Mientras el mundo entero llora la pérdida progresiva de los bosques tropicales, otro drama equivalente se desarrolla bajo cuerda con mucha menos prensa pero con consecuencias igualmente lamentables: la eliminación o modificación de los pastizales naturales.

Su perfil bajo no los ayuda, como hemos repetido muchas veces en esta sección. Pese a que juegan un rol clave en la biodiversidad del planeta, con frecuencia no se reconoce su valor o se los considera dispensables, como si conformaran un ecosistema al que hay que agregarle valor con forestación o cultivos.

Quizá por eso no suelen ser objeto de planes de conservación ni su desaparición despierta la misma indignación que otros biomas que a simple vista parecen más espectaculares.

Para Uruguay es además una tragedia muy cercana, porque forman parte de nuestra identidad (y no por aquello de tener perfil bajo). Como parte del bioma Pampa, nuestro país integra una de las áreas de pastizales más grandes del mundo junto al sur de Brasil y el este argentino.

Aunque ocupaban un 80% del territorio uruguayo cuando llegaron los conquistadores europeos, están desapareciendo a un ritmo frenético en las últimas décadas. Entre 1985 y 2022 Uruguay perdió 20% de sus pastizales naturales, mientras en el mismo período el área destinada a cultivos y pasturas implantadas aumentó 42% y la destinada a forestación 750%.

Nuestros pastizales no son prístinos o intocados. La mayoría están ocupados por el ganado vacuno y ovino que se introdujo tras la conquista, pero aun así el tipo de producción que se hace en ellos es mucho más amigable con la conservación de especies que la modificación de uso del suelo que implican los cultivos o la forestación.

Así ocurre por ejemplo con las aves de pastizal, el grupo más amenazado de nuestra avifauna, cuya diversidad es mucho mayor en los pastizales con producción ganadera que en las praderas artificiales o los monocultivos. Eso no significa que estas aves típicas del país sean totalmente indiferentes al pastoreo que se realiza en campos naturales. El manejo del ganado modifica atributos que son clave para varias de estas especies, como la altura del pasto o su composición, entre otros aspectos. Entender cómo y por qué los afectan es entonces esencial para lograr que muchas aves seriamente amenazadas puedan sobrevivir en un territorio que cada vez tiene menos espacio para ellas.

En esa línea van dos nuevos trabajos realizados en Uruguay, que muestran que en ciertas condiciones es posible producir en forma eficiente y conservar al mismo tiempo. O, dicho en otras palabras, es posible lograr que ganen las aves y ganen los productores.

El pasto es más verde en el campo de al lado

El ecólogo y ornitólogo Joaquín Aldabe viene dedicándose a los estudios de conservación de aves y biodiversidad en sistemas productivos casi desde el inicio de su carrera. Como docente del Centro Universitario Regional Este (CURE) de la Universidad de la República investiga específicamente sistemas ganaderos para entender cómo los distintos manejos influyen sobre las especies de aves nativas.

En esa línea, por ejemplo, participó en un trabajo publicado en 2022 que mostró que los sistemas de pastoreo rotativos, que favorecen más heterogeneidad vegetal y mayor altura de los pastos, albergan también una mayor riqueza de especies de aves. Al mismo tiempo, trabajaba en otras interrogantes sobre la relación entre aves y producción ganadera.

Buena parte de este tipo de estudios se han centrado en comparar lo que ocurre cuando hay pastoreo intensivo y cuando no hay ninguno, pero ¿qué pasa si se logran niveles intermedios?

“El problema de los sistemas ganaderos que se sostienen en el campo natural es que el manejo que tradicionalmente se hace impide que haya una buena cantidad de pasto en los momentos en que el ganado más lo necesita”, explica Joaquín.

El ganado va comiendo todo lo que encuentra y cuando llega la primavera “muchas veces pasa que queda muy poco pasto, justo cuando la vaca tiene el ternero recién nacido y por lo tanto hay mayores requerimientos energéticos”, agrega.

Esa situación supone una degradación del pastizal, con un impacto directo sobre el estado nutricional del ganado pero también sobre la biodiversidad (y respecto de ella, sobre las aves). Aún más: si el pastizal pierde su eficiencia productiva, las probabilidades de que su dueño decida sustituirlo por praderas artificiales u otros sistemas productivos crece.

“Lo que hicimos fue tratar de hacer un manejo que resuelva esta limitación que generalmente tienen los productores y evaluar cómo responden las aves a eso. ¿Puede darse una situación ganar-ganar, en la que haya más pasto, al sistema productivo le vaya mejor y al mismo tiempo hacer conservación?”, señala Joaquín.

Para averiguarlo, hizo un trabajo con la colaboración de colegas del Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del CURE, el Departamento de Biología Vegetal de la Facultad de Agronomía y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), que los llevó a trabajar codo a codo con los productores por un año.

Joaquín Aldabe anillando a un chorlo pampa.
Foto: Valentina Franco

Joaquín Aldabe anillando a un chorlo pampa. Foto: Valentina Franco

Alto ahí

Unas 120 especies de aves utilizan los pastizales que se encuentran en Uruguay, el sur de Brasil, el este de Argentina y el sur de Paraguay. De ellas 30% son especialistas, lo que significa que no sólo aprovechan ese ambiente, sino que lo necesitan para nidificar, alimentarse, refugiarse o reproducirse.

No todas lo usan de la misma forma ni necesitan el mismo tipo de pastizal. El tero tiene preferencia por los pastos bien cortos, como atestiguan miles de partidos de fútbol disputados en Uruguay, mientras especies como los capuchinos, la viudita blanca grande o los dragones requieren pastos o vegetación de alto porte, como pajonales. Estos intereses no siempre coinciden con lo que más les sirve al ganado y a su dueño.

“La clave para promover tanto la conservación de aves como la producción ganadera en campos naturales reside en lograr un manejo óptimo de la altura del pasto que respalde simultáneamente ambos objetivos”, sostienen los investigadores en su artículo.

Para explorar esta posibilidad seleccionaron 11 predios con campos naturales de manejo tradicional en un área en la que los autores registraron previamente 52 especies de aves de pastizal. En seis de estos 11 campos, que se caracterizan por la baja altura de sus pastos (típicamente por debajo de los cinco centímetros), implementaron cambios para favorecer su crecimiento. El resto se dejó tal cual para poder usarlos como grupo de control.

Por ejemplo, redistribuyeron la cantidad de animales por hectárea y ubicaron al ganado con menores requerimientos en los potreros de pasto más corto, de modo de dar un respiro a la vegetación. También redujeron la cantidad de ovejas en relación con las vacas en los campos de prueba e introdujeron cambios en la estrategia reproductiva para que las crías nacieran en primavera, que es cuando hay más pasto disponible.

En los 71 potreros de campo analizados, correspondientes a los 11 predios seleccionados, evaluaron la altura de los pastos y la abundancia de aves registradas tanto antes de comenzar el experimento como un año después. Luego, con ayuda de paquetes estadísticos, analizaron los datos obtenidos en los campos intervenidos y los de control. Los resultados fueron auspiciosos tanto para los productores como para las aves.

¿Un solo Uruguay?

Como primera conclusión, los autores señalan que los cambios implementados tuvieron un impacto positivo en la altura de los pastos, que se duplicó en promedio: llegó a 12 centímetros en los potreros intervenidos, mientras que en los restantes se mantuvo por debajo de los seis centímetros.

“Demostramos que con una inversión baja se puede incrementar la cantidad de pasto, pero sin que haya un impacto negativo en la abundancia de aves especialistas de pastizal”, aclara Joaquín. Incluso la situación mejoró levemente para algunas especies.

De su conteo de aves en los campos seleccionaron siete especies de las que obtuvieron suficientes registros como para sacar conclusiones significativas: el tero, la perdiz, el misto, el verdón, la martineta, la tijereta y la lechucita de campo.

No hubo cambios significativos en la abundancia de estas siete especies en los campos intervenidos, aunque tanto el verdón como la martineta se vieron ligeramente favorecidas, “lo que indica un efecto potencial positivo del manejo implementado”, apuntan.

“Lo que nosotros planteamos aquí es que se puede mejorar la producción con base en campo natural mientras se mantiene la abundancia de especies clave de pastizal. Y eso es bien importante porque hoy día la forma en que opera el agro lleva a que sólo se realicen las actividades más rentables. Entonces, si a la producción en campo natural, que conserva un montón de especies, no le va bien en términos económicos, es más viable que vengan otros sistemas más intensivos y reemplacen al pastizal natural. Y luego recuperar biodiversidad en sistemas como la agricultura, la pradera artificial o la forestación es mucho más complejo”, apunta Joaquín.

Para algunas aves, sin embargo, el manejo que hicieron los investigadores no bastó. En sus conclusiones los autores del trabajo advierten que la altura de los pastos alcanzada en los estudios “no fue suficiente para sustentar las necesidades de otros especialistas de pastizales que requieren vegetación más alta”, como por ejemplo el capuchino de corona gris, globalmente amenazado.

Muchas de las aves de pastizal tienen preferencias por pastos de al menos 50 centímetros de altura, bastante más que los alcanzados en esta intervención, lo que explica que muchas otras especies ni siquiera hayan sido registradas en los campos analizados, pese a que sí se encontraban presentes en regiones circundantes.

Aun así el trabajo es auspicioso, porque fue hecho en un período relativamente corto (un año). Para Joaquín, si los cambios implementados se mantienen por más tiempo, es posible que se produzca una mayor heterogeneidad y se llegue a una altura de la vegetación que permita la presencia de otras especies, o que la abundancia de algunas aves aumente en forma más notoria. Para comprobarlo, recomiendan que futuros estudios se enfoquen en estudiar los impactos de este manejo en períodos más largos de tiempo.

Si estos resultados promisorios se confirman, aumentarían las probabilidades de que este tipo de producción sea rentable al mismo tiempo que conserva la mayor cantidad posible de especies de aves de pastizal. Sería un paso adelante, porque Joaquín conoce bien los riesgos que supone para estas aves pasar a otros sistemas de producción.

Desde 2015 el CURE y la Alianza del Pastizal (proyecto para la conservación de la biodiversidad de los pastizales en el marco de las actividades productivas) han monitoreado 46 predios en los que se hacen manejos de producción en campos naturales. De esa paciente tarea de observación surgió otro trabajo recientemente publicado que, al igual que el anterior, es parte del doctorado de Joaquín en Ciencias Agrarias de la Facultad de Agronomía, bajo la orientación del ingeniero agrónomo Óscar Blumetto. Sus conclusiones brindan un panorama algo más sombrío en algunos aspectos pero esperanzador en otros.

Misto en campo de Flores.
Foto: Pablo Vaz Canosa (Naturalista Uy)

Misto en campo de Flores. Foto: Pablo Vaz Canosa (Naturalista Uy)

Uruguay natural

Tras haber realizado junto a estudiantes del CURE un conteo sistemático de aves en esos 46 predios durante cuatro temporadas, Joaquín unió fuerzas con el ecólogo argentino Juan Manuel Morales para aprovechar esos valiosos datos obtenidos.

Con ayuda de un modelo estadístico novedoso, que permite sacar conclusiones de especies poco frecuentes (al “tomar prestadas” características de otras similares), analizaron cómo afectan a 69 especies de aves algunos atributos clave de los pastizales influidos por el manejo del pastoreo. Por ejemplo, la altura del pasto, la presencia de pajonales, la cobertura de árboles y el cambio de predios naturales a praderas artificiales.

Entre las conclusiones más relevantes está la comprobación del impacto negativo que tienen las praderas artificiales en muchas aves de pastizal (29% de las analizadas). “Las praderas artificiales son una herramienta de gestión importante, porque el campo natural tiene una estacionalidad muy definida en la que en invierno no hay crecimiento. Sin dudas es útil para los productores, pero a veces basta con tener sólo una fracción pequeña de praderas artificiales, que incluso ayuda a que no haya sobrepastoreo”, matiza Joaquín.

En línea con sus conclusiones, los autores alientan directamente a los productores a “ser más eficientes en el manejo de los pastizales naturales en lugar de plantar praderas artificiales”.

En contrapartida, el estudio mostró el impacto positivo de mantener los pajonales, que muchos productores a veces eliminan al considerarlos parte de las “zonas de mugre”. Los pajonales favorecieron a 37% de las especies estudiadas (entre ellas algunas muy amenazadas, como el dragón o la viudita blanca grande) y no perjudicaron prácticamente a ninguna. “Cuando hay pajonales en un campo, la probabilidad de presencia de todas las especies amenazadas crece”, indica el trabajo.

“Muchos los queman o los arrancan, pero son elementos clave del ecosistema que aumentan muchísimo la diversidad en general, no solamente de aves. Entonces es muy importante que los productores empiecen a tratar de incorporar cierto porcentaje del predio que tenga este tipo de vegetación. Se ha estudiado además que tener un porcentaje del campo con pajonales (hasta 30%, según estudios hechos en Brasil) no impacta negativamente en la productividad”, dice Joaquín.

“Para favorecer una amplia gama de especies en los campos, un mosaico de pastizales nativos altos y cortos con potreros de pajonales y de árboles es lo más deseable”, recomienda también la investigación.

En resumen, cambios mínimos en el manejo del pastoreo, repensar la estrategia productiva y mantener un porcentaje de potreros con pajonales son sólo algunas de las aplicaciones prácticas de bajo costo enumeradas en ambos trabajos, que permitirían conservar algunas de nuestras aves más amenazadas sin que el negocio de los productores se vea perjudicado. Lo que resta ahora es lo más difícil: llevar esos consejos del papel al campo para que comiencen a tener efectos reales.

Conservaron perdices y fueron felices

“Nosotros tenemos bien claro que los artículos científicos no llegan a los tomadores de decisiones, al menos a nivel de los productores; entonces es fundamental traducir estas conclusiones de los trabajos en recomendaciones de manejo bien concretas que sean comprensibles por el público general”, reconoce Joaquín.

Los investigadores trabajan para que así sea y que sus hallazgos, que pueden marcar una diferencia para el futuro de varias aves nativas, no queden encajonados. Para lograrlo publican artículos en la revista del INIA, se asocian con instituciones de extensión como el Instituto Plan Agropecuario para difundir los resultados, transmiten la información a extensionistas y a técnicos que asesoran a los productores, y realizan charlas y talleres a público general y los productores. “Ahí es donde llevamos estas ideas concretas, las ponemos sobre la mesa y las conversamos con ellos”, asegura Joaquín.

Naturalmente las soluciones no son iguales para todos los predios. Por eso “es importante transmitir la idea y que el productor lo pueda integrar a su sistema, algo para lo que es importante tener un ida y vuelta con técnicos y productores”.

“Nuestro mensaje es que tratemos de ser más competitivos en este rubro para evitar la pérdida de nuestro ecosistema natural. Se puede producir más y mejor y se puede hacerlo conservando la naturaleza, en este caso puntual las especies de aves”, concluye Joaquín.

En esa ecuación se juega muchísimo más que los ingresos de los productores. El declive progresivo del mundo natural, acorralado por las necesidades crecientes de una sola especie, ha convertido en una utopía el mantenimiento de grandes zonas prístinas y ajenas a la mano humana.

En ese contexto, entender cómo conservar lo mejor posible lo que va quedando deja de ser un consuelo para pasar a ser una necesidad. Si además tiene el plus de que no supone pérdidas económicas significativas sino que requiere principalmente voluntad, como ocurre en este caso, pasa a interpelarnos moralmente.

Artículo: Managing Grass Height for Birds and Livestock: Insights from the Río de la Plata Grasslands
Publicación: Rangeland Ecology & Management (enero de 2024)
Autores: Joaquín Aldabe, Ana Inés Sánchez, Mercedes Rivas y Óscar Blumetto.

Artículo: Bird species responses to rangeland management in relation to their traits: Rio de la Plata Grasslands as a case study
Publicación: Ecological Applications (noviembre de 2023)
Autores: Joaquín Aldabe, Teresa Morán, Pablo Soca, Óscar Blumetto y Juan Manuel Morales.