas empieza a desafiar ciertos límites.
Es el principio de los rendimientos decrecientes. Y es algo que extraño mucho en el discurso político económico, pese a que lo estamos viviendo desde la década de 1960. Desde entonces los rendimientos energéticos del petróleo vienen en franca declinación; cada vez se necesita invertir más energía para extraer la misma cantidad de petróleo. El mundo que viene es un mundo de rendimientos decrecientes en energía y, por lo tanto, es un mundo en contracción y no en expansión. Hay que prepararse para un mundo que va a ser más austero en energía, y eso va en contra de todo el discurso optimista del crecimiento económico y del desarrollo sostenible, y también va en contra del discurso un poco más progresista de las energías limpias, de la economía circular, de la sustentabilidad, de la economía verde. La única forma de enfrentar lo que viene es achicar, hay que empezar a retroceder, a ver qué maneras civilizadas tenemos de vivir en un mundo ecológicamente en ruinas.
En el libro dudás de que las energías renovables puedan ayudar en este contexto. Ponés el ejemplo de Uruguay, que cambió su matriz energética, que es mayoritariamente renovable, pero que, sin embargo, sigue aumentando su consumo de energía per cápita. Decís que sin bajar la demanda de energía no hay forma de que las fuentes alternativas al petróleo sean sostenibles, y eso va contra la idea del crecimiento del capitalismo.
Son trampas que nos hacemos, es como seguir pateando la pelota para adelante. Son una excusa para seguir creciendo, el capitalismo en el fondo es eso. El capitalismo, cuando hay fuentes de energía ilimitadas, como ocurrió durante la primera mitad del siglo XX, es la forma más eficiente de maximizar los flujos de energía. Entonces, nadie pudo parar el capitalismo en términos de su capacidad expansiva y distributiva, pero no era por los beneficios del sistema en sí, sino porque el sistema lo que genera es esa maximización de los flujos de energía. Eso fue posible porque tenemos un pozo de cadáveres acumulados durante millones de años.
El problema es que ya no podemos contar demasiado con el petróleo, y no sólo por los gases de efecto invernadero.
Los rendimientos del petróleo vienen cayendo. En 1930 en Texas, se invertía un barril de petróleo y se sacaban 100. La energía que se precisaba para obtener 100 barriles de petróleo era el equivalente a un barril, el delta era 100 a 1. Hoy para el petróleo estamos en 15 a 1. Ese es el mundo en el que vivimos: invertís uno y sacás 15. Y eso viene decayendo porque cada vez hay que buscar el petróleo en lugares más apartados, más lejanos, por lo que aumenta la inversión energética para extraer esa energía. Las energías renovables aún están lejos de eso. Hay que invertir tanto en materiales, distribución, capacidad de almacenamiento, que por unidad invertida se obtienen a lo sumo otras diez o 12. Eso va incluso para el hidrógeno verde. Nuestra civilización no se mantiene con una tasa de retorno energético menor de 15 o 12. Nuestra civilización está construida con tasas de retorno energético superiores a 20 o 25. Para tener lo que hoy tenemos, transporte, salud pública, educación, arte, ciencia, el mundo que vivimos, se necesita una tasa de retorno energético de esa magnitud, independientemente de la fuente, y ninguna de las energías limpias o renovables la dan. Pero eso es sólo parte del problema.
El otro problema es que el impacto que nosotros tenemos sobre la biósfera no sólo depende de la quema de petróleo, que obviamente tiene un montón de efectos negativos, como las emisiones de CO2. Lo que impacta también en el planeta es el tamaño del bicho que construimos, y de eso nadie habla. Es como decir que tenés una camioneta 4x4 que carga 100 personas, que la usás todos los días y al andar rompés toda la vegetación, y pensar que si le cambiás el motor por otro a hidrógeno verde se acabó el problema. Está bien, tenemos que cambiar las fuentes de energía, pero si no cambiamos el tamaño de las cosas, el sistema ya no da, ya no hay donde cultivar, los acuíferos se están agotando.
Tu libro no habla de esta sequía que provocó la crisis de suministro de agua potable más grande de la historia del país, pero sí hablás algo del agua en Chile. El tema te preocupa.
Ayer estuve viendo la serie de tiempo de precipitaciones en Uruguay, de 1920 y algo hasta ahora. Cuando uno mira hacia atrás, esa secuencia de años secos y un año normal, o de dos años secos, es muy frecuente. En la década de 1940 hubo varios eventos muy parecidos a los de ahora. Pero de lo que nadie habla es del consumo, de cuánta agua estamos consumiendo comparado con hace 50 años, cuántas personas somos las que estamos consumiendo y cuántas actividades requieren agua potable. Al pasear por Montevideo, veo que hubo un boom de construcción. El cemento necesita agua. Para fraguar el cemento de las carreteras se usa agua dulce. Las agroindustrias usan agua, las madereras usan agua, las plantaciones forestales usan agua, la soja usa agua. El consumo de agua desde 1950 hasta ahora, en promedio a escala mundial, se ha multiplicado entre cuatro o cinco veces per cápita. Entonces, estamos hablando de la sequía, estamos sacando agua casi del Río de la Plata porque los acuíferos están chupados, y nadie habla del gasto, nadie habla del consumo y nadie habla de las actividades que requieren agua.
Según varios demógrafos, se espera que en las próximas décadas la población mundial se estanque y no supere los 11.000 millones.
Las poblaciones estables, en general, son poblaciones míseras, como dice el teorema de Kenneth Baldwin. Estamos parando de crecer, pero no como se piensa, por una consecuencia de la educación, estamos parando de crecer porque los rendimientos energéticos son tan escasos que uno para poder acceder al trabajo y tener una vivienda tiene que estudiar hasta los 30 años. Ya no se puede tener cuatro hijos, a no ser que tengas una herencia o seas parte del percentil más rico de la población. Los rendimientos intergeneracionales de energía para que tus hijos tengan una vida digna son cada vez más difíciles, comparativamente tenés que invertir cada vez más en ellos. Por tanto, no es un mundo de esplendor, cada vez es más difícil mantener una generación.
Debemos prepararnos entonces para un mundo de escasez.
Si queremos sobrevivir como civilización, primero vamos a tener que ajustarnos el cinturón, hay que olvidarnos de la metáfora del crecimiento. Realmente tenemos que darnos cuenta de que lo que viene es austeridad, es decrecimiento. Tenemos que perderle el miedo a decrecer, porque vamos a tener que vivir con menos energía y tendremos que acostumbrarnos a eso.
Si tenemos que elegir entre los dos procesos del título de tu libro, es claro entonces que ahora estamos en retirada.
No hay otra alternativa que pensar en esa retirada. De hecho, ahora estoy escribiendo otro libro exclusivamente sobre el concepto de retirada. Para mí la disyuntiva es cómo queremos retirarnos, si nos queremos retirar por las buenas o por las malas. Pero la retirada ya comenzó.
Si lográramos hoy dejar de usar los combustibles fósiles, las energías renovables no alcanzarían para satisfacer la demanda energética de la población actual, de esos 8.000 millones.
No, estamos fritos, tendríamos que vivir en un mundo muy diferente en términos de austeridad energética.
Y si la población encima sigue creciendo más, los desafíos son aun mayores.
Sí. El tema de la población a veces es medio tabú. Pero yo creo que las comunidades, los colectivos, es algo que inevitablemente se viene. No se necesita, como sucedió en China, una especie de dictadura ambiental global que establezca que no se pueden tener más hijos, pero sí creo que van a ocurrir cambios culturales grandes. Es muy probable que dentro de 50 o 60 años tengamos una estructura en la cual haya pocos niños muy bien cuidados por varios grupos familiares. Obviamente, eso implica una reducción poblacional, pero también implica un cambio cultural inmenso. Siempre hemos sido innovadores, creo que hay mucho espacio para inventar formas dignas de vivir. Y eso no pasa necesariamente por la tecnología. La tecnología nos puede ayudar para poder vivir dignamente en un mundo austero, podemos usar la tecnología para vivir de forma digna, como humanos, con otras entidades que no son humanas, en un mundo donde los rendimientos de energía van a ser limitantes y en el que muchos de los procesos ecosistémicos van a tener que ser regenerados o reconstruidos.
A lo largo de la historia de la civilización siempre ha habido quienes alertaron que determinados crecimientos no podrían sostenerse. ¿Te preocupa quedar como un agorero de un final que tal vez no suceda como lo estás pensando?
Sí, esto lo dijo en 1972 el Club de Roma con su informe Los límites del crecimiento, encabezado por la biofísica Donella Meadows. Pero su informe está bastante acertado, hay que correrlo un poco para adelante, sólo le erraron en el timing. Claro, tanto en el drama como en la comedia el timing es fundamental, por lo que fueron muy criticados porque no pasó nada. Pero si uno corre el eje para adelante, las curvas ecosistémicas y de colapso poblacional podrían funcionar perfectamente después del 2100 en vez del 2000, como lo tenían ellos en su informe. A Paul Ehrlich con el famoso libro La bomba poblacional de 1968 también lo hicieron pedazos, pero quizá era simplemente que estaban demasiado adelantados a su tiempo y que anunciaron algo que ocurrió en medio de la gran aceleración. Si se quiere, le erraron al timing, pero no estaban errados en términos de su visión conceptual sobre el problema. Sus ideas se dieron a conocer al inicio de “la gran aceleración”, y, obviamente, cuando uno está emborrachado de éxito, cuando uno está poniendo Homo sapiens en la Luna y le vienen a decir que estamos sobrepoblados, que esto va a ser un colapso, seguro le parezca un disparate. Pero yo creo que tras ese mareo de 100 años de petróleo, ahora viene la resaca.
¿Estamos preparados para esta resaca tras estar borrachos de petróleo?
En absoluto, estamos muy mal preparados. Hay que preparar gente alerta, es fundamental entender el lugar y el territorio donde vivimos. Cuando digo ‘el territorio donde vivimos’ no es geográficamente, es empezar a hacer el ejercicio de saber de quiénes dependemos. ¿De qué depende que pueda tener luz, agua, un techo, que pueda ir al trabajo, o que tenga trabajo o no? ¿De qué depende que tenga o no seguridad? ¿Por qué hay delincuencia y vivo inseguro? ¿De qué depende eso? No me refiero al ministro de Interior de turno, sino a de qué realmente depende que esté pasando eso. ¿De qué depende que el agua salga salada? No del director de OSE, sino realmente de qué dependen ese tipo de cosas. ¿De qué depende que no pueda tomar más sol al mediodía en verano? ¿De qué depende uno?
Bruno Latour, antropólogo y filósofo francés, decía que para habitar el territorio verdadero, primero, uno debe tener clara la lista de condiciones materiales que entiende que son dignas. Segundo, decía, se impone entender de qué y de quiénes dependen esas condiciones realmente. Esas dependencias ahora hay que buscarlas fuera de la casa, de la economía, del crecimiento, del empleo, de la productividad. Hay que empezar a buscar responsables o causalidades en los arroyos que acumulan agua dulce acá en los alrededores de Montevideo, en los suelos, en el clima, en las especies que están al borde de distinguirse, en los polinizadores que ya no están para polinizar las plantas que cultivamos. Esas preguntas son clave, y si uno no hace ese ejercicio no sólo no va a entender el mundo en el que vive, sino que estará preso en los vaivenes de las promesas políticas. Porque los políticos tienen esa misma dificultad para entender el mundo en el que viven, y, en consecuencia, cualquier programa de gobierno, sea de derecha, de izquierda o de centro, que no sea capaz de entender esas dependencias, será de cierta manera deshonesto. Para poder prometer seguridad, empleo y pensiones dignas, lo primero que se necesita es entender que vivimos en un mundo de rendimientos decrecientes. En un mundo de rendimientos decrecientes y, sobre todo acá, en el tercer mundo, en una economía periférica, en un mundo que se va a ir degradando en los próximos 50 años. ¿Cómo vas a dar pensiones dignas? ¿Con crecimiento?
Todos apuestan al crecimiento porque el crecimiento al final es una excusa, es una especie de mentira que todo el mundo quiere creer. Pero ya no se puede crecer, hay que tener otro tipo de acciones colectivas para poder, por lo menos, seguir teniendo pensiones. A los viejos hay que cuidarlos, a los chicos hay que educarlos, hay que tener salud, ¿cómo vamos a hacer eso? No lo hicimos bien cuando teníamos rendimientos crecientes, ¿cómo lo vamos a hacer ahora con rendimientos decrecientes?