En el cuento “Cosas de lagarto”, del legendario libro Buscabichos, el escritor Julio César da Rosa –o más bien el narrador– repasaba los relatos fantásticos que su tío Sebastián hacía sobre los lagartos overos.
El disparador de esas historias era un encuentro atemorizante que el niño protagonista tuvo con uno de estos animales. Lo vio corriendo atrás de unos perros y le dio la impresión de que era “el más grande y feroz de todos los bichos del mundo”, porque “se parecía a un cocodrilo, corría como un ñandú y brillaba como un pez”.
El tío del narrador, tras reírse e identificar aquella criatura como un lagarto overo, pasaba a contarles a su sobrino y su amigo Severiano los muchos talentos de aquel reptil. Según el tío, el lagarto podía comer huevos de ñandú tras ponerlos en fila y hacerlos rodar por una ladera para romperlos, robaba miel a las lechiguanas al darle coletazos al panal y luego lamerse su propia cola, y era capaz de otras proezas depredadoras e ingeniosas por el estilo. Los niños quedaban fascinados, pero sobre el final del cuento reflexionaban: “Vaya uno a saber si miente o dice la verdad”.
El cuento de Da Rosa resume bien el dilema curioso del lagarto overo (Salvator merianae) en nuestro país. Es tan común y lo tenemos tan presente que hemos recogido un montón de observaciones y creencias sobre su comportamiento, pero en realidad no hay casi estudios sistemáticos sobre la historia natural de la especie en Uruguay.
El lagarto más grande del país no pasa inadvertido para nadie. Es una presencia fija en las casas de veraneo y otros ambientes muy intervenidos por el ser humano, donde se pasea con osadía y hasta se mete a prepo en las viviendas para exigir comida, bien de “lambeta”, como escribía Da Rosa.
También es una estrella televisiva y de las redes. Dos por tres los informativos y portales recogen las noticias de los rescates de la organización Alternatus, en las ocasiones en que el lagarto aparece en lugares insólitos incluso para él. En resumen, parece que lo vemos mucho pero lo estudiamos poco.
Cosas de lagarto
“Todo lo que nosotros consignamos sobre este lagarto proviene de observaciones puntuales; muy poco ha sido divulgado y hay mucha literatura gris, porque no se ha encarado un proyecto específico hasta ahora para trabajar con esa especie”, cuenta el herpetólogo Raúl Maneyro, de la Facultad de Ciencias.
En países vecinos, que cuentan con más personal y recursos para investigación, esto no es así. En Brasil estas lagunas de conocimiento formal sobre el lagarto overo están comenzando a llenarse, en parte gracias a trabajos con participación de especialistas de nuestro país que viven allí, por ejemplo, la uruguaya Laura Verrastro, jefa del Laboratorio de Herpetología de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, que se encuentra temporalmente en Uruguay para dar con Raúl Maneyro el curso “Ecología de lagartos” en la Facultad de Ciencias.
Juntos nos ayudan a desentrañar un nuevo artículo que relata un comportamiento tan sorprendente del lagarto overo que, de no estar debidamente documentado, nos sentiríamos inclinados a hacer como el personaje de Buscabichos y decir: “Vaya uno a saber si mienten o dicen la verdad”.
Un lagarto común y raro a la vez
El lagarto overo no aparece en nuestros jardines o fabrica cuevas debajo de nuestras casas porque tenga un apego personal por nosotros. “Como es una especie que se adapta a ambientes urbanos y tiene una dieta muy amplia, busca comida también en los restos humanos. Donde hay humanos le resulta fácil obtener alimento”, explica Laura.
Se deja ver con frecuencia, pero el lagarto tiene también una vida secreta y muchos misterios por revelar. Los trabajos en los que participó Laura lo demuestran. En uno de ellos, colocaron aparatos de telemetría (seguimiento satelital) a varios ejemplares de esta especie y se llevaron unas cuantas sorpresas.
Durante los meses de frío, los lagartos overos se entierran en cuevas profundas e hibernan varios meses, período en el que dejan de comer, bajan su metabolismo y quedan tan fríos como su entorno. El seguimiento satelital permitió encontrar los nidos y descubrir también que las hembras cuidan tanto los huevos como a las crías recién nacidas, algo muy poco común en lagartos.
En otra investigación quedó claro que esa no es la única característica maternal particular de la especie. Pese a que los lagartos precisan de una fuente externa para calentar sus organismos, como el sol –por eso a los reptiles se los conoce de forma algo imprecisa como “animales de sangre fría”–, durante la época reproductiva las hembras toman prestado un truquito en el que nos especializamos los mamíferos y también las aves: producen su propio calor corporal para poder incubar los huevos dentro de las cuevas. “Comenzamos a observar que es un bicho común pero que cuenta con particularidades muy interesantes”, apunta Laura.
También pueden convertirse en un modelo de estudio relevante para analizar la contaminación en vertebrados como nosotros. En uno de los estudios en los que participó Laura, analizaron una población de lagartos que habita cerca de una plantación expuesta al glifosato y otra más alejada. Descubrieron que el glifosato afecta el metabolismo de los lagartos juveniles, con consecuencias posteriores para su reproducción.
El estudio de seguimiento satelital aportó además otro detalle sorprendente, que es el que nos aproxima al tema central de este artículo. Los lagartos no son exclusivamente diurnos, como se sospechaba. A veces tienen actividad crepuscular, lo que les permite acceder a otro tipo de presas, más grandes que las que se han reportado hasta el momento para esta especie.
El equipo de Laura, por ejemplo, pudo registrar en 2018 cómo un lagarto overo depredaba un zorrillo adulto. “Lo interesante es que se ha reportado que el zorrillo también se alimenta de las crías de lagarto overo, pero en este caso vimos a un adulto de lagarto hacer eso con un zorrillo, pese a que es un animal relativamente grande y emite una secreción desagradable”, dice Laura.
Si puede acabar con un mamífero que cuenta con una defensa tan formidable, ¿qué otras barreras es capaz de derribar este depredador tenaz y sorprendente? Una reciente publicación, firmada por Augusto Carvalho, Bruno Bambirra, Leonardo Passalacqua y Filipe Serrano, del Instituto de Biociencias de la Universidad de San Pablo (Brasil), muestra que ni siquiera tener una armadura potente, obra de millones de años de evolución, te pone a salvo del lagarto overo.
Corazón coraza
En febrero de 2024, estos investigadores observaron y fotografiaron a una hembra de lagarto overo depredando un tatú (Dasypus novemcinctus) en el Jardín Botánico de San Pablo. Lo golpeó y mordió en la cabeza un par de veces hasta que pudo arrastrarlo y esconderlo entre la vegetación, donde continuó atacándolo luego de que el tatú ofreciera un poco de resistencia.
Además, integrantes del equipo de investigadores tuvieron acceso a imágenes de otros dos eventos de lagartos overos atacando armadillos. En uno de ellos, un macho adulto dio cuenta de una mulita (Dasypus septemcinctus) en jardines de la Universidad Estatal de San Pablo. El lagarto logró aferrar a la mulita en su boca y desapareció con ella entre los arbustos.
El otro caso, ocurrido a fines de 2021 en Ucacha (Córdoba, Argentina), constituyó un ataque más ambicioso que no tuvo éxito: una hembra de lagarto overo intentó devorar un peludo (Euphractus sexcinctus), un contendiente más grande que los anteriores. Durante dos minutos se produjo una lucha intensa, y pese a que el lagarto tenía al peludo bien aferrado en sus mandíbulas, el armadillo finalmente logró escapar.
Tatúes, mulitas y otros armadillos están provistos de la notable arma defensiva que les brindan sus armaduras flexibles, pero, como titula el artículo, quizá no están lo “suficientemente blindados” para hacer frente a la ferocidad de un depredador aparentemente inusual para ellos como el lagarto overo.
En su artículo, los investigadores aclaran que, aunque tanto el lagarto overo como el tatú, la mulita y el peludo tienen una distribución amplia y números abundantes, “estos son los únicos casos reportados de predación sobre estas especies”. Se han encontrado restos de tatú en el estómago de lagartos en Estados Unidos, donde este reptil se ha convertido en una especie invasora, pero no hay datos que permitan identificar si fue por depredación o carroñeo.
Si bien la mulita y el tatú son esencialmente nocturnos, y el lagarto overo es mayoritariamente diurno, se han reportado casos de armadillos que cambian algunos hábitos en zonas urbanas en las que hay pocos de sus depredadores naturales, lo que podría hacerlos superponer horarios con el lagarto. Que no haya otros reportes de interacciones con el peludo, que también tiene costumbres diurnas, puede deberse a que es un rival de más cuidado para este depredador, al punto que también puede convertirlo en su presa.
El mundo me hizo así
La presencia humana puede tener mucho que ver en estos reportes inusuales, que sorprendieron tanto a Raúl Maneyro como a Laura Verrastro. Trabajos anteriores han mostrado que los lagartos de tamaño grande, como los lagartos monitores de Australia, se vuelven más grandes y más arriesgados en ambientes modificados por los humanos.
La explicación de esta tendencia temeraria en los lagartos podría encontrarse en la hipótesis de la “liberación de mesopredadores”, que se da cuando hay un cambio en la abundancia o comportamiento de un depredador de rango medio debido a que la acción humana hizo desaparecer o disminuir a los que estaban en la cima de la red alimenticia. En otras palabras, si esta teoría es correcta, significa que al echar del territorio a felinos como el puma, el jaguar, el ocelote y el yaguarundí, ascendimos de puesto al lagarto overo, que se está empezando a comportar acorde a sus nuevas responsabilidades.
“Es una hipótesis plausible. En la región pampeana, donde hay pocos felinos de mediano y gran porte en los ambientes intervenidos, el lagarto puede pasar a cumplir ese rol, y quizá por eso podemos verlo predando sobre mamíferos medianos, lo que no es tan esperable para un animal de dieta generalista”, opina Raúl.
Para Laura, un ejemplo claro de la capacidad que tiene este lagarto para cumplir bien el trabajo de depredador tope es lo ocurrido en las Islas Fernando de Noronha, ubicadas a 710 kilómetros de Fortaleza, en Brasil. El lagarto overo fue introducido en estas islas a comienzos del siglo XX, supuestamente para ayudar a combatir una invasión de ratones.
La idea, como ya imaginará el lector, fue muy mala. “Si bien come eventualmente algún ratón en ambientes semiurbanizados, no tiene hábitos nocturnos, a diferencia de los ratones. Este lagarto, que es relativamente agresivo y tiene una gran capacidad de adaptación, se desparramó por toda la isla, se convirtió en su depredador máximo y hoy está acabando con mucha fauna nativa”, señala Laura. Lo mismo pasa en Florida, Estados Unidos, donde fue introducido como mascota pero logró escapar y formar poblaciones silvestres.
Sobre el final del trabajo, los autores lanzan una advertencia sobre los efectos que podemos estar provocando en el comportamiento de estos animales. “Si bien la dieta de Salvator merianae puede incluir hasta un 50% de materia vegetal, nuestros resultados indican que la posición del lagarto overo en las redes alimenticias debería ser reevaluada. En particular, en los paisajes alterados donde los grandes carnívoros ya no están, nuestro reporte es un llamado de atención al rol potencial que puede cumplir como depredador tope y como especie invasora en donde ha sido introducido”, concluyen.
Confianzudo el caballero
Que este lagarto se vuelve confianzudo en ambientes modificados por los humanos queda claro para cualquiera que le haya dado alimentos al verlo asomarse en el jardín. Esto también es una mala idea, como aclara Laura.
“Hay gente que los tiene cerca, los deja entrar a la casa y los bichos quedan por ahí, pero es común que se escondan debajo de algún lugar y que te muerdan el talón cuando pasás. Lo importante es no darle comida al lagarto porque aprende muy fácil, es un bicho relativamente inteligente. Si vos le das comida, va a ir a exigírtela, y si no se la das, te va a enfrentar, te va a abrir la boca y te va a decir ‘acá estoy, dame la comida’”, bromea, a medias, Laura. En Youtube, esa fuente inagotable de videos de animales, abundan las filmaciones de lagartos rapiñando a humanos con una energía y agilidad insospechadas para quienes los ven asolearse con pachorra.
Conociendo su currículum como depredador, que agrega ahora nuevos casos de éxito, conviene pensar dos veces antes de dejar que el lagarto lo identifique a uno como su principal fuente de alimentación. Tal cual señalan Raúl y Laura, tiene una mordida “extremadamente fuerte” y es común que haga huir a perros y gatos en los ambientes domésticos.
La culpa no es del lagarto, que ha sabido sacar partido de la intervención humana. Cumple roles ecológicos importantes como depredador, dispersador de semillas y reciclador de materia orgánica mediante el carroñeo. Pero, si lo que sugiere el artículo es cierto, lo estamos ayudando a ampliar los rubros: le dimos nuevas oportunidades, lo hicimos más atrevido y hasta le sacamos competidores de su camino.
Si a eso le sumamos sus características más notables, como su dieta generalista, su plasticidad, su voracidad y su agresividad, se entiende mejor por qué prospera de tal modo en los ambientes modificados. Se siente como en su casa, expresión que a veces se toma literalmente, como sabe cualquiera que lo haya visto enfilar hacia la puerta con la lengua sondeando el aire.
Por seguir en clave de literatura infantil uruguaya, parece que hubiéramos pasado del lagarto “haragán” de Don Juan el Zorro de Serafín J García, que sólo roba huevos de corrales ajenos, al lagarto de Buscabichos, que demuestra una actitud activa e innovadora para ampliar su menú (por mucho que les pese a mulitas y tatúes).
Artículo: Not armoured enough: The black-and-white tegu Salvator merianae (Squamata: Teiidae) as a predator of armadillos (Cingulata)
Publicación: Food Webs (noviembre de 2024)
Autores: Augusto Carvalho, Bruno Bambirra, Leonardo Passalacqua y Filipe Serrano.