En Uruguay relacionamos a Charles Darwin con una especie de anfibio en particular: el pequeño y bello Melanophryniscus montevidensis, llamado justamente sapito de Darwin gracias a que el legendario naturalista se embelesó con él en Maldonado y le dedicó unas líneas en sus crónicas de viaje.
Pero Darwin colectó gran cantidad de ejemplares de todo tipo en el Río de la Plata, incluyendo muchísimos otros anfibios que pudieron ser descritos para la ciencia gracias a sus oficios. Sin dudas las especies que habitaban estas naciones jóvenes no estaban listas para la infatigable curiosidad del científico inglés. La evolución no las preparó para identificar el peligro que representaba aquel veinteañero con su bolsa a cuestas, así que pocas huyeron a tiempo de sus manos inquisidoras. Por eso, casi todos los caminos de la fauna nativa conducen a Darwin, y el de este relato no será la excepción.
En 1832 Darwin encontró un extrañísimo anfibio en Bahía Blanca, Buenos Aires, que por supuesto fue a parar a su colección. Al igual que casi todo el material que le resultaba interesante, terminó en Inglaterra, donde se acumuló de tal manera que se necesitaron muchos especialistas para procesarlo. El propio Darwin, además de publicar el libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo unos años después de su regreso, editó y supervisó la salida de un libro en cinco partes titulado La zoología del viaje del Beagle, en el que varios científicos describieron las especies encontradas en su periplo por el mundo.
El curioso anfibio que amerita estas páginas figura en el tomo 5, dedicado justamente a reptiles y anfibios. El encargado de bucear en esta parte de la fantástica colección de Darwin fue el zoólogo (y dentista, porque ya entonces había que hacer de todo) Thomas Bell. En su libro Bell se refiere a él como un “anfibio notable” y tiene razones para hacerlo. Se trata del escuerzo (Ceratophrys ornata), un sapo grande y de colores brillantes que a simple vista parece una gran boca con patas y un par de protuberancias en la cabeza similares a cuernos, aunque no es esa su única particularidad. Su aspecto llamativo ameritó que hace algunos años se lo incluyera en la selecta exhibición Ranas: un coro de colores, del Museo Americano de Historia Natural, donde se codeó con una veintena de otros anfibios increíbles del mundo.
El escuerzo no sólo habita Argentina, aunque Darwin lo haya encontrado allí. También aparece en áreas costeras del estado de Rio Grande do Sul (Brasil) y en el sur y sureste de Uruguay. Lo de “aparece” suena un poco optimista en el caso de Uruguay y de Brasil, donde ya van más de 30 años sin registros (40 en el caso de Uruguay), a tal punto que hay indicios razonables para sospechar que ya está extinto en estos dos países.
¿Habrá desaparecido de Uruguay y Brasil el último escuerzo, un animal de aspecto y vocalización tan particulares? ¿Qué pasa con los pocos que quedan en Argentina? Decidido a averiguar cuál es el destino de los últimos escuerzos, un equipo trinacional de herpetólogos liderado por las biólogas Gabriela Agostini y Camila Deutsch unió fuerzas para llevar adelante un trabajo minucioso que les requirió recorrer muchos kilómetros, hablar con cientos de personas, grabar miles de vocalizaciones de anfibios, rastrear museos, explorar registros online y usar la tecnología de los modelos estadísticos.
El resultado de tanto esfuerzo es la reciente publicación de un valiosísimo artículo en Perspectives in Ecology and Conservation, en el que participa el biólogo Raúl Maneyro, docente del Laboratorio de Sistemática e Historia Natural – Herpetología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y único representante uruguayo de esta cruzada en busca de la especie.
Esta boca es mía
“El escuerzo pertenece a un grupo de sapos muy particulares. En general son animales grandes, muy fáciles de identificar y con comportamientos muy característicos, por ejemplo, la costumbre de defenderse con vocalizaciones conspicuas y de llegar incluso a morder, cosa que es rara entre los anfibios”, cuenta Raúl.
El escuerzo, además, tiene recursos dignos de un zombi. Para protegerse de la desecación se cubre con sucesivas capas de muda y puede enterrarse durante años a la espera del momento propicio para emerger. Cuando lo hace, su reproducción es explosiva, siempre asociada a la ocurrencia de lluvias muy fuertes.
Es también un depredador de cuidado, capaz de devorar incluso pequeños mamíferos. Esa voracidad ya queda de manifiesto desde temprana edad, a tal punto que incluso sus larvas son carnívoras, aunque no es el único rasgo de precocidad en ellas. “Es la única especie, por lo menos entre las que habitan en nuestra región, donde las larvas vocalizan”, apunta Raúl, mientras relocaliza con cuidado una ranita de zarzal en el jardín de su casa.
Es sin dudas un anfibio icónico de los pastizales y bañados de Uruguay, Argentina y Brasil, pero lo estamos perdiendo. “Durante los últimos tres siglos, los pastizales templados de América del Sur han sido convertidos gradualmente en agroecosistemas, con diferentes intensidades de reemplazo del uso del suelo. Sin embargo, la introducción en los años 90 de cultivos resistentes al glifosato y el uso de nuevas tecnologías promovieron una expansión sin precedentes de la frontera agrícola. En Uruguay y el sur de Brasil, los pastizales también han sido reemplazados por extensiones significativas de forestaciones. Además, los pastizales albergan las áreas metropolitanas más grandes de la región, concentradas sobre todo en la costa”, señala el artículo.
Si a eso se suma que en Uruguay la especie no parece haber sido abundante en ningún momento, el panorama para la supervivencia del escuerzo en nuestro país se vuelve cuesta arriba. Si bien la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza lo considera “casi amenazado” globalmente, a nivel local las evaluaciones son menos auspiciosas. Es catalogado como “vulnerable” en Argentina y Uruguay, y “críticamente amenazado” en Brasil.
Como muchos de los datos en los que se basan estas evaluaciones están desactualizados, era imperioso hacer un esfuerzo trinacional para descubrir qué está ocurriendo hoy con el escuerzo y para evaluar las poblaciones “con una visión regional, con un diseño de investigación que fuera viable en los tres países”, explica Raúl.
Para eso combinaron varias fuentes de datos para obtener nueva información de la presencia del escuerzo, evaluaron las características ambientales asociadas a la especie para modelar su potencial distribución, analizaron si la pérdida y modificación de hábitat influyó en su actual distribución y por último realizaron algunas recomendaciones para su conservación.
Puerta por puerta
¿Cómo hace uno para encontrar un animal de poco más de diez centímetros de largo, que encima tiene el talento para enterrarse durante años, en un territorio de 176.000 kilómetros cuadrados (y eso si contamos sólo Uruguay)? Hay que saber dónde buscar. Los investigadores apelaron primero al registro histórico en colecciones de museos y a las plataformas de ciencia ciudadana en busca de los puntos en los que ha aparecido el escuerzo. Esto es esencial para deducir las variables bioclimáticas que prefiere la especie y así modelar su distribución potencial.
“A partir de estos datos pudimos planificar el muestreo y tratar de concentrarnos en algunos puntos en las áreas de mayor ocurrencia potencial”, dice Raúl. Además, los investigadores se convirtieron en “herpetodetectives”. Recorrieron algunas de las zonas de los registros históricos, como Valizas, Castillos o Aguas Dulces, y usaron una metodología estandarizada para entrevistar a vecinos de esas localidades y descubrir si habían visto o escuchado al escuerzo en los últimos años.
A esto le agregaron un trabajo de espionaje: la colocación de grabadores automáticos en una decena de puntos en Rocha, Maldonado y San José, que permitieron escuchar los cantos de los anfibios sin que hubiera nadie allí. Procesar esa información, por supuesto, requirió una titánica tarea de escucha con el fin de comprobar si identificaban la vocalización característica del escuerzo en alguno de los puntos muestreados.
Hay que develar pronto la intriga y confesar que los resultados no fueron auspiciosos para Uruguay. Ni el monitoreo con grabadores automáticos, ni la búsqueda en plataformas ciudadanas ni las averiguaciones con vecinos y vecinas permitieron obtener registros nuevos. El escuerzo sigue sin aparecer desde 1982, o al menos se esconde tan bien como un fantasma.
En total el trabajo obtuvo 991 registros históricos confirmados para el escuerzo: 932 en Argentina, 34 para Brasil y 25 para Uruguay. A los brasileños y argentinos les fue un poco mejor con el trabajo colaborativo de ciencia ciudadana. Obtuvieron registros documentados de 1991 y 1992 en Brasil, hasta ahora ignorados, y confirmaron la presencia actual del escuerzo en varias localidades argentinas que también tenían reportes históricos. De todos modos, la falta de registros recientes en Brasil, Uruguay y zonas de Argentina “podría indicar una significativa retracción de la distribución” de la especie, apunta el trabajo.
Si el escuerzo aparece poco, no es por falta de condiciones climáticas favorables. El mapa de distribución potencial que realizaron los investigadores muestra áreas idóneas en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, al este y norte de la costa atlántica (también en la provincia de Buenos Aires), en el sur de las provincias de Córdoba y Santa Fe, en las costas del sur y el este en Uruguay, y en el sur de Rio Grande do Sul en Brasil. En total, el ambiente propicio cubre 413.204 km².
¿Por qué, entonces, el escuerzo se ve tan poco y parece haber desaparecido de áreas en las que históricamente tenía presencia? La respuesta está en lo que hemos hecho con los ambientes.
Sapo de otro pozo
Para evaluar cómo el uso del suelo y la configuración del paisaje pueden haber afectado la presencia del escuerzo, los investigadores usaron bases de datos climáticos y de características del ambiente en la zona de estudio. Luego, con ayuda de modelos estadísticos, correlacionaron estas variables con la información de la presencia actual de la especie obtenida en su trabajo.
“Eso fue muy claro. Los modelos indican un poco lo que, en forma más o menos subjetiva o intuitiva, todas las personas que habíamos trabajado con este animal decíamos: hay un problema del uso del hábitat. Sin lugar a dudas, es la pérdida de calidad del hábitat, por ejemplo la fragmentación, el mayor inconveniente”, dice Raúl.
La presencia del escuerzo está asociada principalmente a cuatro variables, dos que la favorecen y dos que la perjudican. La existencia de zonas arenosas y de cuerpos permanentes de agua aumentan las probabilidades de presencia de la especie. La cercanía de las forestaciones y la lejanía de campos naturales influyen negativamente. Los autores esperaban que la agricultura también tuviera efectos perjudiciales en su presencia, pero tuvieron la limitación de que las variables que usaron no distinguían entre cultivos y pasturas artificiales.
“Hay una relación negativa entre la ocurrencia del escuerzo y las variables que indican el reemplazo o fragmentación de los pastizales. La presencia de la especie cerca de parches de pastizales muestra una asociación con campos moderadamente conservados. Las forestaciones son también un buen indicador de la ausencia de la especie. En las últimas décadas, los pastizales nativos han sido sustituidos por plantaciones de especies exóticas en Uruguay y el sur de Brasil”, remarcan los científicos.
Pese a estos resultados, es difícil establecer la causa de la progresiva desaparición y las extinciones locales del escuerzo. “Probablemente es multifactorial, pero de acuerdo a nuestros resultados, la forestación pudo haber contribuido al declive, particularmente en Brasil y Uruguay. Los pastizales han perdido al menos 40% de su cobertura original debido a cambios en el uso del suelo, y este estudio agrega evidencia a la ya existente al relacionar la pérdida de hábitat con efectos perjudiciales en animales especialistas de pastizal”, aseguran.
También hay otros factores que podrían haber incidido pero que el estudio no pudo tener en cuenta. “Nos quedó ver el impacto concreto de la urbanización, porque en Uruguay, por ejemplo, hay una parte importante de la distribución natural de la especie que está fuertemente solapada con las áreas de crecimiento urbano”, sostiene Raúl.
El escuerzo es esencialmente una especie costera, que es justamente la zona más demandada en Uruguay y en la que se ha producido una fragmentación importante. Testigo de ello es el anfibio que abre esta nota, el sapito de Darwin, cuya principal amenaza es la fragmentación de su hábitat por el desarrollo inmobiliario. Poco podía sospecharlo Darwin hace 190 años, cuando en las tierras mayormente desoladas del Río de la Plata tuvo en sus manos a ese sapito, al escuerzo y muchos otros animales.
“Yo tengo la fuerte convicción de que en Uruguay esto tuvo que ver en la retracción del escuerzo, pero no hay que olvidar que siempre fue una especie rara en el país”, argumenta Raúl.
Aun así, hay lugares como Valizas en los que existen registros históricos del escuerzo hasta épocas relativamente recientes, pero donde no se ha vuelto a ver o escuchar. “Es probable que ahí entre en juego la urbanización, porque incluso aunque no se edifique en todos lados se han hecho calles, desagües; ha cambiado la dinámica del agua y una especie que de repente no fue muy abundante claramente va a tender a desaparecer. Luego hay lugares en los que estaba pero que ya no existen más, como la zona de la Barra de Santa Lucía, que está hipermodificada porque la población creció sobre sus sistemas naturales”, agrega.
El panorama no parece muy promisorio para el escuerzo en Uruguay. Tal cual resume el trabajo, “las localidades históricas de esta especie en Uruguay han sido transformadas por las forestaciones o la urbanización” y pese al “esfuerzo intensivo de búsqueda en áreas clave” no ha aparecido un solo ejemplar en territorio uruguayo desde que se encontró uno en Valizas en 1982.
¿Significa esto que debemos dar por extinto al carismático escuerzo en nuestro territorio? No tan rápido. Quizá haya tiempo aún para una última cruzada.
Resistiré
El trabajo plantea diferentes acciones de conservación para los tres países. Para Argentina, por ejemplo, identifica dos áreas en las que habitan las poblaciones mejor conservadas del escuerzo y que son clave para asegurar que la especie no se extinga: las pampas interiores y las pampas inundables. Se trata de regiones con moderada modificación de hábitat, lo que explica el alto número de registros.
Sin embargo, “diferentes actividades humanas podrían comprometer el futuro de los remanentes de estos pastizales y su biodiversidad”, como la conversión a tierras de cultivo, la forestación o la urbanización sin planificación para el cuidado del ecosistema.
El problema en Uruguay y Brasil es que la presencia del escuerzo es tan dudosa que no es posible pensar en planes de conservación, sino solamente de búsqueda. Por ejemplo, en el caso de Uruguay los investigadores recomiendan intensificar los esfuerzos de búsqueda en los humedales costeros del oeste, que aún no han sido debidamente explorados. Puede que allí aguarden aún, resistiendo a todo, los últimos escuerzos de Uruguay.
Más precisamente, la zona a rastrillar es la región costera del departamento de San José entre la desembocadura del arroyo Pereira y Bocas del Cufré, que es un área poco explorada donde existen zonas propicias para la supervivencia de la especie, como arenales y humedales bordeados por vegetación nativa.
En vistas de esta situación comprometida, aconsejan también elevar el estatus de amenaza de la especie en Uruguay, para que pase de “vulnerable” a “críticamente amenazada (posiblemente extinta)”.
“Podríamos haber dicho es que está extinta en Uruguay, pero para eso la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza pide que haya una búsqueda metódica que siga una serie de consideraciones. Además hay que apelar un poco a la precaución también, porque declararla extinta implica que no hay ninguna medida de conservación que la proteja”, razona Raúl.
Cambiar el estatus del escuerzo a nivel local es necesario y relativamente sencillo de hacer, pero a la luz de los resultados de este trabajo también es necesario modificar el estatus global de la especie, que para la UICN está apenas “casi amenazada”.
“Sin dudas eso no está bien. Por eso ahora estamos en el proceso de hacer una reevaluación global de la especie para proponer cambios a la UICN, para lo que hay toda una serie de pasos y protocolos a seguir”, dice Raúl. Este trabajo lo lleva a cabo junto con los herpetólogos Santiago Carreira, José Langone y Luis Marin da Fonte (este último de Brasil). “Lleva un tiempo pero es necesario hacerlo porque nos va a dar un punto de partida a nivel global y la posibilidad de armar un plan de acción a nivel regional, que te da otras fortalezas”, agrega.
En el trabajo que nos ocupa, los investigadores concluyen que “dado el conocimiento sintetizado en este artículo, el futuro de la especie depende de las poblaciones argentinas, adonde deberían destinarse la mayoría de los esfuerzos de conservación”, especialmente los de conservación in situ, que es la que se realiza en los mismos ambientes en que viven los animales. Por ejemplo, promover la producción en pastizales naturales en lugar de sustituirlos, generar programas educativos ambientales y realizar estudios de genética pensando en posibles traslados de ejemplares en el futuro. Es allí donde Uruguay podría tener alguna participación.
“Hay que analizar la viabilidad de reintroducir la especie en algunos lugares y ver cuál es la fuente de la que podrían sacarse ejemplares, pero para eso tenemos que tener la certeza absoluta de que la especie está extinta en Uruguay y de que el lugar donde la podríamos reintroducir le permita cierta viabilidad”, apunta Raúl.
Ese estudio de hábitat ya lo están haciendo en Argentina, Brasil y Uruguay, como parte de la reevaluación para la UICN ya mencionada. En nuestro país, señalan como zona propicia la de los humedales (pequeños bañados tras la faja de dunas) del Parque Nacional Cabo Polonio. “Hay algunos lugares bastante conservados dentro de las áreas protegidas que brindan ciertas garantías de manejo del ambiente. Eso podría ser viable, pero primero debemos enfocar nuestros esfuerzos de conservación en la búsqueda de poblaciones silvestres y en tratar de conservar lo mejor posible estos sitios donde podrían reintroducirse”, advierte Raúl.
Hacerlo será positivo para este anfibio notable pero también para todas las especies que comparten su hábitat, sometido a la presión creciente de las necesidades humanas. Los 190 años que separan el hallazgo de Darwin y este trabajo recién publicado son un pestañeo a escala evolutiva, pero el mundo es muy distinto y se ha vuelto inesperadamente pequeño para el escuerzo. En ese mosaico de paisajes formado por parches aún bien conservados se juega mucho más que su suerte.
Artículo: Habitat loss and distribution of the Ornate Horned Frog (Ceratophrys ornate): implications for its conservation in South American temperate grasslands
Publicación: Perspectives in Ecology and Conservation (diciembre de 2023)
Autores: Camila Deutsch, David Bilenca, Juan Pablo Zurano, Luis Fernando Marin da Fonte, Natália Dallagnol, Andreas Kindel, Renan Pittella, Marcelo Duarte, Raúl Maneyro, Julián Faivovich y María Gabriela Agostini.
Algunas claves de la investigación
- En Uruguay no se registra ningún ejemplar de escuerzo desde 1982.
- Sólo hay 25 registros históricos de la especie en nuestro país.
- El último reporte documentado en Brasil es de 1992.
- La cercanía de las forestaciones y la lejanía de los pastizales afectan negativamente la presencia del escuerzo.
- Por el contrario, la existencia de zonas arenosas y de cuerpos permanentes de agua aumentan las probabilidades de su presencia.