Desde un punto de vista geológico, la era en la que vivimos se llama Cenozoico y el período en el que estamos es el Cuaternario. La primera época del Cuaternario, llamada Pleistoceno, comenzó hace unos 2,5 millones de años y terminó hace unos 11.700, y al terminar dio paso al Holoceno. El asunto es que en esos últimos miles de años el ser humano comenzó un intenso camino de crecimiento poblacional exponencial, que implicó que sus huellas en el planeta comenzaran a ser cada vez más notorias.

Para algunos investigadores, tanto hemos cambiado el aire, el suelo, el agua y la distribución de las otras formas de vida del planeta, que ya vendría siendo hora de darle fin al Holoceno y proponer, en su lugar, una nueva época: el Antropoceno. La idea no surgió dentro del ámbito de la geología y la estratigrafía, pero sedujo a quienes estudiaban estos temas, al punto que en 2009 se creó en el seno de la Unión Internacional de las Ciencias Geológicas un Grupo de Trabajo del Antropoceno. Su misión sería precisamente reconocerlo “como una unidad temporal geológica” y trabajar en “su potencial adición a la Escala de Tiempo Geológico”. Para ello habría que definir o bien una fecha concreta para el comienzo de esta época marcada por el humano, como por ejemplo el año de la creación de la máquina de vapor, como proponían los creadores del término, o bien lo que se conoce como golden spike, un clavo dorado reconocible en la estratigrafía, que marcara un límite a partir del cual todo lo que está encima se considera parte de esta nueva época (y lo que está inmediatamente abajo como el final del Holoceno).

En eso estaba este Grupo de Trabajo del Antropoceno, que había anunciado que a fines de 2022 se votaría para definir cuál sería el punto que se tomaría como el estándar para dar inicio a esta época. El asunto es que en 2022 no se llegó al consenso necesario (60% de los habilitados para votar), por lo que se espera que el año que viene se acepten o no los sedimentos del lago Crawford, en Canadá, con señales de plutonio en la segunda mitad del siglo XX, como el marcador. Podría pensarse que aún con diversos puntos de vista las cosas avanzaban en forma consensuada y constructiva. Pero como demuestra la carta de renuncia al Grupo de Trabajo del Antropoceno de Erle Ellis, uno de sus miembros fundadores, el tema no está exento de controversias. Así que veamos qué dice Ellis.

Con tristeza

En su carta de renuncia, Erle Ellis, de la Universidad de Maryland, Estados Unidos, señala que en gran parte de estos 14 años el Grupo de Trabajo fue ejemplo “del tipo de comunidad académica que fomenta la exploración de nuevas ideas y nueva evidencia y del espíritu de debate abierto necesario para construir una ciencia sólida”. También reconoce que como ecologista sus “perspectivas y contribuciones profesionales a menudo han diferido de las opiniones centrales del grupo”, lo que no le impidió ponderar estas diferencias como “productivas”. A esta altura uno ya sabe que vienen los peros. “Por todas estas razones, siento tristeza al presentar la renuncia”, confiesa.

Al respecto de su decisión, enumera dos grandes razones. La primera es “que las cosas han cambiado dentro del grupo, como demuestra la naturaleza cada vez más corrosiva de las discusiones en torno a dos renuncias recientes”. Al respecto señala que el Grupo de Trabajo “se ha centrado tanto en promover una única definición limitada del Antropoceno que ya no hay espacio para la disidencia o para una perspectiva más amplia”. Para el renunciante “este estrechamiento de la perspectiva comenzó a surgir hace años, con la votación en 2016 que decidió que sólo la evidencia que respalda una fecha de inicio de mediados del siglo XX se consideraría en la definición de Antropoceno”, y reconoce que “probablemente debería haber renunciado en ese momento”. El agua parece haber derramado el vaso de Ellis, quien dice que los esfuerzos recientes del grupo para promover el límite y el sitio propuesto -en alusión al lago Crawford- “han establecido más allá de toda duda que ya no hay lugar para perspectivas más amplias sobre la definición de Antropoceno dentro del grupo”, por lo que “claramente” él ya no tiene “ningún papel útil” allí.

La segunda razón de su renuncia va más allá de esta interna del grupo y es la que verdaderamente debiera llamarnos a una profunda reflexión. “Ya no es posible evitar la realidad de que definir estrictamente el Antropoceno en la forma en que el Grupo de Trabajo ha elegido hacerlo se ha convertido en algo más que una preocupación académica”, sostiene Ellis, agregando que la porfía del grupo en “ignorar sistemáticamente la evidencia abrumadora de la transformación antropogénica de largo plazo de la Tierra no es sólo mala ciencia, sino que también es malo para la comprensión pública y la acción sobre el cambio global”.

“Definir el Antropoceno como una banda poco profunda de sedimentos en un solo lago es una cuestión académica esotérica”, desafía, agregando que “dividir la transformación humana de la Tierra en dos partes, antes y después de 1950, hace un daño real al negar la historia más profunda y las causas últimas de la crisis social y ambiental que se desarrolla en la Tierra”. Luego se pregunta: “¿los cambios planetarios forjados por las naciones industriales y coloniales antes de 1950 no son lo suficientemente significativos como para transformar el planeta?”, y uno ya tiene ganas de salir a abrazarlo. “Las ramificaciones políticas de una representación tan engañosa y científicamente inexacta son claramente profundas y regresivas”, prosigue.

Al terminar su carta de renuncia, Ellis no se guarda nada: “Como académico que ha trabajado activamente dentro de un grupo que ahora promueve una perspectiva engañosa y regresiva sobre la transformación de la Tierra por parte de las sociedades humanas, me siento obligado a responder. Primero, terminando formalmente mi asociación con el grupo y, a largo plazo, haciendo todo lo posible, basado en la mejor ciencia disponible, para contrarrestar el daño creado por esta perspectiva engañosa”. Luego ata la moña: “Mantengo la esperanza de que el Antropoceno como concepto continúe inspirando esfuerzos para comprender y guiar de manera más efectiva las interacciones sociales con nuestro único planeta. Ya no creo que el Grupo de Trabajo esté ayudando a lograr esto, sino que activamente, cada vez más, está logrando lo contrario”.